Buscar en este blog

24 febrero 2016

La cuaresma... un buen momento para dejar que Dios entre en nuestra vida.


Estoy a la puerta de tu corazón, de día y de noche.
Aun cuando no estás escuchando, aun cuando dudes que pudiera ser yo, ahí estoy: esperando la más pequeña señal de respuesta, hasta la más pequeña sugerencia de invitación que me permita entrar.
Y quiero que sepas que cada vez que me invitas, yo vengo siempre, sin falta.
Vengo en silencio e invisible, pero con un poder y un amor infinito.
Vengo con mi misericordia, con mi deseo de perdonarte y de sanarte, con un amor hacia ti que va más allá de tu comprensión.
Un amor en cada detalle, tan grande como el amor que he recibido de mi Padre.
Vengo deseando consolarte y darte fuerza, levantarte y vendar todas tus heridas.
Te traigo mi luz, para disipar tu oscuridad y todas tus dudas.
Vengo con mi paz, para tranquilizar tu alma.
Cuando finalmente abras las puertas de tu corazón y te acerques lo suficiente, entonces me oirás decir una y otra vez, no en meras palabras humanas sino en espíritu: «no importa qué es lo que hayas hecho, te amo por ti mismo.
Ven a mí con tu miseria y tus pecados, con tus problemas y necesidades, y con todo tu deseo de ser amado. Estoy a la puerta de tu corazón y llamo... ábreme, porque tengo sed de ti…

No hay comentarios:

Publicar un comentario