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19 julio 2018

Características del “estilo del misionero”.


Un bautizado que no siente la necesidad de evangelizar no es un buen cristiano.

Como en el pasaje del Evangélico, Jesús envía a sus discípulos de dos en dos, “después de haberlos llamado por su nombre” y de que fueran testigos de sus palabras y curaciones.
Es una especie de ‘entrenamiento’ de lo que serán llamados a hacer después de la Resurrección del Señor con el poder del Espíritu Santo.

En ese sentido, se detiene sobre los estilos del misionero, que podemos resumir en dos puntos: la misión tiene un centro, la misión tiene un rostro.

El primero, es que el discípulo misionero “tiene antes que todo un centro de referencia que es la persona de Jesús, es decir que el trabajo de los doce tiene un centro de irradiación que es reproducir a los demás “la presencia y la obra de Jesús en su acción misionera”.

Esto muestra cómo los Apóstoles no tienen nada propio que anunciar, ni propia capacidad de demostrar, sino que hablan y actúan como ‘enviados’, como mensajeros de Jesús.

El episodio concierne también a los cristianos de hoy, “no solo a los sacerdotes, sino a todos los bautizados, llamados a testimoniar en los varios ambientes de su vida el Evangelio de Cristo”.

También para nosotros esta misión es auténtica solo a partir de su centro inmutable que es Jesús. No es una iniciativa de cada creyente ni de los grupos y menos de las grandes agrupaciones, sino que es la misión de la Iglesia inseparablemente unida a su Señor.

Ningún cristiano anuncia el Evangelio ‘por cuenta propia’, sino solo enviado por la Iglesia que ha recibido el mandato del mismo Cristo. Es el bautismo que nos hace misioneros. Un bautizado que no siente la necesidad de anunciar el Evangelio, de anunciar a Jesús, no es un buen cristiano.

La segunda característica del estilo del misionero es, por así decir, un rostro, que consiste en la pobreza de los medios.

El equipaje del misionero responde a un criterio de sobriedad. Los doce, de hecho, tienen la orden de ‘no tomar para el viaje nada más que un bastón: ni panes, ni bolsa, ni dinero en la cintura’.
El Maestro los quiere libres y ligeros, sin apoyos y sin favores, seguros solo del amor de Él que los envía, fuertes solo de su palabra que van a anunciar.

El bastón y las sandalias son las dotaciones de los peregrinos, porque son mensajeros del reino de Dios, no administradores omnipotentes, funcionarios inamovibles.

En ese sentido, os invito a pensar en los santos que “no eran funcionarios ni empresarios, sino humildes trabajadores del Reino".

Ellos, “tenían este rostro. Y a este ‘rostro’ pertenece también el modo en el cual viene acogido el mensaje: puede de hecho suceder que no sea acogido o escuchado. También esto es pobreza: la experiencia del fracaso”.

La historia de Jesús, que fue rechazado y crucificado, prefigura el destino de su mensajero. Y solo si estamos unidos a Él, muertos y resucitados, podemos encontrar el coraje de la evangelización.

Que “La Virgen María, primera discípula y misionera de la Palabra de Dios, nos ayude a llevar al mundo el mensaje del Evangelio en una exaltación humilde y radiante, más allá de cualquier rechazo, incomprensión o tribulación”.


(Papa Francisco. Roma 15-07-2018)

(I) La muerte de nuestro P. Francisco Méndez.


En febrero de 1924 el P. Méndez tiene setenta y tres años y siete meses. A simple vista, la salud del P. Méndez cae en picado. Anda agachado. Una cachaba sostiene su cuerpo inclinado. Arrastra mucho los pies, que se le hinchan.

“Se encontraba muy achacoso y acabado. A mi juicio, esta enfermedad le sobrevino por exceso de trabajo y la despreocupación que él tenía de su propia salud”.

Ni él se frena ni nadie logra frenarle en sus trabajos. Vive entre los golfos. No ha conseguido el relevo. No existen repuestos para Porta Coeli y él dirige el asilo como en los primeros días. “A mi entender –proclama otro testigo-, murió de agotamiento por la vida de trabajo y austeridad que conducía”. En su afán de no admitir una distinción en el trato y en la comida, la Fundadora inventa manera de cuidarle. Un detalle: a todos pone vino de quina, que ella cree que le mejoraría y animaría.

Aquella fuente se agotaba. Él proseguía derramando la caridad hasta el final. Cualquier otro hubiera muerto en la retaguardia, en una casa confortable, mimado por sus Religiosas. A él le urge la caridad de Cristo. La causa próxima de su muerte es la búsqueda de golfos a horas intempestivas de la noche y de la madrugada, cuando todos los ancianos de Madrid dormían tranquilos en cama blanda. Acompañado de Valentín, dejaba Porta Coeli rumbo al barrio de Cuatro Caminos. El frío, las heladas, la nieve juntaban en cualquier covacha o en un hueco de obras un racimo de golfos. Pegados, echados materialmente unos sobre otros, trataban de calentarse. Aquel invierno llegó tarde en Madrid, pero fue muy duro por las implacables y persistentes heladas y hasta por las nevadas. Años hacía que Madrid no conocía el manto banco de la nieve.

Hasta el 13 de febrero no se anuncia en serio el invierno. Llegaba con retraso. Chubascos, viento y frío. Tres días más tarde, la primera nevada del año y de muchos años.

El domingo 17 nieva otra vez:

“A las cinco de la tarde el termómetro volvió a bajar, y tras una ligera llovizna se produjo la nevada, alcanzando bastante intensidad hacia las diez de la noche, por lo que volvió a cuajar la nieve. Cesó la nevada al amanecer, cuando el viento, frío y duro, fue cambiando. La helada duró hasta bien entrada la mañana y durante el día de ayer el tiempo se mantuvo con el mismo cariz”.

Durante los días siguientes continúa el rigor invernal. Al anochecer del día 19 empieza a nevar. El 20 cae la segunda nevada del año, que supera a la anterior y llega a cuajar con bastante espesor y con el agravante de congelarse por el frío intensísimo.

La tercera nevada, superior a las anteriores, cubre Madrid el día 21 con una inmensa piel de armiño. Al día siguiente, cambio brusco: sol primaveral.

Prosiguiendo su técnica, el P. Méndez sabe que estas crudas noches son las más aptas para recoger golfos, acurrucados en cualquier miserable refugio.

“La M. Fundadora estaba empeñada en cuidarle. Él, en cambio, decía que no tenía nada y que tenía que comer lo que los demás comían y bebían. Así es que la M. Fundadora tuvo que determinar diesen a todos el vino de quina que le hacía falta al Siervo de Dios.”

Los testigos hablan de que el P. Méndez ha pisado la nieve. Por tanto, las salidas se refieren a febrero de 1924. En aquel invierno cruel no nevó más en Madrid. Ello hace suponer que la enfermedad y las hemorragias comienzan semanas antes de la muerte, no en marzo, sino durante esa semana glacial del 13 al 21 de febrero. Así hay que matizar los testimonios: “Salió una noche de nieve a recoger niños por el barrio de Cuatro Caminos”.


Una Trinitaria.

17 julio 2018

El Santo Escapulario de la Virgen del Carmen.


Desde el siglo XVI casi todos los Papas lo han vestido y propagado. El papa Juan Pablo II, que es terciario carmelita, recordó en diversas ocasiones que viste con devoción, desde niño, el escapulario del Carmen.

La Virgen dio a los Carmelitas el escapulario como un hábito miniatura que todos los devotos pueden llevar para significar su consagración a ella.

Fue entregado al General de la Orden del Carmen, san Simón Stock, según la tradición, el 16 de julio de 1.251.

Consiste en un cordón que se lleva al cuello con dos piezas pequeñas de tela color café, una sobre el pecho y la otra sobre la espalda. Se usa bajo la ropa.

La Virgen del Carmen y el escapulario es hoy uno de los máximos exponentes de la religiosidad popular, no sólo en Andalucía, España o Iberoamérica sino en el resto del mundo.

Significado del Santo Escapulario.

1) El amor y la protección maternal de María: El signo es una tela o manto pequeño. Vemos como María cuando nace Jesús lo envuelve en un manto. La Madre siempre trata de cobijar a sus hijos.

2) Pertenencia a María: Llevamos una marca que nos distingue como sus hijos escogidos. El escapulario se convierte en el símbolo de nuestra consagración a María.

3) El suave yugo de Cristo: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mi, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”. (Mt 11:29-30). El escapulario simboliza ese yugo que Jesús nos invita a cargar pero que María nos ayuda a llevar.

16 julio 2018

Evangelizar con sobriedad, no somos divos de gira.


- El Bautismo nos hace misioneros.

De ahí que “un bautizado que no siente la necesidad de anunciar el Evangelio, de anunciar a Jesús, no es un buen cristiano”.

Por esp el pasaje evangélico de San Marcos que relata el momento en que Jesús envía a los Doce en misión. Una especie de “práctica” de lo que harán tras la Resurrección del Señor con el poder del Espíritu Santo”.

- El estilo misionero tiene su centro en Jesús.

El evangelista se detiene en el “estilo del misionero”, cuyo centro es Jesús y cuyo rostro es la pobreza de los medios.

Asimismo este episodio nos implica también a nosotros, y no sólo a los sacerdotes, sino a todos los bautizados, llamados a testimoniar, en los diversos ambientes de su vida, el Evangelio de Cristo.

“El bastón y las sandalias son la dotación de los peregrinos”, puesto que así son los mensajeros del reino de Dios, quien quiere que vayamos por el mundo predicando libres y ligeros. Por eso afirmo que los misioneros no son “managers omnipotentes, ni funcionarios inamovibles o divos de gira”.

- Misión auténtica a partir de su centro.

De manera que también para nosotros esta misión es auténtica sólo a partir de su centro inmutable que es Jesús. Y que no se trata de una iniciativa individual de los fieles o de los grupos, puesto que es la misión de la Iglesia, unida inseparablemente a su Señor.

De manera que ningún cristiano anuncia el Evangelio “por cuenta propia”, sino sólo enviado por la Iglesia “que ha recibido el mandato del mismo Cristo".


(Angeles. Papa Francisco, 15-7-2018)

Festividad de la Virgen del Carmen.



Salve Marinera.



06 julio 2018

Oración a Santa María Goretti.




Señor Dios, 
que eres fuerza de las almas inocentes y te complaces en los corazones limpios, 
tú que otorgaste a santa María Goretti la palma del martirio en la edad juvenil, 
concédenos, por su intercesión, 
la constancia en tus mandamientos, el perdonar a los que nos ofenden...
y darnos a nosotros tambien, así como a esta virgen le diste la victoria en el combate,
la posibilidad de que podamos librar el nuestro, tomados de la mano de Maria 
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo y Señor Nuestro
Que vives y reina en unidad con el Espiritu Santo
Por los siglos de los siglos....
Amén

Hoy celebramos la fiesta de Santa María Goretti.


María nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo, provincia de Ancona, Italia. Hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, tercera de siete hijos de una familia pobre de bienes terrenales pero rica en fe y virtudes, cultivadas por medio de la oración en común, rosario todos los días y los domingos Misa y sagrada Comunión. Al día siguiente de su nacimiento fue bautizada y consagrada a la Virgen. A los seis años recibirá el sacramento de la Confirmación.

Después del nacimiento de su cuarto hijo, Luigi Goretti, por la dura crisis económica por la que atravesaba, decidió emigrar con su familia a las grandes llanuras de los campos romanos, todavía insalubres en aquella época. Se instaló en Ferriere di Conca, poniéndose al servicio del conde Mazzoleni, es aquí donde María muestra claramente una inteligencia y una madurez precoces, donde no existía ninguna pizca de capricho, ni de desobediencia, ni de mentira. Es realmente el ángel de la familia.

Tras un año de trabajo agotador, Luigi contrajo una enfermedad fulminante, el paludismo, que lo llevó a la muerte después de padecer diez días. Como consecuencia de la muerte de Luigi, Assunta tuvo que trabajar dejando la casa a cargo de los hermanos mayores. María lloraba a menudo la muerte de su padre, y aprovecha cualquier ocasión para arrodillarse delante de su tumba, para elevar a Dios sus plegarias para que su padre goce de la gloria divina.

Junto a la labor de cuidar de sus hermanos menores, María seguía rezando y asistiendo a sus cursos de catecismo. Posteriormente, su madre contará que el rosario le resultaba necesario y, de hecho, lo llevaba siempre enrollado alrededor de la muñeca. Así como la contemplación del crucifijo, que fue para María una fuente donde se nutría de un intenso amor a Dios y de un profundo horror por el pecado.

Amor intenso al Señor

María desde muy chica anhelaba recibir la Sagrada Eucaristía. Según era costumbre en la época, debía esperar hasta los once años, pero un día le preguntó a su madre: -Mamá, ¿cuándo tomaré la Comunión?. Quiero a Jesús. -¿Cómo vas a tomarla, si no te sabes el catecismo? Además, no sabes leer, no tenemos dinero para comprarte el vestido, los zapatos y el velo, y no tenemos ni un momento libre. -¡Pues nunca podré tomar la Comunión, mamá! ¡Y yo no puedo estar sin Jesús! -Y, ¿qué quieres que haga? No puedo dejar que vayas a comulgar como una pequeña ignorante. Ante estas condiciones, María se comenzó a preparar con la ayuda de una persona del lugar, y todo el pueblo la ayuda proporcionándole ropa de comunión. De esta manera, recibió la Eucaristía el 29 de mayo de 1902.

La comunión constante acrecienta en ella el amor por la pureza y la anima a tomar la resolución de conservar esa angélica virtud a toda costa. Un día, tras haber oído un intercambio de frases deshonestas entre un muchacho y una de sus compañeras, le dice con indignación a su madre: -Mamá, ¡qué mal habla esa niña! -Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones. -No quiero ni pensarlo, mamá; antes que hacerlo, preferiría...Y la palabra morir queda entre sus labios. Un mes después, sucedería lo que ella sentenció.

Pureza eterna

Al entrar al servicio del conde Mazzoleni, Luigi Goretti se había asociado con Giovanni Serenelli y su hijo Alessandro. Las dos familias viven en apartamentos separados, pero la cocina es común. Luigi se arrepintió enseguida de aquella unión con Giovanni Serenelli, persona muy diferente de los suyos, bebedor y carente de discreción en sus palabras.

Después de la muerte de Luigi, Assunta y sus hijos habían caído bajo el yugo despótico de los Serenelli, María, que ha comprendido la situación, se esfuerza por apoyar a su madre: -Ánimo, mamá, no tengas miedo, que ya nos hacemos mayores. Basta con que el Señor nos conceda salud. La Providencia nos ayudará. ¡Lucharemos y seguiremos luchando!

Desde la muerte de su marido, Assunta siempre estuvó en el campo y ni siquiera tiene tiempo de ocuparse de la casa, ni de la instrucción religiosa de los más pequeños. María se encarga de todo, en la medida de lo posible. Durante las comidas, no se sienta a la mesa hasta que no ha servido a todos, y para ella sirve las sobras. Su obsequiosidad se extiende igualmente a los Serenelli. Por su parte, Giovanni, cuya esposa había fallecido en el hospital psiquiátrico de Ancona, no se preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven robusto de diecinueve años, grosero y vicioso, al que le gusta empapelar su habitación con imágenes obscenas y leer libros indecentes. En su lecho de muerte, Luigi Goretti había presentido el peligro que la compañía de los Serenelli representaba para sus hijos, y había repetido sin cesar a su esposa: -Assunta, regresa a Corinaldo! Por desgracia Assunta está endeudada y comprometida por un contrato de arrendamiento.

Después de tener mayor contacto con la familia Goretti, Alessandro comenzó a hacer proposiciones deshonestas a la inocente María, que en un principio no comprende. Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del muchacho, la joven está sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas.

Suplica a su madre que no la deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha amenazado: -Si le cuentas algo a tu madre, te mato. Su único recurso es la oración. La víspera de su muerte, María pide de nuevo llorando a su madre que no la deje sola, pero, al no recibir más explicaciones, ésta lo considera un capricho y no concede ninguna importancia a aquella reiterada súplica.

El 5 de julio, a unos cuarenta metros de la casa, están trillando las habas en la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por bueyes. Lo hace girar una y otra vez sobre las habas extendidas en el suelo. Hacia las tres de la tarde, en el momento en que María se encuentra sola en casa, Alessandro dice:

-"Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los bueyes por mí?" Sin sospechar nada, la mujer lo hace. María, sentada en el umbral de la cocina, remienda una camisa que Alessandro le ha entregado después de comer, mientras vigila a su hermanita Teresina, que duerme a su lado.

-"¡María!, grita Alessandro. -¿Qué quieres? -Quiero que me sigas. -¿Para qué? -¡sígueme!

-Si no me dices lo que quieres, no te sigo".

Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y la arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta. La niña grita, pero el ruido no llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se someta, Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar pero no sucumbe. Furioso, el joven intenta con violencia arrancarle la ropa, pero María se deshace de la mordaza y grita:

-No hagas eso, que es pecado... Irás al infierno.

Poco cuidadoso del juicio de Dios, el desgraciado levanta el arma:

-Si no te dejas, te mato.

Ante aquella resistencia, la atraviesa a cuchilladas. La niña se pone a gritar:

-¡Dios mío! ¡Mamá!, y cae al suelo.

Creyéndola muerta, el asesino tira el cuchillo y abre la puerta para huir, pero, al oírla gemir de nuevo, vuelve sobre sus pasos, recoge el arma y la traspasa otra vez de parte a parte; después, sube a encerrarse a su habitación. María recibió catorce heridas graves y quedó inconsciente. Al recobrar el conocimiento, llama al señor Serenelli: -¡Giovanni! Alessandro me ha matado... Venga. Casi al mismo tiempo, despertada por el ruido, Teresina lanza un grito estridente, que su madre oye. Asustada, le dice a su hijo Mariano: -Corre a buscar a María; dile que Teresina la llama.

En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las escaleras y, al ver el horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, exclama: -¡Assunta, y tú también, Mario, venid!. Mario Cimarelli, un jornalero de la granja, trepa por la escalera a toda prisa. La madre llega también: -¡Mamá!, gime María. -¡Es Alessandro, que quería hacerme daño! Llaman al médico ya los guardias, que llegan a tiempo para impedir que los vecinos, muy excitados, den muerte a Alessandro en el acto.

Sufrimiento redentor

Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron de que la niña todavía no haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio, el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al diagnosticar que no tiene cura, llamaron al capellán. María se confiesa con toda claridad. Luego, durante dos horas, los médicos la cuidaron sin dormirla.

María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consiguió que le permitan permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas para consolarla: -Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas?

En un momento, María le dice a su mamá: -Mamá, dame una gota de agua. -Mi pobre María, el médico no quiere, porque sería peor para ti. Extrañada, María sigue diciendo: -¿Cómo es posible que no pueda beber ni una gota de agua? Luego, dirige la mirada sobre Jesús crucificado, que también había dicho ¡Tengo sed!, y entendió.

El sacerdote también está a su lado, asistiéndola paternalmente. En el momento de darle la Sagrada Comunión, le preguntó: -María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino? Ella le respondió: -Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado.

Pasando por momentos análogos por los que pasó el Señor Jesús en la Cruz, María recibió la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila, humilde en el heroísmo de su victoria.

Después de breves momentos, se le escucha decir: "Papá". Finalmente, María entra en la gloria inmensa de la Comunión con Dios Amor. Es el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde.

La conversión de Alessandro

En el juicio, Alessandro, aconsejado por su abogado, confesó: -"Me gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Despechado, preparé el puñal que debía utilizar". Por ello, fue condenado a 30 años de trabajos forzados. Aparentaba no sentir ningún remordimiento del crimen tanto así que a veces se le escuchaba gritar: -"¡Anímate, Serenelli, dentro de veintinueve años y seis meses serás un burgués!". Sin embargo, unos años más tarde, Mons. Blandini, Obispo de la diócesis donde está la prisión, decide visitar al asesino para encaminarlo al arrepentimiento. -"Está perdiendo el tiempo, monseñor -afirma el carcelero-, ¡es un duro!"

Alessandro recibió al obispo refunfuñando, pero ante el recuerdo de María, de su heroico perdón, de la bondad y de la misericordia infinitas de Dios, se deja alcanzar por la gracia. Después de salir el Prelado, llora en la soledad de la celda, ante la estupefacción de los carceleros.

Después de tener un sueño donde se le apareció María, vestida de blanco en los jardines del paraíso, Alessandro, muy cuestionado, escribió a Mons. Blandino: "Lamento sobre todo el crimen que cometí porque soy consciente de haberle quitado la vida a una pobre niña inocente que, hasta el último momento, quiso salvar su honor, sacrificándose antes que ceder a mi criminal voluntad. Pido perdón a Dios públicamente, ya la pobre familia, por el enorme crimen que cometí. Confío obtener también yo el perdón, como tantos otros en la tierra". Su sincero arrepentimiento y su buena conducta en el penal le devuelven la libertad cuatro años antes de la expiración de la pena. Después, ocupará el puesto de hortelano en un convento de capuchinos, mostrando una conducta ejemplar, y será admitido en la orden tercera de san Francisco.

Gracias a su buena disposición, Alessandro fue llamado como testigo en el proceso de beatificación de María. Resultó algo muy delicado y penoso para él, pero confesó: "Debo reparación, y debo hacer todo lo que esté en mi mano para su glorificación. Toda la culpa es mía. Me dejé llevar por la brutal pasión. Ella es una santa, una verdadera mártir. Es una de las primeras en el paraíso, después de lo que tuvo que sufrir por mi causa".

En la Navidad de 1937, Alessandro se dirigió a Corinaldo, lugar donde Assunta Goretti se había retirado con sus hijos. Lo hace simplemente para hacer reparación y pedir perdón a la madre de su víctima. Nada más llegar ante ella, le pregunta llorando. -"Assunta, ¿puede perdonarme? -Si María te perdonó -balbucea-, ¿cómo no voy a perdonarte yo?" El mismo día de Navidad, los habitantes de Corinaldo se ven sorprendidos y emocionados al ver aproximarse a la mesa de la Eucaristía, uno junto a otro, a Alessandro y Assunta.

Mensaje del Papa Francisco para este mes: Rezar por los sacerdotes.



01 julio 2018

Evangelio. Domingo XIII del Tiempo Ordinario.


Según San Marcos 5, 21 - 43.

En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. 

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad». 

Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.

Catequesis del miércoles pasado del Papa Francisco: "El agradecimiento".


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Esta audiencia será como la del miércoles pasado. En el Aula Pablo VI hay tantos enfermos para que estén mejor, para que estuvieran más cómodos. Pero seguirán la audiencia con la pantalla gigante y también ellos con nosotros; es decir no hay dos audiencias. Hay una sola. Saludemos a los enfermos del Aula Pablo VI. Y sigamos hablando de los mandamientos que, como dijimos, más que mandamientos son las palabras de Dios a su pueblo para que camine bien: palabras amorosas de un Padre.

Las diez Palabras empiezan así: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre” (Ex 20: 2). Este comienzo sonaría extraño con las leyes verdaderas y propias que siguen. Pero no es así.

¿Por qué esta proclamación que Dios hace de sí mismo y de la liberación? Porque se llega al Monte Sinaí después de atravesar el Mar Rojo: el Dios de Israel primero salva, luego pide confianza. [1] Es decir: el Decálogo comienza con la generosidad de Dios. Dios no pide nunca sin haber dado antes. Nunca. Primero salva, después da, luego pide. Así es nuestro Padre, Dios bueno.

Y entendemos la importancia de la primera declaración: "Yo soy el Señor tu Dios". Hay un posesivo, hay una relación, una pertenencia mutua. Dios no es un extraño: es tu Dios. [2] Esto ilumina todo el Decálogo y también revela el secreto de la acción cristiana, porque es la misma actitud de Jesús que dice: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros" (Jn 15, 9). Cristo es el amado del Padre y nos ama con ese amor. Él no comienza desde sí mismo, sino desde el Padre. A menudo nuestras obras fracasan porque partimos de nosotros mismos y no de la gratitud. Y quién empieza por sí mismo: ¿Dónde llega? ¡Llega a sí mismo! Es incapaz de hacer camino, vuelve a sí mismo. Es precisamente esa actitud egoísta que la gente bromeando dice: “Esa persona es yo, mí, me, conmigo”. Sale de sí mismo y vuelve a sí mismo.

La vida cristiana es, ante todo, la respuesta agradecida a un Padre generoso. Los cristianos que solo siguen "deberes" denotan que no tienen una experiencia personal de ese Dios que es "nuestro".  Yo debo hacer esto, eso y lo otro… Solamente deberes. ¡Pero te falta algo! ¿Cuál es el fundamento de este deber? El fundamento de este deber es el amor de Dios Padre, que primero da y luego manda. Anteponer la ley a la relación no ayuda al camino de la fe. ¿Cómo puede un joven desear ser cristiano, si partimos de obligaciones, compromisos, coherencias y no de la liberación? ¡Pero ser cristiano es un camino de liberación! Los mandamientos te liberan de tu egoísmo y te liberan porque el amor de Dios te lleva hacia delante. La formación cristiana no se basa en la fuerza de voluntad, sino en la aceptación de la salvación, en dejarse amar: primero el Mar Rojo, luego el Monte Sinaí. Primero la salvación: Dios salva a su pueblo en el Mar Rojo, después en el Sinaí le dice lo que tiene que hacer. Pero ese pueblo sabe que hace esas cosas porque ha sido salvado por un Padre que lo ama.

La gratitud es un rasgo característico del corazón visitado por el Espíritu Santo; para obedecer a Dios, primero debemos recordar sus beneficios. San Basilio dice: "Quien no deja que esos beneficios caigan en el olvido, está orientado hacia la buena virtud y hacia toda obra de la justicia" (Reglas breves, 56). ¿A dónde nos lleva todo esto? A ejercitar la memoria: [3] ¡Cuántas cosas bellas ha hecho Dios por cada uno de nosotros! ¡Qué generoso es nuestro Padre Celestial! Ahora me gustaría proponeros un pequeño ejercicio: que cada uno, en silencio, responda para sí. ¿Cuántas cosas hermosas ha hecho Dios por mí? Esta es la pregunta. En silencio cada uno de nosotros responda. ¿Cuántas cosas hermosas ha hecho Dios por mí? Y esta es la liberación de Dios. Dios hace tantas cosas bellas y nos libera.

Y sin embargo, alguno puede sentir que aún no ha tenido una verdadera experiencia de la liberación de Dios. Puede suceder. Podría ser que uno mire en su interno y encuentre solo sentido del deber, una espiritualidad de siervos y no de hijos. ¿Qué hacer en este caso? Lo que hizo el pueblo elegido. Dice el libro del Éxodo: "Los israelitas, gimiendo bajo la servidumbre, clamaron, y su clamor que brotaba del fondo de su esclavitud, subió a Dios. Oyó Dios sus gemidos y acordóse Dios de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob... Y miró Dios a los hijos de Israel y conoció"(Ex 2,23-25). Dios piensa en mí.

La acción liberadora de Dios al comienzo del Decálogo – es decir, de los Mandamientos- es la respuesta a este lamento. No nos salvamos solos, pero de nosotros puede salir un grito de ayuda: “Señor, sálvame, Señor enséñame el camino, Señor, acaríciame, Señor, dame un poco de alegría”. Esto es un grito que pide ayuda. Esto depende de nosotros: pedir que nos liberen del egoísmo, del pecado, de las cadenas de la esclavitud. Este grito es importante, es oración, es conciencia de lo que todavía está oprimido y no liberado en nosotros. Hay tantas cosas que no han sido liberadas en nuestra alma, “Sálvame, ayúdame, libérame”. Esta es una hermosa oración al Señor. Dios espera ese grito porque puede y quiere romper nuestras cadenas; Dios no nos ha llamado a la vida para estar oprimido, sino para ser libres y vivir con gratitud, obedeciendo con alegría a Aquel que nos ha dado tanto, infinitamente más de lo que nosotros podremos darle. Es hermoso esto ¡Que Dios sea siempre bendito por todo lo que ha hecho, lo que hace y lo que hará en nosotros!


Roma. 27-06-2018.

Fe y esperanza cristianas, padre Jerónimo Usera.


Fe y esperanza coligadas hacia el mismo sentido


Caminamos en esperanza

Cuando cada noche activamos el “despertador” es porque esperamos abrir los ojos y estar vivos mañana, aunque sabemos que la vida no nos pertenece. Vivir, sobrevivirnos, plantar, engendrar, construir, viajar, crear, superar el dolor y las dificultades…amar son signos de este germen individual y colectivo que la humanidad lleva marcado en sus genes y hace que continuemos la ingente marcha que comenzó con la primera mujer y el primer hombre. La esperanza, felizmente asociada con la libertad, va marcando las metas hacia delante que todos creamos en nuestros sueños.

La esperanza cristiana en cordón trenzado con la fe, añade un “más” de confianza y seguridad a los grandes valores humanos de libertad y expectativa humanas. Es un cable irrompible que tira hasta más allá del límite desde la certeza de la resurrección de Cristo y su promesa de vida eterna. Las etapas intermedias, como metas volantes del camino de la vida de cada ser humano y de la humanidad toda, cobran el sentido absoluto en la misma promesa: Jesús le dice a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Lo crees?”. Nuestra fe cristiana, que es fe en la resurrección, nos fue infundida por el Espíritu en el Bautismo.

Jerónimo Usera, unido a Dios, en su apertura al Verbo Encarnado y al Verbo crucificado y resucitado, marcó con su vida un itinerario coherente entre el decir, proclamar y hacer. Vivió en el empeño de superación del mal en sí mismo y en la sociedad y personas concretas con que convivió.

Apertura a Dios en el Verbo encarnado.             

Desde la fe en Cristo y la pasión por su santa vida en la tierra (lo que vieron nuestros ojos y tocaron nuestras manos, nos dice S. Juan) en el testimonio del Padre Usera, si consideramos en su globalidad su mensaje total, vemos que el camino de su mente y su corazón en unidad, no se desvía, aunque humanamente cometiera errores, ni cuando mira en horizontal y desde abajo, ni cuando se eleva a una dimensión trascendente. Percibimos al Venerable siervo de Dios siempre atento a la vida y mensaje de Jesús, el Hijo de Dios, que en su vida entre nosotros no separó su actividad con las personas, de su unidad con el Padre, aunque a veces pueda parecer a la pequeñez de la comprensión humana, que disociaba una cosa de la otra.

Si la mente y el corazón están sumergidos en una experiencia de “amor seguro”, la fe, la esperanza y la caridad están unidas en un todo inseparable, aunque podamos hacer diferencias teóricas. El Padre Usera tenía claro el por qué y para qué de su existencia y por eso asumía el cómo y dónde, aunque fueran difíciles. La llamada de la necesidad era la llamada de Dios. Cuando la Iglesia nos exhorta en su oración tradicional a hacer actos de fe, esperanza y caridad, nos invita a frecuentar una relación con Dios unitaria, pues la oración de nuestra boca ha de rezar en nuestras obras. Cuando el Padre Usera ora exclamando: “Señor, tenemos fe en tus palabras, confiamos en tus promesas, te amamos con todo nuestro corazón y nuestra alma”, está poniendo en juego toda su persona y lo está haciendo con vehemencia, está expresando un estado de oración y disponibilidad total.

“Señor, no queremos más premio que Vos mismo: teniéndoos a Vos, seremos dichosos en la tierra, y todavía más dichosos en las mansiones del cielo” Es una oración del Padre Usera a Dios, en la que fe y esperanza caminan juntas. Actúan y se expresan en unidad. Mira al crucifijo como señal de esperanza, espera vigilante y contemplativa hacia el que está “fijo en la cruz, con los brazos abiertos, la cabeza inclinada, el corazón abierto, rebosante de gracia y misericordia para la humana fragilidad y miseria”.

Si hacemos referencia a los valores culturales que tanto apasionaron al P. Usera, podemos aplicarle una frase de JP. II en el sentido de que “la cultura debe ser a medida de la persona humana” (O. Romano, 15 /09/2000). Dios le concedió al P. Usera la gracia de integrar los conocimientos humanísticos, antropológicos, filosóficos y teológicos con su personalidad de profundo creyente y místico. En su vida vemos que su fe no le impidió hacer causa común con la verdadera ilustración y la libertad de los pueblos, y le llevó a afirmar que “la verdad y la luz nunca estarán en oposición” (Cf. Usera, La verdad de la Religión. Escritos pág 79 y 90).

Entendió que la promoción de la persona es una vía de salvación para la misma, no sólo antropológica y social, sino espiritual y trascendente. ¿A qué se debe si no el número de obras sociales, su presencia habitual en el confesonario, sus sermones sin número, sus publicaciones en defensa de la fe, la Iglesia y el Papa?

La espiritualidad de J. Usera, profundamente enraizada en la Encarnación del Hijo de Dios y la contemplación de este misterio, le llevó a formular esta espiritualidad como la imitación de Cristo en su vida de servir y no ser servido, de creer y esperar en este Jesús que murió y resucitó y prometió permanecer con nosotros hasta el final de los tiempos. Su testimonio y enseñanzas están llenos de hechos así testimoniados por sus contemporáneos y seguidores.

Por sus huellas los conoceréis

Nuestra vida y obras van dejando su ADN por donde pasan y ahora, desde la distancia, encontramos estas marcas en los escritos y memoria histórica no adulterada de las personas que nos precedieron, en este caso el “olor a santidad” del P. Usera.

Acudimos a la Positio (compilación de afirmaciones veraces sobre su persona y santidad), como recopilación fidedigna de testimonios sobre sus heroicas virtudes, muchos de ellos ya conocidos, pues fueron emitidos en vida del Padre Usera y otros en las fuentes históricas consultadas a lo largo de la investigación del Proceso de canonización. De todo el elenco, seleccionamos apenas algunos de ellos.

– Vemos que la fe en el P. Usera actúa por la caridad y es sostenida por la esperanza. Su fe le hace salir de sí mismo y le remite a la oración y a los hombres, especialmente a los pobres y más necesitados, con los que Jesús se identifica, y fue intensa y actuante en los momentos más dolorosos de su vida, que le exigieron desprendimiento y obediencia heroica, fiado en la Providencia divina, a través de sus mediaciones:

– Hablaba muy bien y la gente acudía a oírlo porque tenía mucha garra y su mensaje convencía incluso a gente no muy católica. Lo que él decía llegaba lo mismo a los grandes que a los sencillos. Era un hombre de mucho recogimiento y oración (María Estela Usera, sobrina del Padre).

– “Ruego encarecidamente a VE.I (Sr. Obispo)…. me diga: V. debe hacer esto y esto, y lo cumpliré así. Porque yo no soy sabio, ni menos virtuoso, pero gracias a Dios, tengo la docilidad de un buen hijo de la Iglesia, de cuya obediencia no permita el Señor me aparte jamás” (P. Usera).

– “La familia hablaba del tío como de un santo, que sólo verle orar en nuestro oratorio de Griñón invitaba a la oración. La familia comentaba, también, que era un hombre de Dios, que cuando regresó de Fernando Poo, se le veía agotado, pero que él jamás de quejaba, que le oían decir que sus actos de oración eran su mejor descanso y alivio para su enfermedad, su semblante de paz animaba a los demás a ser pacientes y comprensivos. Del tío se guarda un grato recuerdo, de su finura y amabilidad para con todos y de su gran amor a la vida interior” (Dña. Catalina, sobrina del P. Usera).

– Ningún otro fin me condujo a aquellos remotos países (Guinea ecuatorial) que el contribuir con mis escasos conocimientos y buen celo al bienestar de sus sencillos habitantes, dándoles a conocer las ventajas de la civilización cuando va acompañada de los consuelos de la gracia y luminosos conocimientos que trae en pos de sí la religión del Crucificado” (P. Usera)

– Por amor de Dios y bien del prójimo, hay que sufrirlo todo, “sabiendo de cierto que un día han de recibir el premio a que se hayan hecho acreedoras por su paciencia en sufrir, por su constancia en perseverar y por su caridad en instruir y ganar almas para el cielo” (P. Usera- recomendación a las Hermanas)

Todos estos dones que Dios deposita en sus hijos y que se hacen especialmente “rentables” en sus santos, nos son concedidos a nosotros también, cuando acudimos a Dios y los pedimos con humildad. Cuantos convivieron con el Padre Jerónimo Usera, seguramente quedaron “tocados” por sus palabras y gestos humanos, como aquel que “escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica”.


Prieto, rad
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