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29 enero 2017

Reflexión IV Domingo del Tiempo Ordinario.


El domingo pasado veíamos como Jesús es la gran luz que ilumina a toda la tierra. Pero, también, nosotros podemos elegir las tinieblas, el pecado. Somos libres. Y por el hecho de ser libres, podemos optar por la luz que es Cristo o la tiniebla a la que nos lleva el pecado.

También hicimos memoria y rezamos por la Unidad de todos los Cristianos y por la Jornada de la Infancia Misionera. Ojalá que sepamos dar testimonio a los más pequeños de que un día podamos celebrar TODOS una misma Eucaristía aunque profesemos de diferentes formas. La meta es la misma: Cristo.

En este IV domingo del Tiempo Ordinario, se nos llama a ser felices.
La felicidad que dura siempre (a pesar de los tropiezos que tengamos en la vida) se llama Cristo. En nuestra vida, vamos saboreando la felicidad con toques y matices amargos. Creemos que muchas cosas “mundanas” nos dan la felicidad plena, pero, sólo somos felices por un tiempo. El único que tiene el ingrediente de la verdadera felicidad es Cristo que lo vamos a ver hoy en el Evangelio.

Esta felicidad que nos muestra Mateo en el Evangelio de las “Bienaventuranzas” es la que la Orden Trinitaria y la Familia Trinitaria quiere expresar desde hoy domingo durante un año llamado “Año Vocacional Trinitario”. Somos felices porque como dice nuestro Reformador San Juan Bautista de la Concepción: “Somos invitados a sentirnos vasos escogidos para llevar por el mundo el nombre de la Santísima Trinidad”. Una felicidad que no es nuestra, sino que procede de Dios para repartirla a las personas más desfavorecidas y cautivas de nuestro mundo.

En la Primera Lectura del Profeta Sofonías, nos da indicios que busquemos dos pilares importantes para nuestra vida: la justicia y la moderación. Sofonías significa “Dios protege” y nos enseña hoy que hay que vivir con verdaderos criterios éticos: bondad, justicia y la verdad. En nuestra vida, ¿llevamos puestas esas gafas? De lo contario, estaremos poniéndonos caretas falsas.

En la Segunda Lectura de la Carta de Pablo a los Corintios, nos muestra como en la primitiva Iglesia había diversidad de procedencias sociales, pero todos eran o intentaban ser una comunidad Eclesial acogedora. Pero en el resto de la sociedad había status. Cuánto más alto era alguien, más importante. Pero Jesús viene a cambiar toda esa mentalidad. ¿Quieres un status alto? Sirve. ¿Quieres ser el primero? Sirve al resto.
Jesús muestra un Dios que se abaja a las personas sencillas, mira la realidad de cada persona, se acerca a los que nadie quería… Se abaja a los sencillos para llegar a todos. Él no viene a pedir títulos, doctorados, cátedras importantes, puestos reservados en las Catedrales o favoritismos en los partidos políticos (eso buscamos los humanos) pero no Jesús.
El Papa Francisco lo expresa muy bien cuando dice “que la Iglesia debe tener olor a oveja”, “una Iglesia en salida a las periferias”. Si hacemos eso, seguro que hemos entendido el Evangelio.

En el Evangelio de Mateo, se nos muestra un plan de vida en el que es accesible a todas las personas: las Bienaventuranzas.
Nos podrá parecer una locura, o posiblemente nos cueste entenderlo, pero, para los seguidores de Jesús, los que se consideran cristianos, es un propósito interpersonal del cristiano con Jesús y Jesús con el cristiano. Y aquí volvemos a ver cómo Jesús prefiere a las personas sencillas, humildes, vulnerables ante el sufrimiento de nuestros más cercanos y no piedras. A veces estamos tan escarmentados del sufrimiento que existe que ni nos duele ni nos parece raro. Lo hemos adaptado a nuestra vida. Por eso, Jesús quiere cambiar con estas comodidades del sufrimiento.

Pidamos a la Virgen María, que interceda por cada uno de nosotros para que el Señor nos otorgue un corazón humilde y cercano ante tanta miseria que existe en nuestro mundo. Que no busquemos doctorados en palabras o puestos de categorías, sino, doctores de caridad, de felicidad ante tanta tristeza que hay nuestro mundo.

Y como dije al principio, pidamos a Dios Trinidad que en este “Año Vocacional Trinitario” que comenzamos la Orden y Familia Trinitaria nos ayude a darnos cuenta de tan preciada vocación que nos ha regalado para ponerla al servicio de los pobres, cautivos y jóvenes.
Y que a través de la Virgen en su advocación del Buen Remedio, mande obreros a la mies y que nuestra vida sea una continua y alabanza a la Santísima Trinidad.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-iv-domingo-del-tiempo-ordinario/

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