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29 enero 2012

El celibato sacerdotal: su significado y su valor


La Iglesia latina, refiriéndose al ejemplo del mismo Cristo Señor,
a la enseñanza apostólica y a toda la tradición que le
es propia, ha querido y sigue queriendo que todos aquéllos que reciben
el sacramento del Orden abracen esta renuncia por el Reino de los Cielos.
El sacerdote, a través de su celibato, se hace un «hombre para
los demás», de una manera distinta a como lo sería otro
que, comprometiéndose con una mujer por el vínculo conyugal, se
convierte en esposo y en padre, «hombre para los demás»
sobre todo en el ámbito de la propia familia: para su esposa, y junto
con ella, para los hijos a los que da la vida. El sacerdote, renunciando a esta
paternidad que es propia de los esposos, busca otra paternidad, casi una maternidad, recordando las palabras del apóstol acerca de los hijos, a los que él
engendra en el dolor. Son hijos de su espíritu, hombres confiados por
el buen Pastor a su cuidado. Estos hombres son muchos, más numerosos
de lo que puede abarcar una simple familia humana. La vocación pastoral
de los sacerdotes es muy grande, y el Concilio nos enseña que es universal
y va dirigida a toda la Iglesia, y por lo tanto es también misionera.
Normalmente está ligada con el servicio de una comunidad concreta del
Pueblo de Dios, cada uno de cuyos miembros espera atención, prontitud
y amor. El corazón del sacerdote, para estar disponible a este servicio,
a semejante solicitud y amor, debe ser libre. El celibato es el signo de una
libertad que está dedicada al servicio.
La Iglesia, se esfuerza en mantener el celibato de los sacerdotes como
un don particular para el Reino de Dios.

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