“No se puede seguir a Jesús sin seguir a la Iglesia. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta corre el riesgo de no encontrar nunca a Cristo". (Papa Benedicto XVI).
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15 mayo 2016
Reflexión en la Solemnidad de Pentecostés
Hace cincuenta días, celebramos que Jesús había vencido a la muerte. Que la muerte no tiene cavidad en Él ni en los que nos llamamos cristianos. Que la Vida es la que tiene la última palabra; El domingo pasado, Jesús ascendía al cielo. Se reunía junto a Dios Padre, y nos hacia un hueco con Él. No nos deja huérfanos, ni se despreocupa de nosotros… Hoy cumple su promesa. El Espíritu se queda con nosotros. Baja sobre nosotros.
El mismo Espíritu que animaba a Jesús, que bajo sobre Él cuando se bautizó, está con nosotros. Lo recibimos en todos los sacramentos, en especial en el Bautismo porque nos hace ser Hijo de Dios, y en la confirmación, porque recibimos la plenitud del Espíritu siendo conscientes nosotros mismo de querer llevar una vida coherente de fe.
El espíritu es el que nos congrega, nos da fuerzas y nos une al Padre por medio del Hijo. Acojamos esta solemnidad con plena confianza y sintamos esa fuerza transformadora a través de los Dones.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos narra la llegada del Espíritu Santo, y como para ellos, les pilló por sorpresa. Una de las características principales de la Iglesia primitiva, es que estaban llenos del Espíritu Santo. El Espíritu Santo pone en marcha a la Iglesia, nos une a pesar de las diferencias. Nosotros no estamos solos. El Espíritu vive y actúa en cada hombre y en cada mujer. Él nos impulsa a llevar el Evangelio a todas las partes del mundo. Y si creemos que lo tenemos, no debemos tener miedo por mucha persecución y martirio que nos encontremos.
La segunda lectura de los Corintios nos habla de los diferentes carismas y dones del Espíritu Santo. Tenemos una gran responsabilidad en transmitir el Evangelio. Todos somos importantes, no hay ninguno mejor que otro. Todos formamos un solo cuerpo, y ese cuerpo es el de Cristo. Somos cristianos en medio de un mundo donde si no se demuestra, ni se palpa, ni se ve, no se cree. Pentecostés debe ser un ejemplo claro de vida. Somos hijos e hijas de Dios. Él envía a su Hijo, y nos manda una fuerza que nos une. Si Cristo nos une, ¿Quiénes somos nosotros para separarnos o decir este es más importante que el otro?
El Bautismo nos incorpora a la comunidad eclesial. Que con nuestra vida, hagamos ver al mundo que el Espíritu sigue vivo y habla a través de los Dones que nos ha regalado el Señor a cada uno, y de los carismas que ha otorgado a la Iglesia.
En el Evangelio de Juan, se nos muestra como los discípulos estaban encerrados por miedo. Esto es lo que nos pasa a nosotros muchas veces. Encerramos nuestro “ser de cristianos” por miedo, cobardías, vergüenzas… por lo que puedan decirnos. Pero Jesús, se presenta en medio de los discípulos y lo primero que hace es donar su Espíritu Santo para una misión.
Esta donación del Espíritu del Resucitado, nos debe ayudar a ser valiente y a salir de nuestras propias cobardías e inseguridades. Desde este momento, Jesús nos invita a vivir siendo libres y a generar en otro libertad.
Ya no cabe lugar para condenar, ni juzgar. Ahora toca dar una palabra de aliento liberadora y mostrar al mundo que Cristo está vivo y que su Espíritu está en nosotros. Y de aquí pasamos de estar en una casa encerrados por miedo, a abrir puertas y salir a la calle llevando el Evangelio con nuestra propia vida, ayudados por la fuerza del Espíritu.
Que María, madre de la Misericordia, nos ayude a abrir nuestras vidas al Espíritu Santo. Que nos de la fuerza para comprometernos a vivir nuestra fe, a mantener la esperanza en los momentos de dificultad. Que no nos quedemos boquiabiertos mirando a las nubes o esperando grandes signos. Que nuestro mayor signo sea el que nos creamos que el Espíritu Santo está en y con nosotros y que este gozo llene nuestra vida.
Ven Espíritu Santo.
Que así sea.
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