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30 agosto 2016

La humildad y la hospitalidad, dos virtudes propias del cristiano que tienen como recompensa la Vida Eterna.


Comento el Evangelio, en el que se observa “a Jesús en la casa de uno de los jefes de los fariseos, donde se ve cómo los invitados al almuerzo se afanaban por elegir los primeros puestos”.
Jesús pide ser el último pero no intenta dar normas de comportamiento, sino una lección sobre el valor de la humildad.
La historia enseña que el orgullo, el arribismo, la vanidad, la ostentación son la causa de muchos males.
Jesús nos hace entender la necesidad de elegir el último puesto, de buscar la pequeñez y el ‘ocultarse’. Cuando nos ponemos ante Dios en esta dimensión de humildad, entonces Dios nos exalta, si inclina hacia nosotros para elevarnos a sí.

Os recuerdo que ¡Dios paga mucho más que los hombres! ¡Él nos da un puesto mucho más hermoso que el que nos dan los hombres! El puesto que nos da Dios está cerca de su corazón y su recompensa es la vida eterna. La hospitalidad que describe Jesús en la segunda parábola del Evangelio.
Se trata de elegir la gratuidad en lugar del cálculo oportuno que busca obtener una recompensa.

Los pobres, los sencillos, aquellos que no cuentan no podrán nunca devolver una invitación a la mesa del banquete. Así Jesús demuestra su preferencia por los pobres y los excluidos, que son los privilegiados del Reino de Dios, y lanza el mensaje fundamental del Evangelio que es servir al prójimo por amor de Dios.

Hoy Jesús se hace voz de quien no tiene voz y dirige a cada uno de nosotros un cordial llamado a abrir el corazón y hacer nuestros los sufrimientos y las ansias de los pobres, de los enfermos, de los marginados, de los prófugos, de los derrotados de la vida, de cuantos son descartados por la sociedad y por la prepotencia de los más fuertes.

Aprovecho también para gradecer a los voluntarios que ofrecen su servicio, dando de comer a personas solas, derrotadas, sin trabajo o sin casa.
Estos comedores son gimnasios de la caridad que difunden la cultura de la gratuidad porque quienes trabajan en ellas son movidos por el amor de Dios e iluminados por la sabiduría del Evangelio.
Así, el servicio a los hermanos se transforma en testimonio de amor, que hace creíble y visible el amor de Cristo.


(Meditación del Papa Francisco, antes del Ángelus, 28-8-2016).

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