“No se puede seguir a Jesús sin seguir a la Iglesia. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta corre el riesgo de no encontrar nunca a Cristo". (Papa Benedicto XVI).
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24 julio 2016
Reflexión del Domingo XVII del Tiempo Ordinario.
El domingo pasado, las lecturas nos hablaron de la hospitalidad, de la escucha, de la atención. De un verdadero servicio acompañado de la caridad perfecta.
Veíamos como Marta simbolizaba la actitud de dedicación al servicio, a la misión. Por el contrario, María, escucha, contempla y dedica su tiempo al Maestro.
Decíamos que la misión y la oración, no pueden ir separadas. Porque una sin la otra, hace que el discípulo no sea completo.
En este domingo XVII del Tiempo Ordinario, las lecturas nos hablan de la oración. Nos introducen a que no sólo hay un tipo de oración, sino diversos modos de orar. Nos va a enseñar a llamar a Dios, Padre Nuestro, y no Padre mío. Esto nos hará ver que en la familia de la Iglesia, no somos personas individuales. Que cada uno no vamos por nuestra propia cuenta, sino que estamos en comunidad, en familia.
Las lecturas de este domingo nos tienen que hacer ver que todos somos hermanos.
Porque si decimos Padre Nuestro, Padre común, es porque el de alado, es mi hermano.
En la Primera Lectura del Génesis, vamos a ver como Abraham, negocia con Dios la salvación de Sodoma y Gomorra. Un día el Señor revela la decisión de que va a ser destruida por la maldad de sus habitantes. Abraham intercede por los habitantes de esas dos ciudades para que no sea destruida. Ya que él, tiene un sobrino en esa ciudad. Por eso le presenta a diez hombres justos para que Dios tenga compasión de esas dos ciudades. Abraham habla con Dios de amigo a amigo. Su oración no es fórmulas aprendidas y dichas de carrerillas, sino un diálogo sin prisas y sincero. Él, en la oración, descubre la infinita misericordia de Dios, que hace cambiar. Pero para que descubramos esa misericordia, hace falta ponerse en escucha de Dios, y ahí descubriremos la grandeza de Dios.
En la Segunda Lectura a los Colosenses, nos muestra al justo entre los justos: a Jesucristo. No sólo salva a dos ciudades, sino a toda la humanidad. Su Pasión, su Muerte y su Resurrección es la cláusula de redención para nosotros. Pero debemos corresponderle.
Jesús no es un juez que tiene un archivo guardado con documentos de nuestra vida donde salen nuestros pecados, fallos, etcétera. Si fuera así, no viviríamos tranquilos… Pero Jesús, con su Pasión, con su Muerte y con su Resurrección, ha quemado todos esos documentos donde salen nuestros pecados y fallos. Estamos salvados por el Bautismo, pero Dios no obliga a seguirle. Somos nosotros, que a pesar de nuestros fallos, y saber que tenemos la salvación, a veces nos cambiamos de caminos, y somos nosotros, los que nos condenamos.
Jesús espera con los brazos abiertos a que regresemos a pesar de nuestras caídas. Pero hace falta que nosotros queramos volver a Él.
En el Evangelio de Lucas, hoy Jesús nos enseña a rezar. Enseña a sus apóstoles a nosotros cada día a dirigirnos al Padre y nos dice que siempre nos escucha, está atento a cada súplica, a cada necesidad de sus hijos. En la primera parte, Cristo nos enseña a decir y a saborear cada palabra de el Padrenuestro. La segunda nos recomienda a que confiemos en Dios. Que sin miedo, pidamos y se nos dará. En la tercera parte, nos promete que quien le pida al Padre, le dará el Espíritu Santo. Pero que hace falta ponernos en oración. Hace falta un tu a tu para que esa oración se haga dialogo entre un Padre que tiene entrañas de Madre, y un hijo.
Rezar el Padre Nuestro es mantener viva nuestra fidelidad al Padre y nuestro compromiso con los hermanos. El Padre Nuestro si se reza desde el corazón, no nos deja quieto, no nos deja indiferente. El Padre Nuestro, nos lleva a contemplar nuestra vida, la vida del mundo, de cada ser humano con ojos de misericordia, con palabras y pensamientos más puros hacia los demás. Si dejamos que el Padre Nuestro haga efecto en nuestra vida, veremos a los demás como hermanos, la oración no nos costará y haremos la voluntad de Dios no como preceptos sin sentidos, sino con confianza y con amor de hijos hacia el Padre.
Que María, Madre de la Misericordia, nos ayude en esta época de descanso y vacaciones, a que no perdamos la relación con Dios. Que nos ayude a sacar de cada día un tiempo de encuentro personal con nuestra ABBÁ, Papá Dios.
Y que como ella hizo de la oración un estilo de vida, nos conceda esa gracia para que la oración sea la comida de cada día, y la Eucaristía el motor que nos mueva a ser reflejo de Dios para nuestra sociedad.
Que así sea.
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-del-domingo-xvii-del-tiempo-ordinario-por-fray-jose-borja/
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