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09 febrero 2016

Hoy seguimos conociendo la vida de "Madre Mariana" fundadora de las Hermanas Trinitarias de Madrid.


En medio de estos dos mundos, trata de crecer interiormente. Se da a la oración y a la lectura de libros sagrados buscando profundizar en su alma; acude a conferencias y pláticas parroquiales con el fin de reflexionar en el sentido de la vida, y busca una buena dirección espiritual con el deseo de avanzar en el camino interior.
Así estaba cuando empezó a acontecerle una fuerte tensión en su espíritu: “Me hallaba en un estado de lucha interior extraordinaria: por un lado deseaba entregarme a Dios; por otro lado sentía que nada de lo que conocía estaba hecho para mí”. Comprende que tenía que dirigir su vida en una única dirección, en el sentido de Jesús y de los pobres, pero no sabía cómo empezar.

María Ana, reflexionaba sobre las cosas de este mundo, los acontecimientos que rodeaban su vida, la insatisfacción que le dejaba lo que para tantas amigas suyas les llenaban de dicha. Y pensaba también en las miras que para ella tenía su padre y demás familia; la querían casada y desempeñando funciones d dama de la alta sociedad. Pero su corazón anhelaba por todos los medios dar un sentido más profundo a su vida.
María Ana, de carácter franco, quiere ver claro su futuro, y sigue buscando. Mientras tanto ora y hace todo el bien que puede. Al mismo tiempo que suplica a Dios, envíe un rayo luminoso a su alma, para ver claro su camino, trabaja por las jóvenes que están tan necesitadas de orientación, de educación, de amor. En este tiempo la oración ocupa un espacio muy importante en su vida.

“Hay una sed que me parece completamente nueva y que no se sacia de nada de este mundo; hay una inquietud que no encuentra qué la calme con lo que mi vida y posición me ofrece; hay un vacío que nada llena ¿Por qué no encuentro un lugar?... “¡Háblame Tú, mi Señor!”

En su búsqueda por conocer la voluntad de Dios y dar respuesta a los deseos e inquietudes que laten en su corazón, se encuentra con don Francisco Méndez, joven sacerdote diocesano que es para ella un instrumento de Dios: una luz que Él pone en su camino.

Desde el primer momento María Ana mira y admira a tan singular personaje, entusiasta y persistente, del que pronto queda prendada, aunque todavía no ha llegado a tratarlo de cerca.
Lo que más cautiva a Mariana de Francisco era su corazón. Un corazón transparente, que no tenía componendas, ni escudos; un corazón al descubierto, que mira a la vida y reconoce en ella la esencia. Un corazón que se le ve conectado directamente con el Dios de la Vida, y con las vidas concretas de las personas pobres y sencillas de as que le gusta rodearse.
Es un corazón que ama, con el amor del mismo AMOR, sin condiciones, sin descanso, sin hacer diferencias. María Ana ve enseguida en él a un enviado de Dios.

Mariana se siente profundamente identificada con él en el movimiento de descender del estatus social que la vida les dio, sin buscarlo ni merecerlo. El ejemplo del sacerdote le da valor para enfrentar su propia realidad.

Cuando María Ana conoce a Francisco, él había recibido una inspiración de Dios para fundar un nuevo Instituto de Vida Religiosa que llevara el Evangelio de Jesús allí donde nadie lo creía posible, y abrir una puerta cuando otros muchos la cerraban y esperaba una señal para adelantar su proyecto.

“En el año 1882 conocí a don Francisco Méndez siendo director de las Escuelas Dominicales, a las cuales yo pertenecía, y también lo traté en la escuela católica de Santiago. Tanto en un sitio como en otro comprendí que el fervor apostólico de este sacerdote era extraordinario, como así mismo la unción de sus palabras en las pláticas dominicales”. (Escritos M. Mariana)

Hacia el año 1882 María Ana y su familia se trasladan a vivir a la calle Lepanto, en la plaza de Oriente. Con este motivo frecuenta a diario la Iglesia de la Encarnación. María Ana decide confesarse con el padre Méndez, entonces coadjutor de la misma Iglesia.

A él le abre su corazón, y le comunica su búsqueda, sus inquietudes, y su lucha interior. Los consejos de don Francisco daban paz al alma de Mariana, y decide adoptarle como confesor y director de su alma.

Desde el primer momento, don Francisco vio en aquella joven, entonces la señorita María Ana Allsopp, una determinación y firmeza que no había visto en otras mujeres. Pensó si ésta sería la señal de Dios que con tanto deseo estaba esperando. Pero su prudencia y respeto le llevan a no decirle nada de su proyecto hasta no ver claro qué era lo que Dios quería. Por eso le aconsejó que siguiera buscando.

“Un buen día le indiqué a don Francisco la causa de mi turbación, o sea, que deseaba ser religiosa, pero sentía grande oposición a la clausura y buscaba algo que para mí no existía. Me encontraba como aquel que busca con avidez un tesoro y sin cesar pretende hallarlo… Visité por recomendación suya, otros conventos, pero nada de lo que veía me daba fuerza para tomar una resolución” (Escritos M. Mariana)

Conforme María Ana iba compartiendo sus sentimientos e inquietudes, más sintonía sentía con ella el padre Méndez. Al fin, como si Dios le empujara a hablar, le cuenta el proyecto que desde hace tanto tiempo acaricia su corazón: “Hace seis años que el Señor me inspira una nueva fundación para que sean acogidas sin condiciones todas aquellas jóvenes que vienen a Madrid en busca de porvenir y que acaban cautivas d gente sin escrúpulos, que de ellas se aprovecha por no tener quienes las acojan y defiendan. Se trata de abrir una puerta a quienes tantos otros se la cierran”.
María Ana por fin lo ve claro. Es tal la sintonía que siente en su corazón que es como si le descorrieran un velo ante sus ojos. Pero sobre todo siente tal fuerza y firmeza en todo su ser que no necesita pensar la respuesta que espontáneamente sale de su corazón: “Yo tomaré parte en esa fundación”

Continuará...

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