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06 enero 2017

Ángelus del Papa Francisco: 6-1-2017.


La Epifanía es la manifestación del Señor que brilla como luz para todas las gentes.
La estrella que siguieron los reyes magos hasta Belén es el símbolo de esa luz que brilla en el mundo y que quiere iluminar la vida de cada uno, la estrella que siguieron los magos hasta Belén.

Aprendamos a elegir qué “estrellas” debemos seguir en nuestras vidas, y a diferenciarlas de las cuáles nos llevan a Dios y cuáles no, porque también en nuestra vida hay varias estrellas, luces que brillan y que nos orientan. De nosotros depende decidir cuál seguimos.

Están las luces intermitentes que vienen y van, como las pequeñas satisfacciones de la vida: aunque sean buenas, no bastan, porque duran poco y no nos dan la paz que buscamos.
También están las luces deslumbrantes del dinero y del éxito, que lo prometen todo rápido: son seductoras, pero con su intensidad nos ciegan y nos hacen pasar del sueño de gloria a la oscuridad más profunda.

Los magos, en cambio, nos invitan a seguir una luz estable y amable, que no caduca porque no es de este mundo: viene del cielo y brilla en el corazón.

Esta luz sincera es la luz del Señor, o mejor dicho: es el Señor.
Él es nuestra luz: una luz que no se apaga, sino que nos acompaña y nos entrega una alegría única. Esta luz es para todos y nos llama a cada uno, de forma que podemos sentir en nosotros la invitación del profeta Isaías: ‘Levántate, revístete de luz’. Al comienzo de cada día podemos acoger esa invitación: ‘Levántate, vístete de luz’, ve detrás de tantas estrellas candentes del mundo, de la estrella luminosa de Jesús. Sigámosla y tendremos alegría, la alegría que sintieron los magos”.

Además, la alegría de dejarse iluminar por la luz del Señor, la luz “que disipa las tinieblas: Quien ha encontrado a Jesús ha experimentado el milagro de la luz que disipa las tinieblas y conoce esta luz que ilumina y brilla. Quisiera, con gran respeto, invitar a todos a no tener miedo de esta luz y abrirse al Señor. Sobre todo, quisiera decir los que han perdido la fuerza de buscar, a los que, prisioneros de la oscuridad de la vida, han perdido el deseo: Coraje, la luz de Jesús vence las tinieblas más oscuras.

¿Cómo podemos encontrar esta luz divina?.
Sigamos el ejemplo de los magos, a los que el Evangelio describe como siempre en movimiento. Quien quiere la luz, de hecho, sale de sí mismo y la busca, no se cierra en su interior, no se detiene a ver qué sucede su alrededor: pone en juego su vida.

La vida cristiana es un camino continuo, hecho de esperanza y de búsqueda, un camino que, como aquel que siguieron los magos, prosigue también cuando la estrella desaparece momentáneamente de la vista.

Sin embargo, cuidado con las trampas, que se encuentran a lo largo del camino.
En este camino hay también trampas que se deben evitar: las charlas superficiales y mundanas, que frenan el paso; los caprichos paralizantes del egoísmo; los agujeros del pesimismo que bloquean la esperanza. Estos obstáculos bloquearon a los escribas, de los que habla el Evangelio de hoy. Sabían dónde se encontraba la luz, pero no se movieron. Su conocimiento era vano: no basta con saber que Dios ha nacido si no se hace con Él la Navidad en el corazón.

Los magos lo hicieron: encontraron al Niño, ‘se postraros y lo adoraron’. No se limitaron a mirarlo, no dijeron una oración de circunstancia, sino que lo adoraron: entraron en una comunión personal de amor con Jesús. Después le entregaron oro, incienso y mirra, sus bienes más preciosos. Aprendamos de los magos a no dedicar a Jesús sólo nuestro tiempo libre, o algo de nuestro pensamiento de vez en cuando, de lo contrario no tendremos su luz. Al igual que los magos, pongámonos en camino, revistámonos de luz siguiendo la estrella de Jesús y adoremos al Señor con todo nuestro ser.

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