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16 agosto 2016

Mensaje del Papa Francisco por el día de la Asunción de la Virgen.


El Evangelio de hoy, presenta el encuentro entre María y su prima Isabel, subrayando que María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
En aquellos días, María corría hacia una pequeña ciudad a los alrededores de Jerusalén para encontrar a Isabel. Hoy, en cambio, la contemplamos en su camino hacia la Jerusalén celeste, para encontrar finalmente el rostro del Padre y volver a ver el rostro de su Hijo Jesús.

La Virgen muchas veces en su vida terrena había recorrido zonas montañosas, hasta la última etapa dolorosa del Calvario, asociada al misterio de la pasión de Cristo. Ahora la vemos llegar a la montaña de Dios, ‘revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza’ –como dice el Libro del Apocalipsis– y la vemos cruzar el umbral de la patria celeste.

Santa María, “ha sido la primera en creer en el Hijo de Dios, y es la primera de nosotros en ser elevada al cielo en alma y cuerpo.
Fue la primera en recibir y tomar en brazos a Jesús cuando era todavía niño y es la primera en ser recibida en sus brazos para ser introducida en el Reino eterno del Padre”.

María, la humilde y simple muchacha de un pueblo perdido de las periferias del imperio romano, justamente porque ha recibido y vivido el Evangelio, es admitida por Dios a estar para la eternidad junto al Hijo.

Es así que el Señor derriba a los poderosos de su trono y eleva a los humildes. El misterio de la Asunción de María es grande, dijo, y se refiere a cada uno de nosotros, concierne nuestro futuro.
María, de hecho, nos precede en el camino en la cual están encaminados aquellos que, mediante el Bautismo, han ligado su vida a Jesús, como María ligó a Él su propia vida.

El regocijo de María, expresado en el canto del Magníficat, “se convierte en el canto de la humanidad entera, que se complace en ver al Señor inclinarse sobre todos los hombres y todas las mujeres, humiles creaturas, y llevarlos con Él al cielo”.

El cantico nos lleva también a pensar en tantas situaciones dolorosas actuales, en particular a aquellas, de las mujeres oprimidas por el peso de la vida y del drama de la violencia, de las mujeres esclavas de la prepotencia de los poderosos, de las niñas obligadas a trabajos deshumanos, de las mujeres obligadas a rendirse en el cuerpo y en el espíritu a la concupiscencia de los hombres.

Quiero expresar deseo de que para estas mujeres pueda llegar pronto “el inicio de una vida de paz, de justicia, de amor, en espera del día en el cual finalmente se sentirán tomadas por manos que no las humillan, sino con ternura las levantan y las conducen en el camino de la vida, hasta el cielo”.

Pidamos al Señor que Él mismo las lleve en sus manos por el camino de la vida y las libere de estas esclavitudes.

(15-8-2016)

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