La Iglesia no necesita “burócratas” o “diligentes funcionarios” sino “misioneros apasionados” que abran el corazón al fuego del Espíritu Santo para anunciar el mensaje consolador de Jesús de modo audaz y fervoroso.
El Señor se refiere al Espíritu Santo presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo.
Este fuego “es una fuerza creadora que purifica y renueva, abrasa toda miseria humana, todo egoísmo, todo pecado, nos transforma desde dentro, nos regenera y nos hace capaces de amar”.
Queridos sacerdotes, religiosos y laicos que, en todo el mundo, se dedican al anuncio del Evangelio con gran amor y fidelidad, e incluso a costa de sus vidas.
Su ejemplar testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita burócratas o diligentes funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el ardor de llevar a todos la consoladora palabra de Jesús y su gracia.
Si nos abrimos completamente a la acción de este fuego que es el Espíritu Santo, Él nos dará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús y su mensaje consolador de misericordia y salvación, navegando en mar abierto, sin miedo.
En el cumplimiento de su misión en el mundo, la Iglesia necesita la ayuda del Espíritu Santo para no detenerse ante el miedo, para no habituarse a caminar dentro de límites seguros. Estas dos actitudes llevan a la Iglesia a ser una Iglesia funcional, que no arriesga jamás.
En cambio, la valentía apostólica que el Espíritu Santo enciende en nosotros como un fuego nos ayuda a superar los muros y las barreras, nos hace creativos y nos impulsa a ponernos en movimiento para caminar incluso por vías inexploradas o incomodas, ofreciendo esperanza a cuantos encontramos.
Hoy más que nunca se necesita sacerdotes, consagrados y fieles laicos, con la mirada atenta del apóstol, para conmoverse y detenerse ante las dificultades y la pobreza material y espiritual, caracterizando así el camino de la evangelización y de la misión con el ritmo restaurador de la cercanía.
Si la Iglesia no recibe el fuego del Espíritu Santo, “se hace una Iglesia fría o solo tibia, incapaz de dar vida, porque está constituida por cristianos fríos y tibios. Nos hará bien hoy tomar cinco minutos y preguntarnos: ¿Cómo es mi corazón? ¿Es frío? ¿Es tibio? ¿Es capaz de recibir este fuego?”.
Pedirle a la Virgen María que rece con nosotros y por nosotros al Padre celeste, para que infunda sobre todos los creyentes el Espíritu Santo, fuego divino que enciende los corazones y nos ayuda a ser solidarios con las alegrías y los sufrimientos de nuestros hermanos.
Que nos sostenga en nuestro camino el ejemplo de San Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad, cuya fiesta celebramos hoy. Que él nos enseñe a vivir el fuego del amor por Dios y el prójimo".
(Meditación del Papa Francisco: 14-8-2016)
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