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08 noviembre 2013

¡Es tan fácil cargarse de cadenas...!


¡Es tan fácil cargarse de cadenas...! Asentarse en un cierto estatus y dedicarse a repetir.
Repetir aquello que no da satisfacción, que nos resulta fácil. Buscar elogios que nos dan seguridad, entrar a formar parte de un orden establecido, aunque se trate de un orden claramente desordenado y a todas luces mejorables. Rodearnos de cariños y amores que no nos pone en cuestión, pero tal vez nos imposibilitan para hallar el amor verdadero... Hacernos repetitivos, perezosos, previsibles. Poner nuestra seguridad en el aprecio y la buena opinión de los demás hacia nosotros.

Claro que en la vida hay otras cadenas y otras esclavitudes; pero son más visibles y, por ello, más fáciles de evitar: algún tipo de dependencia física (desde la droga hasta el sexo); algún tipo de fijación (desde el dinero a la religión). También están las ataduras físicas involuntarias que van apareciendo a lo largo de la vida (una enfermedad, una disminución física, la propensión a ciertos dolores...) o que lo acompañan a uno desde siempre: una enfermedad...

Pero, con todo, no son esas las peores ataduras, las que nos impiden vivir la plenitud. Porque uno siempre puede desarrollarse por otro lado, transformar en abono el desprecio, hacer de la necesitad una virtud. Y, en cualquier caso, de esas ataduras uno es fácilmente consciente.

Mientras que aquellas ataduras verdaderamente peligrosas son las que, por sutiles, nos pasan inadvertidas, las que incluso podemos llegar a tomar por virtudes.

Esas son las que nos limitan y nos impiden crecer. Creernos libres y realizados solo porque, extendiendo los brazos, somos capaces de tocar las cuatros esquinas de nuestra diminuta celda.

Ser consciente de que uno está atado, es la condición indispensable para empezar a pensar en la liberación.

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