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19 junio 2016

Reflexión del Domingo XII del Tiempo Ordinario.


El domingo pasado, las lecturas nos hablaban de pecado y perdón. Veíamos como a pesar de que pequemos y desconfiemos de Dios, el nos sigue mostrando su confianza y su misericordia. Él nos perdona una y mil veces. Y que a cuanto más amor tengamos, más perdonados quedarán nuestros pecados.

En este domingo XII del tiempo ordinario, nos haremos una pregunta, ¿quién es Dios para nosotros? ¿Qué lugar ocupa en nuestra vida?
A veces pensamos, que por ser cristianos, por rezar, por ir a la Eucaristía, las cosas nos van a ir muy bien. Que no vamos a tener enfermedades, que no tendremos pruebas… Infinidad de cosas que a veces se nos vienen a la cabeza.
Tener fe, ser cristianos, ir a Misa, es dar un sentido nuevo a la vida. Que a pesar de los momentos difíciles, momentos de tentaciones, de enfermedad, Dios tiene una palabra de esperanza, una palabra que nos ayuda a sobrellevar esos momentos y circunstancias.
Cristo nunca nos abandona. Cristo está a nuestro lado y es nuestro bastón. Sólo tenemos que dejar que entre nuestra vida, para que podamos responder a esa pregunta diciendo: que Dios es centro de mi vida.

La lectura de la profecía de Zacarías, nos narra el sufrimiento de Cristo por nuestra salvación.
Es una referencia al tiempo mesiánico. Nos recuerda al Siervo de Yahveh, que es figura de Cristo en su Pasión. El Siervo es paciente, y Dios concede la conversión del corazón por medio de Cristo.

La lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia, nos muestra que la ley mosaica es innecesaria y abolida después de la venida de Cristo. Que después de su venida, ya hay una unidad entre judíos y griegos, todos estamos ya unidos por la persona de Cristo, sin distinción de raza, religión, lengua… Que todos somos uno, igual que el cuerpo a pesar de ser muchos miembros con diferentes funciones, todos necesitan de todos, y todos son importantes. Y repito, Cristo nos hace uno en ÉL. Todos somos parte de Él para siempre.
Todos somos hijos de Dios, aunque e veces no queramos o no nos convenga entender.

En el Evangelio de Lucas, se nos dan tres recetas. La primera, la confesión mesiánica de Pedro. La segunda, el relato de la Pasión. Tercero, las condiciones del seguimiento de Cristo.
Antiguamente, en la mentalidad de los apóstoles, la figura del Mesías estaba basada en el ser reconocido por todos, ser el mejor, y triunfar. Pero Jesús, les da otra imagen de Mesías. Una imagen con un misterio del Reino: su propia pasión y su muerte. Posiblemente, esta forma de ser Mesías, pueda chocar, o ser poco llamativa. Pero si queremos ir con Jesús, tenemos que aceptar sus condiciones y entender que no se busca honores ni mejores sitios, ni grandes títulos para ser honrados por los hombres, sino, ser humildes. El que quiera ser el primero, que sea el servidor del resto, estar disponibles al Evangelio, y las veces que vengan momentos de sufrimientos y cruz, aceptarlo.
Negarse a sí mismo es descentrarnos del yo, de mi propio proyecto y hacer al otro importante. Es poner la propia vida, al servicio del otro. Porque como dice Jesús: “quien pierda su vida por mí, la ganará”.
Jesús no pretende quitarnos valor, sino orientar nuestra vida a la construcción del Reino que es servicio y justicia. Y para es, a veces tendremos que pasar por dejarnos de pensar en “yo” y mirar en “tu”, y así nuestra vida de cristiano, será un Evangelio Vivo.

Que María, madre de la misericordia, nos ayude a ser fieles al Evangelio, y nos de la fuerza y la capacidad para no mirarnos tantos a nosotros mismos, sino que estemos pendiente y al servicio de los más necesitados sin buscar puestos de honores, ni reconocimientos. Que se cimente nuestra vida de cristianos en servicio y humildad, para que así podamos dar testimonio a toda la humanidad, que un mundo es posible desde la igualdad y la solidaridad que el Evangelio nos propone.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-del-domingo-xii-del-tiempo-ordinario-fray-jose-borja/

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