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24 diciembre 2016

Reflexión: Misa 24 de diciembre.


¡Feliz Natividad del Señor!

En esta noche santa, Jesús nace para quedarse entre nosotros.
Hace unos momentos, hemos estado reunidos y cenando con nuestras familias, con nuestras comunidades. Ahora vamos a la Iglesia a celebrar que Dios se ha hecho uno de nosotros, que Dios se hace hombre.
Pudiendo nacer en palacios y sitios de prestigios, elige lo más sencillo, lo más humilde. Seguramente si a nosotros nos dieran a elegir donde nacer, ni se nos ocurriría decir en un establo y concretamente en un pesebre. Es más, no lo veríamos como un sitio “humano”.
Pero, Jesús viene a cambiar todas nuestras expectativas y viene a “confundirnos”.
Viene para poner luz donde hay tinieblas, para abrir las puertas de esos corazones que están cerrados a Dios y al prójimo, para darle la dignidad a esas personas que la han perdido, para ser libertad ante tanto cautivo y privados de libertad, para consolar a los tristes y desde la sencillez, poder llegar a todos por igual sin exclusión.

Que esta noche sepamos descubrir el sentido verdadero de la Navidad, que no es otro que ser reflejo de Dios en medio del mundo y ser coherentes con nuestra vida de cristiano.
Su Reino está aquí, y es un regalo, abramos sin miedo ese paquete que el Niño nos trae, y seamos valientes en ponerlo en funcionamiento.

En la Primera Lectura del Profeta Isaías, nos narra como un pueblo que anda en tinieblas, a través de un niño recién nacido le llega la Luz. Y es un niño como el resto, peor con algo especial: es un Príncipe de la Paz. Y esto le descoloca. No es el “Nuevo David” que esperan guerrero, triunfante, poderoso…
Es un niño que viene con el arma de la misericordia, del perdón. Que sus preferidos son los que nadie quiere, los últimos de la sociedad. Y este mensaje, es hoy en día esperanza. Porque Dios cumple su Palabra.

En la Segunda Lectura de la Carta de Pablo a Tito, nos habla de la venida de Cristo. Es una venida que no deja indiferente a nadie, y que necesita un cambio radical por nuestra parte. Es gracia que todos los pueblos esperaban con ansia, las que anunciaban tantas veces los profetas se hace vida y hace aparición en la humildad de un Niño.
Nosotros, los cristianos, no tenemos que esperar a ver una señal de las estrellas, sino, que teniendo una vida sencilla y austera (sin fijarnos si los otros la tienen o no) recibamos a Dios en Jesús. Si asumimos eso, dejaremos de usar palabras y nos conocerán por nuestros actos.

En el Evangelio de San Lucas, leemos como se produce el nacimiento de Jesús y sus complicaciones antes de que María diera a Luz. Si tenemos que resumir el evangelio en una palabra, sería: Pobreza. Vemos como Jesús nace en lo sencillo y en lo más humano.
Nace en un pesebre: que es un recipiente donde los animales comían.
Los primeros que recibieron la noticia que había nacido y contemplaron tan grande misterios fueron los pastores: Personas marginadas, pobres, los que estaban excluidos de la sociedad
Qué raro se hace que un Rey, nazca en tan grande pobreza y se reúna con los “peores” de la sociedad, ¿verdad? Pues aunque a nosotros nos parezca increíble, y año tras año adornemos con tan majestuosidad nuestros belenes y nuestras mesas en una noche tan simbólica, recordemos que Jesús vino a todo lo contrario.
Y aún así, el sigue soñando con que seamos entre nosotros más humanos, tengamos brazos que sepan abrirse para acoger a los demás con amor incondicional.

Pidamos a la Virgen María, que seamos como aquellos pastores que supieron escuchar la voz de tan gran anuncio, y que cada día demos testimonio al mundo del reflejo de ese Niño, que cuando vamos y le conocemos, no nos deja impasible.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-misa-del-gallo/

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