O invito a todos los cristianos a estar alegres por el próximo nacimiento de Jesús, pues nos trae la salvación de la esclavitud del pecado.
La salvación, traída por Jesús, llega a todo ser humano y lo regenera.
Dios entró en la historia para la liberación de la esclavitud del pecado. Colocó su tienda en medio de nosotros para formar parte de nuestras vidas, sanar nuestras heridas y darnos una vida nueva.
La alegría es el fruto de esta intervención de la salvación y del amor de Dios en nuestras vidas.
Estamos llamados a participar del sentimiento de júbilo, de la que se llena la liturgia de hoy por la venida del Señor como un liberador a nuestras vidas. Es Él quien nos muestra el camino de la fidelidad, de la paciencia, de la perseverancia, para que, con su regreso, nuestra alegría sea completa.
Hoy, tercer domingo de Adviento, caracterizado por la invitación de san Pablo en su Carta a los Filipenses: Regocijaos siempre en el Señor. Os lo repito, regocijaos. El Señor está cerca, no se trata de una alegría superficial o puramente emotiva, ni tampoco es una alegría mundana como la que da el consumismo.
Se trata de una alegría más auténtica, de la cual estamos llamados a redescubrir su sabor. Es una alegría que toca lo íntimo de nuestro ser, mientras esperamos a Aquel que ya ha venido a traer la salvación al mundo, el Mesías prometido, nacido en Belén de la Virgen María”.
Los signos de la llegada de la Navidad sn evidentes en nuestras calles y en nuestras casas. Aquí, en la plaza, tenemos el pesebre y el árbol. Estos signos externos nos invitan a acoger al Señor, que siempre viene y llama a nuestra puerta. Nos invitan a reconocer sus pasos en los de nuestros hermanos que pasan junto a nosotros, sobre todo de los más débiles y necesitados.
Hoy se nos invita a regocijarnos en la inminente venida de nuestro Redentor, y estamos llamados a compartir esta alegría con los demás, dar consuelo y esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas que están solas y a la gente infeliz.
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El Papa bendice a los “Bambinelli”
Después del rezo del Ángelus, el Papa saludó a los niños y jóvenes presentes en la Plaza de San Pedro para la tradicional bendición de los “Niños Jesús” del Pesebre, o “Bambinelli”, organizada por los oratorios parroquiales y las escuelas católicas romanas.
“Queridos niños, cuando recen delante del Pesebre con sus padres, pidan al Niño Jesús que les ayude a todos a amar a Dios y al prójimo. Y acuérdense de rezar por mí como yo me acuerdo de rezar por ustedes”.
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