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19 marzo 2017

Reflexión del III Domingo de Cuaresma.


El domingo pasado, las lecturas nos llevaban hacia el monte donde Jesús se va a transfigurar.
Veíamos como les muestra a sus discípulos la gloria de Dios. Las cosas cuando van muy bien, a todos nos gusta porque estamos tranquilos e inclusive queremos quedarnos allí. Pero, Jesús, los lleva para demostrarle que ahí no se queda, sino, que todavía tiene que pasar por la muerte y el sufrimiento para poder llegar a la resurrección. No podemos huir de las cosas que no nos gustan.

En este III Domingo del Tiempo de Cuaresma, escucharemos como Jesús es el agua viva que sacia la sed de cuantos nos acercamos a su presencia, a su pozo. La cuaresma, al ser un tiempo fuerte como ya venimos diciendo durante todos estos días, nos hace pararnos para examinarnos como está nuestro compromiso y fidelidad con el Señor. Jesús, es el manantial donde nos renueva una vida nueva. La salvación de Dios es un futuro seguro, un horizonte que nos da marca una nueva vida. Como veremos en el Evangelio, la Samaritana va al pozo porque tiene necesidad de un agua que no juzga, que escucha, que se compadece y que sabe sobre todo amar y dar una nueva oportunidad. Que este domingo las lecturas nos hagan pensar y el Señor nos de la fuerza para que seamos pozo ante tanta sed que vive nuestro mundo.

La Primera Lectura del Libro del Éxodo, nos muestra dos imágenes que a primera vista, nos puede chocar o extrañarnos un poco. Dios socorre al pueblo que peregrina por el desierto, y por llamarlo de alguna forma, cede a las súplicas; Moisés aparece como impasible ante la situación de un pueblo que está desesperado y lucha por sobrevivir. Un pueblo que lo quiere es saber si Dios está de la parte de ellos o no. Una necesidad tan importante como es la sed, Dios ayuda al pueblo en el desierto, y se les muestra compasivo y misericordioso y enseña a Moisés como sacar agua.

En la Segunda Lectura del Apóstol Pablo a los Romanos, hace una presentación de la Cruz de Jesús y pone en relieve las actitudes de Dios. Es decir, Pablo se plantea que a pesar de las dificultades, la desobediencia y el pecado que vive toda la historia del ser humano, Dios responde sin violencia, que no juzga y que no paga según nuestros pecados, sino, que nos perdona y nos da nuevas oportunidades y envía a su Hijo, y éste hace lo mismo: perdona a los que lo crucificaron y miraba con amor a todos. Al morir Jesús, perdonarnos y hacernos fuertes en la debilidad, como hizo Pablo, ahora nos toca a cada uno de nosotros, apartar nuestra vida de dogmas y normas que nos separan de Dios, y preocuparnos por encontrarnos con la imagen del Crucificado. Un encuentro que nos hace libre y transforma nuestra vida en una vida de resurrección.

En el Evangelio de Juan, nos relata el bonito pasaje de la samaritana. Una escena en donde una mujer, a horas no comunes se acerca al pozo porque necesita no ser usada como el resto de hombres lo hacían. Necesita un encuentro que le sacie, que le perdone todos los fallos y le devuelva la dignidad de mujer y de persona. La Samaritana, después de haber vivido una vida fuera de lo común, escucha a Jesús y recibe con sinceridad y humildad sus palabras y consejos. Tanto Jesús como ella, dejan a un lado los juicios morales y religiosos. Se sientan, escuchan y hablan desde el prisma del amor y la comprensión. Dios la acoge a través de Jesús y le genera una nueva oportunidad que culmina en una nueva vida, que para ella era algo novedoso. Ese encuentro con Jesús la transforma y sale a contárselo a todo el mundo, para que otras personas puedan participar. Lo que ella no sabe, es que la nueva oportunidad, el perdón y la nueva vida es fruto de un encuentro personal con Cristo.

La Virgen María, que es llena de gracia, interceda por nosotros ante su Hijo Jesús para que nos ayude a interiorizar estas lecturas y así podamos recorrer una verdadera y santa cuaresma. Que el encuentro con el Resucitado transforme nuestra vida desde la raíz, como la Samaritana, y podamos ser libres para ser “Evangelios Vivos” con nuestros actos y palabras en este mundo que necesita menos “Debes hacer” por parte de los cristianos, y más ejemplos de actitudes nuestras.

Que Dios Trinidad, en este Año Vocacional Trinitario, ayude a nuestra Orden y Familia Trinitaria a que seamos ejemplos para las personas de coherencia y fidelidad vocacional y haya jóvenes que se sientan identificados y atraídos con el carisma que un día San Juan de Mata vio en revelación en su Primera Misa.
Que así sea.


http://www.revistaecclesia.com/reflexiones-para-el-domingo-iii-de-cuaresma-por-fray-jose-borja/

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