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25 mayo 2018

El corazón de la Santísima Virgen.


1.° Corazón de Madre.
Otro de los simbolismos que acompañan a la imagen del purísimo Corazón de María, es el fuego o las llamas que le rodean... Está todo este Corazón envuelto en una atmósfera ardiente y abrasada que rompe en llamaradas de un incendio divino que le consumen interiormente, y que se manifiesta al exterior, como queriendo propagarse y prender en otros corazones... Es evidente, que estas llamas y este fuego han de significar el ardentísimo amor encerrado en el inmaculado Corazón de la Virgen.  Y ante todo, considera que este amor es un amor de Madre..., y con uso está dicho todo lo que acerca del amor natural de María puede decirse... ¿Qué cosa más grande..., más sublime que el corazón de una madre?... ¿Dónde encontrar, en la tierra, un amor que merezca mejor este nombre?... ¿Dónde habrá un amor que más se parezca al amor de Dios?... Ya hemos dicho que el hombre es lo que es, por su corazón... y que, por lo mismo, su amor retrata y resume todo lo que es el hombre... Pues también podemos decir que todo lo que es amor en la tierra, está resumido en el corazón de una madre... y que el corazón de madre, es la obra maestra salida de las manos del Creador. El mismo Dios, cuando quiere hablar de su amor a los hombres... y que éstos conozcan hasta dónde llega este amor..., se compara a una madre, y nos dice: «Pues qué, ¿puede quizá una madre olvidar a su hijo»?

El corazón de una madre es como un océano de amor que no tiene límites...; por eso, no hay nada que pueda compararse con él. He aquí por qué la naturaleza nos ha dado muchos amigos..., muchos hermanos y parientes que nos amen y nos quieran entrañablemente..., pero no nos ha dado más que una sola madre, porque nadie nos amará como ella... ¡Cuántas maravillas ha encerrado Dios en el corazón de una madre!... Pues ¿qué habrá hecho con el Corazón de María?... ¿No es Ella Madre?... Y ¿quién más madre que la Virgen?... Si es ¡Madre de Dios!... y ¡Madre de todos los hombres!..., ¿qué será entonces ese Corazón?... ¿Qué amor habrá en él?... Detente a hacer esta dulcísima consideración sobre el Corazón de la Madre de Dios... y el de la Madre de los hombres...

 2.° Corazón de Madre de Dios.
Parece que da miedo meterse en las profundidades de este grandioso y sublime misterio... ¡¡¡María Madre de Dios!!! ¡Qué cosa más grande y más incomprensible!... Tanto de parte de Dios, que haya querido tener a una mujer por Madre suya verdadera..., como por parte de María, para llegar a ser ciertamente la Madre de Dios. Abísmate en este pensamiento que encierra infinitas maravillas.  Según él, María fue el principio de la vida terrena de Dios, pues eso es ser madre..., dar vida a otro ser...; luego María tuvo que dar la vida humana al Hijo de Dios, que, por lo mismo, comenzó a ser verdadero hijo suyo. San Agustín, pensaba en esto y se extasiaba con esta idea... y trataba de comprender cómo podía ser esta dulcísima realidad de que «la carne de Cristo fuera la carne de María», como él decía. Y, efectivamente: su carne..., su sangre..., su vida..., su corazón fueron, en verdad, la carne, y la sangre, la vida y el corazón de Dios... ¡Un solo corazón para la Madre e Hijo!... ¡Un solo corazón dando la misma vida a Dios y a la Virgen!... ¿No es esto el colmo de las maravillas y de las grandezas de María? El Hijo de Dios era exclusivamente Hijo suyo..., sin intervención de ninguna otra paternidad más que la de Dios...; por eso es más madre que ninguna otra madre... — Dios y Ella.., y nadie más intervino en esta sublime maternidad. Ninguna madre puede decir con más razón que Ella, estrechando entre sus brazos a su hijo: «Tú eres mío y todo mío»... De suerte, que comprende bien que si Cristo fue hombre verdadero..., si tuvo un cuerpo pasible capaz de padecer y sufrir como el nuestro..., si tuvo un corazón humano semejante a nuestro corazón, capaz de enternecerse y sentir como propias nuestras penas y miserias..., fue por María. Y aún podemos añadir que todo esto fue por el Corazón Inmaculado de María, pues, como el mismo San Agustín dice, «María es Madre de Jesús..., Madre de Dios..., mucho más según el espíritu que según la carne»... María, por tanto, concibió a Jesús en su Corazón. Mira, por consiguiente, qué relaciones más admirables las del Corazón maternal de María y las del Corazón del Niño Dios.

Tan grandes e incomprensibles son estas relaciones, que cuando pensamos en ellas, parece que la humanidad de María desaparece para fundirse en la misma divinidad...; parece, a nuestros ojos, que se borra la distancia infinita que separa a Dios de su criatura...

3.° Corazón de Madre de los hombres.
Y con este mismo amor, verdaderamente divino, nos ama a nosotros la Virgen Santísima. No puede ser de otra manera... ¡Somos sus hijos!... ¡Ella es, en realidad, nuestra Madre!... ¿Cómo no ha de tener este Corazón de Madre para con los hombres?... El Corazón de María nunca, ciertamente, estuvo apartado en su amor de su Hijo divino... Él primeramente fue el objeto de su amor... ¡Era su Primogénito!... Y, en sentido propio y estricto, ¡era su único hijo!... Pero en Él y con Él, y en un sentido también cierto y verdadero, éramos nosotros sus hijos. — María nos veía así, como hijos desgraciados de Adán, que nos había conducido a la muerte y a la ruina..., pero que por la gracia y misericordia de Dios, habíamos sido regenerados en Cristo... y habíamos vuelto a la vida de Cristo..., pero por medio suyo... y por eso éramos y seremos siempre ¡hijos de María!... ¡Qué Madre tenemos! ¡Qué amor el de su Corazón maternal para con nosotros!...

Evidentemente, que ese Corazón se abrasa y se consume en una atmósfera de fuego divino, semejante a la que abrasa al Corazón sacratísimo de Jesús... Y ese amor de Madre le manifestó claramente al consentir esta maternidad que acompañaba a la maternidad divina, ofrecida por el Ángel de la Anunciación...; con su fiat, María acepta el ser Madre de Dios y Madre nuestra...; sabe que ésa es la voluntad de Dios y no repara ni hace distinción entre una y otra maternidad...; no acepta la primera y rechaza la segunda. — Su Corazón amantísimo se abraza con las dos: grandiosa..., sublime la primera...; triste..., penosa y difícil la segunda... Mira, pues, a aquel Corazón que fue la causa decisiva de la encarnación del Verbo..., de la salvación de los hombres..., de que Ella fuera nuestra Madre... Todo brotó de aquel amantísimo y maternal Corazón. Fíjate bien en otra prueba o manifestación de ese amor maternal... Es junto a la Cruz...; allí cumple lo que prometió..., allí se realiza su fiat..., pues allí es donde queda pública y solemnemente convertida en nuestra Madre... ¡Mas cuánto la costó esto!... ¿Quién podrá adivinarlo?... Aquella Madre tanto ama a sus hijos, que no duda en sufrir y en sacrificarse por ellos.
Mira, por consiguiente, en el Corazón de la Virgen el amor más grande de una Madre hacia sus hijos..., porque en ese Corazón se realizó el sacrificio más heroico en bien de ellos.

4.° Tu corazón filial.
Si has de corresponder al plan de Dios..., si no has de ser una nota discordante en este conjunto armónico de la obra más divina de Dios, la Redención y salvación de las almas..., tienes que tener un corazón filial para con esa Madre que Dios te ha dado...; sería un contrasentido y el mayor absurdo, el que exigié- ramos a la Virgen que nos amara con corazón de Madre porque ese era el plan de Dios... y nosotros no la amáramos con amor de hijos..., y mucho más todavía si la razón de no amarla así, fuera la falta de generosidad..., esto es, que este amor nos pidiera algún sacrificio... y tuviéramos la desvergüenza de negárselo... ¿Qué palabras pudiéramos encontrar para calificar esta conducta?... Y, sin embargo, por muy monstruosa que sea esta suposición..., lo espantoso y horrible es que verdaderamente así es..., que no es una suposición, sino una realidad.
Mira a tu corazón y esa mirada te confirmará esta triste verdad... Un corazón que no ame a su madre de la tierra, se le considera como algo monstruoso... Y ¿no lo será así el que no ame a su Madre del Cielo?... Haz examen detenido de tu corazón y mira si ese monstruo de la ingratitud anida en él..., si prácticamente obras así aunque con la boca digas otra cosa...; mira bien si por amor a tu Madre está tu corazón dispuesto a cualquier sacrificio... o si tienes que llorar muchas cobardías y faltas de generosidad en este punto... Pídela perdón y... anímate..., acércate a esas llamas..., a ese fuego del Corazón de la Virgen... y allí caliéntalo... y abrásate..., consume todo amor propio..., toda sensualidad..., toda pasión que te aparte de ese amor... San Pablo, decía: «Si alguien hay que no ame a Jesucristo, sea maldito.» ¿Y no podemos decir algo semejante de la Virgen?... Evidentemente que sí... Maldito de Dios y eternamente, será el corazón que no ame con amor filial a la Virgen..., que prácticamente renuncie a la maternidad dulcísima de María...

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