En este último domingo de agosto, para muchos es el fin de las vacaciones y vuelta a la rutina.
Pero, deseo ardientemente, que estos dos meses de tranquilidad y desconexión, haya sido un buen momento para estar más cerca del Señor, de los sacramentos y de los hermanos más desfavorecidos.
Hoy, el Señor nos va hacer una pregunta clave para nuestra vida de cristianos.
Una pregunta, que si no vamos a ser sinceros en la respuesta, mejor, que no nos la hagamos. Porque si Él conoce todo de nosotros, no lo engañamos, ¿para que pensar nosotros en una respuesta, que no sirve para nada?.
La pregunta que nos lanza el Evangelio en este Domingo XXI del Tiempo Ordinario es ¿Quién es Jesucristo para mí?. Nos la deberíamos preguntar nosotros mismos todos los días.
Porque depende de cual respuesta demos, nuestra vida cristiana será más coherente o menos.
No andemos con medias tintas. Respondamos concretamente y sinceramente.
En la Primera Lectura del Profeta Isaías, nos presenta una profecía de condena contra Sobna, ya que Yahvé ve está viendo el puesto de poder que tiene en la corte y como abusa del pueblo. Busca el poder individual y no en favor del pueblo. Le quitan de mayordomo del templo y ponen a Eliacín, que se convertirá en un verdadero padre para todos los que viven en Jerusalén y Judá.
Isaías nos viene a decir en este texto, que lo realmente importante es aquel que utiliza la autoridad no para ser más que nadie, sino para que los demás se sientan seguros y no con miedo.
En la Carta de Pablo a los Romanos, vemos como hace tres preguntas: ¿Quién conoció la mente el Señor?, ¿Quién fue su consejero?, ¿Quién le ha dado primero para que él de devuelva? Todas estas preguntas, se responden con una misma palabra: Dios.
Hablar de Dios, es hacernos preguntas continuamente. Porque es tanto su grandeza, que lo expresamos con asombro lo que sentimos hacia Él. Es decir, todas las palabras que intentemos utilizar para nombrar o explicar a Dios, se quedan pequeñas y vacías.
Dios es amor, misericordia, ternura, bondad… y oferta a cada uno de nosotros incesantemente misericordia para quien la acoge gratuitamente. A veces nos preocupamos más en sacrificios, renuncias, méritos propios… sin contar con los dones que él nos regala y tiene puesto en cada uno de nosotros.
En el Evangelio de Mateo, Jesús lanza una pregunta “bomba” sobre su identidad a sus discípulos: ¿Quién decís que soy yo? Esta pregunta es el pórtico a una serie de aceptación sobre el mesianismo de Jesús que culmina en la Cruz, pasando por la humillación.
Pedro, como portavoz de todos, responde a esa pregunta, no porque lo sienta como tal, sino por el don de la fe, que no se librará tampoco de las dudas. Pedro (que significa piedra) será donde esté edificada la Iglesia de Jesús. Una piedra que impedirá que las dificultades y dudas, acaben con ella. Pedro, discípulo imperfecto, que negará a Jesús en el momento de su muerte, que tendrá miedo… Con él, podemos identificarnos todos y cada uno de nosotros.
Todos llevamos en mayor o menos medida, un Pedro dentro. Pero, el camino del discipulado no acaba nunca. Estamos en continuo crecimiento, renovación y en salida.
La pregunta bomba: ¿Quién dices que soy yo? Debemos responderla hoy.
El encuentro con Cristo, transforma radicalmente la vida y nos autoriza para vivir y actuar como él. Todos estamos llamados y debemos hacer lo posible para ser signo del amor y la cercanía de Dios. Por tanto, al hacernos la pregunta y responder claramente, nuestra vida debe ir en camino a ser un acto de comunión y encuentro. Todo esto no es posible, sino tenemos encuentros con el Señor mediante la oración, en el tú a tú con quién es la fuerza, la esperanza y la reconciliación.
Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros, para que obtengamos de Jesús la fuerza que necesitamos para dar un giro a nuestra vida y ser verdaderos cristianos en medio de nuestro mundo. Que no necesita normas, ni cátedras, sino gestos coherentes y sencillos.
Que así sea.
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