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17 mayo 2018

La esperanza en María.


1.° Su necesidad grande. Como fruto de la vida de Fe, brota espontáneamente en el corazón, la esperanza. Si aquélla nos llevaba a conocer bien el valor de las cosas de la tierra y del Cielo..., ésta nos lleva y arrastra a despreciar las primeras y a desear y confiar en la posesión de las segundas. Dulcísima virtud la de la esperanza. Virtud completamente necesaria para la vida espiritual. Sin Fe no es posible agradar a Dios...; tampoco sin la esperanza. Es la desconfianza en Él lo que más le desagrada. San Pedro caminaba tranquilamente sobre las aguas sin hundirse..., pero apenas comienza a desconfiar, comienza a la vez a sumergirse y ahogarse. Santa Teresa de Jesús escribe en su Vida: «Suplicaba al Señor me ayudase, mas debía faltar de no poner en todo la confianza en su Majestad..., buscaba los remedios..., hacía diligencias..., mas no entendía que todo aprovecha poco, si quitada la confianza en nosotros, no la ponemos en el Señor.» La esperanza y confianza en Dios, establece en nosotros relaciones necesarias y obligatorias para con El...; debemos creer que Dios es remunerador, esto es, que dará según su justicia a cada uno lo que merece, y, por eso, con la esperanza, esperemos y confiemos en que Dios nos salvará..., que nos dará gracia suficiente para ello... y, en fin, nos concederá cuanto le pidamos si así conviene. La esperanza, por tanto, es un verdadero acto de adoración, por el que reconocemos el supremo dominio de Dios sobre todas las cosas...: la Providencia de Dios, que todo lo rige fuerte y amorosamente...; la bondad y misericordia de Dios, que no desea más que nuestro bien. Prácticamente viene a confundirse con aquella vida de Fe que se confía y abandona ciegamente en las manos de Dios. Recuerda cómo agradaba al Señor esta Fe, y a la vez esta esperanza y confianza en Él, en los milagros todos que obró durante su vida... Parece que la exigía como una condición necesaria, y acomodaba la magnitud del milagro a la magnitud esta confianza. Acuérdate del centurión, cuando dice: «Señor, no soy digno de que vayas a mi casa…, ni es eso necesario...; di, desde aquí, una palabra y ya basta»... de la mujer enferma, que esperaba obtener su curación con sólo tocar su manto, etcétera, y así en todos los casos, Dios se acomodaba a la confianza que en Él tenían para obrar conforme a ella.

2.° En María. Pero especialmente detente a recordar esta esperanza tan confiada..., tan firme..., tan segura y cierta, en la Santísima Virgen. Recuerda de nuevo la Expectación del Nacimiento de Jesús sobre todo después de su milagrosa Concepción en su purísimo seno. La vida de María no era más que una dulcísima esperanza llena de grandes anhelos y de deseos vivísimos por ver ya nacido al Mesías prometido... En Ella se resumió, acrecentada hasta el sumo, toda la esperanza que llenó la vida de los Patriarcas y Santos del Antiguo Testamento. Seguía, paso a paso, el desarrollo de todas las profecías, y veía cómo, según ellas, se acercaba ya el cumplimiento de las mismas..., que estaban ya en la plenitud de los tiempos... y como su Fe no dudaba ni un instante de la palabra de Dios, vivía con la dulce y consoladora esperanza de ver y contemplar al Salvador. Esa era también la esperanza que sostenía la vida del anciano Simeón..., pues ¿cuál sería la esperanza de María? Pero aún aparece más clara y admirable esta confianza de María en la Pasión y muerte de su Hijo y en la certeza que Ella tenía de su gloriosa Resurrección. Es, en verdad, muy significativa la conducta de los Evangelistas al narrar, con tanta menudencia, el hecho de la Resurrección de Cristo... y, sin embargo, no dicen ni una palabra de la Santísima Virgen... Cuentan una por una las principales apariciones de Cristo resucitado, y siendo así que, corno dice San Ignacio, es de sentido común que a su Madre querida se apareció en primer lugar; no obstante, todos los Evangelistas callan esta aparición. También resulta extraño que las piadosas mujeres corrieran tan de mañana al sepulcro, a ungir con más calma el cuerpo de Jesús... y la Santísima Virgen no se moviera de su casa y no las acompañara... ¿Cómo explicar todo esto? Sencillamente por la falta de Fe y de esperanza en los demás y la abundancia de estas virtudes en la Virgen. El fin principal de los Evangelistas, en estas narraciones, es demostrar el oficio de consolador que Cristo ejerció en su Resurrección, levantando el ánimo caído de todos, y esforzando la confianza debilitada y enferma de aquellos a quienes se apareció. Pero María no tenía necesidad de esto...; era tan grande su confianza en la palabra de su Hijo..., estaba tan firme en ella, que más que confianza tenía la certeza y seguridad de su Resurrección. Ésta es la razón por la que no va Ella a embalsamar el cadáver de su Hijo... y por la que los Evangelistas no creyeron necesario decir nada de la aparición de Jesús a su Madre, ya que fue tan distinta y con fin tan diverso de las demás. Jesús se aparece a María, tan sólo para hacerla partícipe de su triunfo, como lo fue de sus tormentos y de su Pasión..., pero no para animarla y darla fuerzas que nunca perdió, porque no titubeó en su firme esperanza.

3.º Tu esperanza. Mira bien a ese modelo aprende de María a ejercitarte en esta virtud. Examínate bien y analiza tu confianza en Dios..., si es así de sencilla..., segura..., humilde..., verdadera. Quizá tienes gran confianza, y esto es muy corriente, cuando todo sale bien... y las cosas se presentan conforme a tu voluntad..., pero cuando el sol se oculta en el alma... y vienen las nubes... y la tormenta, quizá fuerte y terrible...; cuando las tribulaciones y disgustos interiores y exteriores te cercan por todas partes..., en fin, cuando llega esa «noche oscuras, que tantas veces quiere Dios que venga a las almas..., ¿qué hacer?, ¿a quién acudir?..., ¿es el tedio..., la tristeza..., la desgana..., en fin, la desconfianza la que te domina entonces? Levanta los ojos, mira siempre a Jesús contigo..., a María, tu Madre, que no te abandona en la prueba, a tu lado, y... lánzate confiadamente a cumplir con tu deber, sin retroceder jamás..., una mirada a María y siempre adelante.

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