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28 febrero 2018

Que nuestra Santísima Virgen de la Cabeza bendiga a todos y a cada uno de los Andaluces. Que ella sea nuestro modelo para seguir fielmente a Cristo.



Feliz Día a todos y cada uno de los que hemos tenido la suerte de nacer en esta bendita tierra: Andalucía.



¿Por qué las ofrendas en la Misa son tan importantes?


Queridos hermanos y hermanas:

En la liturgia eucarística la Iglesia, obediente al mandato de Jesús, hace presente el sacrificio de la nueva alianza sellada por Él en el altar de la Cruz. Para ello, usa los mismos signos y gestos que realizó Jesús la víspera de su pasión. El primero es la preparación de los dones, momento en el que se traen al altar el pan y el vino, los mismos elementos que Jesús tomó en sus manos. En esta ofrenda espiritual de toda la Iglesia, se recoge la vida, los sufrimientos, las oraciones y los trabajos de todos los fieles, que se unen a los de Cristo en una única ofrenda. Por eso es muy bueno que sean los fieles quienes presenten al sacerdote el pan y el vino para que él los deposite sobre el altar. Nos puede parecer poco lo que nosotros ofrecemos, pero ese poco es lo que necesita Jesús para transformarlo en el don eucarístico, capaz de alimentar a todos y de hermanar a todos en su Cuerpo que es la Iglesia.

Con la oración sobre las ofrendas, el sacerdote pide a Dios que acepte nuestra pobre ofrenda y que la transforme con el poder del Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo que, como el incienso, sube al Padre, que lo recibe con agrado. Este momento de la Misa está impregnado de una profunda espiritualidad de la donación de uno mismo, que ilumina toda nuestra vida y nuestras relaciones con los demás, ayudándonos a construir la ciudad terrena a la luz del Evangelio.


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica.

En este tiempo de cuaresma los animo a vivir profundamente la espiritualidad de la entrega que la Eucaristía nos enseña, de modo que la oración, el ayuno y la limosna de estos días, den frutos concretos de auténtica conversión del corazón. Muchas gracias.


(Roma. Papa Francisco. 28-2-2018)

26 febrero 2018

Cuaresma, tiempo de evangelización y conversión.


La Iglesia nos regala la cuaresma como tiempo litúrgico de preparación para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana y renovar las promesas bautismales en pascua. El Concilio Vaticano II, nos enseña que “el tiempo cuaresmal prepara a los fieles (…) para que celebren el misterio pascual, sobre todo (…) mediante la penitencia” (SC 109). Es el tiempo litúrgico penitencial por excelencia, porque se ofrece como un itinerario de fe para dejarse rescatar por la muerte y resurrección del Señor, que nos devuelve la dignidad perdida por el pecado. La cuaresma convoca a celebraciones penitenciales porque es tiempo de conversión, de arrepentimiento y de vuelta a Dios.

Además, gloria, aleluya, flores, misas votivas y por diversas necesidades, te Deum, música… ¿por qué la normativa litúrgica lo suprime, salvo excepciones, durante estas seis semanas? La razón fundamental es que el “desierto cuaresmal” se caracteriza por la austeridad, la penitencia y la purificación, no por la tristeza, y, por ello, estos signos tradicionales siguen teniendo sentido.

Ayuno, limosna y oración, junto a los mencionados signos litúrgicos, y otros como la ceniza, la abstinencia de comer carne los viernes, etc… son medios eclesiales que ayudan a todos para vivir lo más importante de la cuaresma: la eucaristía y la escucha de la palabra de Dios, la conversión y el sacramento de la reconciliación. Y todo con la mirada puesta en la cruz con un objetivo fundamental: alcanzar la pascua.

Los primeros cristianos ya practicaban el ayuno (Hc 14, 23) como acto de culto a Dios. La abstinencia y los ayunos del miércoles de ceniza y del viernes santo, son signos de gracia y de identificación con Cristo, que conducen a la limosna.

En la liturgia del viernes después de ceniza, el profeta Isaías nos invita a pasar del ayuno a la auténtica limosna que es el amor fraterno (Is 58, 6-7); entonces el ayuno que Dios quiere es que no tengan que ayunar los pobres. La limosna es signo cuaresmal de identificación con Cristo. Los cristianos somos portadores de la “cultura de la gratuidad” frente a la cultura narcisista y autorreferencial del interés. Por ello la limosna como signo de conversión y de desprendimiento nos conduce, poco a poco, a su máxima expresión que es la donación de uno mismo, como Cristo.

Unida a la limosna y al ayuno, la cuaresma es tiempo dedicado “más intensamente a la oración”, para que el Señor conceda a sus “hijos anhelar, año tras año, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina (…) lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios” (prefacio I cuaresma). La liturgia de las horas marcará el ritmo orante de este tiempo; acudamos a la oración de la Iglesia, colmada de Palabra de Dios.

Con la ceniza recibimos la llamada evangélica a la conversión cuando escuchamos “conviértete…”. A ésta siguen las palabras “…y cree en el evangelio”, que nos llaman a la fe, o al reinicio de la fe. La cuaresma es tiempo de evangelización y conversión.

Alejandro Pérez Verdugo,
Doctor en Sagrada Liturgia


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25 febrero 2018

Reflexión. Domingo II de Cuaresma


Maestro, ¡qué bueno se está aquí!

Rezar no es intentar convencer a Dios
para lograr lo que nos apetece.
Es mucho más que hablar con nosotros mismos.

Rezar es estar con Dios y dejar que su bondad
y ternura nos transformen.

Evangelio. Domingo II del Tiempo de Cuaresma.


Según San Marcos 9, 2 - 10.

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. 

Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. 

Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

24 febrero 2018

Historia y Biografía de los frailes Trinitarios Mártires de Argel.


El 9 de marzo de 1609 se embarcaron en Denia rumbo a Argel los tres redentores nombrados por el Ministro Provincial de Castilla: Bernardo de Monroy, Juan de Palacios y Juan del Águila donde finalmente llegaron el 1 de abril, tras sortear no pocos peligros meterológicos y de piratas.
Pasada la octava de Pascua comenzaron a vender las mercancías y a tratar los rescates. Hasta mediados de mayo de 1609 rescataron 130 cautivos cristianos, 69 de ellos liberados directamente del fondo de redención del Condestable de Castilla. Una vez concluida la redención y pagados todos los derechos de embarcación y salida de la ciudad, Monroy se disponía a regresar a España con los cautivos liberados el 13 de mayo, y ya en el barco se le presentó un emisario pidiéndole que se presentara de inmediato ante el Duán, o Consejo de Gobierno. Allí la comunicaron su detención como prisionero.
El motivo era que Fátima, una niña de unos 10 años, hija de Mamet Axá, un poderoso turco de la ciudad, había sido tomada cautiva por los genoveses y tras rescatarla en Livorno, llegó noticia de que la habían obligado a bautizarse en Calvi, puerto de Córcega, de manos del obispo de Saona.
El Duán había decidido retener a los tres redentores trinitarios, revocando la libertad otorgada a los 103 cautivos, y obligando a que Bernardo de Monroy tramitara la entrega de la niña. No estaba en la mano de los redentores trinitarios esa embajada, y el sábado 16 de mayo fueron encarcelados en el Baño del Rey, donde recibieron malos tratos, estrechas prisiones y mal comer.
La presión diplomática fue grande durante el cautiverio de los tres religiosos.
Todos los gobiernos cristianos de Europa y el mismo papa, escribieron numerosas cartas a las autoridades musulmanas de Argel y del Imperio Otomano para que se liberara a los religiosos y a los cautivos por los que se había pagado el rescate. Pero todo resultó vano.

En los años de prisión desarrollaron un importante trabajo con los cautivos, ayudándoles a mantener la fe y a resistir las pruebas. Administraban los sacramentos y les curaban de sus heridas. Incluso, con permiso del Bajá, fundaron un hospital en el interior de las mazmorras en 1612, que incluía un pequeño aposento a modo de iglesia con el título de la Santísima Trinidad.
Al frente del hospital estaban un médico-barbero natural de Lavaxos y un enfermero, Pedro de Torres Miranda, natural de Madrid que después fue quemado vivo por no renegar de su fe. Desde la prisión continuaron su labor redentora e hicieron llegar a tierras cristianas a muchos cautivos. En carta de 9 de enero de 1613 Monroy habla de 58 rescatados, y en otra de 29 de abril de 1615 habla de más de 400. El dinero lo recibían de los trinitarios de Madrid, en especial de Simón de Rojas que como Ministro Provincial de Castilla les envió en una ocasión 60.000 reales y en otra 22.000 reales.

Los tres murieron de muerte natural, tras sufrir innumerables penalidades y malos tratos. Juan del Águila murió el 5 de junio de 1613, Juan de Palacios el 20 de septiembre de 1616 y Bernardo de Monroy el 31 de julio de 1622.

Reliquia del Papa San Juan Pablo II.



19 febrero 2018

Historia y biografía de los Mártires Trinitarios de Belmonte.


A comienzos del verano de 1936 la comunidad trinitaria del apacible pueblo de Belmonte (Cuenca) estaba formada por 17 religiosos. Era una comunidad de formación en la que los jóvenes profesos realizaban sus estudios. Precisamente en esos días cinco de ellos acababan de completar el ciclo formativo para la ordenación Sacerdotal. Los padres que les daban las clases atendían también pastoralmente al pueblo y mantenían una escuela, muy apreciada, para niños y jóvenes. Esta apacible vida se vio alterada cuando el martes día 28 de julio las autoridades municipales les

- Antiguo convento de los trinitarios en Belmonte

advirtieron de la inminente llegada de peligrosos elementos revolucionarios. Gracias al aviso, esa tarde, mientras los milicianos se iban adueñando del pueblo, los jóvenes frailes con el responsable de su formación, abandonaron el convento saltando discretamente las tapias de la huerta. Los estaban esperando familias amigas que se encargaron de ocultarlos a la persecución.

A la mañana siguiente, aunque sin el habitual toque de campana, aún celebran la misa los dos padres que permanecen en el convento, el P. Melchor, superior de la comunidad y el P. Luis, muy limitado en sus movimientos a causa de una avanzada artrosis y con una pierna muy ulcerada. Está también Fray Juan, que no ha querido abandonarlos en esos difíciles momentos.

Alguien debió indicar a los milicianos que aún quedaban frailes en el convento y allí se presentaron hacia el medio día. A fray Juan, que acude a sus golpes y voces, lo amenazan con fusilarlo allí mismo si no se presentan los frailes. Baja el P. Melchor y regresa también de un intento de huida el P. Luis. Registran el convento inútilmente en busca de armas. Entre insultos y amenazas los trasladan a los tres al cercano ayun-tamiento. Allí son sometidos a una parodia de interro-gatorio y hay quien pretende arrastrarlos por las calles con el camión. Sólo desisten de ello cuando les hacen ver que el pueblo, por muy amedrentado que esté, no tolerará tal atrocidad. Los trasladan entonces a la cárcel, donde la familia del carcelero procurará atenuar los sufrimientos de su cautiverio y se prestará a trasmitir al P Santiago, el encargado de la formación de los jóvenes frailes que escapó con ellos, la preocupación del Superior por que todos permanezcan bien ocultos y por evitar la profanación del Santísimo que había quedado en el sagrario. (Serán el secretario y el alguacil del ayunta-miento los que días después recogerán reverentemente las formas consagradas para entregarlas a uno de los sacerdotes que viven en el pueblo. Aún volverá el alguacil a recoger cuanto pueda de los ornamentos y vasos sagrados que logrará salvar, tapiándolos junto con los libros en la biblioteca del convento).

En la noche del 30, cuando el P Santiago se dispone a trasladar a un refugio más seguro a dos de los jóvenes, que lo siguen a prudente distancia, es recono-cido y detenido y a las pocas horas unido en la cárcel a sus compañeros. A la mañana siguiente un camión los traslada, tras un azaroso viaje en el que varias veces estuvieron a punto de ser asesinados, a la cárcel de Cuenca. En las pocas semanas que allí van a permanecer, según el testimonio unánime de los que sobrevivieron, se entregarán a confortar y aliviar los sufrimientos de los demás prisioneros y a prepararse ellos también para una muerte que sabían cercana. El día 20 de septiembre, inesperadamente, los dejan a los cuatro en libertad. Detenidos de nuevo a los pocos metros, son llevados a otra cárcel de donde por las noches se van llevando a algunos hacia un destino que a nadie se le oculta. En la madrugada del día 24 les tocó el turno ellos. No sabemos los detalles de los últimos momentos de sus vidas. Por la mañana encontraron sus cuerpos destrozados por las balas junto a las tapias del cementerio.

- Parroquia de San Juan de Mata de Alcorcón

Entre tanto, los otros trece religiosos que habían quedado en el pueblo sobrevivían en medio de sobresaltos y peligros gracias a la valiente ayuda de la gente. No pocas veces lograron escapar de la persecución trasladándose ocultos entre la mies de los carros, pasando de una casa a otra por las tapias de los corrales, ocultándose en cuevas y pozos o en alguna casa abandonada y hasta hubo uno que tuvo que pasar más de un día enterrado bajo la paja y el estiércol de una cuadra. A mediados de abril de 1937 los ocho estudiantes de Vizcaya, requeridos por el Gobierno Vasco y bajo su protección, fueron enviados al frente. El anciano P. León y el estudiante Fray Valentín, a pesar de los cuidados de las familias que los atendían, fallecieron meses después a consecuencia de las penalidades sufridas. Otro fue capturado en el campo y encarcelado. Liberado por los milicianos “porque tenía cara de infeliz” y vuelto a detener, permaneció en la cárcel de Cuenca hasta que en abril de 1937 fue enviado al frente. Los otros dos estudiantes permanecieron en Belmonte acogidos a la hospitalidad de varias familias hasta el final de la contienda.

Una vez terminada la guerra, enviaron a Belmonte para hacerse cargo del convento al P. Andrés Sagarna, uno de los profesos que habían sobrevivido a la persecución, ordenado ya de sacerdote. Una de sus primeras preocupaciones será recuperar los cuerpos de sus hermanos asesinados en Cuenca. Gracias a los archivos del juzgado y del cementerio, no le resulta difícil. Los restos entonces se depositan en el panteón de una familia amiga en el mismo cementerio. Allí permanecen hasta que en enero de 1953 se los traslade triunfalmente a la iglesia de su convento.

Al tener que abandonar los trinitarios el pueblo de Belmonte, se llevarán también los restos de los mártires al nuevo convento de Alcorcón. En la nueva iglesia parroquial de San Juan de Mata han permanecido discretamente en un nicho en el muro junto a la subida al coro desde marzo de 1966. Una sencilla lápida de mármol rojo con la escueta inscripción de sus nombres y la fecha de su muerte señalaba su presencia.

El proceso de su martirio y beatificación, que había iniciado el obispo de Cuenca en 1958, culminó con la firma del decreto que reconoce que su muerte fue un verdadero martirio, el 26 de junio de 2006. La ceremonia solemne de beatificación, junto con otros cinco mártires de la Familia Trinitaria y otros cerca de quinientos compañeros víctimas de persecución religiosa, tuvo lugar en Roma el 28 de octubre de 2007.

La tarde del 18 de noviembre de 2007, después de una solemne eucaristía de acción de gracias presidida por el obispo de la diócesis, los restos de los Mártires (que previamente habían sido reconocidos canónica-mente por el tribunal diocesano y depositados con los requisitos que garantizan su autenticidad en artísticas arquetas de metal repujado) fueron depositados en la capilla del Santísimo Sacramento en un altar nuevo, hecho expresamente para acogerlos, donde permanecen expuestos a la veneración de los fieles.

- ALGUNOS DATOS BIOGRÁFICOS DE LOS MÁRTIRES

El Beato Luis Erdoiza, nació en Amorebieta (Vizcaya) en 1891. Profesó en Algorta, en 1907. Estudió en La Rambla (Córdoba) (1907-8) y en la Gregoriana de Roma la filosofía (1910-13), y la teología (1913-1917), y en el Angelicum, Derecho Canónico (1917-19). Ordenado sacerdote en Roma en 1916. El 1920 fue destinado a Viena, donde permaneció hasta octubre de 1925. Fue maestro de profesos (1925-29); superior de Belmonte (1929-33), y definidor provincial de 1933 hasta su muerte. Desde 1925 fue profesor de filosofía y teología, hasta su fallecimiento. A pesar de su salud precaria, y sus continuos dolores siempre se esforzó por cumplir bien sus obligaciones.

El Beato Melchor Rodríguez nació en Laguna de Negrillos (León) en 1899. Profesó en la Bien Aparecida en 1918. En Córdoba curso Filosofía (1918-20), y Teología (1920-24). Se ordenó de sacerdote en 1924. Muy pronto fue enviado de profe-sor a Alcázar de San Juan, de donde fue Superior (1933-36), y de Belmonte desde mayo de 1936 hasta su muerte. Se dedicó a la instrucción de los hijos de los trabajadores hasta el día de su detención, pues pensaba que también en verano hay que aprovechar el tiempo.

El Beato Santiago Arriaga nació en Líbano de Arrieta (Vizcaya) en 1903. Profesó en la Bien Apare-cida en 1920. Cursó filosofía en Villanueva (Jaén) (1920-22) y en Roma (1922-24); y teología (1924-28) en la Universidad Gregoriana. Ordenado sacerdote en 1927, volvió a España y fue profesor en Algorta hasta 1930. Trasladado a Belmonte, enseñó Filosofía y Teología y fue maestro de profesos (1932-36). Siempre llamó la atención por su alegría y su disponibilidad para todo.

El Beato Juan Joya nació en Villarrubia (Toledo) en 1898. Pronto se trasladó a Madrid buscando trabajo. Allí conoció la comunidad trinitaria. Profesó en Algorta en 1920. Trasladado a Chile, pasó después a Buenos Aires y en 1930 a Roma, hasta que vino a Belmonte en 1934. Tenía un talento especial y una gran creatividad para la catequesis de los más pequeños.


18 febrero 2018

Reflexión. Domingo I del Tiempo de Cuaresma.


¡Feliz Domingo!

Con la celebración del miércoles de ceniza y hoy Domingo I, comenzamos el Tiempo de Cuaresma que nos ayudará a celebrar las próximas fiestas de la Pascua de la Resurrección.
Un camino que comienza en el desierto, pero que debemos mirarlo, no como un momento de tristeza, de miedo, o con la sensación de que Dios nos está apuntando con el dedo para pillarnos y condenarnos. Cuaresma, es un tiempo de tranquilidad, de encuentro con ese Dios que se hace hombre como nosotros. Que es tentado como nosotros, pero sabe confiar.

En este tiempo, debemos descubrir en nuestras tentaciones y dificultades, que Dios está a nuestro lado, que nos levanta cuando nos caemos, que ilumina nuestra vida a pesar de la oscuridad, que le pone colores a nuestro día, aunque esté pintado de negro por nuestra fragilidad y nuestro pecado.

Es un buen momento para poner un STOP en nuestra vida.
Reconocer mi desierto personal: Ese momento concreto que puedo estar pasando, que puede tener una dificultad, no sentirme valorado…
Ponerle nombre a mis tentaciones: Ser humilde y reconocer en que situaciones caigo, que es lo que me aparta de Dios, del Evangelio, del hermano que sufre…
Pedir ayuda al Señor: Contemplar a Jesús y pedirle fuerza para mi conversión.
No es otra cosa, que aceptar mis límites, pedirle valentía y proponerme cambiar. Poco a poco, así, iremos construyendo el camino cuaresmal.

Construir a pesar de las risas, del buen tiempo…
Nos pasará como le sucedió a Noé (En la Primera Lectura) que Dios le manda hacer un arca, y sus paisanos se reían. No entendían que hacía construyendo un arca, si hacía buen tiempo… Pero, a pesar del diluvio, viene el momento de la tranquilidad, del buen tiempo.
No debemos tirar la toalla en momentos en los que, como Noé, tengamos que construir. Dios hace un plan sobre cada uno de nosotros. Repito, esto no quiere decir que todo sea color de rosas, pero que la confianza, la valentía y la seguridad de que Dios no nos abandona, debe ser nuestro oxígeno. Ojalá que sepamos ser constantes como Noé y actuemos en nuestro mundo como Dios quiere.

Marcos, nos enseña en su Evangelio, que Jesús es llevado al desierto.
Lugar que representa la dureza, dificultad, aridez… Y que esto, aplicado a nuestra vida, pueden existir diferentes tipos: interior, exterior, problemas… Pero que nos ayudan a no tirar la toalla.
A seguir adelante, aunque en algunos momentos, no sepamos a donde dirigirnos o como salir de ello.

Juan el Bautista, termina su misión de precursor.
Jesús, comienza su misión de llevar a cumplimiento lo que Dios le ha confiado.
Muchos pensarán que ¿por qué hizo eso? Y la respuesta, es que Jesús se hace uno de nosotros.
Él tiene las mismas tentaciones, pero, se deja guiar por el Espíritu. Ese mismo que nosotros recibimos en el Bautismo, pero que lo ahogamos con nuestra comodidad en el pecado.Releer el texto y ver a un Jesús humano, que hace lo mismo que el resto, pero la diferencia es que no se deja vencer. La alianza que Dios ha hecho con su pueblo, no la rompe ni la tentación.
Por eso, el Espíritu lo empuja al desierto. Para que ahí se note que Dios no abandona a nadie.

Que este comienzo de la cuaresma, no nos dejemos arrastrar por las múltiples tentaciones que nuestro mundo nos pone. Con Dios, toda tentación es salvada.


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Evangelio. Domingo I del Tiempo de Cuaresma.


Según San Marcos 1, 12 - 15.

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. 
Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: 
«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; 
convertíos y creed en la Buena Nueva».

Domingo I del Tiempo de Cuaresma.



Reflexión del Obispo Luis Ángel de las Heras: "Nuestra misión necesita un corazón encendido".


Reflexión en la Cuaresma de 2018

Nuestra misión necesita un corazón encendido en la caridad de Cristo. Un corazón que tenga el coraje de desgarrarse (cf. Jl 2,13), para estar en continua conversión, para secundar los anhelos que llevan a colmar la existencia humana con el compromiso histórico de cambiar la faz de la tierra. Un compromiso que vehicula la misión de anunciar a Jesucristo y construir su Reino.

Nos hace bien recorrer el camino cuaresmal cada año. Aparece delante de nosotros, casi por sorpresa, con la señal de la ceniza, y nos eleva hacia las ascuas bendecidas para encender la luz pascual, símbolo de Cristo Resucitado. Es un camino para resurgir, para hallar vida, para encontrarnos con quien es la Vida; para confrontarnos con nuestra propia verdad y con quien es la Verdad. Por eso, la senda pasa por rasgar el corazón. Para apartar de él cualquier sentimiento helado, cualquier violencia, rencor, resentimiento… todo mal latido. Y mantener así nuestras entrañas en continua conversión, en este ir caminando cada vez más al compás de los latidos del amor.

En su mensaje para esta Cuaresma el Papa Francisco nos previene ante los falsos profetas y ante un corazón frío. Cualquiera puede dejarse engañar y congelar el corazón. Es fácil, sobre todo si crees que no te va a ocurrir. Necesitamos un corazón encendido en la caridad de Cristo. Que sea el amor de Cristo el que —como sugiere bellamente Isaac de la Estrella— nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están (cf. Sermón 31: PL 194,1292-1293).

¿Cómo podemos encender el corazón en la caridad de Cristo? ¿Con qué corajes y con qué anhelos? En primer lugar, hay que tener el arrojo de rasgar el corazón para alejar de él toda mentira y engaño, para asumir la propia verdad, con sus miserias y sus grandezas, sin confundirlas. De tal modo que logremos romper inercias que enfrían el corazón, dejándolo a merced de las heladas de la comodidad, la parálisis, la ceguera, el aislamiento, la injusticia, la corrupción… Si despertamos en nosotros esta valentía, veremos crecer una aspiración generosa de renovación (cf. EG 26), una sincera disposición para que todo sea transformado, para querer verdaderamente ser curados, recobrar la vista, ser justos y honestos. Este coraje y este anhelo bien pueden ser nuestra oración durante la Cuaresma: una plegaria elevada al Señor sin esperar mayor recompensa (cf. Mt 6, 5) pero confiando en recibir de Su parte el don de un corazón de fuego para salir en misión.

En segundo lugar, para que la caridad de Cristo prenda en el corazón, es precisa la audacia de rasgarlo para eliminar de él la distancia con los pobres y necesitados, para desterrar cualquier actitud de exclusión, de descarte, de superioridad, de agresividad, de indiferencia, de rigidez… Todas estas actitudes son témpanos que lanzamos hacia el corazón de otros, pero que terminan por congelar el nuestro. Esta audacia alumbrará en nosotros un estilo de vida libre y dadivoso, capaz de acompañar, de ayudar, de ofrecer cercanía, proximidad, especialmente a cuantas personas se encuentren desamparadas o desesperanzadas, esclavizadas u oprimidas. Este coraje y este anhelo bien pueden ser nuestra limosna durante la Cuaresma, sin ruido de trompetas, sin que sepa la mano izquierda lo que hace la derecha (cf. Mt 6, 3), pero dejando que el cambio se transparente en los rostros de quienes somos tocados por la caridad de Cristo y por los pobres.

En tercer lugar, un corazón que se inflame en la caridad de Cristo ha de ser un corazón alegre. El que surge cuando tenemos el valor de privarnos de todo lo que es exceso que daña a la persona y la enfría. Tal privación nos dará a conocer lo que se siente cuando falta lo indispensable y aumentará en nosotros el deseo de la vida y la alegría que brotan del encuentro con Jesús. Este coraje y este anhelo bien pueden ser nuestro ayuno durante la Cuaresma, el gesto interno de desprendimiento que, con la cabeza perfumada (cf. Mt 6,17), nos permitirá mostrar el gozo que se aviva con el fuego del amor de Cristo.

El Padre Dios que está en lo escondido (cf. Mt 6,18) nos llevará por este camino cuaresmal —por el Camino, que es su mismo Hijo— hasta la hoguera de la Pascua de Cristo y del don del Espíritu Santo. En Dios siempre encontraremos el fuego de fundidor del único amor que colma todos los anhelos del hombre y da coraje para cambiar el propio corazón y el corazón del mundo, que necesita igualmente inflamarse de verdadera caridad. El corazón de Dios siempre está encendido: el nuestro lo estará si se acerca a la lumbre del amor divino y permanece allí con Él.

No desperdiciemos el tiempo que ahora es favorable (cf. 2Cor 6,2). Con esta llama misionera en las entrañas, merece la pena embarcarse un año más en la peregrinación eclesial de la Cuaresma. Caminemos con santa María Virgen, Madre de Dolor y de Esperanza. ¡Hasta la Pascua de Resurrección!

✠ Luis Ángel de las Heras, C.M.F.
Obispo de Mondoñedo-Ferrol
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14 febrero 2018

¡Feliz Día del Amor!



Jesús: el Amor de los Amores, el Amor sincero, el Amor sin fronteras, el Amor que da la vida por Amor, el Amor que no tiene caducidad... ¡Gracias!

Reflexión. Miércoles de Ceniza.


Con el miércoles de ceniza, comenzamos el Tiempo Cuaresmal.
Un tiempo importante para todos y cada uno de los que nos llamamos cristianos.
Recorrer la cuaresma, es ir preparándonos para los misterios centrales de nuestra fe: Pasión, Muerte y sobre todo, la Resurrección.

Para prepararnos mejor, la Iglesia nos aconseja tres actitudes que nos ayudan a vivir más intensamente este tiempo: El Ayuno, La Oración y la Limosna.

Ayunar, no es sólo dejar de comer carne, que si lo vemos desde esa perspectiva, se cumple una norma que a veces puede parecer que no tiene mucho sentido.
Pero, la pregunta sería, ¿de qué tengo que ayunar?
Y seguramente, que dando otro enfoque, nos saldrá una lista de actitudes y comportamientos que debemos mirarnos y cambiar.

Orar, no es repetir formulas rápidamente y como si fuéramos "papagayos".
Es ponernos en la presencia de Dios, sacar un rato cada día, acudir a Él, tenerlo presente y que sea nuestro centro y nuestro motor por el cual somos cristianos.
Quedamos con personas, con amigos, con familia... Y cuando nos toca ir a rezar, lo hacemos rápido, "cortito" y sin muchos adornos... Este tiempo es muy propicio para pararnos y dejarnos que Él nos vaya modelando. Pero para eso, nos tenemos que poner delante y dejar que nos hable.

Limosna, "anda, tengo algún dinero suelto, se lo doy al que pide en la puerta", "voy a cambiar mi ropero, y como algunas cosas las tengo estropeadas o me quedan pequeñas, pues la doy". "Qué bueno soy, acabo de hacer una obra de caridad", con perdón de la expresión, esa actitudes que muchas veces tenemos, es de "miserables" y encima estamos cometiendo un pecado grave.
Dar limosna, no es dar de lo me sobra, de lo que no quiero. Dar limosna es quitar lo que yo quiero, quedarme sin el, aunque me cueste darlo, y entregarlo.
Es tratar al prójimo como un hermano. No como "contenedor" que recoge las cosas que no quiero.

Y el Evangelio de hoy, es claro.
Todo lo que hemos hablado anteriormente, se hace desde el silencio.
No hace falta ir contando a las personas si hacemos obras de caridad o no. Si ayudamos o no.
Lo importante, es que, aunque las personas no se enteren, Dios si lo ve.
No tenemos porque ir contando las cosas, como si fuéramos por la vida  de "superhéroes del cristianismo".

El Tiempo de Cuaresma, es para vivir desde el anonimato, ayudando a las personas que están cerca de nosotros, relacionarnos más con el Señor y descentrarnos de nosotros mismos para poner en el centro a ese Dios que se hace hombre para nuestra salvación.
Que así sea.


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Con el miércoles de ceniza, comenzamos el Tiempo de Cuaresma.



San Juan Bautista de la Concepción, Reformador de la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos.


En Almodóvar del Campo, provincia de Ciudad Real, nació el 10 de julio de 1561 Juan García Rico. Desde muy pequeño aprendió de sus padres los valores de la humildad y el trabajo. Una visita inesperada a su casa cambió sus sueños. Cuando tenía trece años su familia tuvo que acoger a una monja carmelita que por entonces andaba fundando conventos para reformar la Orden del Carmelo, se llamaba Teresa de Jesús. Cuando la santa se despedía de la madre de Juan le dijo: "Usted, patrona, tiene aquí un hijo que ha de ser un muy gran santo, patrón de muchas almas y reformador de una cosa grandísima que se verá".

Entonces se puso a buscar lo que Dios quería de él: primero estudiando con los Carmelitas Descalzos de su pueblo, después teología en Baeza y Toledo. Es en Toledo donde conoce a los trinitarios y en 1580 comienza el noviciado, es decir, su preparación para ser religioso trinitario. Estudió después en Toledo y el Alcalá de Henares. Una vez sacerdote se hizo enseguida famoso por su forma de predicar, así que se lo rifaban en los conventos de la Orden para que fuera allí como predicador.

Precisamente es en una de estas predicaciones, en Sevilla, cuando recibe de Dios una inspiración para que se dedique a ser trinitario "de verdad". No es que no lo fuera hasta entonces, pero le parecía a él que vivía demasiado "relajado", con poco espíritu de cambio. Así que se apuntó a ir a Valdepeñas, donde se había abierto una casa trinitaria para los que quisieran vivir con ese espíritu de cambio.

Pronto se dio cuenta que aquello era casi un teatro, en realidad nadie quería cambiar, sólo descansar un poco. Juan, ni corto ni perezoso, se embarcó a Roma y allí pidió al papa que le diera un documento para que la casa de Valdepeñas, y otras que se apuntaran o abrieran nuevas, fuesen de verdad para quienes querían ser trinitarios al estilo auténtico de San Juan de Mata. El papa le dio ese documento el 20 de agosto de 1599.

A partir de ese momento va fundando casas trinitarias "reformadas" y cada vez eran más los jóvenes que se apuntaban al estilo sencillo de aquel manchego, que había cambiado su nombre por Juan Bautista de la Concepción, como símbolo de lo que quería también por dentro. Eligió una cruz roja y azul con los brazos rectos, símbolo de austeridad y sencillez.

Siguen las fundaciones: Alcalá de Henares, Madrid, Salamanca, Córdoba, Toledo, Baeza, Granada, Sevilla, Pamplona. Hasta que se puede formar la primera Provincia de la Reforma, en 1607, se llamará Provincia del Espíritu Santo, y sigue siendo la Provincia más antigua de la Orden Trinitaria, es a la que pertenecen nuestros colegios. Su primer Superior Provincial fue Juan Bautista de la Concepción. El 14 de febrero de 1613 moría en la casa de Córdoba. Había sufrido mucho, pero había amado más. Muchos otros seguirían su camino, hasta el día de hoy. Sus restos se veneran en la iglesia de los trinitarios de Córdoba


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11 febrero 2018

Jornada de los Enfermos.




Las familias de los enfermos son el objetivo este año para la Jornada Mundial del Enfermo. El departamento de Pastoral de la Salud, dentro de la Comisión Episcopal de Pastoral, ha editado los materiales para esta Campaña que en España tiene dos momentos. El 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, es el Día del enfermo, de carácter mundial. La Iglesia en España celebra el 6 de mayo la Pascua del enfermo.

Con esta Campaña se pretende, entre otros fines, reclamar la atención sobre el importante papel que la familia tiene en la atención al enfermo, y dar a conocer las necesidades que le surgen en la situación de enfermedad. Además de promover la ayuda a las familias, en las parroquias y hospitales, a fin de que puedan desempeñar ese papel insustituible en la atención al enfermo.

Hoy celebramos la Jornada de Manos Unidas.





Reflexión. Domingo VI del Tiempo Ordinario.


¡Feliz Día del Señor!

En este Domingo VI del Tiempo Ordinario, las lecturas que la Iglesia nos pone para nuestra reflexión, se centran en un verbo: Curación.

Vemos tanto en la primera lectura del Levítico como en el Evangelio de Marcos, como hablan de la enfermedad de la lepra y como trataban a los que estaban contagiados por ella.

Hoy también la Iglesia celebra la Jornada de Manos Unidad y del Enfermo.


En la Primera Lectura del Levítico

Vemos que el que está contagiado, es una persona impura, está fuera de la ciudad, nadie se puede acercar y tendrá que llevar una campana diciendo "soy impuro".
Aquella sociedad ni en el ámbito religioso ni social, el leproso era una persona castigada y por eso no podía relacionarse con nadie. Y si se curaba, tenía que ir al sacerdote, certificarlo y así es cuando podía volver a a ciudad y relacionarse.

En el Evangelio de Marcos

Jesús rompe con toda la tradición tanto social como religiosa.
Él mira con compasión al enfermo de lepra. Se para, lo acoge, lo toca y lo sana.
Para Jesús no hay barrera que le impida acercarse a una persona. Él busca la dignidad de aquel hombre que le llama para que lo cure.
Y esta actuación de Jesús, nos tiene que hacernos pensar y preguntarnos cómo tratamos nosotros a los últimos de nuestra sociedad, a los marginados, a los que tienen una enfermedad contagiosa, etcétera.
A veces actuamos desde nuestra comodidad, viendo como otros hacen, se acercan y ayudan, mientras nosotros nos llamamos cristianos, seguidores de Jesús, pero no nos machamos las manos. No queremos implicarnos.

Jesús nos invita hoy a que nos impliquemos. A que no tengamos miedo de tocar, acoger y acompañar a personas que están marginadas o con alguna enfermedad.
Que no juzguemos, que no nos estemos quieto. Tenemos que actuar y dejar que Dios se manifieste en nosotros a través de nuestros actos. Pero para esto, nos tendríamos que hacer varias preguntas:
¿Qué haría Jesús en mi lugar?
¿Cómo actuaría Jesús hoy frente a la marginación?

Pidamos a la Virgen María por todos los enfermos, que ella sea el consuelo para tantas personas que están desesperanzadas por alguna enfermedad o problema.
Que así sea.


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https://www.revistaecclesia.com/author/fray-jose-borja/

Evangelio. Domingo VI del Tiempo Ordinario.


Según San Marcos 1, 40 - 45.

En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso suplicándole, y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». 
Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». 
Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes.

09 febrero 2018

Málaga y Granada celebra hoy la Memoria del Capuchino Beato Fray Leopoldo. Fraile limonero que supo entregarse a los más necesitados desde la sencillez y la caridad.



Málaga y Granada celebra hoy la Memoria del Beato Capuchino Fray Leopoldo.


Nació el 24 de junio de 1864 en la pequeña localidad de Alpandeire, pueblo situado en la comarca montañosa de la Serranía de Ronda, provincia de Málaga (España).
Su verdadero nombre era Francisco Tomás de San Juan Bautista Márquez Sánchez.

Fue el mayor de cuatro hermanos, tres varones, uno de los cuales murió joven mientras realizaba el servicio militar en la guerra de Cuba, y una mujer. La familia, aunque de condición modesta, poseía tierras dedicadas al cultivo de cereales y almendros, así como algún ganado caprino. Ellos mismos cultivaban el terreno y realizaban las faenas agrícolas, siendo este trabajo su actividad principal.

Su instrucción escolar consistió únicamente en los estudios primarios que siguió en la escuela local sin mostrar capacidades especiales. Desde pequeño mostró inclinación hacia la religión; se sabe que a los diez años protagonizó un incidente que tuvo mucha repercusión entre sus convecinos: mientras se encontraba en el campo, al cuidado de un rebaño de cabras junto con otros niños, el cielo comenzó a nublarse amenazando tormenta. Surgieron varias ideas sobre la actitud que debían tomar.

El futuro fray Leopoldo propuso refugiarse en una peña y rezar el rosario para solicitar la protección de la Virgen, mientras que otro de los pequeños no estaba de acuerdo y consideró preferible dirigirse hacia el pueblo lo antes posible, y así lo decidió. Finalmente todos se encaminaron juntos hacia Alpandeire sin implorar la protección de la Virgen, pero la marcha se vio interrumpida por un rayo que fulminó al joven que había propuesto el apresurado retorno, resultando muerto. Es posible que este suceso del que se habló largamente, influyera en su futura decisión de hacerse fraile.1​

Toda su infancia y juventud transcurrió en Alpandeire dedicado a faenas agrícolas, salvo el periodo de servicio militar (1887-1888), que realizó en el Regimiento de Infantería Pavía en Málaga.

Ingreso en la Orden Capuchina

Decidió dedicarse a la vida religiosa después de haber oído predicar a dos capuchinos en la ciudad de Ronda (durante la beatificación de Diego José de Cádiz en 1894). Tras varios intentos que resultaron fallidos, ingresó en 1899 en calidad de postulante en el convento que poseía la orden capuchina en Sevilla. En 1900 emitió sus votos y recibió como nombre religioso el de fray Leopoldo de Alpandeire. Tras destinos sucesivos en Antequera, Granada y de nuevo Sevilla, el 21 de febrero de 1914 fue trasladado definitivamente al convento de Granada, donde residió durante 42 años.

Su vida en Granada

Permaneció de forma ininterrumpida en esta ciudad entre 1914 y 1956. La mayor parte del tiempo desempeñó la función de fraile limosnero, lo cual le obligaba a recorrer la ciudad a pie y entrar en numerosas viviendas solicitando donativos.

Poco a poco su figura fue haciéndose popular, de modo que numerosas personas solicitaban su consejo o intermediación, empezándose a conocerlo como "el humilde limosnero de las tres Ave Marías", porque así eran las oraciones que dedicaba a quienes le pedían su bendición. Murió el 9 de febrero de 1956. Sus restos mortales descansan en la cripta de la iglesia de los Padres Capuchinos de Granada.

Beatificación

Benedicto XVI al hablar de él dice que «testimonió el misterio de Jesucristo crucificado con el ejemplo y la palabra, al ritmo humilde y orante de la vida cotidiana y compartiendo y aliviando las preocupaciones de los pobres y afligidos».

Carta Apostólica de Beatificación:

Nos, acogiendo el deseo de Nuestro Hermano Francisco Javier Martínez Fernández, Arzobispo de Granada, así como de otros muchos hermanos en el Episcopado y de numerosos fieles, después de haber consultado el parecer de la Congregación para las Causas de los Santos, con Nuestra Autoridad Apostólica, concedemos que el Venerable Siervo de Dios Leopoldo de Alpandeire, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que testimonió el misterio de Jesucristo crucificado con el ejemplo y la palabra, al ritmo humilde y orante de la vida cotidiana y compartiendo y aliviando las preocupaciones de los pobres y afligidos, de ahora en adelante pueda ser llamado Beato y que se pueda celebrar su fiesta en los lugares y, según las normas establecidas por el Derecho, el 9 de febrero de cada año, día de su nacimiento para el cielo.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Dado en Roma, junto a San Pedro el día 8 de septiembre del año del Señor 2010, sexto de Nuestro Pontificado. Benedictus, PP. XVI

07 febrero 2018

Catequesis de hoy miércoles del Papa Francisco: "La homilía no puede durar más de diez minutos".


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Seguimos con las catequesis sobre la Santa Misa. Habíamos llegado a las lecturas.

El diálogo entre Dios y su pueblo, desarrollado en la Liturgia de la Palabra en la Misa, llega al culmen en la proclamación del Evangelio. Lo precede el canto del Aleluya - o, en Cuaresma, otra aclamación - con el cual "la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor quién le hablará en el Evangelio".

Como los misterios de Cristo iluminan toda la revelación bíblica, así, en la Liturgia de la Palabra, el Evangelio es la luz para entender el significado de los textos bíblicos que lo preceden, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Efectivamente "Cristo es el centro y plenitud de toda la Escritura, y también de toda celebración litúrgica". Jesucristo está siempre en el centro, siempre.

Por lo tanto, la misma liturgia distingue el Evangelio de las otras lecturas y lo rodea de un honor y una veneración particular. En efecto, sólo el ministro ordenado puede leerlo y cuando termina besa el libro; hay que ponerse en pie para escucharlo y hacemos la señal de la cruz sobre la frente, la boca y el pecho; las velas y el incienso honran a Cristo que, mediante la lectura evangélica, hace resonar su palabra eficaz.

A través de estos signos, la asamblea reconoce la presencia de Cristo que le anuncia la "buena noticia" que convierte y transforma. Es un diálogo directo, como atestiguan las aclamaciones con las que se responde a la proclamación, “Gloria a Ti, Señor”, o “Alabado seas, Cristo”. Nos levantamos para escuchar el Evangelio: es Cristo que nos habla, allí. Y por eso prestamos atención, porque es un coloquio directo. Es el Señor el que nos habla.

Así, en la Misa no leemos el Evangelio para saber cómo han ido las cosas, sino que escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de que Jesús hizo y dijo una vez; y esa Palabra está viva, la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón. Por eso escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón abierto, porque es Palabra viva.

San Agustín escribe que "la boca de Cristo es el Evangelio". Él reina en el cielo, pero no deja de hablar en la tierra". Si es verdad que en la liturgia "Cristo sigue anunciando el Evangelio", se deduce que, al participar en la Misa, debemos darle una respuesta. Nosotros escuchamos el Evangelio y tenemos que responder con nuestra vida.

Para que su mensaje llegue, Cristo también se sirve de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía. Vivamente recomendada por el Concilio Vaticano II como parte de la misma liturgia, la homilía no es un discurso de circunstancias, -ni tampoco una catequesis como la que estoy haciendo ahora- ni una conferencia, ni tampoco  una lección: la homilía es otra cosa.

¿Qué es la homilía? Es “un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo", para que encuentre su cumplimiento en la vida. ¡La auténtica exégesis del Evangelio es nuestra vida santa! La palabra del Señor termina su carrera haciéndose carne en nosotros, traduciéndose en obras, como sucedió en María y en los santos. Acordaos de lo que dije la última vez, la Palabra del Señor entra por los oídos, llega al corazón y va a las manos, a las buenas obras. Y también la homilía sigue a la Palabra del Señor y hace este recorrido para ayudarnos a que la Palabra del Señor llegue a las manos pasando por el corazón.

Ya he tratado el tema de la homilía  en la Exhortación Evangelii gaudium, donde recordé que el contexto litúrgico " exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida."


El que pronuncia la homilía deben cumplir bien su ministerio – el que predica, el sacerdote, el diácono o el obispo- ofreciendo un verdadero servicio a todos los que participan en la misa, pero también quienes lo escuchan deben hacer su parte. En primer lugar, prestando la debida atención, es decir, asumiendo la justa disposición interior,  sin pretensiones subjetivas, sabiendo que cada predicador tiene  sus méritos y sus límites.

Si a veces hay motivos para aburrirse por la homilía larga, no centrada o incomprensible, otras veces es el prejuicio el que constituye un obstáculo. Y el que pronuncia la homilía debe ser consciente de que no está diciendo algo suyo, está  predicando, dando voz a Jesús, está predicando la Palabra de Jesús. Y la homilía tiene que estar bien preparada, tiene que ser breve ¡breve!

Me decía un sacerdote que una vez había ido a otra ciudad donde vivían sus padres y su papá le había dicho: “¿Sabes? Estoy contento porque mis amigos y yo hemos encontrado una iglesia donde si dice misa sin homilía”. Y cuántas veces vemos que durante la homilía algunos se duermen, otros charlan o salen a fumarse un cigarrillo…Por eso, por favor, que la homilía sea breve,  pero esté bien preparada. Y ¿cómo se prepara una homilía, queridos sacerdotes, diáconos, obispos? ¿Cómo se prepara? Con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una síntesis clara y breve; no tiene que durar más de diez minutos, por favor.

En conclusión, podemos decir que en la Liturgia de la Palabra, a través del Evangelio y la homilía, Dios dialoga con  su pueblo, que lo escucha con atención y veneración y, al mismo tiempo, lo  reconoce presente y activo. Si, por lo tanto, escuchamos la "buena noticia", ella nos convertirá  y transformará y así podremos cambiarnos a nosotros mismos y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de Dios entra por los oídos, va al corazón y llega a las manos para hacer buenas obras.


(Roma. 07-2-2018)

(II) Beata Margarita de Maturana, fundadora de las Mercedarias Misioneras de Bérriz.


“De la clausura, a la misión en el mundo”.

Todo este movimiento misional no podía quedar encerrado en el interior de un monasterio de clausura. La respuesta a los signos de los tiempos pedía algo más. El Espíritu inspiraba con fuerza y las monjas, impulsadas por él, abrieron las rejas del convento y se dispersaron en el lejano Oriente. China, las islas de Oceanía (Saipán y Ponapé) y Japón, supieron de su audacia misionera. Eran fundaciones vinculadas a la casa madre y en las que el fuego misionero iba creciendo más y más, con el contacto, preocupación y ayuda a aquellas primeras misioneras.

Margarita María, elegida comendadora del convento, acompañó personalmente, en 1928, a la tercera expedición, para ver de cerca las misiones y hacerse cargo de las exigencias apostólicas de la nueva vida misionera, con la mirada puesta en transformar el convento en instituto misionero. Tal transformación tuvo lugar en 1930, por petición de las 94 monjas, petición sellada con un sí unánime en votación secreta, como lo pedía Roma.

Este fue el gran anhelo de Margarita María: la formación del instituto de Mercedarias Misioneras de Bérriz, que pudiera llevar la buena nueva de la Redención y liberación hasta el fin del mundo, viviendo el cuarto voto redentor de permanecer en la misión cuando hubiere peligro de perder la vida. Y a este instituto dejó en herencia una rica espiritualidad, que alcanzó su cumbre en los últimos años de su vida, en una experiencia contemplativa y gozosa de Cristo redentor.

"El conocimiento de Jesucristo me absorbe y llena de gozo. Todo parece que contribuye, de un tiempo a esta parte, a esclarecer el misterio de la redención con todas sus derivaciones para mi alma y la Iglesia. Y es un gozo nuevo, cumplido, profundo, que me hace sentirme como radicada en una verdad profunda que da estabilidad a todo mi ser... Todo tiende alegremente a afirmarse en Dios Padre amorosísimo, que por su voluntad libérrima nos envía a su Hijo a redimirnos y a hacernos, por él, hijos suyos adoptivos..." (diciembre de 1933).

Murió el 23 de julio de 1934, dos días antes de cumplir 50 años. El 16 de marzo de 1987, Su Santidad el Papa Juan Pablo II firmó la declaración de sus virtudes heroicas y la proclamó venerable. Fue beatificada el 22 de octubre del 2006 en Bilbao, España.


06 febrero 2018

El Barco de la muerte.




"En el barco de la muerte hay mujeres, hombres y niños
muchos sueños rotos en el mar...
sin derechos son esclavos navegando a la deriva
por los mares desiertos de la sal...
mas halla del mar hay un lugar
 donde es posible comenzar en tierra prometida un paraíso será..."

Mensaje del Papa Francisco para esta Cuaresma.


Queridos hermanos y hermanas:

Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión», que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida. Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12). Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.

Los falsos profetas

Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?

Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.

Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.

Un corazón frío

Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?

Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.

También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.

El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.

¿Qué podemos hacer?

Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.

El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.

El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?

El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.

Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos

El fuego de la Pascua

Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.

Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.

En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu», para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.

Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.

Vaticano, 1 de noviembre de 2017 Solemnidad de Todos los Santos

FRANCISCO

04 febrero 2018

Hoy celebramos a la Beata Terciaria Trinitaria Isabel Canori Mora.


Madre, Terciaria Trinitaria y mujer de fuerte caridad.

Nació en Roma el 21 de noviembre de 1774, hija de Tommaso y Teresa Primoli, en el seno de una familia de posición acomodada, profundamente cristiana y diligente en la educación de sus hijos. Estudió con las Hermanas Agustinas de Cascia (1785-88), donde destacó por su inteligencia, una profunda vida interior y su espíritu de penitencia. De regreso a Roma, tuvo una vida tranquila hasta que en 1796 -cuando tenía 21 años- se casó con el joven abogado romano Cristóforo Mora.

Para ella, el matrimonio fue una decisión reflexionada, madura, pero después de algunos meses, la fragilidad psicológica de Cristóforo comprometió la serenidad de la familia. Convirtió a una mujer de mal vivir en su amante y a medida que pasaba el tiempo, humilló y abusó de su esposa en distintas formas, no ejerció más la abogacía, y gastó tanto dinero en sus aventuras que terminó llevando a su esposa e hijas a la extrema pobreza y una creciente deuda.

A la violencia física y psicológica de su esposo, Isabel respondió siempre con absoluta fidelidad. Nunca puso excusas, conveniencias o intereses para justificar un abandono de su hogar, para ella sólo primaba el código de fidelidad de amor y rendición total.

Isabel Canori trató a su marido con paciencia gentil, ofreciendo penitencias y oraciones por su conversión. Nunca pensó en separarse de él, a pesar de los consejos de familiares y amigos. En vez de esto, siempre amó, apoyó y perdonó a su esposo esperando su conversión. En 1801 sufrió una misteriosa enfermedad que la puso al borde de la muerte. Se curó de forma inexplicable y tuvo su primera experiencia mística.

El Señor le hizo alcanzar la madurez para recibir las visiones y las ilustraciones sobre el destino de la Iglesia. Recibió en forma clara los estigmas de la pasión de Cristo, y en sus visiones vio las tremendas batallas que tendrá que sostener la Iglesia en los últimos tiempos bajo el poder de las tinieblas.

Tuvo cuatro hijos, pero los dos primeros murieron a los días de nacer. Con el abandono de su esposo, fue forzada a vivir trabajando con sus propias manos para seguir al cuidado de sus hijas Marianna y Luciana. Dedicó mucho tiempo a la oración, los pobres y los enfermos.

Su hogar pronto se convirtió en un punto de referencia para mucha gente en busca de ayuda material y espiritual. Se dedicó especialmente a cuidar de las familias en necesidad. Para ella, la familia implicaba dar un espacio a cada persona, un lugar que dé frutos de vida, fe, solidaridad y responsabilidad.

La familia, para ella, era el templo en el que recibía al "al amado Señor, Jesús de Nazaret" y a todos los que se dirigían a ella. A través de la auto negación, Elizabeth ofrecía su vida por la paz y la santidad de la Iglesia, la conversión de su esposo y la salvación de los pecadores.

En 1807 Isabel se unió a la Orden Tercera Trinitaria de la iglesia de los trinitarios españoles de San Carlo alle Quattro Fontane en Roma.

En 5 de febrero de 1825, mientras era asistida por sus dos hijas, Isabella falleció. Fue enterrada en Roma en la iglesia trinitaria de San Carlo alle Quattro Fontane. Poco después de su muerte, como ella misma predijo, su esposo se convirtió uniéndose a la Orden Tercera Trinitaria y después se ordenó sacerdote de los franciscanos conventuales.

Fue beatificada por Juan Pablo II en 1994 en las celebraciones del Año Mundial de las Familias.


Más en:

Evangelio. Domingo V del Tiempo Ordinario.


Según San Marcos 1, 29 - 39.

En aquel tiempo, cuando Jesús salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. 

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Reflexión. Domingo V del Tiempo Ordinario.


En este Domingo V del Tiempo Ordinario, vemos a Jesús como el que sana los corazones que están destrozados, venda las heridas y su misión es curar a los enfermos de diferentes males y a predicar por las aldeas cercanas.

Hoy la Iglesia nos invita a que nos miremos a nosotros mismo y reflexionemos de qué forma evangelizamos, a quién le evangelizamos y si somos capaces de sanar, acompañar y acoger a esas personas que están a nuestro alrededor y necesitan de nuestra ayuda.
Porque seguir a Jesús, es hacer lo que Él hacía. Y el Evangelio de hoy lo deja muy claro con tres verbos: Sanar, curar y predicar.

En la Primera Lectura de Job

El autor de presenta  la vida de Job en un clima de la existencia humana.
Por eso, compara que su vida es peor que la del esclavo o del mercenario. Vemos como después de todo, Job, se queda sin esperanza y se dirige a Dios en una larga y profunda súplica. Su vida, al no tener sentido y estar en lo que popularmente llamaría Santa Teresa “la noche oscura” por la que pasa toda persona humana, Job, se aferra a que Dios le ayude a ver la Luz. El resultado de esta lectura es acudir a Dios en todo momento: bueno y malo.

En la Segunda Lectura de la carta de Pablo a los Corintios

Nos da hoy una gran lección: ¡Ay que predicar si o si!
Pablo habla de la “Buena Noticia” de la salvación. Y lo hace, porque desde que se dejó encontrar por Jesús, su vida cambió. Ya no puede vivir de otra forma, sino vivir para anunciar la Buena Noticia de Jesús. Ya no hay excusas para no predicar. Todos estamos llamados desde nuestro Bautismo a ser profetas. Predicar no solo es obligación del Papa, del obispo, del sacerdote o de los consagrados. Es una obligación de todos y cada uno de los que formamos la Iglesia. Y la Iglesia la forman TODOS los bautizados. Dar a conocer a Jesús es saberse identificarse con su vida, sus actos y forma de ver las cosas. El Amor, el Perdón, la Ayuda y la Oración, son los ingredientes necesarios para empezar a testimoniar el Evangelio de Jesús en nuestras vidas. Hacer que el Evangelio sea el perfume que cada mañana al levantarnos nos echemos.

En el Evangelio de Marcos

Veíamos el domingo pasado cómo Jesús enseñaba con autoridad en la sinanoga.
Hoy Marcos completa ese momento con tres escenas que son tres verbos: Curar, Sanar y Predicar. Cura a la suegra de Pedro en contexto familiar de una casa; Sana a muchas personas de diferentes dolencias y después se va a cumplir otra de las misiones: Predicar.
Jesús no busca que lo aplaudan, ni hacer curaciones sin sentido como de un mago con poderes sobrehumanos se tratara. En Jesús, curar es una expresión de la fuerza y del amor INCONDICIONAL de Dios para con la humanidad.

Jesús, se acerca a las personas, las toca, les coge de la mano, les habla, les cura. No es un Jesús que guarda distante, que necesita seguridad para que nadie le toque, no busca el primer puesto, ni lleva una secretaria para organizarle a quién tiene que recibir y cuándo.
Jesús, al amarnos, nos cura. Y porque nos ama, está cerca de quién le necesita, está en medio de la gente. Y el amor, hace que no esté quieto, no le importa mancharse las manos de quién necesita una curación o una palabra de aliento.

Seguir a Jesús, no es predicar a una cierta hora en un templo.
Es salir a la calle y que el predicar se va en nuestros actos de estar con quien nos pide ayuda, agarrar de la mano a quien está caído y desde ahí, le estaremos dando sentido a los tres verbos por el cual Jesús vino aquí: Curar, Predicar y Sanar.


Que María, nuestra madre, nos ayude a ser valientes como Jesús, para que podamos salir de nuestras comodidades y de nuestros “tronos de poder” y estar al lado de las personas más necesitadas. Que nuestro poder sea el servicio. Porque al servir estamos reinando.
Que así sea.


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03 febrero 2018

Entrevista al Obispo de Málaga, Don Jesús Catalá Ibáñez


Jesús Catalá pide a los jóvenes consagrados que lleven a la vida el carisma fundacional
Su mirada es esperanzadora. 

El presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, Jesús Catalá, obispo de Málaga se fija en lo verdaderamente importante, en la oblación de vida a Dios de cada consagrado.


P. Lleva ya unos meses en esta comisión episcopal.
 ¿Podría compartir con nosotros cómo ve a la vida consagrada hoy en España?

R. Resulta muy esperanzador contemplar que la vida consagrada en general y en España en particular goza de buena salud, a pesar de ciertas voces que alarman sobre la situación de las congregaciones religiosas. Un tema que puede preocupar es el descenso numérico de las vocaciones; pero la fecundidad eclesial de la vida religiosa o de especial consagración no se mide por el número de personas, sino por su presencia cualitativa. No es tan importante la cantidad de actividades que los consagrados realizan, cuanto su oblación a Dios, su oración cotidiana y su testimonio de la vida futura. Quien dirige la Iglesia es el Espíritu Santo y Él suscita en cada momento los carismas necesarios. Existe hoy un renacimiento de nuevas formas de consagración especial y una renovación de antiguas formas.

P. ¿Cuáles son los retos que debe afrontar la vida consagrada hoy?

R. Los retos que la vida consagrada debe afrontar hoy son los mismos que tiene la Iglesia en nuestra sociedad: la secularización, el olvido de Dios, el deseo de autonomía del ser humano olvidándose que es “creatura de Dios”, la excesiva subjetividad, la falta de valores objetivos y permanentes, la no escucha del Evangelio, el rechazo de una relación personal con Jesucristo; y otros tantos retos que el magisterio reciente de la Iglesia ha puesto al descubierto.En el interior de las congregaciones y de las comunidades religiosas tienen que afrontar la edad avanzada de muchas personas y el descendimiento del número de vocaciones, para hacer frente a las tareas que asumían hasta ahora; pero esto lo
están resolviendo con las decisiones que están tomando.

P. La comisión que preside ¿qué líneas se marca en estos años?

R. La comisión episcopal no marca líneas de acción para la vida consagrada. Está formada por varios obispos, que ofrecemos nuestro diálogo, colaboración y ayuda a los responsables de las congregaciones religiosas y de las asociaciones o federaciones. En ese diálogo fraterno se vislumbran caminos de esperanza y se comparten líneas de acción y de renovación.

P. ¿Cómo percibe la comunión eclesial entre las diversas concreciones de
consagración?

R. La comunión eclesial se vive siempre respecto a la Iglesia como sacramento de salvación y signo de comunión. Es tarea de todos procurar una verdadera comunión con el centro eclesial, que es Jesucristo; y con el signo visible de unidad que es el Papa, junto con los obispos como signos de unidad en cada iglesia particular o diócesis. La comunión entre las congregaciones dependerá de la
comunión con el centro visible. Pueden ayudar mucho a la comunión las distintas organizaciones, asociaciones o federaciones entre las familias religiosas. Pero ocurre lo mismo que con el ecumenismo: a mayor unión con Cristo, mayor unidad entre las distintas confesiones.

P. ¿Qué les pediría hoy? ¿Qué les diría en este tiempo de cambios?

R. El papa Francisco ha insistido en que nos encontramos en un “cambio de época”, que es mucho más que un simple tiempo de cambios. Ello requiere una mayor atención a los signos de los tiempos, como animaba ya el Concilio Vaticano II. Es necesario iluminar con la luz del Evangelio las realidades temporales y las nuevas tendencias culturales que ya están presentes. El cambio cultural en nuestro mundo está siendo muy profundo y con retos muy grandes. La vida consagrada tiene que ser consciente de ello y trabajar para seguir transformando el mundo según el designio de Dios.

P. ¿Y a los jóvenes religiosos?

R, Los jóvenes religiosos suelen tener grandes ideales y muchos buenos deseos de cambiar las cosas a mejor. Pero deben saber escuchar a los mayores, que tienen más experiencia y cuya vida no puede ser juzgada a la ligera, aunque no acaben de comprender a los jóvenes. Entre ambos se puede crear un buen equilibrio, que será sin duda más fecundo que ver las cosas solo desde un lado. Es muy importante la fidelidad al carisma fundacional, que es un don del Espíritu; no se trata de cambiar
el carisma, sino de asumirlo y de llevarlo a la vida actual para que sea fecundo.