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17 julio 2016

Reflexión del XVI del Tiempo Ordinario.


El domingo pasado las lecturas nos hablaban de que no hace falta estar mirando al cielo ni estar esperando una señal para saber cual es la voluntad de Dios. Y se nos decía que para descubrirla, solo hace falta mirar a nuestro interior, escuchar nuestro corazón. Saber que Cristo ha vencido al mal y es el Señor del cielo y de la tierra.
Y si estamos atentos, nos pondremos en activos para poder escuchar a tantos hermanos nuestros que necesitan de nuestra ayuda. Que más vale llegar tarde a una celebración de culto, que pasar de largo o mirar a otro lado cuando alguien necesite de nosotros.

En este domingo XVI del Tiempo Ordinario, las lecturas nos hablan de hospitalidad, de escucha, de atención. De un verdadero servicio acompañado de la caridad. El Evangelio nos hablará de la escucha de María que ocupa un primer plano. No sólo se abre la casa para recibir a Jesús, sino que ella misma se abre interiormente para que penetre en su corazón las palabras del Maestro. Acoger al que lo necesita, escuchar con caridad, son ingredientes básicos para poder llegar a la madurez en Cristo, que Pablo en la segunda lectura nos exhorta. Ya que estos ingredientes, son los que faltan en nuestra sociedad actual. Prevalece el mío.

En la Primera Lectura del Génesis: Nos pone a Abrahán como prototipo de empeño para reconocer la presencia del Señor en nuestra propia vida. Que para Dios, no hay nada imposible. Y esto es lo que le pasa a Sara. Siendo ella una esposa querida, siendo estéril y vieja, era imposible poder tener descendencia legal. Pero la bendición de Dios va hacer el milagro de que conciba un hijo, y de ahí se cumplirá la Promesa. Un Promesa que hace anuncio de la acción grandiosa de Dios. Con confianza y hospitalidad, todo se puede alcanzar.

En la Segunda Lectura a los Colosenses: Hace un paralelismo Pablo, interpretando sus propios sufrimientos, con los sufrimientos de Jesús, llegando a alegrarse por poder sufrir por la Iglesia.
Pablo, como en tantas de sus cartas, nos vuelve a recordar, que la revelación de Dios es para todos los hombres. Que Jesucristo ha venido para todos. Sin discriminación de raza, religión, ni lugar.
Anunciar a Cristo sin miedo. Con valentía para poder dar testimonio no sólo con la palabra, sino con la vida, en todas las circunstancias.

En el Evangelio de Lucas, nos presenta a las dos hermanas, Marta y María.
Marta simboliza la actitud de dedicación al servicio, llegando hasta el agotamiento por la misión. María simboliza la actitud del discípulo que escucha y contempla al Maestro. María se asemeja a la multitud que se agolpaba, incluido los discípulos, que se sentaban a escuchar a Jesús en el suelo.
Marta, al estar entregada al servicio, refleja una tarea necesaria, pero no es la finalidad. Jesús sirvió hasta el don de la vida propia, pero también supo ponerse a la presencia de su Padre, y cumplir su voluntad. Marta y María tienen una tarea y una misión, pero aunque en el relato aparezcan divididos, el ideal, sería conseguir la unión de las dos cosas. Dedicarse al servicio fraterno y a la vez a la alabanza divina.
La oración sin acción fraterna, carece de sentido. Está cojo.

Pidamos a la María, que es Madre de la Misericordia, que nos ayude a confiar en su Hijo Jesucristo. Que la Fe se nos acreciente, y aunque algo nos parezca “imposible”, mas se lo pidamos a Dios, pero nunca perdamos la esperanza.
Que seamos valientes para anunciar el Evangelio en nuestro entorno. Que no utilicemos muchas palabras, sino, que nuestras acciones nos delaten como verdaderos seguidores y servidores del Evangelio.
Y pidámosle al Señor, que no seamos o Marta o María. Que seamos un cúmulo de las dos. Que si estamos en misión, no dejemos lo espiritual, y si rezamos, no nos olvidemos de las actividades fraternas. Que oración y acción, es hacer vida el Evangelio.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-del-xvi-del-tiempo-ordinario-por-fray-jose-borja/

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