Un año más nos preparamos para celebrar la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, haciendo nuestro el deseo del Señor expresado en su oración a Dios Padre en la última cena: «que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea» (Jn 17, 21). Esta iniciativa a la que se adhieren la mayoría de las denominaciones cristianas empezó su andadura en 1908 y desde entonces se ha ido constituyendo en una cita anual que nos damos los cristianos para rezar por la plena unidad visible de la Iglesia de Cristo.
El lema
elegido es: «Destinados a proclamar las grandezas del Señor». Este lema se
inspira en un pasaje de la Primera Carta de san Pedro (2, 9-10), que es el
texto bíblico de referencia para este año. La idea fundamental que se quiere
transmitir es que todos los bautizados, aunque formen parte de diferentes
Iglesias y comunidades eclesiales, comparten la misma vocación de proclamar
las grandezas del Señor
El tema de este año se entiende aún mejor a la luz de la historia de Letonia,
que existió por primera vez como estado de 1918 a 1940 y recuperó su independencia
en 1991, después de los duros años del régimen soviético, en los que
muchos cristianos padecieron la tortura, el exilio y la muerte a causa de su fe
en Jesucristo. Esta comunión en el sufrimiento creó una profunda unión entre
los cristianos letones, que pertenecen más o menos en proporción igual a la
Iglesia católica, ortodoxa y luterana, y les llevó a descubrir su común sacerdocio
bautismal que les capacita para ofrecer sus sufrimientos en unión con los
sufrimientos de Cristo y para dar testimonio común de su fe. La unión entre
los cristianos de Letonia también fue importante a la hora de luchar juntos por
la independencia del país.
Inspirándonos pues en esta propuesta que se nos hace este año desde Letonia,
nos uniremos a los cristianos de todo el mundo durante la Semana de
Oración, descubriendo nuestro sacerdocio común que se fundamenta en el
bautismo, que se administra válidamente en las distintas Iglesias y comunidades
eclesiales y que nos capacita para dar testimonio de las «grandezas», las
maravillas que hace el Señor en nuestras vidas y en las de los demás.
A lo largo de este último año han tenido lugar importantes acontecimientos
relacionados con el ecumenismo y el diálogo interreligioso que nos abren
a la esperanza y nos mueven a un compromiso mayor. En este sentido, cabe
recordar las reiteradas afirmaciones del papa Francisco sobre el escándalo que
supone la desunión y la importancia que tiene para él la búsqueda de la unidad
de los cristianos: «Alcanzar esa meta, hacia la cual nos encaminamos con
confianza, representa una de mis principales preocupaciones, por la cual no
dejo nunca de orar a Dios». Así les dijo a una delegación del Patriarcado Ecuménico
de Constantinopla que lo visitó el 27 de junio 2015, con ocasión de la
solemnidad de san Pedro y san Pablo. En nuestro contexto español queremos
destacar la visita que realizó el cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio
Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, a Valencia a principios
de marzo del año pasado. Organizada por la Facultad de Teología de
Valencia, el Centro Ecuménico Interconfesional de Valencia y el Centro Ecuménico
Padre Congar, tuvo varios momentos señalados, como la conferencia
que impartió el 4 de marzo en la Facultad de Teología San Vicente Ferrer con
el elocuente título: «Ut unum sint: El ecumenismo como obligación eclesiológica
del Concilio Vaticano II».
También cabe señalar en el contexto actual la tan dolorosa persecución
de cristianos en distintas partes del mundo, las afirmaciones del papa Francisco
sobre el «ecumenismo de la sangre», que ya ha repetido en diferentes
ocasiones. Una de ellas ha sido un video-mensaje con motivo de una jornada
de diálogo.
En Europa cada día nos damos más cuenta de la importancia que tiene
el diálogo interreligioso para luchar juntos contra un laicismo beligerante
que pretende excluir a Dios y a la religión del espacio público. También es
cada vez más evidente la necesidad de ese diálogo para aislar al fanatismo
nihilista que nada tiene que ver con una vivencia auténtica de la religión, y
para construir un futuro de paz verdadera y estable.
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