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30 diciembre 2016

Evangelio. Solemnidad de la Sagrada Familia.


Según San Mateo 2, 13-15. 19-23.

Después que se fueron los Magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle». Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. 
Muerto Herodes, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño». El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: «Será llamado Nazareno».


Reflexión.

Hoy contemplamos el misterio de la Sagrada Familia. El Hijo de Dios inicia su andadura entre los hombres en el seno de una familia. Es el designio del Padre.
Redescubramos la verdad de la familia y de la vida. Vivámosla gozosamente y anunciémosla a nuestros hermanos sedientos de luz y esperanza.

Oración a la Sagrada Familia.


Sagrada Familia de Nazaret;
enséñanos el recogimiento, la interioridad;
danos la disposición de escuchar las buenas inspiraciones y las palabras de los verdaderos maestros.

Enséñanos la necesidad del trabajo de reparación, del estudio, de la vida interior personal, de la oración, que sólo Dios ve en los secreto;
enséñanos lo que es la familia, su comunión de amor, su belleza simple y austera, su carácter sagrado e inviolable. Amén

29 diciembre 2016

Lugar de oración.



En este santo lugar, el 1 de Abril de 1924 el Padre Francisco Méndez pasaba de este mundo a los brazos de Dios Trinidad.

28 diciembre 2016

Catequesis de hoy miércoles del Papa Francisco: Confianza y Esperanza de Dios


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

San Pablo, en la carta a los Romanos, nos recuerda la gran figura de Abraham, para indicarnos la vía de la fe y de la esperanza. De él el apóstol escribe: «Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones»; “esperando contra toda esperanza”: es duro esto, ¿eh? Esto es fuerte: no hay esperanza, pero yo espero. Y así nuestro padre Abraham. San Pablo se está refiriendo a la fe con la cual Abraham creyó en la palabra de Dios que le prometía un hijo. Pero de verdad era confiarse esperando “contra toda esperanza”, era tan imposible aquello que el Señor le estaba anunciando, porque él era anciano – tenía casi cien años – y su mujer era estéril. No lo ha logrado. Pero lo ha dicho Dios, y lui creyó. No había esperanza humana porque él era anciano y su mujer estéril: y él cree.

Confiando en esta promesa, Abraham se pone en camino, acepta dejar su tierra y hacerse extranjero, esperando en este “imposible” hijo que Dios habría debido donarle no obstante el vientre de Sara fuese como si estuviera muerto. Abrahán cree, su fe se abre a una esperanza aparentemente irracional; esta es la capacidad de ir más allá de los razonamientos humanos, de la sabiduría y de la prudencia del mundo, más allá de lo que es normalmente considerado sentido común, para creer en lo imposible. La esperanza abre nuevos horizontes, hace capaz de soñar lo que no es ni siquiera imaginable. La esperanza hace entrar en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. Es bella la virtud de la esperanza; nos da tanta fuerza para ir en la vida.

Pero es un camino difícil. Y llega el momento, también para Abraham, de la crisis de desaliento. Ha confiado, ha dejado su casa, su tierra y sus amigos. Todo. Y ha salido, ha llegado al país que Dios le había indicado, el tiempo ha pasado. En aquel tiempo hacer un viaje así no era como ahora, con los aviones – en 12 o 15 horas se hace –; se necesitaban meses, años. El tiempo ha pasado, pero el hijo no llega, el vientre de Sara permanece cerrado en su esterilidad.

Y Abraham, no digo que pierde la paciencia, sino se queja ante el Señor. Y esto aprendemos de nuestro padre Abraham: quejarnos ante el Señor es un modo de orar. A veces yo escucho, cuando confieso: “Me he quejado con el Señor…” y yo respondo: “No te quejes Él es Padre”. Y este es un modo de orar: quejarme ante el Señor, esto es bueno. Se queja ante el Señor y Abraham dice así: «Señor, respondió Abraham, […] yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco (Eliezer era quien gobernaba todas las cosas). Después añadió: “Tú no me has dado un descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero”. Entonces el Señor le dirigió esta palabra: “No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti”. Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: “Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abram creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación» (Gen 15,2-6).

La escena se desarrolla de noche, afuera esta oscuro, pero también en el corazón de Abraham esta la oscuridad de la desilusión, del desánimo, de la dificultad de continuar esperando en algo imposible. Ahora el patriarca es demasiado avanzado en los años, parece que no hay más tiempo para un hijo, y será un siervo el que entrará a heredar todo.

Abrahán se está dirigiendo al Señor, pero Dios, aunque este ahí presente y habla con él, es como si se hubiera alejado, como si no hubiese cumplido su palabra. Abraham se siente solo, esta viejo y cansado, la muerte se acerca. ¿Cómo continuar confiando?


Y además, ya este reclamo suyo es una forma de fe, es una oración. A pesar de todo, Abraham continúa creyendo en Dios y esperando en algo que todavía podría suceder. Al contrario, ¿para qué interpelar al Señor, quejándose ante Él, reclamando sus promesas? La fe no es solo silencio que acepta todo sin reclamar, la esperanza no es la certeza que te da seguridad ante las dudas y las perplejidades. Pero muchas veces, la esperanza es oscura; pero está ahí, la esperanza… que te lleva adelante. Fe es también luchar con Dios, mostrarle nuestra amargura, sin “pías” apariencias. “Me he molestado con Dios y le he dicho esto, esto, esto” Pero Él es Padre, Él te ha entendido: ve en paz. ¡Tengamos esta valentía! Y esto es la esperanza. Y la esperanza es también no tener miedo de ver la realidad por aquello que es y aceptar las contradicciones.

Abraham pues, en la fe, se dirige a Dios para que lo ayude a continuar esperando. Es curioso, no pide un hijo. Pide: “Ayúdame a continuar esperando”, la oración de tener esperanza. Y el Señor responde insistiendo con su improbable promesa: no será un siervo el heredero, sino un hijo, nacido de Abraham, generado por él. Nada ha cambiado, por parte de Dios. Él continúa afirmando aquello que había dicho, y no ofrece puntos de apoyo a Abraham, para sentirse seguro. Su única seguridad es confiar en la palabra del Señor y continuar esperando.

Y aquel signo que Dios dona a Abraham es una invocación a continuar creyendo y esperando: «Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas […] Así será tu descendencia». Es todavía una promesa, es todavía algo de esperar para el futuro. Dios saca afuera de la carpa a Abrahán, en realidad de sus visiones restringidas, y le muestra las estrellas. Para creer, es necesario saber ver con los ojos de la fe; no solo estrellas, que todos podemos ver, sino para Abrahán deben convertirse en el signo de la fidelidad de Dios.

Es esta la fe, este el camino de la esperanza que cada uno de nosotros debe recorrer. Si también a nosotros nos queda como única posibilidad mirar las estrellas, entonces es tiempo de confiar en Dios. No hay una cosa más bella. La esperanza no defrauda. Gracias.

Bendición Urbi Et Orbi.


Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad.

Hoy la Iglesia revive el asombro de la Virgen María, de san José y de los pastores de Belén, contemplando al Niño que ha nacido y que está acostado en el pesebre: Jesús, el Salvador.

En este día lleno de luz, resuena el anuncio del Profeta:

«Un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado:
lleva a hombros el principado, y es su nombre:
Maravilla del Consejero,
Dios guerrero,
Padre perpetuo,
Príncipe de la paz» (Is 9, 5).

El poder de un Niño, Hijo de Dios y de María, no es el poder de este mundo, basado en la fuerza y en la riqueza, es el poder del amor. Es el poder que creó el cielo y la tierra, que da vida a cada criatura: a los minerales, a las plantas, a los animales; es la fuerza que atrae al hombre y a la mujer, y hace de ellos una sola carne, una sola existencia; es el poder que regenera la vida, que perdona las culpas, reconcilia a los enemigos, transforma el mal en bien. Es el poder de Dios. Este poder del amor ha llevado a Jesucristo a despojarse de su gloria y a hacerse hombre; y lo conducirá a dar la vida en la cruz y a resucitar de entre los muertos. Es el poder del servicio, que instaura en el mundo el reino de Dios, reino de justicia y de paz.

Por esto el nacimiento de Jesús está acompañado por el canto de los ángeles que anuncian:

«Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2,14).

Hoy este anuncio recorre toda la tierra y quiere llegar a todos los pueblos, especialmente los golpeados por la guerra y por conflictos violentos, y que sienten fuertemente el deseo de la paz.

Paz a los hombres y a las mujeres de la martirizada Siria, donde demasiada sangre ha sido derramada. Sobre todo en la ciudad de Alepo, escenario, en las últimas semanas, de una de las batallas más atroces, es muy urgente que, respetando el derecho humanitario, se garanticen asistencia y consolación a la extenuada población civil, que se encuentra todavía en una situación desesperada y de gran sufrimiento y miseria. Es hora de que las armas callen definitivamente y la comunidad internacional se comprometa activamente para que se logre una solución negociable y se restablezca la convivencia civil en el País.

Paz para las mujeres y para los hombres de la amada Tierra Santa, elegida y predilecta por Dios. Que los Israelís y los Palestinos tengan la valentía y la determinación de escribir una nueva página de la historia, en la que el odio y la venganza cedan el lugar a la voluntad de construir conjuntamente un futuro de recíproca comprensión y armonía. Que puedan recobrar unidad y concordia Irak, Libia, Yemen, donde las poblaciones sufren la guerra y brutales acciones terroristas.

Paz a los hombres y mujeres en las diferentes regiones de África, particularmente en Nigeria, donde el terrorismo fundamentalista explota también a los niños para perpetrar el horror y la muerte. Paz en Sudán del Sur y en la República Democrática del Congo, para que se curen las divisiones y para que todos las personas de buena voluntad se esfuercen para iniciar nuevos caminos de desarrollo y de compartir, prefiriendo la cultura del diálogo a la lógica del enfrentamiento.

Paz a las mujeres y hombres que todavía padecen las consecuencias del conflicto en Ucrania oriental, donde es urgente una voluntad común para llevar alivio a la población y poner en práctica los compromisos asumidos.

Pedimos concordia para el querido pueblo colombiano, que desea cumplir un nuevo y valiente camino de diálogo y de reconciliación. Dicha valentía anime también la amada Venezuela para dar los pasos necesarios con vistas a poner fin a las tensiones actuales y a edificar conjuntamente un futuro de esperanza para la población entera.

Paz a todos los que, en varias zonas, están afrontando sufrimiento a causa de peligros constantes e injusticias persistentes. Que Myanmar pueda consolidar los esfuerzos para favorecer la convivencia pacífica y, con la ayuda de la comunidad internacional, pueda dar la necesaria protección y asistencia humanitaria a los que tienen necesidad extrema y urgente. Que pueda la península coreana ver superadas las tensiones que la atraviesan en un renovado espíritu de colaboración.

Paz a quien ha sido herido o ha perdido a un ser querido debido a viles actos de terrorismo que han sembrado miedo y muerte en el corazón de tantos países y ciudades. Paz —no de palabra, sino eficaz y concreta— a nuestros hermanos y hermanas que están abandonados y excluidos, a los que sufren hambre y los que son víctimas de violencia. Paz a los prófugos, a los emigrantes y refugiados, a los que hoy son objeto de la trata de personas. Paz a los pueblos que sufren por las ambiciones económicas de unos pocos y la avaricia voraz del dios dinero que lleva a la esclavitud. Paz a los que están marcados por el malestar social y económico, y a los que sufren las consecuencias de los terremotos u otras catástrofes naturales.

Y paz a los niños, en este día especial en el que Dios se hace niño, sobre todo a los privados de la alegría de la infancia a causa del hambre, de las guerras y del egoísmo de los adultos.

Paz sobre la tierra a todos los hombres de buena voluntad, que cada día trabajan, con discreción y paciencia, en la familia y en la sociedad para construir un mundo más humano y más justo, sostenidos por la convicción de que sólo con la paz es posible un futuro más próspero para todos.

Queridos hermanos y hermanas:

«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado»: es el «Príncipe de la paz». Acojámoslo.

[después de la Bendición]

Dirijo mi felicitación a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que estáis en esta plaza provenientes de todas las partes del mundo, y también a los que de diferentes Países estáis conectados a través de la radio, la televisión y por otros medios de comunicación.

En este día de alegría, todos estamos llamados a contemplar al Niño Jesús, que devuelve la esperanza a cada hombre sobre la faz de la tierra. Con su gracia, demos voz y cuerpo a esta esperanza, testimoniando la solidaridad y la paz. Feliz Navidad a todos.


(Papa Francisco: 25-12-2016).

Renunciemos a la tristeza y lo efímero porque ha nacido Dios.


«Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11). Las palabras del apóstol Pablo manifiestan el misterio de esta noche santa: ha aparecido la gracia de Dios, su regalo gratuito; en el Niño que se nos ha dado se hace concreto el amor de Dios para con nosotros.

Es una noche de gloria, esa gloria proclamada por los ángeles en Belén y también por nosotros en todo el mundo. Es una noche de alegría, porque desde hoy y para siempre Dios, el Eterno, el Infinito, es Dios con nosotros: no está lejos, no debemos buscarlo en las órbitas celestes o en una idea mística; es cercano, se ha hecho hombre y no se cansará jamás de nuestra humanidad, que ha hecho suya. Es una noche de luz: esa luz que, según la profecía de Isaías (cf. 9,1), iluminará a quien camina en tierras de tiniebla, ha aparecido y ha envuelto a los pastores de Belén (cf. Lc 2,9).

Los pastores descubren sencillamente que «un niño nos ha nacido» (Is 9,5) y comprenden que toda esta gloria, toda esta alegría, toda esta luz se concentra en un único punto, en ese signo que el ángel les ha indicado: «Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Este es el signo de siempre para encontrar a Jesús. No sólo entonces, sino también hoy. Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios.

Y con este signo, el Evangelio nos revela una paradoja: habla del emperador, del gobernador, de los grandes de aquel tiempo, pero Dios no se hace presente allí; no aparece en la sala noble de un palacio real, sino en la pobreza de un establo; no en los fastos de la apariencia, sino en la sencillez de la vida; no en el poder, sino en una pequeñez que sorprende. Y para encontrarlo hay que ir allí, donde él está: es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño. El Niño que nace nos interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos hará bien dejar estas cosas para encontrar de nuevo en la sencillez del Niño Dios la paz, la alegría, el sentido luminoso de la vida.

Dejémonos interpelar por el Niño en el pesebre, pero dejémonos interpelar también por los niños que, hoy, no están recostados en una cuna ni acariciados por el afecto de una madre ni de un padre, sino que yacen en los escuálidos «pesebres donde se devora su dignidad»: en el refugio subterráneo para escapar de los bombardeos, sobre las aceras de una gran ciudad, en el fondo de una barcaza repleta de emigrantes. Dejémonos interpelar por los niños a los que no se les deja nacer, por los que lloran porque nadie les sacia su hambre, por los que no tienen en sus manos juguetes, sino armas.

El misterio de la Navidad, que es luz y alegría, interpela y golpea, porque es al mismo tiempo un misterio de esperanza y de tristeza. Lleva consigo un sabor de tristeza, porque el amor no ha sido acogido, la vida es descartada. Así sucedió a José y a María, que encontraron las puertas cerradas y pusieron a Jesús en un pesebre, «porque no tenían [para ellos] sitio en la posada» (v. 7): Jesús nace rechazado por algunos y en la indiferencia de la mayoría. También hoy puede darse la misma indiferencia, cuando Navidad es una fiesta donde los protagonistas somos nosotros en vez de él; cuando las luces del comercio arrinconan en la sombra la luz de Dios; cuando nos afanamos por los regalos y permanecemos insensibles ante quien está marginado. ¡Esta mundanidad nos ha secuestrado la Navidad, es necesario liberarla!

Pero la Navidad tiene sobre todo un sabor de esperanza porque, a pesar de nuestras tinieblas, la luz de Dios resplandece. Su luz suave no da miedo; Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y frágil en medio de nosotros, como uno más. Nace en Belén, que significa «casa del pan». Parece que nos quiere decir que nace como pan para nosotros; viene a la vida para darnos su vida; viene a nuestro mundo para traernos su amor. No viene a devorar y a mandar, sino a nutrir y servir. De este modo hay una línea directa que une el pesebre y la cruz, donde Jesús será pan partido: es la línea directa del amor que se da y nos salva, que da luz a nuestra vida, paz a nuestros corazones.

Lo entendieron, en esa noche, los pastores, que estaban entre los marginados de entonces. Pero ninguno está marginado a los ojos de Dios y fueron justamente ellos los invitados a la Navidad. Quien estaba seguro de sí mismo, autosuficiente se quedó en casa entre sus cosas; los pastores en cambio «fueron corriendo de prisa» (cf. Lc 2,16). También nosotros dejémonos interpelar y convocar en esta noche por Jesús, vayamos a él con confianza, desde aquello en lo que nos sentimos marginados, desde nuestros límites, desde nuestros pecados. Dejémonos tocar por la ternura que salva. Acerquémonos a Dios que se hace cercano, detengámonos a mirar el belén, imaginemos el nacimiento de Jesús: la luz y la paz, la pobreza absoluta y el rechazo. Entremos en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas, nuestros pecados. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de Navidad: la belleza de ser amados por Dios. Con María y José quedémonos ante el pesebre, ante Jesús que nace como pan para mi vida. Contemplando su amor humilde e infinito, digámosle sencillamente gracias: gracias, porque has hecho todo esto por mí.


(Homilía del Papa Francisco: 24-12-2016)

25 diciembre 2016

Evangelio. Solemnidad de la Natividad del Señor.


Según San Juan 1, 1 - 18.

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio d él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.


Reflexión.

El prólogo de San Juan  da un testimonio sobre Jesús: es Palabra, Luz, vida, y está junto a Dios.
Jesús es la imagen perfecta de la sabiduría de Dios. Jesús viene a ser Palabra para las personas que no tienen voz. Luz para iluminar a las tinieblas de nuestro mundo, y Vida para levantar lo que está muerto. Vivamos con pleno sentido la Navidad.

Oración Navidad.



¿Por qué tanta excitación? ¿Qué ha sucedido?

¡El nacimiento del Hijo de Dios!

Tú, Jesús, el Hijo amado de Dios, has nacido

para que veamos con claridad
la medida de tu amor por nosotros.

Tú naciste en un portal,
fuera de la ciudad, sin abrigo,
y nos mostraste que estás al alcance de todos.

Reflexión del Día de Navidad.


¡Feliz Navidad!

Todavía resuenan en nuestros oídos el mensaje que el ángel anoche anunciaba a los pastores: “os ha nacido un Salvado: el Mesías, el Señor”. Y hoy es un día de gozo pleno, porque ya tenemos a Jesús entre nosotros. Dios, a través de Jesús, se ha querido quedar entre nosotros, se ha encarnado en la historia humana para siempre. Hoy es el día del Misterio de la Encarnación. Jesús comparte nuestra débil naturaleza. Dios está con y en medio de nosotros. Acojamos a ese niño que nace y quiere que le demos posada en nuestro corazón, en nuestra vida… Dejemos a un lado los anuncios y seamos activos en llevar a todos los hombres y mujeres de la tierra este gran acontecimiento que cambió toda la historia.

En la Primera Lectura del Profeta Isaías, nos hace rezar la frase tan conocida: “Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la buena noticia”. Jerusalén aclama que el tiempo de las tinieblas ha acabado. Se anuncia que algo grande ha llegado. Un mensajero se hace presente y las palabras de los profetas que en ocasiones les habían costado la propia vida, se acaba. Se vuelve un grito de júbilo y esperanza. Dios hace promesa a su pueblo, y la victoria pasa a ser de Dios y se acaba todo tipo de violencias.

En la Segunda Lectura de Pablo a los Hebreos, nos propone un plan nuevo. Éste nuevo plan viene de Dios, del que no falla. Hasta ahora, Dios hablaba a través de los profetas, pero desde hoy, es Jesús, el Hijo de Dios el que habla de diversas. Cristo es la Palabra última de Dios. Esto quiere decir, que Cristo comparte nuestra naturaleza, pero a su vez nos reconcilia con su Abbá, Dios. Ahora es Jesús el que habla y nos ayuda con Dios.

En el Evangelio de Juan, se nos presenta al Verbo que es Jesús y lo define como Señor. Que se ha hecho carne y está acampado entre nosotros. Juan habla de la “Palabra” que es Dios mismo. Una Palabra que es preexistente, que es Luz, que se hace carne y ha nacido.
No es un Dios que habla mucho, que opina y queda lejano, no. Es un Dios que se mete tanto en la historia y en nuestras vidas, que asume nuestras miserias y las convierte en nuevas y sanas. Un Dios que no va por libre ni independiente de las historias humanas, sino, que nos acompaña y lleva consigo nuestros sufrimientos, aunque a veces no lo notemos.
Y repito, Juan señala que “Jesús no está lejos de nosotros, está tan cerca que está entre nosotros. Ese mismo Jesús que nació en Belén, que nació de la Virgen y al que los pastores fueron a adorar, ese mismo, hoy, sale a nuestro encuentro. Él quiere nacer en nosotros y con nosotros.

Que la Virgen María nos ayude a ser conscientes de que su Hijo Jesús está entre nosotros, está con nosotros y cada uno de nosotros. Que sepamos descubrir en los otros a ese mismo Jesús y le demos pleno sentido a nuestra Navidad.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-del-dia-navidad-fray-jose-borja/

En la ciudad de Belen os ha nacido el Mesías, el Salvador, el Señor. Encontareis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre".



Feliz Navidad.

Hoy el Señor se hace pesebre en el enfermo, el pobre, el marginado, en los privados de libertad, en el refugiado, en el huérfano, en el drogadicto...
Acojamos a todas las personas más necesitadas para que se cumpla en nosotros el verdadero significado de la Navidad.

24 diciembre 2016

Reflexión: Misa 24 de diciembre.


¡Feliz Natividad del Señor!

En esta noche santa, Jesús nace para quedarse entre nosotros.
Hace unos momentos, hemos estado reunidos y cenando con nuestras familias, con nuestras comunidades. Ahora vamos a la Iglesia a celebrar que Dios se ha hecho uno de nosotros, que Dios se hace hombre.
Pudiendo nacer en palacios y sitios de prestigios, elige lo más sencillo, lo más humilde. Seguramente si a nosotros nos dieran a elegir donde nacer, ni se nos ocurriría decir en un establo y concretamente en un pesebre. Es más, no lo veríamos como un sitio “humano”.
Pero, Jesús viene a cambiar todas nuestras expectativas y viene a “confundirnos”.
Viene para poner luz donde hay tinieblas, para abrir las puertas de esos corazones que están cerrados a Dios y al prójimo, para darle la dignidad a esas personas que la han perdido, para ser libertad ante tanto cautivo y privados de libertad, para consolar a los tristes y desde la sencillez, poder llegar a todos por igual sin exclusión.

Que esta noche sepamos descubrir el sentido verdadero de la Navidad, que no es otro que ser reflejo de Dios en medio del mundo y ser coherentes con nuestra vida de cristiano.
Su Reino está aquí, y es un regalo, abramos sin miedo ese paquete que el Niño nos trae, y seamos valientes en ponerlo en funcionamiento.

En la Primera Lectura del Profeta Isaías, nos narra como un pueblo que anda en tinieblas, a través de un niño recién nacido le llega la Luz. Y es un niño como el resto, peor con algo especial: es un Príncipe de la Paz. Y esto le descoloca. No es el “Nuevo David” que esperan guerrero, triunfante, poderoso…
Es un niño que viene con el arma de la misericordia, del perdón. Que sus preferidos son los que nadie quiere, los últimos de la sociedad. Y este mensaje, es hoy en día esperanza. Porque Dios cumple su Palabra.

En la Segunda Lectura de la Carta de Pablo a Tito, nos habla de la venida de Cristo. Es una venida que no deja indiferente a nadie, y que necesita un cambio radical por nuestra parte. Es gracia que todos los pueblos esperaban con ansia, las que anunciaban tantas veces los profetas se hace vida y hace aparición en la humildad de un Niño.
Nosotros, los cristianos, no tenemos que esperar a ver una señal de las estrellas, sino, que teniendo una vida sencilla y austera (sin fijarnos si los otros la tienen o no) recibamos a Dios en Jesús. Si asumimos eso, dejaremos de usar palabras y nos conocerán por nuestros actos.

En el Evangelio de San Lucas, leemos como se produce el nacimiento de Jesús y sus complicaciones antes de que María diera a Luz. Si tenemos que resumir el evangelio en una palabra, sería: Pobreza. Vemos como Jesús nace en lo sencillo y en lo más humano.
Nace en un pesebre: que es un recipiente donde los animales comían.
Los primeros que recibieron la noticia que había nacido y contemplaron tan grande misterios fueron los pastores: Personas marginadas, pobres, los que estaban excluidos de la sociedad
Qué raro se hace que un Rey, nazca en tan grande pobreza y se reúna con los “peores” de la sociedad, ¿verdad? Pues aunque a nosotros nos parezca increíble, y año tras año adornemos con tan majestuosidad nuestros belenes y nuestras mesas en una noche tan simbólica, recordemos que Jesús vino a todo lo contrario.
Y aún así, el sigue soñando con que seamos entre nosotros más humanos, tengamos brazos que sepan abrirse para acoger a los demás con amor incondicional.

Pidamos a la Virgen María, que seamos como aquellos pastores que supieron escuchar la voz de tan gran anuncio, y que cada día demos testimonio al mundo del reflejo de ese Niño, que cuando vamos y le conocemos, no nos deja impasible.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-misa-del-gallo/

Felicitación de Navidad.


Hermanos y Hermanas en el Señor:

En el pórtico del Nacimiento del Señor, quiero desearos unas felices y bendecidas navidades; que el próximo año 2017, sea un año de encuentro con Dios y con los hermanos.

Celebrar la Navidad es tocar con los cinco sentidos el tan bello Misterio del nacimiento del Hijo de Dios. No es un Dios lejano, no es un Dios vengativo y que condene, no es un Dios que castigue, que apunte con el dedo….

Celebrar la Navidad es saber darnos cuenta, de que ninguna religión o dogma puede “encerrar o apropiarse de un Dios tan grande”. Un Dios que nace en la humildad y en la sencillez de una “cosa” tan frágil como es un niño recién nacido.
Es un Dios que sale al encuentro de lo más necesitados, de los más pobres, de los pecadores, de lo que necesitan de una mano que les acompañe y de unos brazos que abracen (como en la parábola del Hijo Pródigo).
Es un Dios que cura nuestras cegueras y enfermedades, que nos levanta cuando nos caemos. Un Dios que perdona, que da infinitas oportunidades y que no se cansa de decirnos que nos quiere, que nos quiere, que nos quiere…

Celebrar la Navidad es acoger al refugiado que viene huyendo para salvar su vida.
Navidad es visitar al interno que está privado de libertad; Navidad es estar al lado del que lo necesita.

Celebrar la Navidad es ser consciente de que Cristo está hoy con nosotros. Que no es culpable de nuestros sufrimientos, que no es culpable del hambre en el mundo… Navidad es ver a Cristo en cada acontecimiento de nuestra vida, de nuestro día a día.

No tengamos miedo a “Endulzarnos del Emmanuel” y sepamos ser Luz para tantas personas que viven en la oscuridad de los múltiples sufrimientos; seamos Palabra para esas personas vienen en nuestro alrededor que no tienen voz.

Que tú seas motivo del verdadero sentido de la palabra Navidad.

Unidos en la Oración.

Fray José Borja.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/felicitacion-navidad-2016-fray-jose-borja/

22 diciembre 2016

El Papa Francisco explica el símbolo de los regalos de Navidad.


Ante todo, expreso mi deseo de agradecer al Señor por todos los dones.
Porque es cierto que en estos días se piensa en los regalos de Navidad, pero en realidad quien hace el verdadero regalo es Él, nuestro Padre, que nos dona a Jesús”.

Nuestros regalos, esta bella tradición de intercambiar dones, debería expresar justamente esto: ser un reflejo del único don que es su Hijo hecho hombre y nacido de la Virgen María”.

Agradezco al Señor por el don del trabajo que es importantísimo ya sea para la misma persona que trabaja así como para su familia. Y mientras agradecemos, rezamos por las personas y las familias en de todo el mundo, que no tienen trabajo, o que muchas veces hacen trabajos no dignos, mal pagados, dañinos para la salud… debemos siempre agradecer a Dios por el trabajo.

Os animo a que cada uno contribuya a hacer que el trabajo sea digno, respetuoso de la persona y de la familia, que sea justo, alentando a seguir las directivas de la Doctrina Social de la Iglesia.

El Señor este año ha desbordado sobre nosotros su misericordia. ¿Y toda esta gracia ha concluido con el fin del Jubileo? ¡No! Esta gracia está dentro de nosotros, porque nosotros debemos hacerla fructificar en la vida de cada día, ya sea en familia o en el trabajo o en todo lugar.
La Navidad nos lo recuerda.

Es importante por ello abrirse a la gracia de Dios recibido en el Bautismo y en la Confirmación, pero debemos invocarlo cada día, despertar la acción del Espíritu en nosotros, para vivir en este mundo  (también en este pequeño mundo del Vaticano) con sobriedad, justicia y piedad’”.

Hago votos para que el Señor los bendiga y la Virgen los proteja. Y ante el pesebre, acuérdense de rezar por mí.


(Papa Francisco felicita a los trabajadores, 22-12-2016).

Catequesis de ayer miércoles del Papa Francisco: "La Esperanza es originada por la encarnación de Dios."


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos iniciado hace poco un camino de catequesis sobre el tema de la esperanza, muy apropiado para el tiempo del Adviento. El profeta Isaías ha sido quien nos ha guiado hasta ahora.

Hoy, a pocos días de la Navidad, quisiera reflexionar de modo más específico sobre el momento en el cual, por así decir, la esperanza ha entrado en el mundo, con la encarnación del Hijo de Dios. El mismo profeta Isaías había preanunciado el nacimiento del Mesías en algunos pasajes: «Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel» (7,14); y también – en otro pasaje – «Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces» (11,1).

En estos pasajes se entre ve el sentido de la Navidad: Dios cumple la promesa haciéndose hombre; no abandona a su pueblo, se acerca hasta despojarse de su divinidad. De este modo Dios demuestra su fidelidad e inaugura un Reino nuevo, que dona una nueva esperanza a la humanidad. Y ¿cuál es esta esperanza? La vida eterna.

Cuando se habla de la esperanza, muchas veces se refiere a lo que no está en el poder del hombre y que no es visible. De hecho, lo que esperamos va más allá de nuestras fuerzas y nuestra mirada. Pero el Nacimiento de Cristo, inaugurando la redención, nos habla de una esperanza distinta, una esperanza segura, visible y comprensible, porque está fundada en Dios.

Él entra en el mundo y nos dona la fuerza para caminar con Él –Dios camina con nosotros en Jesús–, caminar con Él hacia la plenitud de la vida; nos da la fuerza para estar de una manera nueva en el presente, a pesar de ser difícil.

Entonces, esperar para el cristiano significa la certeza de estar en camino con Cristo hacia el Padre que nos espera. La esperanza jamás está detenida, la esperanza siempre está en camino y nos hace caminar. Esta esperanza, que el Niño de Belén nos dona, ofrece una meta, un destino bueno en el presente, la salvación para la humanidad, la bienaventuranza para quien se encomienda a Dios misericordioso.

San Pablo resume todo esto con la expresión: «Solamente en esperanza hemos sido salvados» (Rom 8,24). Es decir, caminando de este modo, con esperanza, somos salvados. Y aquí podemos hacernos una pregunta, cada uno de nosotros: ¿yo camino con esperanza o mi vida interior está detenida, cerrada? ¿Mi corazón es un cajón cerrado o es un cajón abierto a la esperanza que me hace caminar? No solo sino con Jesús. Una buena pregunta para hacernos.

El pesebre

En las casas de los cristianos, durante el tiempo de Adviento, se prepara el pesebre, según la tradición que se remonta a San Francisco de Asís. En su simplicidad, el pesebre transmite esperanza; cada uno de los personajes está inmerso en esta atmósfera de esperanza.

Antes que nada notamos el lugar en el cual nace Jesús: Belén. Un pequeño pueblo de Judea donde mil años antes había nacido David, el pastor elegido por Dios como rey de Israel.

Belén no es una capital, y por esto es preferida por la providencia divina, que ama actuar a través de los pequeños y los humildes. En aquel lugar nace el “hijo de David” tan esperado, Jesús, en el cual la esperanza de Dios y la esperanza del hombre se encuentran.

Luego, miramos a María, Madre de la esperanza. Con su “si” abrió a Dios la puerta de nuestro mundo: su corazón de joven estaba lleno de esperanza, completamente animada por la fe; y así Dios la ha elegido y ella ha creído en su palabra.

Aquella que durante nueve meses ha sido el arca de la nueva y eterna Alianza, en la gruta contempla al Niño y ve en Él el amor de Dios, que viene a salvar a su pueblo y a la entera humanidad.

Junto a María estaba José, descendiente de Jesé y de David; también él ha creído en las palabras del ángel, y mirando a Jesús en el pesebre, piensa que aquel Niño viene del Espíritu Santo, y que Dios mismo le ha ordenado llamarle así, “Jesús”.

En este nombre está la esperanza para todo hombre, porque mediante este hijo de mujer, Dios salvará a la humanidad de la muerte y del pecado. Por esto es importante mirar el pesebre: detenerse un poco y mirar y ver cuanta esperanza hay en esta gente.

Y también en el pesebre están los pastores, que representan a los humildes y a los pobres que esperaban al Mesías, el «consuelo de Israel» (Lc 2,25) y la «redención de Jerusalén» (Lc 2,38).

En aquel Niño ven la realización de las promesas y esperan que la salvación de Dios llegue finalmente para cada uno de ellos. Quien confía en sus propias seguridades, sobre todo materiales, no espera la salvación de Dios. Pero fijemos esto en la cabeza: nuestras propias seguridades no nos salvaran. Las propias seguridades no nos salvaran, solamente la seguridad que nos salva es aquella de la esperanza en Dios, aquella que nos salva, aquella fuerte.

Y aquella que nos hace caminar en la vida con alegría, con ganas de hacer el bien, con las ganas de ser felices para toda la eternidad. Los pequeños, los pastores, en cambio confían en Dios, esperan en Él y se alegran cuando reconocen en este Niño el signo indicado por los ángeles (Cfr. Lc 2,12).

Y justamente ahí está el coro de los ángeles que anuncia desde lo alto el gran designio que aquel Niño realiza: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él» (Lc 2,14). La esperanza cristiana se expresa en la alabanza y en el agradecimiento a Dios, que ha inaugurado su Reino de amor, de justicia y de paz.

Queridos hermanos y hermanas, en estos días, contemplando el pesebre, nos preparamos para el Nacimiento del Señor. Será verdaderamente una fiesta si acogemos a Jesús, semilla de esperanza que Dios siembra en los surcos de nuestra historia personal y comunitaria. Cada “si” a Jesús que viene es un germen de esperanza.

Tengamos confianza en este germen de esperanza, en este sí: “Si Jesús, tú puedes salvarme, tú puedes salvarme”. ¡Feliz Navidad de esperanza para todos!


(Roma, 21-12-2016)

18 diciembre 2016

Evangelio. Domingo IV de Adviento.


Según San Mateo 1, 18 - 24.

La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. 
Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.


Reflexión.

No dudemos de que José, con su trabajo, con su compromiso en su entorno familiar y social hizo la voluntad de Dios y lo consideró como hombre de confianza en la colaboración en la Redención humana por medio de su Hijo hecho hombre como nosotros.

Reflexión del IV Domingo de Adviento.


El domingo pasado, la Iglesia celebraba el “Domingo de Gaudete”, un domingo donde teníamos que tener una alegría especial dentro de esa espera al nacimiento de Jesús.
En Isaías veíamos como Jerusalén no era derrotada y no perdieron la esperanza, sino que se ponían encamino hacia la nueva Sión; el no tirar la toalla, ser constan y no perder la esperanza, era lo esencial de la segunda lectura. Unido al Evangelio, Mateo nos relataba a Juan el Bautista encarcelado, y con un pensamiento de la venida del Mesías no muy real.

En este Domingo IV del Tiempo de Adviento, es el domingo de la esperanza y la espera.
Estamos a las puertas de celebrar el nacimiento del Dios hecho hombre. Nos tendríamos que preguntar, si las mismas ganas que hemos puesto para adornar nuestras casas, nuestras Parroquias, nuestros belenes… es igual o inclusive más, la de nosotros mismos para la venida del Emmanuel. Igual que José, María, los pastores y los magos se dejaron empapar por la grandiosidad del momento, no nos distraigamos y nos perdamos con cosas superfluas que son externas al verdadero sentido de la Navidad. Vayamos haciéndole un hueco a ese niño que va a nacer y acerquémonos a los sacramentos con humildad y esperanza, de cara a recibirlo con el mejor de nuestros trajes: un corazón reconciliado y limpio.

En la Primera Lectura del Profeta Isaías, nos avisa que todo está apunto para la llegada del Mesías. Marca una señal: “Una Virgen encinta, que dará a luz a un niño al que se llamará el Emmanuel: Dios con nosotros”. A veces no entendemos los planes de Dios, y nos descoloca un poco, pero se vale de medios para hacerse presente, aunque para nosotros, no sean los “normales/ordinarios”. La salvación proviene de Dios a través de una cosa tan humilde y sencilla como es la naturaleza humana de un niño. De nada sirve ser poderosos, actuar de forma violenta o con armas, ser sumisos o aceptar de grandes dogmas y normas… Un niño. Si, en un niño se encierra todo lo que Dios va a ser en el futuro: plena ternura, pleno amor sin condiciones, y plena humildad… Y viene, de una mujer con una gran fe, una gran disposición a la voluntad de Dios. ¿Se puede venir de una forma mejor y más humana?

En la Segunda Lectura de la carta de Pablo a los Romanos, nos presenta a un Pablo fuertemente unido a Jesús, y con fidelidad coherente para anunciar el Evangelio.
Pablo no habla de un Jesús como simple “personaje histórico”, sino que es el mismo Hijo de Dios, Resucitado de los muertos, y es la promesa para salvar al mundo, como los antiguos profetas anunciaban. Un Jesús Resucitado que no tiene distinción. Salva a TODOS POR IGUAL, ya sea de la religión que sea, profese o no nuestra fe. Porque en un corazón bueno, aunque los labios no lo profesen, se encuentra en el fondo del corazón Dios. Cuidemos nuestros juicios de tu estás salvado o tu condenado. Porque el niño que nació en Belén, y más tarde fue Resucitado, no condenó a nadie, al revés, da la oportunidad a todos y respeta nuestra libertad.

En el Evangelio de Mateo, nos relata cómo es el nacimiento de Jesús y el anuncio de Dios a José de que su mujer va a tener un hijo. El ángel le comunica la procedencia que tiene el Hijo que espera María. Es un anuncio y un niño que superan todas las expectativas humanas: concebido por el Espíritu Santo, Hijo de Dios, y tiene unión con la primera lectura de Isaías que he mencionado anteriormente. La Profecía de Isaías, llega a la plenitud en Jesús. No es un Dios terror, ni castigador, ni que condena… Es un Dios Padre, (Abba: Papá, Papaito) que perdona y que tiene misericordia. Un Dios que se queda con nosotros, que está atento y que sufre con nuestros sufrimientos. Un Dios que es cercano con y de nosotros.

Que José y María intercedan por nosotros ante Dios, para que sepamos aceptar la voluntad del Señor en nuestras vidas, aunque a veces, nos parezca una locura. Que nos ayuden a no perder la esperanza ante tantos momentos de dificultad que la vida nos vaya poniendo, y sepamos acoger a ese Dios que se hace hombre.
Este fin de semana, la Orden y Familia Trinitaria estamos celebrando a nuestro Fundador: San Juan de Mata. Que el interceda para que sepamos mirar con misericordia a tantos cautivos de nuestro mundo.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-del-iv-domingo-de-adviento-por-fray-jose-borja/

17 diciembre 2016

La Orden y Familia Trinitaria celebramos hoy a nuestro Fundador.


Nació alrededor de 1154 en un pequeño pueblo de Faucon, en la actual Provenza Francesa.
Con unos quince años sus padres lo enviaron a Paris para estudiar en la escuela de la catedral. Estudió con los mejores teólogos del siglo XII, sobre todo porque la escuela más famosa del momento era precisamente la de Paris, pero eso no dejaba a Juan contento, así que dejó la escuela de la catedral y se unió a la escuela de la abadía de San Víctor, donde enseñaba Ricardo de San Víctor, fundada por Hugo de San Víctor, que había transformado la teología describiendo la Trinidad como Amor y no como especulación filosófica.
Juan no sabía lo que quería de su vida, es verdad que en aquellos tiempos todo el mundo hablaba de cruzadas, de recuperar los santos lugares a los musulmanes, de devolver al cristianismo su antigua gloria en el campo de batalla. Pero no le convencía ese estilo de hacer cristianismo. Cuando decidió ordenarse sacerdote pidió a Dios insistentemente que le diera una señal para saber qué hacer con su vida.

Celebró la primera Misa en Paris, acompañado por el obispo y el abad de san Víctor, y entonces, cuando consagraba el pan y el vino, sintió que Dios le llamaba a liberar, su visión se centraba en Cristo que liberaba por igual a un cristiano y a un musulmán. Esto dejó a Juan muy intrigado. ¿Cómo podía Cristo tratar igual a un musulmán y a un cristiano? ¿No eran acaso los musulmanes los que ocupaban el sepulcro de Cristo?
Se fue a meditar a Cerfroid, a pocos kilómetros de París. Allí vivían algunos ermitaños que se dedicaban a la oración y a la penitencia. Conoció a Félix de Valois, que le animó a comenzar un nuevo camino en la Iglesia.
Comenzaron a vivir juntos en una pequeña casa que les regalaron en aquel bosque de Cerfroid, era el año 1193. Cinco años después decidieron hacer más oficial la nueva comunidad, así que Juan de Mata viajó a Roma para pedir la aprobación del papa Inocencio III.

El 17 de diciembre de 1198, el Papa no sólo aprobó la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos, sino que también dio a Juan de Mata una carta para el sultán de Marruecos, presentando su proyecto de redención. Después le regalaría una casa en Roma para que pudiera estar cerca de él una comunidad de estos religiosos, tan importantes en aquella época de cruzadas y guerras religiosas.
Lo único en lo que falló el Papa es que aquellos religiosos no querían saber nada de las cruzadas ni de las armas. Más bien se fueron haciendo famosos entre los mismos musulmanes por dedicarse a la misericordia sin mezclarse en otros temas que les enfrentaban a los cristianos.
El 17 de diciembre de 1213 Juan de Mata murió en Roma, en la casa de Santo Tomás in Formis, en cuya fachada había mandado colocar tres años antes un gran mosaico representando la visión de su primera Misa.

Unos quinientos años después, por avatares de la historia, sus reliquias viajaron a Madrid y en 1969 se depositaron en la iglesia de los trinitarios en Salamanca, donde aún se encuentran actualmente.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/manana-se-celebra-san-juan-de-mata-fundador-de-la-orden-de-la-santisima-trinidad-y-de-los-cautivos/

15 diciembre 2016

Hay sacerdotes y cristianos que nunca están satisfechos con lo que Dios les da. No logran entender el núcleo de la revelación.


Hay sacerdotes insatisfechos que hacen mucho mal y así tienen su corazón lejano de la lógica de Dios y por eso se lamentan o viven tristes.

Sin embargo, la lógica de Jesús debería dar plena satisfacción a un sacerdote. Es la lógica del mediador y Jesús es el mediador entre Dios y nosotros, y nosotros debemos tomar este camino de mediadores. Ser un intermediario es otra cosa porque hace su trabajo y coge el dinero y él nunca pierde.
El mediador se pierde a sí mismo para unir a las partes, da la vida, a sí mismo, el precio es ese: la propia vida, paga con la propia vida, el propio cansancio, el propio trabajo, con muchas cosas. Y la lógica de Jesús como mediador es la de negarse a sí mismo.

El sacerdote auténtico es un mediador cercano a su pueblo y el intermediario actúa siempre como un funcionario, no sabe qué significa mancharse las manos. Por eso, cuando el sacerdote cambia de mediador a intermediario no es feliz, está triste.

También para hacerse importantes, los sacerdotes intermediarios toman el camino de la rigidez: muchas veces, cansados de la gente, no sabe qué es el dolor humano; pierden eso que habían aprendido en casa, con el trabajo de su padre, de su madre, el abuelo, la abuela, los hermanos.

Mucha gente que se acerca buscando un poco de consuelo, un poco de comprensión es echada con esta rigidez.
Con la rigidez llega la mundanidad, y un sacerdote mundano, rígido es alguien insatisfecho porque ha tomado un camino equivocado.

Sobre rigidez y mundanidad, sucedió hace tiempo que vino a mí un anciano monseñor de la curia, que trabaja, un hombre normal, un buen hombre, enamorado de Jesús y me ha contado que fue al Euroclero (una tienda en Roma en la que se compran artículos religiosos) a comprase un par de camisas y ha visto delante del espejo a un joven –él pensaba que no tendría más de 25 años, un sacerdote joven o que estaba a punto de ser ordenado– delante del espejo, con un manto grande, largo, de terciopelo, una cadena de plata y se miraba. Y después tomó el ‘saturno’ (sombrero que usan algunos sacerdotes), se lo ha puesto y se miraba. Un rígido mundano. Y ese sacerdote –el monseñor este es muy sabio y consiguió superar el dolor con una broma de sano humor– dijo: ‘¡Y después se dice que la Iglesia no permite el sacerdocio a las mujeres!’ Así que lo que le ocurre al sacerdote cuando se convierte en un funcionario termina en lo ridículo, siempre.

En el examen de conciencia consideren esto: ¿He sido hoy un funcionario o un mediador? ¿Me he cuidado a mí mismo, me he buscado a mí mismo, mi comodidad, mi orden o he dejado que la jornada fuese al servicio de los otros?.

Una vez una persona me dijo que él reconocía a los sacerdotes por la actitud con los niños: si saben acariciar a un niño, jugar con un niño… Es interesante esto porque significa que saben abajarse, acercarse a las pequeñas cosas. Sin embargo, el intermediario está triste, siempre con esa cara triste y demasiado seria, con la cara oscura. El mediador tiene siempre una sonrisa y hace gala de la acogida, la comprensión y las caricias.

Propongo a 3 personas como modelo de sacerdotes mediadores:

Policarpo: no negocia su vocación y va con coraje a la hoguera y cuando el fuego llega a él los fieles que estaban ahí sintieron olor a pan. Así termina un mediador, como un trozo de pan para sus fieles.

San Francisco Javier: Muere joven mirando a China.

San Pablo: Cuando murió, los soldados fueron a él, le tomaron y él caminaba encorvad” sabiendo que iba a morir.

Son tres iconos que pueden ayudarnos. Mirémosles allí. ¿Cómo quiero terminar mi vida de sacerdote? ¿Como funcionario, como intermediario o como mediador, es decir, en la cruz?.


(Papa Francisco en Santa Marta, 9-12-2016)

Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de la Paz el 1 enero del 2017.


Mensaje del Santo Padre Francisco

Jornada mundial de la Paz 1 enero 2017

«La no violencia: estilo de una política para la paz»

1. Al comienzo de este nuevo año formulo mis más sinceros deseos de paz para los pueblos y para las naciones del mundo, para los Jefes de Estado y de Gobierno, así como para los responsables de las comunidades religiosas y de los diversos sectores de la sociedad civil.

Deseo la paz a cada hombre, mujer, niño y niña, a la vez que rezo para que la imagen y semejanza de Dios en cada persona nos permita reconocernos unos a otros como dones sagrados dotados de una inmensa dignidad. Especialmente en las situaciones de conflicto, respetemos su «dignidad más profunda»1 y hagamos de la no violencia activa nuestro estilo de vida.

Este es el Mensaje para la 50 Jornada Mundial de la Paz. En el primero, el beato Papa Pablo VI se dirigió, no sólo a los católicos sino a todos los pueblos, con palabras inequívocas: «Ha aparecido finalmente con mucha claridad que la paz es la línea única y verdadera del progreso humano (no las tensiones de nacionalismos ambiciosos, ni las conquistas violentas, ni las represiones portadoras de un falso orden civil)».

Advirtió del «peligro de creer que las controversias internacionales no se pueden resolver por los caminos de la razón, es decir de las negociaciones fundadas en el derecho, la justicia, la equidad, sino sólo por los de las fuerzas espantosas y mortíferas».

Por el contrario, citando Pacem in terris de su predecesor san Juan XXIII, exaltaba «el sentido y el amor de la paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor».2 Impresiona la actualidad de estas palabras, que hoy son igualmente importantes y urgentes como hace cincuenta años.

En esta ocasión deseo reflexionar sobre la no violencia como un estilo de política para la paz, y pido a Dios que se conformen a la no violencia nuestros sentimientos y valores personales más profundos.

Que la caridad y la no violencia guíen el modo de tratarnos en las relaciones  interpersonales, sociales e internacionales. Cuando las víctimas de la violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de construcción de la paz.

Que la no violencia se trasforme, desde el nivel local y cotidiano hasta el orden mundial, en el estilo característico de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas sus formas.

Un mundo fragmentado

2. El siglo pasado fue devastado por dos horribles guerras mundiales, conoció la amenaza de la guerra nuclear y un gran número de nuevos conflictos, pero hoy lamentablemente estamos ante una terrible guerra mundial por partes.

No es fácil saber si el mundo actualmente es más o menos violento de lo que fue en el pasado, ni si los modernos medios de comunicación y la movilidad que caracteriza nuestra época nos hace más conscientes de la violencia o más habituados a ella.

En cualquier caso, esta violencia que se comete «por partes», en modos y niveles diversos, provoca un enorme sufrimiento que conocemos bien: guerras en diferentes países y continentes; terrorismo, criminalidad y ataques armados impredecibles; abusos contra los emigrantes y las víctimas de la trata; devastación del medio ambiente. ¿Con qué fin?

La violencia, ¿permite alcanzar objetivos de valor duradero? Todo lo que obtiene, ¿no se reduce a desencadenar represalias y espirales de conflicto letales que benefician sólo a algunos «señores de la guerra»?

La violencia no es la solución para nuestro mundo fragmentado. Responder con violencia a la violencia lleva, en el mejor de los casos, a la emigración forzada y a un enorme sufrimiento, ya que las grandes cantidades de recursos que se destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultad, de los ancianos, de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del mundo. En el peor de los casos, lleva a la muerte física y espiritual de muchos, si no es de todos.

La Buena Noticia

3. También Jesús vivió en tiempos de violencia. Él enseñó que el verdadero campo de batalla, en el que se enfrentan la violencia y la paz, es el corazón humano: «Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos» (Mc 7,21). Pero el mensaje de Cristo, ante esta realidad, ofrece una respuesta radicalmente positiva: él predicó incansablemente el amor incondicional de Dios que acoge y perdona, y enseñó a sus discípulos a amar a los enemigos (cf. Mt 5,44) y a poner la otra mejilla (cf. Mt 5,39).

Cuando impidió que la adúltera fuera lapidada por sus acusadores (cf. Jn 8,1-11) y cuando, la noche antes de morir, dijo a Pedro que envainara la espada (cf. Mt 26,52), Jesús trazó el camino de la no violencia, que siguió hasta el final, hasta la cruz, mediante la cual construyó la paz y destruyó la enemistad (cf. Ef 2,14-16).

Por esto, quien acoge la Buena Noticia de Jesús reconoce su propia violencia y se deja curar por la misericordia de Dios, convirtiéndose a su vez en instrumento de reconciliación, según la exhortación de san Francisco de Asís: «Que la paz que anunciáis de palabra la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones».3

Ser hoy verdaderos discípulos de Jesús significa también aceptar su propuesta de la no violencia. Esta —como ha afirmado mi predecesor Benedicto XVI— «es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad. Este “plus” viene de Dios».4

Y añadía con fuerza: «para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. El amor a los enemigos constituye el núcleo de la “revolución cristiana”».5

Precisamente, el evangelio del amad a vuestros enemigos (cf. Lc 6,27) es considerado como «la carta magna de la no violencia cristiana», que no se debe entender como un «rendirse ante el mal […], sino en responder al mal con el bien (cf. Rm 12,17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia».6

Más fuerte que la violencia

4. Muchas veces la no violencia se entiende como rendición, desinterés y pasividad, pero en realidad no es así. Cuando la Madre Teresa recibió el premio Nobel de la Paz, en 1979, declaró claramente su mensaje de la no violencia activa: «En nuestras familias no tenemos necesidad de bombas y armas, de destruir para traer la paz, sino de vivir unidos, amándonos unos a otros […]. Y entonces seremos capaces de superar todo el mal que hay en el mundo».7 Porque la fuerza de las armas es engañosa. «Mientras los traficantes de armas hacen su trabajo, hay pobres constructores de paz que dan la vida sólo por ayudar a una persona, a otra, a otra»; para estos constructores de la paz, Madre Teresa es «un símbolo, un icono de nuestros tiempos».8

En el pasado mes de septiembre tuve la gran alegría de proclamarla santa. He elogiado su disponibilidad hacia todos por medio de «la acogida y la defensa de la vida humana, tanto de la no nacida como de la abandonada y descartada […]. Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes —¡ante los crímenes!— de la pobreza creada por ellos mismos».9

Como respuesta —y en esto representa a miles, más aún, a millones de personas—, su misión es salir al encuentro de las víctimas con generosidad y dedicación, tocando y vendando los cuerpos heridos, curando las vidas rotas. La no violencia practicada con decisión y coherencia ha producido resultados impresionantes.

No se olvidarán nunca los éxitos obtenidos por Mahatma Gandhi y Khan Abdul Ghaffar Khan en la liberación de la India, y de Martin Luther King Jr. contra la discriminación racial. En especial, las mujeres son frecuentemente líderes de la no violencia, como, por ejemplo, Leymah Gbowee y miles de mujeres liberianas, que han organizado encuentros de oración y protesta no violenta (pray-ins), obteniendo negociaciones de alto nivel para la conclusión de la segunda guerra civil en Liberia.

No podemos olvidar el decenio crucial que se concluyó con la caída de los regímenes comunistas en Europa. Las comunidades cristianas han contribuido con su oración insistente y su acción valiente. Ha tenido una influencia especial el ministerio y el magisterio de san Juan Pablo II.

En la encíclica Centesimus annus (1991), mi predecesor, reflexionando sobre los sucesos de 1989, puso en evidencia que un cambio crucial en la vida de los pueblos, de las naciones y de los estados se realiza «a través de una lucha pacífica, que emplea solamente las armas de la verdad y de la justicia».10 Este itinerario de transición política hacia la paz ha sido posible, en parte, «por el compromiso no violento de hombres que, resistiéndose siempre a ceder al poder de la fuerza, han sabido encontrar, una y otra vez, formas eficaces para dar testimonio de la verdad».

Y concluía: «Ojalá los hombres aprendan a luchar por la justicia sin violencia, renunciando a la lucha de clases en las controversias internas, así como a la guerra en las internacionales».11

La Iglesia se ha comprometido en el desarrollo de estrategias no violentas para la promoción de la paz en muchos países, implicando incluso a los actores más violentos en un mayor esfuerzo para construir una paz justa y duradera.

Este compromiso en favor de las víctimas de la injusticia y de la violencia no es un patrimonio exclusivo de la Iglesia Católica, sino que es propio de muchas tradiciones religiosas, para las que «la compasión y la no violencia son esenciales e indican el camino de la vida».12 Lo reafirmo con fuerza: «Ninguna religión es terrorista».13 La violencia es una profanación del nombre de Dios.14

No nos cansemos nunca de repetirlo: «Nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Sólo la paz es santa. Sólo la paz es santa, no la guerra».15

La raíz doméstica de una política no violenta

5. Si el origen del que brota la violencia está en el corazón de los hombres, entonces es fundamental recorrer el sendero de la no violencia en primer lugar en el seno de la familia. Es parte de aquella alegría que presenté, en marzo pasado, en la Exhortación apostólica Amoris laetitia, como conclusión de los dos años de reflexión de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia.

La familia es el espacio indispensable en el que los cónyuges, padres e hijos, hermanos y hermanas aprenden a comunicarse y a cuidarse unos a otros de modo desinteresado, y donde los desacuerdos o incluso los conflictos deben ser superados no con la fuerza, sino con el diálogo, el respeto, la búsqueda del bien del otro, la misericordia y el perdón.16

Desde el seno de la familia, la alegría se propaga al mundo y se irradia a toda la sociedad.17 Por otra parte, una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre las personas y entre los pueblos no puede basarse sobre la lógica del miedo, de la violencia y de la cerrazón, sino sobre la responsabilidad, el respeto y el diálogo sincero.

En este sentido, hago un llamamiento a favor del desarme, como también de la prohibición y abolición de las armas nucleares: la disuasión nuclear y la amenaza cierta de la destrucción recíproca, no pueden servir de base a este tipo de ética.18

Con la misma urgencia suplico que se detenga la violencia doméstica y los abusos a mujeres y niños. El Jubileo de la Misericordia, concluido el pasado mes de noviembre, nos ha invitado a mirar dentro de nuestro corazón y a dejar que entre en él la misericordia de Dios.

El año jubilar nos ha hecho tomar conciencia del gran número y variedad de personas y de grupos sociales que son tratados con indiferencia, que son víctimas de injusticia y sufren violencia. Ellos forman parte de nuestra «familia», son nuestros hermanos y hermanas. Por esto, las políticas de no violencia deben comenzar dentro de los muros de casa para después extenderse a toda la familia humana.

«El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del  aprovechamiento, del egoísmo».19

Mi llamamiento

6. La construcción de la paz mediante la no violencia activa es un elemento necesario y coherente del continuo esfuerzo de la Iglesia para limitar el uso de la fuerza por medio de las normas morales, a través de su participación en las instituciones internacionales y gracias también a la aportación competente de tantos cristianos en la elaboración de normativas a todos los niveles. Jesús mismo nos ofrece un «manual» de esta estrategia de construcción de la paz en el así llamado Discurso de la montaña.

Las ocho bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-10) trazan el perfil de la persona que podemos definir bienaventurada, buena y auténtica. Bienaventurados los mansos —dice Jesús—, los misericordiosos, los que trabajan por la paz, y los puros de corazón, los que tienen hambre y sed de la justicia.

Esto es también un programa y un desafío para los líderes políticos y religiosos, para los responsables de las instituciones internacionales y los dirigentes de las empresas y de los medios de comunicación de todo el mundo: aplicar las bienaventuranzas en el desempeño de sus propias responsabilidades.

Es el desafío de construir la sociedad, la comunidad o la empresa, de la que son responsables, con el estilo de los trabajadores por la paz; de dar muestras de misericordia, rechazando descartar a las personas, dañar el ambiente y querer vencer a cualquier precio. Esto exige estar dispuestos a «aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso».20

Trabajar de este modo significa elegir la solidaridad como estilo para realizar la historia y construir la amistad social.

La no violencia activa es una manera de mostrar verdaderamente cómo, de verdad, la unidad es más importante y fecunda que el conflicto. Todo en el mundo está íntimamente interconectado.21

Puede suceder que las diferencias generen choques: afrontémoslos de forma constructiva y no violenta, de manera que «las tensiones y los opuestos [puedan] alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida», conservando «las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna».22

La Iglesia Católica acompañará todo tentativo de construcción de la paz también con la no violencia activa y creativa. El 1 de enero de 2017 comenzará su andadura el nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que ayudará a la Iglesia a promover, con creciente eficacia, «los inconmensurables bienes de la justicia, la paz y la protección de la creación» y de la solicitud hacia los emigrantes, «los necesitados, los enfermos y los excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales, los encarcelados, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura».23

En conclusión

7. Como es tradición, firmo este Mensaje el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. María es Reina de la Paz. En el Nacimiento de su Hijo, los ángeles glorificaban a Dios deseando paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad (cf. Lc 2,14).

Pidamos a la Virgen que sea ella quien nos guíe. «Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla».24

En el 2017, comprometámonos con nuestra oración y acción a ser personas que aparten de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a construir comunidades no violentas, que cuiden de la casa común. «Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz».25

Vaticano, 8 de diciembre de 2016


Francisco

Catequesis de ayer miércoles del Papa Francisco: Anunciar la Buena Noticia de manera “urgente”.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Nos estamos acercando a la Navidad, y el profeta Isaías una vez más nos ayuda a abrirnos a la esperanza acogiendo la Buena Noticia de la llegada de la salvación.

El capítulo 52 de Isaías inicia con la invitación dirigida a Jerusalén para que se despierte, se quite de encima el polvo y las cadenas y se revista con los vestidos más bellos, porque el Señor ha venido a liberar a su pueblo (vv. 1-3). Y agrega: «Mi Pueblo conocerá mi Nombre en ese día, porque yo soy aquel que dice: ¡Aquí estoy!» (v. 6).

A este, “aquí estoy” dicho por Dios, que resume toda su voluntad de salvación y de acercarse a nosotros, responde el canto de alegría de Jerusalén, según la invitación del profeta. Es un momento histórico muy importante. Es el fin del exilio en Babilonia, es la posibilidad para Israel de encontrar a Dios y, en la fe –en la fe– encontrarse a sí mismo.

El Señor está cerca, y el “pequeño resto”, es decir, el pequeño pueblo que ha quedado después del exilio, el “pequeño resto” que en el exilio ha resistido en la fe, que ha atravesado la crisis y ha continuado creyendo y esperando incluso en medio de la oscuridad, aquel “pequeño resto” podrá ver las maravillas de Dios.

A este punto el profeta introduce un canto de júbilo: «¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: ¡Tu Dios reina!. […] ¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén!, – las ruinas deben cantar porque llega la liberación, viene la reconstrucción –¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén! El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, verán la salvación de nuestro Dios» (Is 52,7.9-10).

Hasta aquí, Isaías. Estas palabras de Isaías, sobre las cuales queremos detenernos un poco, hacen referencia al milagro de la paz, y lo hacen de un modo muy particular, poniendo la mirada no sobre el mensajero, sino sobre sus pies que corren veloz: «¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia…».

Parece el esposo del Cantar de los Cantares que corre hacia su amada: «Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas» (Cant 2,8). También así, el mensajero de la paz corre, llevando la buena noticia de liberación, de salvación, y proclamando que Dios reina.

Dios no ha abandonado a su pueblo y no se ha dejado derrotar por el mal, porque Él es fiel, y su gracia es más grande del pecado. Esto debemos aprenderlo, ¿eh? ¡Porque nosotros somos testarudos! Y no aprendemos esto. Pero yo les hare una pregunta: ¿Quién es más grande, Dios o el pecado? ¿Quién? … Ah, no están convencidos. No se escucha bien. Y ¿Quién vence al final? ¿Dios o el pecado? Y ¿Dios es capaz de vencer el pecado más grave? También ¿el pecado más vergonzoso? ¿Incluso el pecado que es terrible, el peor de los pecados, es capaz de vencerlo? Sí.

Y esta pregunta no es fácil, veamos si entre ustedes hay un teólogo o una teóloga para responder: ¿Con qué armas vence Dios el pecado? Con el amor. Bien, tantos buenos teólogos. Y esto –que Dios vence el pecado– quiere decir que “Dios reina”; son estas las palabras de la fe en un Señor cuya potencia se inclina hacia la humanidad, se abaja, para ofrecer misericordia y liberar al hombre de lo que desfigura en él la imagen bella de Dios, porque cuando estamos en el pecado la imagen de Dios se desfigura.

Y el cumplimiento de tanto amor será justamente el Reino instaurado por Jesús, aquel Reino de perdón y de paz que nosotros celebramos con la Navidad y que se realiza definitivamente en la Pascua. Y la alegría más bella de la Navidad es aquella alegría interior de paz: el Señor ha cancelado mis pecados, el Señor me ha perdonado, el Señor ha tenido misericordia de mí, ha venido a salvarme. Esta es la alegría de la Navidad.

Son estos, hermanos y hermanas, los motivos de nuestra esperanza. Cuando todo parece terminar, cuando, ante tantas realidades negativas, la fe se hace difícil y viene la tentación de decir que nada más tiene sentido, ahí está en cambio la bella noticia traída por esos pies veloces: Dios está viniendo a realizar algo nuevo, a instaurar un reino de paz; Dios ha “desnudado su brazo” y viene a traer libertad y consolación. El mal no triunfará por siempre, existe un final para el dolor. La desesperación ha sido vencida porque Dios está entre nosotros.

Y también nosotros estamos llamados a despertarnos un poco, como Jerusalén, según la invitación que le dirige el profeta; estamos llamados a convertirnos en hombres y mujeres de esperanza, colaborando con la llegada de este Reino hecho de luz y destinado a todos, hombres y mujeres de esperanza.

Pero qué feo es cuando encontramos un cristiano que ha perdido la esperanza: “Yo no espero nada, todo ha terminado para mí”, un cristiano que no es capaz de mirar el horizonte con esperanza y ante su corazón solo hay un muro. Pero ¡Dios destruye estos muros con el perdón! Y por esto, nuestra oración, para que Dios nos de cada día la esperanza y la dé a todos, aquella esperanza que nace cuando vemos a Dios en el pesebre en Belén.

El mensaje de la Buena Noticia que nos es confiado es urgente, debemos también nosotros correr como el mensajero sobre los montes, porque el mundo no puede esperar, la humanidad tiene hambre y sed de justicia, de verdad, de paz.

Y viendo al pequeño Niño de Belén, los pequeños del mundo sabrán que la promesa se ha cumplido, el mensaje se ha realizado. En un niño apenas nacido, necesitado de todo, envuelto en pañales y puesto en un pesebre, está contenida toda la potencia del Dios que salva.

Se necesita abrir el corazón –la Navidad es un día para abrir el corazón– se necesita abrir el corazón a tanta pequeñez que está ahí, en aquel niño, y tanta maravilla que está ahí. Es la maravilla de la Navidad, a la cual nos estamos preparando, con esperanza, en este tiempo de Adviento.

Es la sorpresa de un Dios niño, de un Dios pobre, de un Dios débil, de un Dios que abandona su grandeza para hacerse cercano a cada uno de nosotros. Gracias.


(Roma, 14-12-2016)

La actriz Laura Contreras, cuenta como ha sido el protagonizar "Luz de Soledad" a la Fundadora de las Siervas de María.



  • ¿Cómo te eligieron para protagonizar “Luz de Soledad”?


Laura.- Me enteré que estaban haciendo un casting en Valladolid, que buscaban actrices para la película; yo fui pero llegué por los pelos porque estaba enferma ese día, con fiebre, pero decidí cogerme el tren y acudir a la prueba. Unos meses después me llamaron y me ofrecieron el papel de Soledad. Me hizo muchísima ilusión porque era la primera vez que me ofrecían un papel protagonista, y el personaje me parecía interesantísimo. Fue un regalo.


  • ¿Cómo ha sido encarnar a Soledad, una mujer del siglo XIX que decide entrar en una comunidad de religiosas al servicio de los pobres y enfermos?


Laura.- Ha sido muy especial, un trabajo realmente bonito, muy inspirador, con el que he aprendido mucho en el proceso de construcción del personaje y durante el rodaje. Siento que ha sido un personaje que me ha hecho crecer como actriz y como persona.


  • ¿Cómo construiste el personaje?


Lo primero que hice fue investigar sobre el personaje. Soledad fue un personaje real y conté con bastante información sobre su vida. Así que leí su biografía y luego me fui varios días con las Siervas de María. Estuve con ellas en el convento, horas y horas, hablando de Soledad, haciéndoles todo tipo de preguntas, y me dejaron ver cómo asisten en la enfermería que tienen en el propio convento; allí cuidan a otras monjas ya mayores y enfermas. La verdad es que me ayudaron muchísimo. Y luego, como actriz, haciendo un ejercicio enorme de imaginación, de meterme en la época, leyendo cosas de esa época, imaginándome como podía ser esa mujer, pasando por todas las circunstancias que tuvo que pasar. Me fui por Madrid, recorriendo los sitios por los que ella había estado, la calle donde nació, la plaza donde estaba el convento de las Dominicas, allí vio el cuadro de la Virgen de la Soledad que le inspiró para llamarse Soledad. Y muchas charlas y ensayos con el director, Pablo Moreno.


  • ¿Cómo fue el rodaje? ¿Con quién participaste?


Fue un rodaje largo, como unos dos meses en total. Rodamos en varias localizaciones, Madrid, Ciudad Rodrigo, Galicia.
La película cuenta con un reparto muy amplio: Lolita, Elena Furiase, Ainhoa Aldanondo, Antonio Castro, Carlos Cañas, Pablo Viñas, Emilio Linder, Raúl Escudero, Eva Higueras y muchos más. He aprendido mucho de todos ellos, de su experiencia, y me ayudaron mucho a dar vida a Soledad. En el rodaje vivimos momentos muy bonitos y otros muy duros, pero el equipo era fabuloso, pero todo el mundo estaba muy entregado, sabíamos que estábamos contando algo especial, y creo que todo eso se refleja en la película.

Pablo Moreno, su director, tiene una capacidad enorme para captar lo que necesita cada uno en cada momento, y conseguir que saques lo mejor de ti, todo lo que guardas dentro como actor y como persona, y hace que lo pongas todo al servicio del personaje y de la historia.

La película para mí es una historia de amor, de superación, de lucha, y que te remueve por dentro. Creo que es una historia que merece ser recordada y conocida.



  • ¿Qué has descubierto de la fundadora?


Laura.- Soledad, comenzó siendo una joven, de familia humilde, enfermiza, como muy poquita cosa, que de pequeñita estuvo muy acosada, muy tímida, bastante insegura, y cuando entró en la congregación, poco a poco, se fue convirtiendo en una mujer fuerte y valiente. Creo que era como una madre para las demás, tenía una capacidad de amar sin límites, una gran humanidad, y que fue superando todos sus miedos. Me llamó mucho la atención su valentía y la de las mujeres que la acompañaron en esos primeros años porque pasaron auténticas penurias; cuidaron a muchísimos enfermos, se enfrentaron a varias epidemias de cólera.
Soledad no tenía nada, nadie apostó por ella, todos pensaban que duraría muy poco y al final fue todo lo contrario; consiguió permanecer y hacer perdurar la Congregación. A mí es un personaje que me ha marcado, y que recordaré siempre con especial cariño.

Gracias por tu disponibilidad, y enhorabuena por haber sido premiada con el Premio ¡Bravo! Que otorga la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social (CEMCS).

Más en:
http://www.revistaecclesia.com/entrevista-a-la-actriz-laura-contreras-protagonista-de-luz-de-soledad/

13 diciembre 2016

El clericalismo de algunos sacerdotes, aleja de la Iglesia. Cuidado con los "intelectuales de la Religión".


Los sacerdotes y ancianos del pueblo de Israel, tenían autoridad jurídica, moral y religiosa por lo que “decidían todos”. Desarrollaban una especie de “prepotencia y tiranía hacia el pueblo”.

Es una ley que han rehecho muchas veces: muchas veces hasta llegar a los 500 mandamientos. ¡Todo estaba regulado, todo! Una ley científicamente construida, porque esta gente era sabia, conocía el bien.

Pero era una ley sin memoria: habían olvidado el primer mandamiento que Dios ha dado a nuestro Padre Abraham: ‘camina en mi presencia y se perfecto. Ellos no caminaban, se quedaron quietos siempre en sus propias convicciones. Y no eran perfectos.

Os digo, “habían olvidado los Diez mandamientos de Moisés” con “la ley hecha por ellos mismos” y así borraron “la ley hecha por el Señor”.
La víctima fue “el pueblo humilde y pobre que confía en el Señor”, esos “que son descartados”. Se sienten “condenados”, “abusados” por “quien es vanidoso, orgulloso, soberbio”. Y “un descartado de esta gente” fue Judas.
Fue un traidor, tuvo un pecado feo. Pecó fuerte, pero el Evangelio dice: Arrepentido, fue a devolver las monedas. ¿Y ellos qué hacen?.

Pero tú has sido nuestro socio. Tranquilo. ¡Nosotros tenemos el poder de perdonarte todo! ¡No! ¡Organízate como puedas! ¡Es problema tuyo!’ Y lo dejaron solo: ¡descartado! El pobre Judas traidor y arrepentido no fue acogido por los pastores porque estos habían olvidado el significado de ser pastor. Eran intelectuales de la religión, aquellos que tenían el poder, que llevaban adelante las catequesis del pueblo con una moral hecha de su inteligencia y no por la revelación de Dios”.

Un pueblo humile, descartado y golpeado por esta gente. Y también hoy día suceden estas cosas porque “existe el espíritu del clericalismo. Los clérigos se sienten superiores, se alejan de la gente y no tienen tiempo para escuchar a los pobres, a los que sufren, a los encarcelados, a los enfermos.

Os aseguro que ¡el mal del clericalismo es una cosa muy fea!. Es un tipo nuevo de esta gente. Y la víctima es la misma: el pueblo pobre y humilde que espera al Señor.

Ha buscado siempre acercarse a nosotros. Ha enviado a su Hijo. Estamos esperando en una actitud alegre, exultante. Pero el Hijo no ha entrado en el juego de esa gente: el Hijo fue a los enfermos, a los pobres, los descartados, los publicanos, los pecadores, las prostitutas.

También hoy Jesús nos dice a todos nosotros y a todos los que han sido seducidos por el clericalismo: 'Los pecadores y las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos'.


(Papa Francisco, en Santa Marta 13-12-2016)

12 diciembre 2016

Ángelus Dominical del Papa Francisco: 11-12-2016.


O invito a todos los cristianos a estar alegres por el próximo nacimiento de Jesús, pues nos trae la salvación de la esclavitud del pecado.

La salvación, traída por Jesús, llega a todo ser humano y lo regenera.
Dios entró en la historia para la liberación de la esclavitud del pecado. Colocó su tienda en medio de nosotros para formar parte de nuestras vidas, sanar nuestras heridas y darnos una vida nueva.
La alegría es el fruto de esta intervención de la salvación y del amor de Dios en nuestras vidas.

Estamos llamados a participar del sentimiento de júbilo, de la que se llena la liturgia de hoy por la venida del Señor como un liberador a nuestras vidas. Es Él quien nos muestra el camino de la fidelidad, de la paciencia, de la perseverancia, para que, con su regreso, nuestra alegría sea completa.

Hoy, tercer domingo de Adviento, caracterizado por la invitación de san Pablo en su Carta a los Filipenses: Regocijaos siempre en el Señor. Os lo repito, regocijaos. El Señor está cerca, no se trata de una alegría superficial o puramente emotiva, ni tampoco es una alegría mundana como la que da el consumismo.

Se trata de una alegría más auténtica, de la cual estamos llamados a redescubrir su sabor. Es una alegría que toca lo íntimo de nuestro ser, mientras esperamos a Aquel que ya ha venido a traer la salvación al mundo, el Mesías prometido, nacido en Belén de la Virgen María”.

Los signos de la llegada de la Navidad sn evidentes en nuestras calles y en nuestras casas. Aquí, en la plaza, tenemos el pesebre y el árbol. Estos signos externos nos invitan a acoger al Señor, que siempre viene y llama a nuestra puerta. Nos invitan a reconocer sus pasos en los de nuestros hermanos que pasan junto a nosotros, sobre todo de los más débiles y necesitados.

Hoy se nos invita a regocijarnos en la inminente venida de nuestro Redentor, y estamos llamados a compartir esta alegría con los demás, dar consuelo y esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas que están solas y a la gente infeliz.

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El Papa bendice a los “Bambinelli”

Después del rezo del Ángelus, el Papa saludó a los niños y jóvenes presentes en la Plaza de San Pedro para la tradicional bendición de los “Niños Jesús” del Pesebre, o “Bambinelli”, organizada por los oratorios parroquiales y las escuelas católicas romanas.

“Queridos niños, cuando recen delante del Pesebre con sus padres, pidan al Niño Jesús que les ayude a todos a amar a Dios y al prójimo. Y acuérdense de rezar por mí como yo me acuerdo de rezar por ustedes”.

El pesebre es símbolo de fraternidad, de acogida, de compartir, de solidaridad.


Los pesebres hechos en las iglesias, en las casas y en muchos otros lugares públicos son una invitación a hacer un lugar en nuestra vida y en la sociedad a Dios, escondido en el rostro de tantas personas que están en condiciones de malestar, de pobreza y de tribulación.

En la experiencia dolorosa de tantos hermanos y hermanas nuestros, vemos la del niño Jesús, que en el momento de su nacimiento no encontró alojamiento y nació en la gruta de Belén, y después fue llevado a Egipto para huir de la amenaza de Herodes.

En referencia al árbol, os recuerdo también la importancia de cuidar la creación e invitó a contemplar ante los dos símbolos navideños, la “bondad de Dios y su misericordia”.


(Papa Francisco, 9-12-2016).

¡Se necesita esperanza!


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy iniciamos una nueva serie de catequesis, sobre el tema de la esperanza cristiana. Es muy importante, porque la esperanza no defrauda. ¡El optimismo defrauda, la esperanza no! ¿Entendido? Tenemos tanta necesidad, en estos tiempos que parecen oscuros, en el cual a veces nos sentimos perdidos ante el mal y la violencia que nos circunda, ante el dolor de tantos hermanos nuestros.

¡Se necesita la esperanza! Nos sentimos perdidos y también un poco desanimados, porque nos encontramos impotentes y nos parece que esta oscuridad no tiene cuando acabar.

Pero, no es necesario dejar que la esperanza nos abandone, porque Dios con su amor camina con nosotros. Yo espero, porque Dios está junto a mí. Y esto podemos decirlo todos nosotros. Cada uno de nosotros puede decir: “Yo espero, tengo esperanza, porque Dios camina conmigo!”. Camina y me lleva de la mano. ¡Dios no nos deja solos! El Señor Jesús ha vencido el mal y nos ha abierto el camino de la vida.

Y entonces, en particular en este tiempo de Adviento, que es el tiempo de la espera, en el cual nos preparamos para acoger una vez más el misterio consolador de la Encarnación y la luz de la Navidad, es importante reflexionar sobre la esperanza. Dejémonos enseñar por el Señor que cosa quiere decir esperar. Escuchemos pues las palabras de la Sagrada Escritura, iniciando con el profeta Isaías, el gran profeta del Adviento, el gran mensajero de la esperanza.

En la segunda parte de su libro, Isaías se dirige al pueblo con un anuncio de consolación: «¡Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está paga […]».Una voz proclama: «¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! ¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en planicies! Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor» (40,1-2.3-5). Esto es aquello que dice el profeta Isaías.

Dios Padre consuela suscitando consoladores, a quienes pide confortar al pueblo, a sus hijos, anunciando que ha terminado la tribulación, ha terminado el dolor, y el pecado ha sido perdonado. Es esto lo que sana el corazón afligido y atemorizado. Por eso, el profeta pide preparar el camino del Señor, abriéndose a sus dones y a su salvación.

La consolación, para el pueblo, comienza con la posibilidad de caminar en la vía de Dios, un camino nuevo, justo y accesible, un camino para preparar en el desierto, así para poderlo atravesar y regresar a la patria.

Porque el pueblo al cual el profeta se dirige estaba viviendo, en aquel tiempo, la tragedia del exilio en Babilonia, y ahora en cambio escucha que podrá regresar a su tierra, a través de un camino hecho grato y extenso, sin valles y montañas que hacen cansado el camino, un sendero llano en el desierto. Preparar este camino quiere decir, preparar un camino de salvación, un camino de liberación de todo obstáculo y dificultad.

El exilio del pueblo de Israel había sido un momento dramático en la historia, cuando el pueblo había perdido todo. El pueblo había perdido la patria, la libertad, la dignidad, y también la confianza en Dios. Se sentía abandonado y sin esperanza.

En cambio, ahí está la llamada del profeta que abre nuevamente el corazón a la fe. El desierto es un lugar en el cual es difícil vivir, pero justamente ahí ahora se podrá caminar para regresar no solo a la patria, sino regresar a Dios, y volver a esperar y sonreír. Cuando nosotros estamos en la oscuridad, en las dificultades no sonreímos. Es justamente la esperanza que nos enseña a sonreír en aquel camino para encontrar a Dios.

Una de las cosas, de las primeras cosas, que suceden a las personas que se alejan de Dios es que son personas sin sonrisa. Tal vez son capaces de dar una gran carcajada, una detrás de otra; un chiste, una carcajada… ¡Pero falta la sonrisa! La sonrisa solamente lo da la esperanza. ¿Han entendido esto? Es la sonrisa de la esperanza de encontrar a Dios.

La vida muchas veces es un desierto, es difícil caminar dentro de la vida, pero si confiamos en Dios puede convertirse en bello y amplio como una autopista. Basta no perder jamás la esperanza, basta continuar creyendo, siempre, no obstante todo.

Cuando nos encontramos ante un niño, tal vez podemos tener tantos problemas, tantas dificultades, pero cuando nos encontramos ante un niño nos surge dentro una sonrisa, la simplicidad, porque nos encontramos ante la esperanza: ¡un niño es la esperanza! Y así debemos ver en la vida, en este camino, la esperanza de encontrar a Dios, Dios se ha hecho Niño. Y nos hará sonreír, nos dará todo.

Justamente estas palabras de Isaías son usadas después por Juan el Bautista en su predicación que invita a la conversión. Decía así: «Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Mt 3,3). Una voz que grita donde parece que nadie puede escuchar, pero ¿Quién puede escuchar en el desierto? Los lobos… Y que grita en el desconcierto debido a la crisis de fe. Nosotros no podemos negar que el mundo de hoy está en crisis de fe.


Si, luego decimos: “Yo creo en Dios, soy cristiano” – “Yo soy de esta religión…” Pero tu vida está lejos del ser cristiano; está lejos de Dios. La religión, la fe ha quedado en una palabra: “¿Yo creo?” – “Si”. Pero no, aquí se trata de regresar a Dios, convertir el corazón a Dios e ir por este camino para encontrarlo. Él nos espera.

Esta es la predicación de Juan el Bautista: preparar. Preparar el encuentro con este Niño que nos devolverá la sonrisa. Los Israelitas, cuando el Bautista anuncia la llegada de Jesús, es como si todavía estuvieran en exilio, porque están bajo la dominación romana, que los hace extranjeros en su misma patria, gobernados por los poderosos ocupantes que deciden sobre sus vidas. Pero la verdadera historia no es aquella hecha por los poderosos, sino aquella hecha por Dios junto con sus pequeños.

La verdadera historia – aquella que quedará en la eternidad – es aquella que escribe Dios con sus pequeños: Dios con María, Dios con Jesús, Dios con José, Dios con los pequeños. Aquellos pequeños y simples que encontramos alrededor de Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad; María, joven muchacha virgen prometida como esposa a José; los pastores, que eran despreciados y no contaban nada.

Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los pequeños que saben continuar esperando. Y la esperanza es una virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza; no saben qué cosa es.

Son ellos, los pequeños con Dios, con Jesús los que transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en un camino llano sobre el cual caminar para ir al encuentro de la gloria del Señor. Y llegamos a la conclusión: dejémonos enseñar la esperanza. ¡Dejémonos enseñar la esperanza!

Esperemos confiados la llegada del Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas y cada uno sabe en qué desierto camina, cualquiera sea el desierto de nuestras vidas, se convertirá en un jardín florido. ¡La esperanza no defrauda! Lo decimos otra vez: “¡La esperanza no defrauda!”. Gracias.


(Audiencia Papa Franciso. Miércoles 7-12-2016)