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24 mayo 2018

María. Fidelidad en lo pequeño.


1.° Grandeza de lo pequeño.
He aquí uno de los engaños más funestos en la vida espiritual, el despreciar algunas cosas y no darlas importancia porque las juzgamos pequeñas..., creemos que no valen para nada... ¡Qué bien explota este engaño en contra nuestra el demonio!... No nos acordamos de que nadie de repente se hace grande, ni en lo malo ni en lo bueno. Todos los santos deben su grandeza a un conjunto de pequeñeces, que ellos supieron admirablemente aprovechar.

Al contrario, todas las grandes caídas han tenido su origen en cosas tan pequeñas e insignificantes, que pasaban inadvertidas... y, sin embargo, esto es de fe y comprobado con la más vulgar y cotidiana experiencia que «el que desprecia lo pequeño poco a poco caerá». Hasta en la vida natural, ocurre esto mismo... ¿Qué es un granito de arena..., una gota de agua..., un átomo de polvo?... Pero el conjunto de esas pequeñeces, ¿no forma las playas y los desiertos, o los ríos y los océanos?... ¿Qué caso se hace de un insecto..., de un microbio que no se ve?... Y, sin embargo, ¡qué daños no pueden llegar a producir si se multiplican!... ¿No repetimos a cada paso que muchos pocos hacen un mucho muy grande? Pues esto, en la vida espiritual, es aún más cierto.

Toda ella no es más que eso..., un conjunto de pequeñeces que, sin embargo, nos labrarán o nuestra felicidad o nuestra ruina para siempre. No tendremos ocasiones abundantes..., ni ánimos o fuerzas para acometer empresas grandes, heroicas, hazañas estupendas... Pero no precisamente en los hechos extraordinarios, sino en la fidelidad y exactitud de nuestros pequeños deberes diarios, está nuestra perfección... Así es como se forman las virtudes sólidas y macizas que hacen santos, con la práctica constante de los actos pequeños de las virtudes ordinarias... esos actos son casi siempre de muy poca apariencia, es verdad, pero no por eso son de poco valor.

La fidelidad en lo poco será la causa, algún día, de la posesión sobre lo mucho... Así lo dice Cristo en el Evangelio: «Porque fuiste fiel en lo poco..., esto es, en lo pequeño..., en lo que al parecer no tenía importancia..., yo te constituiré sobre lo mucho»... ¡Qué generosidad la de este Señor!... Él nos pide lo poco, para luego darnos lo mucho... ¿Quién no se animará a dar este poco..., a ser fiel en este poco..., si de eso ha de depender luego el premio de lo mucho?... Claro está que un poco que vale tanto, ya no es poco..., ya no es una cosa pequeña y despreciable... y por eso te convencerás una vez más, de que no se puede llamar pequeño a nada de lo que tenga relación con nuestra alma... con nuestra salvación o santificación... ¿Cómo va a ser pequeña una cosa de la que depende otra tan grande?... Luego tampoco puede ser pequeño el interés que en ti despierte..., no puede ser pequeña tu fidelidad para cumplir con lo que ella te exige...

2.° Fidelidad de María.
En la vida de la Virgen, mejor que en ninguna otra parte, podemos aprender esta fidelidad. Toda esta vida preciosísima, no es más que un conjunto de pequeñeces constantes, acompañadas a veces de cosas grandes y heroicas en sumo grado. María no quiso ocupar en la tierra ningún lugar preeminente..., no se distinguió a los ojos de los hombres, de las demás doncellitas o de las otras aldeanitas de Nazaret... Era necesaria la mirada inescrutable de Dios, para descubrir lo que bajo aquella sencilla apariencia se encubría..., para conocer el valor y el mérito de aquellas pequeñas y vulgares acciones que ordinariamente ejecutaba la Virgen. Porque ¿qué importancia, ni qué valor podía tener el guisar la comida..., el coser y remendar..., el barrer y fregar..., el lavar, limpiar, hilar..., arreglar la pobre y humilde casita..., hacer algunas pequeñas compras, etc., en fin, ocuparse en los quehaceres propios de una obrerita y de una esposa de un jornalero? Todas estas menudencias, tan triviales, constituían la vida de la Santísima Virgen y fueron los actos que más comúnmente ejecutaba..., y lo extraño es, que con ellos se hizo tan grande..., tan santa..., tan divina...

Porque levanta un poco el velo que cubre esas pequeñeces y verás que en la fidelidad y constancia a las mismas, se oculta una fuente verdadera de sacrificios, que son los que dan el valor a esos actos. El atender con perfección y exactitud a esas cositas tan insignificantes, de tan poco brillo..., tan frecuentes y ordinarias que todos los días y a todas horas has de tener que cumplir..., no cansarse de hacerlas bien..., con toda perfección... con el mismo celo, ardor y entusiasmo que si se tratara de cosas grandes y magníficas..., todo eso supone un ánimo muy grande..., una voluntad muy firme..., un espíritu de sacrificio y de abnegación inmenso...; un día, dos..., un mes y otro mes, todavía se explica que se pueda hacer con relativa facilidad... pero siempre..., toda la vida..., eso es un verdadero martirio...; no hay mortificación, no existe penitencia más fuerte y dura que ésta... Aquello que decía San Juan Berchmans, es una verdad que podemos comprobar todos, de que da mayor penitencia es la vida común*, la vida ordinaria llena de cien mil pequeñeces y menudencias, que se han de hacer todas con fervor..., con diligencia..., con todo esmero y cuidado.

Esa es la vida de María..., una vida que no tiene cosas llamativas: ni fue elocuente, ni fue poderosa, ni brilló por su ingenio, ni siquiera hizo milagros estupendos, ni maravillas extraordinarias..., pero todo lo hizo con la intención purísima de cumplir la voluntad de Dios... y, por eso, todo lo hacía con toda perfección... y Dios se complacía y gozaba en Ella...

3.° Tu resolución.
Aquí no caben dudas y vacilaciones..., no es posible excusarse con nada. Tenemos que cumplir con la voluntad de Dios... y Dios, de ordinario, no nos pedirá más que esas pequeñeces de cada día. Tienes que tomar la resolución de complacer a Dios todos los días, cumpliendo exactamente esa su santísima voluntad... Para Dios todo es pequeño...; las acciones más grandes, más llamativas de los hombres no valen, delante de Él, más que las otras pequeñas y vulgares. Todos son juegos de niños en su presencia..., batallas que se ganaron..., imperios que se conquistaron..., inventos que se descubrieron..., fama y laureles que se granjearon..., todo eso, para El, igual que nada. Lo que vale es el corazón..., la intención con que hacemos nuestros actos..., la manera como los ejecutamos..., el fin que perseguimos. Si en tus obras pones tu corazón y la fuerza de tu amor, la obra así hecha es la que vale de veras y la que agrada al Señor, aunque en sí sea o aparezca pequeña.

Para Dios sólo vale la grandeza del corazón..., la intención recta y pura del que obra. No te ocupes, pues, de otra cosa, en tus actos, que de purificar tu intención y de hacerlos todos por Dios, y de ese modo todos ellos, por triviales y bajos que parezcan..., el mismo comer y dormir y descansar..., pueden ser actos nobilísimos de grande gloria para Dios y de no escasos méritos para nuestras almas. Además, que la fidelidad en estas cosas pequeñas, suele tener la seguridad de no perderse en ellas el mérito que tengan, por miedo a la vanidad o a la vanagloria, como fácilmente puede ocurrir con los actos de brillo y de relumbrón... ¡Cuántas veces la práctica de esos actos extraordinarios y de una virtud heroica y resonante, queda convertida en un poco de humo de soberbia, que echa a perder por completo todo el valor que de suyo podría tener!...

Pues bien, ama mucho el ejercicio de esas virtudes pequeñitas, que más que fama y estimación, te servirán para formarte en la humildad..., sencillez y mortificación... y así es como acostumbrándote a este dominio en las cosas más pequeñas, estará tu alma bien templada y preparada para las cosas grandes si Dios así lo quiere. Así se preparó, en la humildad de Nazaret, María, a ser el asombro de fortaleza en el Calvario... Imítala en lo primero, si quieres llegar a ser semejante a Ella en su segundo heroísmo.

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