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17 marzo 2017

Tres aspectos para ser un buen confesor.


Esto de la Penitenciaría es el tipo de tribunal que me gusta realmente porque es un ‘tribunal de la misericordia’, al que uno llega para obtener aquella medicina indispensable para nuestra alma que es la misericordia divina.

El esfuerzo para llegar a ser un buen sacerdote confesor, dura toda la vida y propuso 3 aspectos para desempeñar esta tarea de la mejor forma:

1.- El buen confesor es amigo de Jesús Buen Pastor

Sin esta amistad, será muy difícil madurar en aquella paternidad tan necesaria en el ministerio de la Reconciliación.
Ser amigos de Jesús significa antes que nada cultivar la oración, ya sea una oración personal con el Señor, pidiendo incesantemente el don de la caridad pastoral, o ya sea una oración específica por el ejercicio de la tarea de confesores y por los fieles, hermanos y hermanas que se acercan a nosotros buscando la misericordia de Dios.

Un confesor que reza sabe bien que él es el primer pecador y el primero en ser perdonado. Entonces la oración es la primera garantía para evitar cualquier actitud de dureza, que inútilmente juzga al pecador y no el pecado.

En la oración es necesario implorar el don de un corazón herido, capaz de comprender las heridas de otros y sanarlas con el aceite de la misericordia, aquel que el buen samaritano puso en las llagas del desventurado, por el que nadie tuvo piedad.
Es necesario también pedir el don precioso de la humildad e invocar siempre al Espíritu Santo, que es un espíritu de discernimiento y compasión.

El Espíritu permite identificarnos con los sufrimientos de las hermanas y los hermanos que se acercan al confesionario y acompañarlos con un discernimiento maduro y prudente, con una verdadera compasión para con sus sufrimientos, causados por la pobreza del pecado.

2.- El buen confesor es un hombre del Espíritu y del discernimiento

¡Cuánto mal hace a la Iglesia la falta de discernimiento! Cuánto mal ocurre en las almas por un actuar que no busca sus propias raíces en la escucha humilde del Espíritu Santo y de la voluntad de Dios.

El confesor, no hace su propia voluntad y no enseña su propia doctrina. Él está llamado a hacer siempre y solo la voluntad de Dios, en plena comunión con la Iglesia, de la cual es ministro, es decir siervo.

El discernimiento permite distinguir siempre, para no confundir, y para no hacer nunca de toda la hierba un manojo. El discernimiento educa la mirada y el corazón, permitiendo aquella delicadeza de ánimo tan necesaria ante quien nos abre el sagrario de su propia consciencia para recibir luz, paz y misericordia.

El discernimiento es necesario también porque, quien se acerca al confesionario, puede provenir de las más dispares situaciones y podría tener incluso disturbios espirituales.

Allí donde el confesor se diese cuenta de la presencia de reales y verdaderos disturbios espirituales –que pueden ser también en gran parte psíquicos, y que deben ser verificados a través de una sana colaboración con las ciencias humanas– no deberá dudar en referirse a quienes, en las diócesis, se encargan de este delicado y necesario ministerio, es decir los exorcistas.

3.- El confesionario es un verdadero lugar de evangelización

No hay, de hecho, evangelización más auténtica que el encuentro con el Dios de la misericordia. Encontrar la misericordia significa encontrar el verdadero rostro de Dios, así como el Señor Jesús nos lo ha revelado.

En el breve diálogo con el penitente que se acerca a la Reconciliación, el sacerdote confesor debería siempre discernir aquello que “sea más útil o necesario para el camino espiritual de aquel hermano.

El confesor, de hecho, está llamado cotidianamente a llegar hasta las ‘periferias del mal y del pecado’, y su obra representa una auténtica prioridad pastoral.

Os aliento a que sean buenos confesores: inmersos en la relación con Cristo, capaces de discernimiento en el Espíritu Santo y prontos a aprovechar la ocasión para evangelizar.

Finalmente os invito a perdonar con la Madre, perdonar con la Madre. Porque esta mujer o este hombre que viene al confesionario tiene una Madre en el Cielo que le abrirá la puerta y le ayudará al momento de entrar en el cielo. Siempre la Virgen, porque la Virgen nos ayuda también a nosotros en el ministerio.


(Papa Francisco. 17--2017. Aula Pablo VI)

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