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10 julio 2016

Reflexión del XV Domingo del Tiempo Ordinario.


El pasado domingo, las lecturas nos decían que la mano del Señor se manifestará a sus siervos, y su paz quedará con ellos. Nos mostraba que la misión de los enviados es preparar la avenida de nuestro Señor Jesucristo y una señal de fraternidad era que enviaba a la misión de dos en dos, ya que la unión es el signo visible de que el Reino de Dios está aquí. Seguramente pensemos que los enviados son menos que las múltiples misiones que hay que atender, pero no tenemos que desganarnos, ya que la pobreza y el ser pocos, no son obstáculos para el envío y el mensaje. Sólo basta desprendernos de las cosas que nos atan y ser fieles a la llamada/misión.

Hoy domingo XV del Tiempo Ordinario, nos hablan las lecturas de una conversión verdadera de corazón y de alma. Amar a Dios con todo el corazón y con toda nuestra fuerza, y al prójimo como a uno mismo, es la clave que el Evangelio: el buen samaritano.
Vivimos en un mundo rodeado de nuestro yo primero, yo segundo, yo tercero.
Anteponemos nuestra comodidad a cualquier otra cosa. Vamos dejando por nuestro camino a personas que ni siquiera a veces, somos conscientes que necesitan nuestra ayuda.
Jesús en el Evangelio nos explica cual es la esencia del Reino de Dios: amar al prójimo.

En la Primera Lectura del Deuteronomio: nos habla como en la antigüedad los hombres y mujeres recurrían a sabios, a astrónomos y sacerdotes para saber cual era voluntad de Dios; pero la lectura recuerda otro modo para descubrir la voluntad de Dios: escuchar la voz de Señor… No hace falta estar mirando al cielo, o mirar horóscopos, está a nuestro alcance, está en nuestro corazón y en nuestra boca. Una ley, que nace del Señor y tiene la misma naturaleza que la del ser humano. Cumplir la voluntad de Dios es un sentimiento de compasión, representa lo mejor de nosotros mismos.
Si somos valientes y nos quitamos los razonamientos fríos y distantes, escucharemos mejor nuestro corazón y seremos fieles a la voluntad de Dios.

En la Segunda Lectura de la Carta a los Colosenses: Pablo escribe una carta a los Colosenses y les manda a que sea leída a toda la comunidad. En aquel tiempo, los cristianos se habían dejado seducir por unas doctrinas equivocadas. Creían que los cielos estaban poblados de grandes potencias, que los espíritus eran más poderosos y superiores a Cristo… Pablo estando en cautiverio, comienza diciendo que Cristo es superior a todas las criaturas.
Les dice también que Cristo ha sido el primero en vencer a la muerte y abrir para todos el camino de Dios y que Él ha sometido todo a su poder.
Que ya no hay que temer a los espíritus, ni dejarse llevar de los “males de ojos”, magias, etcétera. Que Cristo ha vencido todo eso, y es el Señor del universo y de la Iglesia.

En el Evangelio de Lucas: En tiempo de Jesús, la mentalidad judía estaba absorbida por el legalismo, llegando a convertirse en conciencias frías, sin tener en cuenta al prójimo. La religiosidad de aquel entonces, tenía como nomas, la moral del pueblo.
Hoy, la parábola del Buen Samaritano, nos quiere decir Jesús, cómo la solidaridad es un valor que hay que anteponer no solo a la ley del culto, sino también a la misma necesidad personal, buscando el bien común, defender los derechos de tantas personas que no tienen voz, descentrarnos de nosotros mimos y salir a la calle para ser oído y ayuda de los más necesitamos. Si releemos el texto, vemos como la relación entre cada uno de los personajes es distinta. El sacerdote y el levita, ante un hombre caído, que necesita ayuda, pasan de largos. Ellos van a lo suyo, a su doctrina, a su culto, y hacen la “vista gorda” porque nada les impedirá llegar tarde y ofrecer los sacrificios agradables a Dios. Por el contrario, el samaritano, no encuentra ninguna barrera para prestar su servicio desinteresado al desconocido que está malherido. El samaritano, siente compasión, se para y le ayuda.
El samaritano es un ejemplo para nosotros y nos hace ver que ningún ser humano está tan lejos de nosotros, para no estar disponibles y preparados para ayudarle.

Pidamos a la Virgen María que en este comienzo de verano nos ayude e interceda por cada uno de nosotros para que no hagamos oído sordo a la gente que necesita de nuestra ayuda. Que seamos misericordiosos con los necesitados. Que no sirve dar gloria a Dios, y pasar de largo ante tanto sufrimiento de nuestro prójimo.
Que nos perdamos el tiempo en magias, rituales sin sentidos. Que Jesús es más grande que todo eso, y Él es el principio y fin. No nos arrodillemos ante personas  que sólo saben engañar y lo que hacen es tapar a Dios.
Que seamos samaritanos en medio de este mundo, y que en verano saquemos tiempo para poder estar, escuchar, y ayudar a las personas de nuestros alrededores.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-del-domingo-xv-del-tiempo-ordinario-fray-jose-borja/

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