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11 diciembre 2016

Reflexión del III domingo de Adviento.


El domingo pasado, la Iglesia nos ponía para nuestra reflexión uno de los personajes más conocidos en el la liturgia: a Juan el Bautista, el Precursor.
Veíamos como el adviento es el camino que recorremos nosotros hacia el encuentro del Señor. Todos tenemos algo de “Precursor”. Tenemos que ser ejemplo y coherentes con nuestra vida de Cristiano. Tenemos que allanar los caminos y acompañar a nuestros hermanos a que lleguen a Dios.
Las lecturas nos hablaban de eso mismo. Tenemos que anunciar aquí y ahora un nuevo mundo lleno de paz, de justicia, de caridad, de igualdad. No podemos olvidar que la Iglesia anuncia a un Cristo que está en nuestra historia, que se acerca a cada persona, y nosotros no podemos juzgar, porque también estamos en el camino.

En este Domingo III del Tiempo de Aviento, tenemos que tener una actitud de alegría. Éste domingo se llama el “Domingo de Gaudete”. ¿Por qué se llama así? Gaudete quiere decir alegría, regocijo, y la Iglesia lo lleva celebrando desde hace muchos siglos, y procede de la Carta de Pablo a los Filipenses que se lee en la antífona de entrada.
La Iglesia aclama “Ven Señor Jesús”, y tenemos esa esperanza de que viene y se queda con nosotros. Esto es posible, si somos capaces a nivel personal y comunitario de dejar que Jesús sea el centro, que tengamos los mimos sentimientos, actitudes, y palabras que Jesús.
Celebremos con gran alegría la venida de Jesús a nuestras vidas, y que seamos hombres y mujeres que derrochemos alegría anunciando con nuestras obras el Evangelio.

La Primera Lectura del Libro de Isaías, nos presenta como Jerusalén no ha sido derrotada y es una llamada a que el pueblo salga de su cansancio y vaya a la nueva Sión. De fondo, tiene un gran símbolo para nosotros, la Iglesia. Nuestra vida debe ser un camino, aunque tengamos en medio ciertas dificultades. Fuera las derrotas, las tristezas… Toca tener una alegría esperanzada. El adviento nos ayuda a que despertemos de nuestras comodidades para que alegres y en compañía de nuestros hermanos, en comunidad, vayamos juntos hacia la nueva Sión. Y como dice la última frase de la lectura: Pena y aflicción se alejarán”, y es porque con nuestro esfuerzo y ayuda de los demás, iremos con alegría y esperanza al encuentro del Señor, y Él habitará con nosotros.

En la Segunda Lectura que es de la Carta del Apóstol Santiago, nos exhorta a que estemos firmes porque el Señor está al llegar. Que dejemos nuestras comodidades, nuestros egoísmos, nuestros “trabajos”; dejemos a un lado nuestras tristezas, nuestros malos momentos, y que la esperanza en esa venida de Dios hecho hombre, sea motivo para que nuestra fe sea cada vez más sólida. Que nos preocupemos en esforzarnos a ser buenos cristianos y la esperanza sea nuestro motivo de la alegría en este adviento.

En el Evangelio de Mateo, hoy se nos presenta una relato agridulce, ya que Juan Bautista está preso por Herodes, ya que éste, ha oído gestos sanadores y proféticos de Jesús.
Pero, Juan, en un ataque de “duda-miedo” como muchos judíos (y aquí podíamos meternos nosotros también) piensa que Jesús podría ser un Mesías capaz de ser un político triunfante. Que va a venir con gran ejército, con poder (como nosotros entendemos, o nos gustaría), pero no, Jesús viene como un Mesías en silencio, con el ejército de sus preferidos: pecadores, pobres, humildes, encarcelados… Él cumple el anuncio de que a llevar a término la defensa de los débiles y despreciados, la sanación a los enfermos, la libertad a los cautivos…
Alomejor, nosotros tenemos otra idea, pero Jesús viene a lo que viene, nosotros somos libres de seguir en nuestras riquezas y en nuestro mundo, o salir de nosotros mismos para poder acoger al niño, que, pudiendo venir con grandes riquezas, se hace pobre entre los pobres para, desde ahí, llegar a todos por igual.

Que la Virgen María Inmaculada, cuya fiesta celebramos hace unos días, sea nuestro ejemplo e intercesora ante su hijo Jesús, para que nuestra vida esté llena de confianza plena en Dios, aunque muchas veces en el momento no lo sepamos ver.
Que ella, nos otorgue la alegría y la esperanza para que podamos acoger a Jesús en nuestras vidas, y desde ahí, seamos reflejos de Dios en medio de nuestra historia.
Actualizar el Evangelio en nuestro día a día, sabiendo aceptar las contrariedades que se nos pone en nuestro caminar, pero nunca sin perder la alegría de la esperanza de Jesús.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-del-iii-domingo-de-adviento-domingo-de-gaudete-por-fray-jose-borja/

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