El pasado 18 de julio se cumplió el 91 aniversario de la muerte en olor de santidad, en Málaga, del Venerable P. Tiburcio Arnaiz de la Compañía de Jesús. Su proceso de beatificación está muy avanzado, a punto de terminar el estudio del presunto milagro, que subiría al P. Arnaiz a los altares.
Desde que el Santo Padre Francisco firmo el Decreto de Virtudes Heroicas, el 10 de octubre de 2016, la Iglesia nos lo propone como ejemplo a imitar.l P. Arnaiz, primero como sacerdote diocesano y después como religioso, evangelizó personalmente con gran fruto; pero, además, supo inflamar a otros en ese celo por la salvación de las almas y se rodeó de muchos colaboradores que multiplicaron su acción evangelizadora y de beneficencia. El P. Arnaiz los alentaba en la dirección espiritual que muchas veces tenía que ser por carta debido a sus continuos viajes. Gracias a ello, conservamos un abundante epistolario donde se retrata su reciedumbre espiritual, y el gracejo y la firmeza con que anima a los demás a una entrega generosa al Señor.
Presentamos hoy una carta escrita a sus catequistas al principio de iniciarse “las Doctrinas Rurales”, esta aventuras apostólicas de instalarse temporalmente en pueblos y cortijadas que carecían de asistencia religiosa y cultural casi por completo, sobre todo de las provincias de Málaga y Cádiz, y ayudar en la formación humana y cristiana de sus gentes, viviendo con ellos.
El Padre les da consejos prácticos tanto para el orden en las clases como para la convivencia misionera.
Málaga, 23 enero, 1922
Srtas. Julia, Carmen, Ángeles y Mª Isabel, en Gibralgalia.
Mis buenas hijas en Cto. Jesús:
Mucho me consuela el saber las buenas disposiciones de esas gentes para recibir la doctrina cristiana y recordar los bríos y santos deseos con que me instaban para que dispusiera su ida a recoger esa mies de la que siente nuestro buen Jesús que no haya quien la recoja. Veo las dificultades que se les ofrecen, y no las veía menos antes de que fueran y, por esto, recelaba de mandarlas. Vds. decían estar dispuestas a todo, y temo que, al ver las necesidades y privaciones de cerca, se quiebren esos bríos y los deseos se amortigüen. La doctrina tan sencilla del padecer, cuando se viene a la práctica, no hay quien la entienda, y menos la de la humildad. Anímense, por amor a Jesús, siquiera sea un poco de tiempo, a padecer algo ofreciéndolo por la salvación de esas almas, que yo les prometo que pronto se vendrán. Paréceme que no son Vds. del temple de las almas que se necesitan para esas empresas; pero, ya metidas en ellas, procuren Vds. que se salga con algún bien hecho ahí y de manera lo menos desairada posible.
No hay legas, y todas lo deberán ser esforzándose por servirse unas a otras de corazón, y no de cortesía, como quien sirve a Dios. Si carecen de algo necesario, eso es lo que tienen que ofrecer a Dios, pues, si lo tuvieran todo como en casa, eso sería un recreo y no un trabajo hecho por las almas. Les digo de veras, que no sé qué arreglo darlas, porque cuando se quiere, todo se ve arreglado y, cuando no, ni órdenes ni reglas, ni nada sirve para estar ordenadas las cosas. No creo es factible el que cada semana se encargara una de hacer de comer a las demás, porque, aunque se crean que lo saben hacer, es engaño, porque, si ella no, las otras padecerían. Si cada una se arreglara la comida, necesitarían cuatro cocinas, so pena de que alternaran en las horas de comer. Y de todos los medios, creo que, si Vds. no ven otro mejor, éste va a tener que seguirse. Así no tendrán quejas, pues lo que se hace cada uno siempre le parece bien, y, sí no, se lo aguanta.
Para terminar les diré que no olviden a lo que van ahí. No van a hacer ejercicios de mortificación ni de pobreza, y menos de maestras de espíritus de las otras, ni siquiera a recordarles lo que ha dicho el padre. La que lo recuerde, si lo ve oportuno, que lo cumpla, pues lo primero, segundo y tercero que les ha dicho es que no se fastidien ni molesten lo más mínimo a la otra, y paréceme que se les olvida, sobre todo, cuando se dan lecciones de virtudes. Estas se han de dar haciendo y no hablando. No me parece que debe haber Directora, ni lega, ni profesora de tal clase, sino que enseñe cada cual lo que sabe y puede; y, si se necesita que alguien decida en alguna cosa en que tuviera diverso parecer, lo podrá hacer Julia, que creo es la mayor en edad.
Mucha caridad entre sí, y mayor, si cabe, con esas buenas gentes. No les tengan maneras ásperas, ni palabra que les moleste. Si en algo les faltan, pídanles dispensa, como si fuera con la persona más fina o más autorizada; aunque parezca que ellos no lo entienden, les edifica, y a Vds. les aprovecha. Si alguna cosa no conviene, como si compran, etc., díganles: no me viene bien, Vd. dispense que les haya hecho venir, etc. Si algún niño o mayor, en las clases, después de advertirle una o dos veces, amorosamente, no se corrige de la faltas, lo despiden por un día, o por una semana, o para siempre, según fuera la falta; y si les parece, creo esto sería lo mejor, van después a la casa a dar razón a los padres, no sea que el niño no diga verdad y no queden Vds. como deben.
No sé para qué escribo tanto: caridad, caridad. Ténganla también conmigo que ya poco les molestaré.
Saben para Cto. sólo las quiere su inf. hº en Cristo Jesús,
T. Arnaiz, S.J.
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