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15 diciembre 2016

Hay sacerdotes y cristianos que nunca están satisfechos con lo que Dios les da. No logran entender el núcleo de la revelación.


Hay sacerdotes insatisfechos que hacen mucho mal y así tienen su corazón lejano de la lógica de Dios y por eso se lamentan o viven tristes.

Sin embargo, la lógica de Jesús debería dar plena satisfacción a un sacerdote. Es la lógica del mediador y Jesús es el mediador entre Dios y nosotros, y nosotros debemos tomar este camino de mediadores. Ser un intermediario es otra cosa porque hace su trabajo y coge el dinero y él nunca pierde.
El mediador se pierde a sí mismo para unir a las partes, da la vida, a sí mismo, el precio es ese: la propia vida, paga con la propia vida, el propio cansancio, el propio trabajo, con muchas cosas. Y la lógica de Jesús como mediador es la de negarse a sí mismo.

El sacerdote auténtico es un mediador cercano a su pueblo y el intermediario actúa siempre como un funcionario, no sabe qué significa mancharse las manos. Por eso, cuando el sacerdote cambia de mediador a intermediario no es feliz, está triste.

También para hacerse importantes, los sacerdotes intermediarios toman el camino de la rigidez: muchas veces, cansados de la gente, no sabe qué es el dolor humano; pierden eso que habían aprendido en casa, con el trabajo de su padre, de su madre, el abuelo, la abuela, los hermanos.

Mucha gente que se acerca buscando un poco de consuelo, un poco de comprensión es echada con esta rigidez.
Con la rigidez llega la mundanidad, y un sacerdote mundano, rígido es alguien insatisfecho porque ha tomado un camino equivocado.

Sobre rigidez y mundanidad, sucedió hace tiempo que vino a mí un anciano monseñor de la curia, que trabaja, un hombre normal, un buen hombre, enamorado de Jesús y me ha contado que fue al Euroclero (una tienda en Roma en la que se compran artículos religiosos) a comprase un par de camisas y ha visto delante del espejo a un joven –él pensaba que no tendría más de 25 años, un sacerdote joven o que estaba a punto de ser ordenado– delante del espejo, con un manto grande, largo, de terciopelo, una cadena de plata y se miraba. Y después tomó el ‘saturno’ (sombrero que usan algunos sacerdotes), se lo ha puesto y se miraba. Un rígido mundano. Y ese sacerdote –el monseñor este es muy sabio y consiguió superar el dolor con una broma de sano humor– dijo: ‘¡Y después se dice que la Iglesia no permite el sacerdocio a las mujeres!’ Así que lo que le ocurre al sacerdote cuando se convierte en un funcionario termina en lo ridículo, siempre.

En el examen de conciencia consideren esto: ¿He sido hoy un funcionario o un mediador? ¿Me he cuidado a mí mismo, me he buscado a mí mismo, mi comodidad, mi orden o he dejado que la jornada fuese al servicio de los otros?.

Una vez una persona me dijo que él reconocía a los sacerdotes por la actitud con los niños: si saben acariciar a un niño, jugar con un niño… Es interesante esto porque significa que saben abajarse, acercarse a las pequeñas cosas. Sin embargo, el intermediario está triste, siempre con esa cara triste y demasiado seria, con la cara oscura. El mediador tiene siempre una sonrisa y hace gala de la acogida, la comprensión y las caricias.

Propongo a 3 personas como modelo de sacerdotes mediadores:

Policarpo: no negocia su vocación y va con coraje a la hoguera y cuando el fuego llega a él los fieles que estaban ahí sintieron olor a pan. Así termina un mediador, como un trozo de pan para sus fieles.

San Francisco Javier: Muere joven mirando a China.

San Pablo: Cuando murió, los soldados fueron a él, le tomaron y él caminaba encorvad” sabiendo que iba a morir.

Son tres iconos que pueden ayudarnos. Mirémosles allí. ¿Cómo quiero terminar mi vida de sacerdote? ¿Como funcionario, como intermediario o como mediador, es decir, en la cruz?.


(Papa Francisco en Santa Marta, 9-12-2016)

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