En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa»
El bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
Reflexión.
(Tomada de la página web de la Diócesis de Cartagena. De su Obispo: José Manuel Lorca Planes)
Pensativo, decidí sentarme en la plaza, a la sombra de la higuera, por cierto, no había otra mejor en todo Jericó por sus ricos y apreciados frutos, delicia de propios y extraños. Estando debajo de la higuera vi, a lo lejos, a mi amigo Zaqueo dando brincos de alegría. Algo le había pasado, de veras, porque no era normal el comportamiento de este hombre. La verdad es que estaba revuelto todo Jericó, que mucha gente iba de un lado para otro. "¡Zaqueo!", le llamé a gritos, y vino como una flecha. Sin respirar, sin dejarme tiempo para preguntarle, me abrazaba y saltaba al mismo tiempo, lleno de risas y lágrimas, por lo feliz que se sentía. Se logró calmar, después de haber bebido agua de la fuente y, conteniendo su emoción, me dice: "¡He visto a Jesús, el de Nazaret, y me ha dicho que viene a comer a casa! ¡Fíjate bien, con la ilusión que tenía yo de conocerlo, aunque hubiera sido de lejos, y lo voy a tener en mi casa! Había oído tantas cosas de Él que, cuando me enteré que estaba aquí, salí corriendo, como un camello a galope, y me subí a un árbol para verle mejor. Si le hubieras visto la cara a los que murmuraban contra mí, diciendo que soy pecador; a los que se reían de mí por ser pequeño o por mi oficio… ¡Qué susto tenía! Pero Jesús dijo, con autoridad: "Voy a comer a tu casa", y se callaron todos". Después, sin dejarme hablar aún, se despidió de mí, porque iba a prepararlo todo.
Al día siguiente nos vimos en la puerta de la sinagoga y no parecía el mismo, por su serenidad, ahora no esquivaba la mirada, lucía una desconocida sonrisa, que nunca había usado. Me abrió su corazón y me dijo: "Amigo, he encontrado lo que andaba buscando desde niño, la paz del corazón. Después de haber comido con Jesús me he dado cuenta que pierdo el tiempo acumulando cosas. Jesús me ha hablado de lo esencial, así que he visto que me sobra todo lo que tengo para ser feliz y he decidido dar la mitad de mis bienes a los pobres, la otra mitad será para restaurar todo lo que he cobrado de más, devolveré cuatro veces más de lo que cobré". No salía yo de mi asombro, pero al ver que estaba hablando muy en serio, decidí seguir escuchándole. "Hoy he conocido a Dios - me seguía diciendo Zaqueo - hoy he conocido como el Señor cerraba los ojos a mis pecados, no me los echaba en cara; me reprendía para que me arrepintiera, para que volviera mi vista a Él. Hoy he entendido todo lo que me amaba Dios, nunca me ha odiado, porque si me hubiera odiado no me habría creado y, sin embargo, me dio la vida y me fue corrigiendo poco a poco, hasta que ha puesto a Jesús delante de mis ojos y me he rendido a Él. Su mirada, su dulzura, su acogida a mí, pecador, han sido tan determinantes que no puedo mirar atrás, porque mi vida es estar con Él. Hoy ha entrado la Salvación a mi casa y no la voy a cambiar por nada. Amigo, si aprecias tu vida, ábrele la puerta de tu casa a Jesús, déjale que se siente a comer contigo y escucha su Palabra, entonces conocerás la Salvación".
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