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30 septiembre 2020

Canción nueva de Vanesa Martín: La Huella.



Audiencia del Papa Francisco: “Curar el mundo”. Preparar el futuro junto con Jesús que salva y sana.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las semanas pasadas, hemos reflexionado juntos, a la luz del Evangelio, sobre cómo sanar al mundo que sufre por un malestar que la pandemia ha evidenciado y acentuado. El malestar estaba: la pandemia lo ha evidenciado más, lo ha acentuado. Hemos recorrido los caminos de la dignidad, de la solidaridad y de la subsidiariedad, caminos indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Y como discípulos de Jesús, nos hemos propuesto seguir sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la casa común. En medio de la pandemia que nos aflige, nos hemos anclado en los principios de la doctrina social de la Iglesia, dejándonos guiar por la fe, la esperanza y la caridad. Aquí hemos encontrado una ayuda sólida para ser trabajadores de transformaciones que sueñan en grande, no se detienen en las mezquindades que dividen y hieren, sino que animan a generar un mundo nuevo y mejor.

Quisiera que este camino no termine con estas catequesis mías, sino que se pueda continuar caminando juntos, teniendo «fijos los ojos en Jesús» (Hb 12, 2), como hemos escuchado al principio; la mirada en Jesús que salva y sana al mundo. Como nos muestra el Evangelio, Jesús ha sanado a enfermos de todo tipo (cfr. Mt 9, 35), ha dado la vista a los ciegos, la palabra a los mudos, el oído a los sordos. Y cuando sanaba las enfermedades y las dolencias físicas, sanaba también el espíritu perdonando los pecados, porque Jesús siempre perdona, así como los “dolores sociales” incluyendo a los marginados (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1421). Jesús, que renueva y reconcilia a cada criatura (cfr. 2 Cor 5, 17; Col 1, 19-20), nos regala los dones necesarios para amar y sanar como Él sabía hacerlo (cfr. Lc 10, 1-9; Jn 15, 9-17), para cuidar de todos sin distinción de raza, lengua o nación.

Para que esto suceda realmente, necesitamos contemplar y apreciar la belleza de cada ser humano y de cada criatura. Hemos sido concebidos en el corazón de Dios (cfr. Ef 1, 3-5). «Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno es necesario»[1]. Además, cada criatura tiene algo que decirnos de Dios creador (cfr. Enc. Laudato si’, 69. 239). Reconocer tal verdad y dar las gracias por los vínculos íntimos de nuestra comunión universal con todas las personas y con todas las criaturas, activa «un cuidado generoso y lleno de ternura» (ibid., 220). Y nos ayuda también a reconocer a Cristo presente en nuestros hermanos y hermanas pobres y sufrientes, a encontrarles y escuchar su clamor y el clamor de la tierra que se hace eco (cfr. ibid., 49).

Interiormente movilizados por estos gritos que nos reclaman otra ruta (cfr. ibid., 53), reclaman cambiar, podremos contribuir a la nueva sanación de las relaciones con nuestros dones y nuestras capacidades (cfr. ibid., 19). Podremos regenerar la sociedad y no volver a la llamada “normalidad”, que es una normalidad enferma, en realidad enferma antes de la pandemia: ¡la pandemia lo ha evidenciado! “Ahora volvemos a la normalidad”: no, esto no va porque esta normalidad estaba enferma de injusticias, desigualdades y degrado ambiental. La normalidad a la cual estamos llamados es la del Reino de Dios, donde «los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11, 5). Y nadie se hace pasar por tonto mirando a otro lado. Esto es lo que debemos hacer, para cambiar. En la normalidad del Reino de Dios el pan llega a todos y sobra, la organización social se basa en el contribuir, compartir y distribuir, no en el poseer, excluir y acumular (cfr. Mt 14, 13-21). El gesto que hace ir adelante a una sociedad, una familia, un barrio, una ciudad, todos, es el de darse, dar, que no es dar una limosna, sino que es un darse que viene del corazón. Un gesto que aleja el egoísmo y el ansia de poseer. Pero la forma cristiana de hacer esto no es una forma mecánica: es una forma humana. Nosotros no podremos salir nunca de la crisis que se ha evidenciado por la pandemia, mecánicamente, con nuevos instrumentos —que son importantísimos, nos hacen ir adelante y de los cuales no hay que tener miedo—, sino sabiendo que los medios más sofisticados podrán hacer muchas cosas pero una cosa no la podrán hacer: la ternura. Y la ternura es la señal propia de la presencia de Jesús. Ese acercarse al prójimo para caminar, para sanar, para ayudar, para sacrificarse por el otro.

Así es importante esa normalidad del Reino de Dios: que el pan llegue a todos, que la organización social se base en el contribuir, compartir y distribuir, con ternura, no en el poseer, excluir y acumular. ¡Porque al final de la vida no llevaremos nada a la otra vida!

Un pequeño virus sigue causando heridas profundas y desenmascara nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales. Ha expuesto la gran desigualdad que reina en el mundo: desigualdad de oportunidades, de bienes, de acceso a la sanidad, a la tecnología, a la educación: millones de niños no pueden ir al colegio, y así sucesivamente la lista. Estas injusticias no son naturales ni inevitables. Son obras del hombre, provienen de un modelo de crecimiento desprendido de los valores más profundos. El derroche de la comida que sobra: con ese derroche se puede dar de comer a todos. Y esto ha hecho perder la esperanza en muchos y ha aumentado la incertidumbre y la angustia. Por esto, para salir de la pandemia, tenemos que encontrar la cura no solamente para el coronavirus —¡que es importante!—, sino también para los grandes virus humanos y socioeconómicos. No hay que esconderlos, haciendo una capa de pintura para que no se vean. Y ciertamente no podemos esperar que el modelo económico que está en la base de un desarrollo injusto e insostenible resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará, porque no puede hacerlo, incluso si ciertos falsos profetas siguen prometiendo “el efecto cascada” que no llega nunca[2]. Habéis escuchado vosotros, el teorema del vaso: lo importante es que el vaso se llene y así después cae sobre los pobres y sobre los otros, y reciben riquezas. Pero esto es un fenómeno: el vaso empieza a llenarse y cuando está casi lleno crece, crece y crece y no sucede nunca la cascada. Es necesario estar atentos.

Tenemos que ponernos a trabajar con urgencia para generar buenas políticas, diseñar sistemas de organización social en la que se premie la participación, el cuidado y la generosidad, en vez de la indiferencia, la explotación y los intereses particulares. Tenemos que ir adelante con la ternura. Una sociedad solidaria y justa es una sociedad más sana. Una sociedad participativa —donde a los “últimos” se les tiene en consideración igual que a los “primeros”— refuerza la comunión. Una sociedad donde se respeta la diversidad es mucho más resistente a cualquier tipo de virus.

Ponemos este camino de sanación bajo la protección de la Virgen María, Virgen de la Salud. Ella, que llevó en el vientre a Jesús, nos ayude a ser confiados. Animados por el Espíritu Santo, podremos trabajar juntos por el Reino de Dios que Cristo ha inaugurado en este mundo, viniendo entre nosotros. Es un Reino de luz en medio de la oscuridad, de justicia en medio de tantos ultrajes, de alegría en medio de tantos dolores, de sanación y de salvación en medio de las enfermedades y la muerte, de ternura en medio del odio. Dios nos conceda “viralizar” el amor y globalizar la esperanza a la luz de la fe. 


(Roma. 30-09-2020)

27 septiembre 2020

Reflexión. Domingo XXVI del Tiempo Ordinario.


Las lecturas de hoy domingo, nos hablan de una forma muy directa y contundente. Lo vemos en la forma de hablar de Jesús a los sumos sacerdotes y ancianos, o Pablo a los cristianos de la comunidad de Filipo. Hay un refrán que dice: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”. Es decir, una cosa es decirle a Jesús que sí y otra es vivir como Él nos ha enseñado y nos pide. Jesús no se fija en las apariencias. Quiere que optemos por el camino de la justicia y del amor. Pero primero tenemos que pasar por una conversión sincera y seria. Que nuestro corazón esté lleno de amor evangélico, y así podamos contagiar a los demás.

----------Primera Lectura del Profeta Ezequiel,

vemos como Ezequiel, profeta y sacerdote, ejerce la función de la enseñanza, interpretación y aplicación de la ley propia. En el momento crítico por el destierro, sale al paso de la creencia popular de que el desastre es una fatalidad inevitable por culpas de los antepasados. Pero el texto rompe todo. Para Dios cuenta la actitud del individuo ante el bien y el mal. Dios no quiere la muerte, sino la vida. Quiere la conversión individual. Ésta se consigue teniendo un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Él juzgará a cada uno según las acciones. Siempre hay tiempo de cambiar nuestra forma de vida.

----------Segunda Lectura de Pablo a los Filipenses,

Pablo conjura cariñosamente a los Filipenses a no romper la unión y el amor fraterno. El modelo de su amor debe ser Cristo: que no buscó su propio interés, sino el de los demás. Y para comentar esta idea trae para nuestra oración y meditación el hermosísimo himno antiguo cristológico que desentraña el misterio de la Encarnación. La preexistencia divina de Cristo, su muerte en Cruz en servicio, como un esclavo de la humanidad y la exaltación universal como Señor del cielo y tierra. Que sepamos tener los mismos sentimientos de Cristo y a vivir la entrega total al Padre y sus proyectos con confianza.

----------Evangelio de Mateo,

nos deja una cosa clara hoy: “Es cristiano solamente el que se compromete con Cristo”.
Cristo es radical en su llamada. Nos exige como condición el camino de la Cruz y un amor hacia EL, superior al que solemos tener en nuestra vida cotidiana. Hay que ser valientes.
Hay cristianos que tardan en comprometerse, pero lo hacen. No importa el tiempo. Otros, sin embargo, quisieran comprometerse, pero sirviendo simultáneamente a dos señores: Dios y el dinero. Estos son los que no son ni fríos ni calientes. Son dignos de compasión. Son los que están contra Él, y serán arrancados de raíz por falta de compromiso. Como dice otro evangelista, concretamente San Juan, “el que no permanece en Él es arrojado fuera y se seca. Dejemos que Dios actúe en nosotros. Repito: seamos valientes y optemos por la felicidad verdadera, aunque tengamos que pasar por el camino de la cruz.  

Que Santa María, bajo la advocación de la Merced, nos ayude a salir de nuestras propias cárceles para que podamos ser verdaderos cristianos en medio de nuestra sociedad.


https://www.revistaecclesia.com/

Evangelio. Domingo XXVI del Tiempo Ordinario.


+ Lectura del Santo Evangelio según San Mateo. 


En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes: «¿Qué os parece? 
Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña’. Y él respondió: ‘No quiero’, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ‘Voy, Señor’, y no fue.
¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?». 
«El primero», le dicen. 
Dijo Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. 
Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. 
Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él».

23 septiembre 2020

Los obispos españoles, ante la eutanasia.




Nota de la Comisión Ejecutiva sobre la ley de la eutanasia

No hay enfermos “incuidables”, aunque sean incurables

Reflexión a propósito de la tramitación de la ley sobre la eutanasia 


El Congreso de los Diputados ha decidido seguir adelante con la tramitación de la Ley Orgánica de regulación de la eutanasia. Es una mala noticia, pues la vida humana no es un bien a disposición de nadie.

La Conferencia Episcopal Española ha reflexionado repetidas veces sobre este grave asunto que pone en cuestión la dignidad de la vida humana. El último texto fue publicado el pasado 1 de noviembre de 2019 bajo el título “Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de la vida humana” y en él se examinan los argumentos de quienes desean favorecer la eutanasia y el suicidio asistido, poniendo en evidencia su inconsistencia al partir de premisas ideológicas más que de la realidad de los enfermos en situación terminal. Invitamos encarecidamente a la comunidad cristiana a su lectura y al resto de nuestros conciudadanos a acoger sin prejuicios las reflexiones que en este texto se proponen.

Insistir en “el derecho eutanasia” es propio de una visión individualista y reduccionista del ser humano y de una libertad desvinculada de la responsabilidad. Se afirma una radical autonomía individual y, al mismo tiempo, se reclama una intervención “compasiva” de la sociedad a través de la medicina, originándose una incoherencia antropológica. Por un lado, se niega la dimensión social del ser humano, “diciendo mi vida es mía y sólo mía y me la puedo quitar” y, por otro lado, se pide que sea otro –la sociedad organizada– quien legitime la decisión o la sustituya y elimine el sufrimiento o el sinsentido, eliminando la vida.

La epidemia que seguimos padeciendo nos ha hecho caer en la cuenta de que somos responsables unos de otros y ha relativizado las propuestas de autonomía individualista. La muerte en soledad de tantos enfermos y la situación de las personas mayores nos interpelan. Todos hemos elogiado a la profesión médica que, desde el juramento hipocrático hasta hoy, se compromete en el cuidado y defensa de la vida humana. La sociedad española ha aplaudido su dedicación y ha pedido un apoyo mayor a nuestro sistema de salud para intensificar los cuidados y “no dejar a nadie atrás”.

El suicidio, creciente entre nosotros, también reclama una reflexión y prácticas sociales y sanitarias de prevención y cuidado oportuno. La legalización de formas de suicidio asistido no ayudará a la hora de insistir a quienes están tentados por el suicidio que la muerte no es la salida adecuada. La ley, que tiene una función de propuesta general de criterios éticos, no puede proponer la muerte como solución a los problemas.

Lo propio de la medicina es curar, pero también cuidar, aliviar y consolar sobre todo al final de esta vida. La medicina paliativa se propone humanizar el proceso de la muerte y acompañar hasta el final. No hay enfermos “incuidables”, aunque sean incurables. Abogamos, pues, por una adecuada legislación de los cuidados paliativos que responda a las necesidades actuales que no están plenamente atendidas. La fragilidad que estamos experimentando durante este tiempo constituye una oportunidad para reflexionar sobre el significado de la vida, el cuidado fraterno y el sentido del sufrimiento y de la muerte.

Una sociedad no puede pensar en la eliminación total del sufrimiento y, cuando no lo consigue, proponer salir del escenario de la vida; por el contrario, ha de acompañar, paliar y ayudar a vivir ese sufrimiento. No se entiende la propuesta de una ley para poner en manos de otros, especialmente de los médicos, el poder quitar la vida de los enfermos.

El sí a la dignidad de la persona, más aún en sus momentos de mayor indefensión y fragilidad, nos obliga a oponernos a esta esta ley que, en nombre de una presunta muerte digna, niega en su raíz la dignidad de toda vida humana.


Madrid, 14 de septiembre, Exaltación de la Santa Cruz

Comisión Ejecutiva de la CEE

13 septiembre 2020

Reflexión. Domingo XXIV del Tiempo Ordinario.


Hoy, las lecturas nos hablan de que el perdón es el verdadero camino que toda persona debe recorrer, y nos presenta a un Dios que ama sin límites, sin cálculos. El perdón transforma al ofendido y al ofensor. Desde hoy, empecemos a experimentar lo que Dios mismo experimenta: la alegría de perdonar y la paz de ser perdonados de corazón. No podemos pedir perdón a Dios y sentirnos perdonados, si nosotros no hacemos lo mismo con nuestros hermanos.

--- La Primera Lectura del libro del Eclesiástico,

nos presenta cuestiones centrales e inevitables en toda experiencia humana y también en nuestra relación con Dios. Nadie está exento de pecar, todos hacemos el mal, consciente o inconscientemente, pero el pecado, la culpa, el perdón, la reconciliación están muy presente en nuestra vida. Se nos invita a que seamos consciente de todo esto, pero que no nos quedemos ahí, sino, que sepamos recorrer el camino para reconocer el mal que está en nuestro corazón, nuestro propio pecado, y acoger y perdonar a los demás, como queremos que nos perdonen a nosotros. De este modo, experimentaremos el perdón de Dios y la vida nueva que Él nos ofrece.

--- La Segunda Lectura de Pablo a los Romanos,

la carta nos ofrece dos estilos de personas que conviven en la comunidad. Unos son fuertes en la fe, y otros son más débiles. Pablo, no hace un juicio moral sobre las cuestiones de que, si se puede comer carne o no, guardar escrupulosamente las fiestas judías o no. Para él, ninguna de esas actitudes es mala en sí misma. Lo que de verdad cuenta es el comportamiento de los hermanos frente a la comunidad. La comunidad no desprecia, ni juzga, ni condena a otros hermanos a pesar de tener puntos de vistas diferentes o nos guste más o menos. No podemos olvidar, que Jesucristo es el punto de unión en toda comunidad. Él es quien convoca y llama. La comunidad es el lugar de amor, respeto mutuo, aceptación y perdón. Todo lo que se salga de estas líneas, no es una comunidad.

--- En el Evangelio de Mateo,

nos muestra que hay que PERDONAR SIEMPRE. Al seguidor de Cristo, le caracterizan el perdón, la acogida, el aceptar al otro como es. Jesús cuenta en parábola, como ya sabemos, para ilustrar y enseñarnos estos valores, que él sabe que son difíciles de aprender. Nos cuesta mucho perdonar y olvidar. Quien perdona y no olvida, no está perdonando de corazón. Ese perdón es falso. Por eso, nos cuesta mucho perdonar. Dejamos que el orgullo se apodere de nosotros y nos llena de ira. Jesús, cuando nos cuenta una parábola, quiere que el que la escucha, se emocione y se identifique con los personajes y se sienta proyectado en alguno.
Por eso Mateo, incluye aquí una. Nos emociona que el rey actúe con misericordia y perdone al siervo; nos indignamos después al ver que el siervo sea tan malo con quien tiene deuda con él. Y después, viene la reflexión clave de este domingo: en muchas ocasiones, nosotros nos comportamos como el siervo malo y poco comprensivo… Dejemos que AMOR al prójimo sea el test verdadero de la fe, y el perdón al prójimo sea nuestra garantía viva del perdón de Dios. Que no nos cansemos de perdonar SIEMPRE.

Pidamos a la Virgen María, que nos ayude a ser dóciles a la misericordia de Dios e interceda por cada uno de nosotros para que seamos ejemplo de perdón cristianos en el mundo. 



Evangelio. Domingo XXIV del Tiempo Ordinario.


+ Lectura del Santo Evangelio según San Mateo.


En aquel tiempo, Pedro preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré’. Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.

»Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes’. Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: ‘Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré’. Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía.

»Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: ‘Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’. Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».

08 septiembre 2020

Reflexión. Solemnidad de la Natividad de la Santísima Virgen María.


Hoy celebramos la natividad de la Virgen María. Lo que popularmente llamamos todos el “cumpleaños”. Esta fiesta tiene su origen e inicio en el siglo V, en Jerusalén, de una basílica donde dice la tradición que nació la Virgen, hoy llamada basílica de Santa Ana. Esta fiesta coincide con el término de los nueve meses desde la fiesta de la Inmaculada Concepción que celebramos el ocho de diciembre.

María con su nacimiento, entra en la historia la mujer que es predestinada a ser la madre del Hijo de Dios. La madre del Mesías que liberará a todas las personas del pecado y de la muerte. María, la nueva Arca de la Alianza, la primera Custodia y Sagrario que llevó a Cristo en sus entrañas. Con el nacimiento de María, comienza la culminación de la revelación en la persona de su Hijo, Cristo.

María es salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consoladora de los tristes y por supuesto, la “llena de gracia”, aquella mujer virgen que anunciarían los profetas y que daría a luz a un Hijo, y le pondría por nombre “Emmanuel”.

En la Primera Lectura de San Pablo a los Romanos,
El texto describe el plan salvífico de Dios, desde el principio de la eternidad, hasta su concreta y última realización en la glorificación. En el comienzo de todas las etapas de salvación hay un designio, es decir, un plan, un proyecto. Este proyecto contiene, en primer lugar, la finalidad de la imagen del Hijo. Es decir, la glorificación se obtiene por Cristo. En segundo lugar, hay una llamada vocacional y una justificación, por la cual Dios lleva a cabo en la persona de Cristo su perfecta imagen. Dios predestina y llama.

En el Evangelio de Mateo,
Se nos presenta la genealogía de Jesús. El Señor dirige la historia de su pueblo hasta su plenitud en la persona de nuestro Señor Jesucristo. En María, la obra del Espíritu Santo realizará un modelo acabado. María, una virgen generosa por su amor a Dios y una madre fecunda y generosa. Gracias a esto, así puede iniciarse la nueva humanidad de los Hijos de Dios, porque el Hijo de Dios, el “Emmanuel” queda ya definitivamente con nosotros.
José y María, fueron fieles obedientes y supieron entender los signos de los tiempos para llevar a cabo el plan de Dios. Se fiaron ciegamente de Dios y deben ser ejemplos para cada uno de nosotros de preguntarnos cuál es el plan que Dios tiene para mí y cómo lo estoy llevando.

Que el nacimiento de la Santísima Virgen María nos ayude a acercarnos más a su Hijo y así poder ser fieles a su voluntad a pesar de las contrariedades que nos vayamos encontrando.

Santa María, ruega por nosotros.

Evangelio. Solemnidad de la Natividad de la Santísima Virgen María.


Santo Evangelio según San Mateo


Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.

David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia.

Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.

La generación de Jesucristo fue de esta manera: su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel», que traducido significa: "Dios con nosotros".

Málaga se hace oración, Málaga se hace plegaria, Málaga se hace paloma para volar a tus plantas.




Gloria a ti, rosa y estrella,
soberana de mi vida,
patrona de esta mi tierra
Victoria de llama viva. 

Gloria a ti, reina y señora,
que al Santuario das vida,
y en el amor del silencio
tu mirada lo ilumina.

Málaga se hace oración,
Málaga se hace plegaria,
Málaga se hace paloma
para volar a tus plantas.

¡Eres lirio y amapola!
¡Eres biznaga y romero!
¡Eres farola que alumbra
a mi pueblo marinero!

Salve, reina de los cielos,
de la belleza cautiva,
pétalo de flor eterna,
lucero en alba prendida.

Gloria a ti, rosa y estrella,
soberana de mi vida.
¡Gloria a ti, reina y señora,
Patrona del alma mía!

Celebramos a la Patrona de la Diócesis y la Ciudad de Málaga, Santa María de la Victoria.