El señor, Méndez, a quien enseguida empezaron a llamar popularmente “padre Méndez”, con misericordia entrañable fundó el Instituto de vida religiosa de las Hermanas Trinitarias para que atendieran a las jóvenes que no encontraban una puerta abierta cuando querían huir del vicio y del mal, ni unos brazos que acogieran a quienes, lejos de Dios y de sí mismas, anhelaban volver a la Casa del Padre.
Le dolía el drama de los que sufren injustamente. Por eso decide construir y ofrercer hogares que tuvieran la puerta siempre abierta, a cualquier hora del día y de la noche, donde no sólo se pudiera dar cama, pan y consuelo, sino además celebrar una fiesta por el regreso a la Casa del Padre.
Busca a su prójimo por las calles y caminos, plazas y estaciones, cárceles y hospitales, para mostrarle el rostro del padre que tiene entrañas de amor u misericordia.
Sale de noche con lluvia o nieve a buscar a sus “golfillos” que se cobijaban bajo un banco, envueltos en periódicos, los arropa bajo su manteo, hasta llevarlos a una casa que sea para ellos su casa familiar.
Encuentra su felicidad cuando el que se ha marchado vuelve a casa y él le insiste: “Es tu casa, esto es tuyo, y yo estoy contento porque has vuelto…”
Sale en busca del que se ha perdido o escapado del rebaño. Tiene tanta paciencia que hasta dieciséis veces vuelve a salir en busca de uno de ellos.
Le apasiona el reino de Dios y desgasta su vida construyéndolo, porque:
Ha conocido a Dios Padre, ha puesto su amor en su Hijo, Jesucristo, y se ha dejado conducir por el Espíritu Santo de amor, fuego que abrasa y anima su vida. Su felicidad radicaba en «hacer en todo su voluntad".
El Espíritu del Señor le unge, habita en él y mueve su vida, por eso nada teme, porque Dios está con él.
Quiso dar a toda su vida y su obra el acento de una espiritualidad, profundamente cristiana, la que nace de la misma Santísima Trinidad: porque toda vida cristiana nace del bautismo en el nombre de la Santísima Trinidad, porque toda obra apostólica se realiza dentro del misterio trinitario y porque también en la historia de la Iglesia se ha invocado siempre a la Santísima Trinidad para toda obra de liberación, de redención y salvación, y de un modo formal y doblemente explícito, desde San Juan de Mata y su gran fraternidad de consagrados trinitarios.
Precisamente en las primeras Constituciones que escribió para el Instituto, aprobadas por la Santa Sede en 1901, establece un «cuarto voto", llamado de «celo por la salvación de las almas». Este implicaba, dentro del misterio de amor de la Santísima Trinidad, que las Hermanas consideraran a las jóvenes con el mismo cariño de una madre con sus hijas, yendo a buscarlas a donde estuviesen.
Para la vida cristiana y religiosa y para el trabajo apostólico, el padre Méndez proponía dos amores: el amor a la Eucaristía y el amor a la Virgen María, bajo la advocación de Madre del Buen Consejo.
La desmesura de amor del padre Méndez le llevó, desde 1915, a iniciar una obra de redención, esta vez en favor de los niños abandonados y explotados de la ciudad,los llamados cariñosamente "golfillos", eran chavales que merodeaban en busca de un trozo de pan, de un refugio seguro; en definitiva de una oportunidad.
Para ellos abrió un Hogar en Madrid, que llamó con razón, "PORTA COELI", otra puerta que debía estar siempre abierta como puerta del Cielo. Al igual que con las chicas, se procuraba el cariño y ambiente distendido, propio de una verdadera familia. nada escatimaron para formar hombres virtuosos, instruidos, sacando de ellos todas las cualidades que encerraban.Además de la cultura general, los chicos aprendian en los talleres un oficio según su gusto y aptitud: carpintería, imprenta, orfebrería, cerrajería, sastrería y zapatería. También recibian catequesis y la adecudad formación espiritual, pues querian prepararlos integramente para el futuro.
"EL ALMA NECESITA LUZ PARA SU INTELIGENCIA, FORTALEZA PARA SU VOLUNTAD, CONSUELO PARA SU CORAZÓN, ESTO SÓLO LO ENCONTRAMOS EN JESUCRISTO"
La madrugada del martes 1 de Abril de 1924, ya primavera legal, era, sin embargo, de auténtico invierno en Madrid.A las cuatro habían llamado a la Casa Madre desde Porta Coeli por teléfono: “El Padre se está muriendo”.
La Madre Mariana y las Consejeras se echaron las capas como mantones por encima del hábito y callejearon los veinte minutos, desde Marqués de Urquijo hasta García de Paredes, como una exhalación, entre la lluvia y la nieve, mezclada con granizo, del frío que hizo todo aquel día.
Subió al primer piso. Cuando entró en la habitación de aquel Hogar bautizado por él mismo “Puerta del Cielo”, oyó respirar a don Francisco trabajosamente pero sosegadamente. (...)
Él mismo, consciente de cómo estaba, pidió a esas horas de la noche, pero ya 1 de Abril, el sacramento de la Unción de los enfermos y el Viático. Las hermanas despertaron a los golfillos. Eran las dos de una madrugada infinita.
Y a la “casa Madre”: "Hijas mías, esto se acaba”, sonrió a un grupo de hermanas, como si fuera su despedida apostólica.
Mirando a la Madre Mariana y a sus Hijas las Trinitarias les dijo sus últimas palabras:
“Hijas mías, no pidáis nunca nada sino cumplir en todo la voluntad de Dios. Si alguien os ofende, perdonadle sin demora”.
Poco después, con una voz casi imperceptible, espirando: “Ya no puedo hablar”.
Enseguida se quedó mirando al infinito con paz y serenidad, expresando satisfacción en el rostro. Al final, se le fueron cerrando los párpados y, expirando, entregó el espíritu. Eran las 13:45.
DE CRUZ Y GLORIA EN LA "PUERTA DEL CIELO