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31 agosto 2017

Hoy, el Beato Marcelo Spínola nos habla del Amor.



El Amor vincula totalmente a Dios.
El Amor lleva a desear y trabajar no por el propio bien, sino por el de Dios.
El Amor crea la pasión de Dios;
vincula a Él nuestro entendimiento;
hace que nos gocemos en El;
que nos dediquemos a El, a buscar su gloria, es decir,
que sea conocido y amado por todos;
que no sea ofendido ni por uno ni por los demás;
El Amor lleva a padecer todo lo que haga falta por el Amado.

27 agosto 2017

Evangelio. Domingo XXI del Tiempo Ordinario.


Según San Mateo 16, 13 - 20.

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.


Reflexión.

La pregunta clave de este domingo es... ¿quién dice tú que es Jesús? ¿Qué es para tu vida?

Reflexión. Domingo XXI del Tiempo Ordinario.


En este último domingo de agosto, para muchos es el fin de las vacaciones y vuelta a la rutina.
Pero, deseo ardientemente, que estos dos meses de tranquilidad y desconexión, haya sido un buen momento para estar más cerca del Señor, de los sacramentos y de los hermanos más desfavorecidos.
Hoy, el Señor nos va hacer una pregunta clave para nuestra vida de cristianos.
Una pregunta, que si no vamos a ser sinceros en la respuesta, mejor, que no nos la hagamos. Porque si Él conoce todo de nosotros, no lo engañamos, ¿para que pensar nosotros en una respuesta, que no sirve para nada?.

La pregunta que nos lanza el Evangelio en este Domingo XXI del Tiempo Ordinario es ¿Quién es Jesucristo para mí?. Nos la deberíamos preguntar nosotros mismos todos los días.
Porque depende de cual respuesta demos, nuestra vida cristiana será más coherente o menos.
No andemos con medias tintas. Respondamos concretamente y sinceramente.

En la Primera Lectura del Profeta Isaías, nos presenta una profecía de condena contra Sobna, ya que Yahvé ve está viendo el puesto de poder que tiene en la corte y como abusa del pueblo. Busca el poder individual y no en favor del pueblo. Le quitan de mayordomo del templo y ponen a Eliacín, que se convertirá en un verdadero padre para todos los que viven  en Jerusalén y Judá.
Isaías nos viene a decir en este texto, que lo realmente importante es aquel que utiliza la autoridad no para ser más que nadie, sino para que los demás se sientan seguros y no con miedo.

En la Carta de Pablo a los Romanos, vemos como hace tres preguntas: ¿Quién conoció la mente el Señor?, ¿Quién fue su consejero?, ¿Quién le ha dado primero para que él de devuelva? Todas estas preguntas, se responden con una misma palabra: Dios.
Hablar de Dios, es hacernos preguntas continuamente. Porque es tanto su grandeza, que lo expresamos con asombro lo que sentimos hacia Él. Es decir, todas las palabras que intentemos utilizar para nombrar o explicar a Dios, se quedan pequeñas y vacías.
Dios es amor, misericordia, ternura, bondad… y oferta a cada uno de nosotros incesantemente misericordia para quien la acoge gratuitamente. A veces nos preocupamos más en sacrificios, renuncias, méritos propios… sin contar con los dones que él nos regala y tiene puesto en cada uno de nosotros.

En el Evangelio de Mateo, Jesús lanza una pregunta “bomba” sobre su identidad a sus discípulos: ¿Quién decís que soy yo? Esta pregunta es el pórtico a una serie de aceptación sobre el mesianismo de Jesús que culmina en la Cruz, pasando por la humillación.
Pedro, como portavoz de todos, responde a esa pregunta, no porque lo sienta como tal, sino por el don de la fe, que no se librará tampoco de las dudas. Pedro (que significa piedra) será donde esté edificada la Iglesia de Jesús. Una piedra que impedirá que las dificultades y dudas, acaben con ella. Pedro, discípulo imperfecto, que negará a Jesús en el momento de su muerte, que tendrá miedo… Con él, podemos identificarnos todos y cada uno de nosotros.

Todos llevamos en mayor o menos medida, un Pedro dentro. Pero, el camino del discipulado no acaba nunca. Estamos en continuo crecimiento, renovación y en salida.
La pregunta bomba: ¿Quién dices que soy yo? Debemos responderla hoy.
El encuentro con Cristo, transforma radicalmente la vida y nos autoriza para vivir y actuar como él. Todos estamos llamados y debemos hacer lo posible para ser signo del amor y la cercanía de Dios. Por tanto, al hacernos la pregunta y responder claramente, nuestra vida debe ir en camino a ser un acto de comunión y encuentro. Todo esto no es posible, sino tenemos encuentros con el Señor mediante la oración, en el tú a tú con quién es la fuerza, la esperanza y la reconciliación.

Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros, para que obtengamos de Jesús la fuerza que necesitamos para dar un giro a nuestra vida y ser verdaderos cristianos en medio de nuestro mundo. Que no necesita normas, ni cátedras, sino gestos coherentes y sencillos.
Que así sea.


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http://www.revistaecclesia.com/author/fray-jose-borja/

25 agosto 2017

23 agosto 2017

Hoy celebramos la Solemnidad de Santa Rosa de Lima.


¿Quién es?

Nació en Lima, Perú, en 1586 fue la primera mujer americana declarada santa por la Iglesia Católica.
En el bautizo le pusieron el nombre de Isabel, pero luego la mamá al ver que al paso de los años su rostro se volvía sonrosado y hermoso como una rosa, empezó a llamarla con el nombre de Rosa. Y, el Sr. Arzobispo al darle la confirmación le puso definitivamente ese nombre, con el cual es conocida ahora en todo el mundo.

Desde pequeñita Rosa tuvo una gran inclinación a la oración y a la meditación. Un día rezando ante una imagen de la Virgen María le pareció que el niño Jesús le decía: "Rosa conságrame a mí todo tu amor". Y en adelante se propuso no vivir sino para amar a Jesucristo. Y al ir a su hermano decir que si muchos hombres se enamoraban perdidamente era por la atracción de una larga cabellera ó de una piel muy hermosa, se cortó el cabello y se propuso llevar el rostro cubierto con un velo, para no ser motivo de tentaciones para nadie. Quería dedicarse únicamente a amar a Jesucristo.

Se propuso irse de monja agustina, pero el día en que fue a arrodillarse ante la imagen de la Virgen Santísima para pedirle que le iluminara si debía irse de monja o no, sintió que no podía levantarse del suelo donde estaba arrodillada. Llamó a su hermano a que le ayudara a levantarse pero él tampoco fue capaz de moverla de allí. Entonces se dio cuenta de que la voluntad de Dios era otra y le dijo a Nuestra Señora: "Oh Madre Celestial, si Dios no quiere que yo me vaya a un convento, desisto desde ahora de su idea". Tan pronto pronunció estas palabras quedó totalmente sin parálisis y se pudo levantar del suelo fácilmente.

Seguía pidiéndole a Dios que le indicara a que asociación religiosa debería ingresar. Y de pronto empezó a llegar junto a ella cada día una mariposa de blanco y negro. Y revoloteaba junto a sus ojos. Con esto le pareció entender que debería buscar una asociación que tuviera un hábito de blanco y negro. Y descubrió que eran las terciarias dominicas, unas mujeres que se vestían con túnica blanca y manto negro y llevaban vida como de religiosas, pero vivían en sus propias casas. Y pidió ser admitida y la aceptaron.

Entonces vino a saber que la más famosa terciaria dominica es Santa Catalina de Siena (29 de abril) y se propuso estudiar su vida e imitarla en todo. Y lo logró de manera admirable. Se fabricó una túnica blanca y el manto negro y el velo también negro para la cabeza, y así empezó a asistir a las reuniones religiosas del templo.
Su padre fracasó en el negocio de una mina y la familia quedó en gran pobreza. Entonces Rosa se dedicó durante varias horas de cada día a cultivar un huerto en el solar de la casa y durante varias horas de la noche a hacer costuras, para ayudar a los gastos del hogar.

Tentaciones

El demonio la atacaba de muy diversas maneras. Y las tentaciones impuras la hacían sufrir enormemente. Además le llegaban épocas de terribles sequedades espirituales en las cuales todo lo que fuera oración, meditación ó penitencias le producía horror y asco. Y fuera de eso la gente se burlaba de su comportamiento y los mismos familiares la consideraban equivocada en su modo de vivir. Alguna vez le protestó amorosamente a Jesucristo por todo esto, diciéndole: "Señor, ¿y a dónde te vas cuando me dejas sola en estas terribles tempestades?". Y oyó que Jesús le decía: "Yo no me he ido lejos. Estaba en tu espíritu dirigiendo todo para que la barquilla de tu alma no sucumbiera en medio de la tempestad".

Es difícil encontrar en América otro caso de mujer que haya hecho mayores penitencias. No las vamos a describir todas aquí porque muchas de ellas no son para imitar. Pero sí tenemos que decir que lo primero que se propuso mortificar fue su orgullo, su amor propio, su deseo de aparecer y de ser admirada y conocida. Y en ella, como en todas las cenicientas del mundo se ha cumplido lo que dijo Jesús: "quien se humilla será enaltecido". Una segunda penitencia de Rosa de lima fue la de los alimentos. Su ayuno era casi continuo. Y su abstinencia de carnes era perpetua. Comía lo mínimo necesario para no desfallecer de debilidad. Aún los días de mayores calores, no tomaba bebidas refrescantes de ninguna clase, y aunque a veces la sed la atormentaba, le bastaba mirar el crucifijo y recordar la sed de Jesús en la cruz, para tener valor y seguir aguantando su sed, por amor a Dios.

Dormía sobre duras tablas, con un palo por almohada. Alguna vez que le empezaron a llegar deseos de cambiar sus tablas por un colchón y una almohada, miró al crucifijo y le pareció que Jesús le decía: "Mi cruz, era mucho más cruel que todo esto". Y desde ese día nunca más volvió a pensar en buscar un lecho más cómodo.

Enfermedad y Muerte

Distintas enfermedades la atacaron por mucho tiempo. Cuando algunas personas la criticaban por sus demasiadas penitencias, les respondía: "Si ustedes supieran lo hermosa que es un alma sin pecado, estarían dispuestos a sufrir cualquier martirio con tal de mantener el alma en gracia de Dios". Y ella sí que los sufrió. En sus últimos meses exclamaba: "Nunca pensé que una persona tuviera que sufrir tanto, tanto como lo que yo estoy sufriendo. Pero Jesucristo me concede valor para soportarlo todo."Los últimos años vivía continuamente en un ambiente de oración mística, con la mente casi ya más en el cielo que en la tierra. Su oración y sus sacrificios y penitencias conseguían numerosas conversiones de pecadores, y aumento de fervor en muchos religiosos y sacerdotes. En la ciudad de Lima había ya una convicción general de que esta muchacha era una verdadera santa.

El 24 de agosto del año 1617, después de terrible y dolorosa agonía, expiró con la alegría de irse a estar para siempre junto al amadísimo Salvador. Tenía 31 años.

El entierro hubo que dejarlo para más tarde porque inmensas multitudes querían visitar su cadáver, y filas interminables de fieles pasaban con devota veneración frente a él. Después la sepultaron en una de las paredes del templo.


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15 agosto 2017

Evangelio. Solemnidad de la Asunción de la Virgen María a los cielos.


Según San Lucas 1, 39 - 56.

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.


Reflexión.

En este canto hallamos los indicios para aprender cómo se funden lo humano y lo divino, lo terreno y lo celeste, y llegar a responder como Ella al regalo que nos hace Dios en su Hijo, a través de su Santa Madre: para ser un regalo de Dios para el mundo,

Reflexión. Solemnidad de la Asunción de la Virgen María.


En la mitad del mes de agosto, hoy 15, celebramos una de las fiestas más antiguas de la Iglesia y a la vez importante, ya que se celebra en  todo el mundo es “La Asunción de la Virgen a los cielos”. Para nuestros hermanos Ortodoxos la denominan “la Dormición de María”.
Hablar de María, es hablar de nuestra propia Madre, es venerarle como madre de Dios y repito, como madre nuestra. Ella, sube al cielo en cuerpo y alma, pero, no nos abandona. No nos deja huérfanos. Ella, es el cordón que une a Cristo con cada uno de nosotros.
Ella, que es camino directo al cielo, modelo de fidelidad, coherencia, sencillez, humildad, servicio y contemplación. Ella es la que nos protege bajo su manto materno y nos ayuda en los momentos de tribulación. Siempre  está atenta a nuestras necesidades.

Estamos acostumbrados a hacer de la imagen de María, una imagen lejana. Una mujer con grandes mantos, grandes coronas, anillos portentosos, tronos llenos de oros y plata… Evidentemente, que si nos ponemos a pensar cada uno en nuestra madre, queremos lo mejor para cada una de ellas, y más si es la Virgen María. Pero, no debemos olvidar, que cuanto más alta la pongamos, más alta nos costará llegar a ella.

Ella, debe ser el espejo donde cada uno de nosotros nos miremos. Porque si miramos a ella, vemos a Cristo. Ella es la ante sala a Cristo.
Repito, todos queremos lo mejor para nuestras madres, pero no podemos olvidar, que cuanto más sencilla la pongamos y la veneremos, más cerca estaremos de la verdadera María de Nazaret.
Pidamos a nuestra  Madre la Virgen, que interceda a su Hijo Jesús, para que nos ayude a ver con sus ojos a nuestros hermanos necesitados, a ser ejemplo de contemplación y meditación en medio del mundo, y que ella sea nuestra guía y amparo ante los momentos de dificultad.

En la Primera Lectura del Libro del Apocalipsis, nos habla de una mujer bellísima, coronada de doce estrellas, y como lucha contra el dragón. En ella, vemos como María toma el papel de corredentora en el plan salvífico de Dios. Ella no está al margen. La muerte y resurrección de Jesús  da lugar a una nueva forma de existir tanto para las personas como para el pueblo. Un nuevo aliento de esperanza y fortaleza para tantas personas que han sufrido y sufren en nuestros entornos. El dragón, el mal, no tienen la última palabra.

En la Segunda Lectura de la carta de Pablo a los Corintios, tiene matices con la (Primera Lectura) y habla de la muerte como enemigo del Reino de Jesús. La Palabra de Jesús es la Victoria sobre la muerte. En el Reino de Dios, no tiene lugar el sufrimiento y la muerte, porque si la tuvieran, de nada serviría la Resurrección de Jesús. Y si no sirve, “vana es nuestra fe”. La Resurrección es el pilar donde se sostiene nuestra fe.  Por eso, Pablo explica a varios miembros de la comunidad que tenían dudas, sobre el fundamento principal e importante de la Resurrección.

En el Evangelio de Lucas, vemos como María visita a su prima. Isabel, una mujer estéril, sin hijos, sin futuro, con una sensación de vida “inútil”, ya que la sociedad de aquel tiempo, si no tenías hijos no eras nada; María, una mujer paciente, llena de fe, que no ve el presente como algo negativo, sino que espera con sencillez y acepta sin prisas la voluntad de Dios. Un encuentro muy esperado, que resalta en sus palabras la alegría de una esperanza perpetua a un futuro que llena esos vacíos humanos. Muchas veces queremos que Dios lleve nuestros ritmos, el “aquí y el ahora”, sino es así, nos desesperamos, desconfiamos, inclusive a veces, decimos “no creo”. No estamos solos. En la figura de María, vemos como Dios está con nosotros. Nos invita a crear un mundo justo, donde “derriba a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.

Un Reino, una Iglesia, donde los necesitados están en el centro. De nada sirve arrimarse al m´s fuerte. No, ese no es el Reino ni la Iglesia que Jesús quiere.
Fuera los títulos, las normas puestas por hombres sin sentidos. Fuera los  doctorados para poder escalar y ser “trepas” y llegar a ser más que los otros. Dejemos a un lado la Iglesia que se separa del Evangelio y hace de sus normas humanas un Evangelio.
María nos presenta hoy un modelo de Iglesia, como dije antes, paciente, sencilla, humilde y sobre todo, fiel a la voluntad de Dios, a pesar de las dificultades.

María, ayúdanos a construir una verdadera Iglesia, donde el Reino sea el motor que empuje a salir y acoger a tantos necesitados y hambrientos. Que seamos humildes, sencillos y sobre todo, contemplativos para discernir los signos de los tiempos a la luz de la Palabra de tu Hijo.
Que así sea.


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Entrevista a Fray Jesús Miguel, O.S.A., predicador de la Novena a Santa María de la Victoria. Patrona de Málaga y su Diócesis.


P. ¿Quién es fray Jesús Miguel, el predicador en este año de 2017 de la novena a Santa María de la Victoria, patrona de Málaga y su diócesis?

R. Un fraile agustino, malagueño de cuna, criado y formado en Málaga, antiguo alumno del viejo colegio San Agustín, del Seminario diocesano y de la Facultad de Historia en la Universidad de Málaga, que desde El Escorial, Salamanca y Mallorca ha intentado vivir como hijo de San Agustín en la apasionante fraternidad agustiniana y servir como sacerdote allí donde la obediencia y la necesidad de la iglesia le han llevado.

P. ¿Qué significa para un malagueño predicar la novena de la Virgen de la Victoria?

R. Yo pienso que para cualquier hijo de Málaga poder cantar las glorias de la Virgen, ensalzarla, expresarle el amor filial a través de la palabra, destacando sus rasgos evangélicos tan puros y limpios, es un auténtico privilegio y una oportunidad que hay que agradecer a quienes convocan para este ministerio. Un regalo poder en la misma Málaga dejar que el corazón diga, sin atropellos, quien es la Virgen y sus lindezas de mujer y madre.

P. ¿Cómo le propusieron ser predicador?

R. No tengo ni idea quién propuso o dio mi nombre. Me llamaron por teléfono y me dijeron su podía venir. Tuve que hacer cambios a primeros de septiembre de cosas que había en la agenda, previstas de antemano. No me costó. Al principio no dudé, pero sí que sopesé circunstancias. Pudo más el amor a la Virgen de la Victoria y a Málaga. Dije que sí y me fie de Dios, que manifiesta su querer en las cosas que pasan y cómo pasan; que hay quien se gasta la vida intentando descubrir el querer de Dios en ideas y latidos y pasa de largo de lo que sucede porque sucede. Esto es más fácil de lo que nos han ido contando.

P. ¿En qué tema se centrarán las homilías de la novena?

R. En las bienaventuranzas. La Virgen María es mujer de bienaventuranzas. Las bienaventuranzas, como dice bellísimamente el Catecismo de la Iglesia católica, dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad. (Cat. 1717). La Virgen María traza en su vida, en sus gestos, en sus silencios perfiles de bienaventuranzas, con las que dibuja su rostro, yo diría más exactamente: su corazón al unísono con su Hijo, describiendo con ellas la verdadera caridad. María es transparencia preciosa de evangelio. Y esto quiero cantar en la novena como Dios me dé a entender. No es poco, para un pobre fraile…

Fray José Borja. 13-08-2017.


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14 agosto 2017

El ideal de vida apostólica es la salvación y la santidad. Por San Maximiliano María Kolbe.


Me llena de gozo, querido hermano, el celo que te anima en la propagación de la gloria de Dios. En la actualidad se da una gravísima epidemia de indiferencia, que afecta, aunque de modo diverso, no sólo a los laicos, sino también a los religiosos. Con todo, Dios es digno de una gloria infinita. Siendo nosotros pobres criaturas limitadas y, por tanto, incapaces de rendirle la gloria que él merece, esforcémonos, al menos, por contribuir, en cuanto podamos, a rendirle la mayor gloria posible.

La gloria de Dios consiste en la salvación de las almas, que Cristo ha redimido con el alto precio de su muerte en la cruz. La salvación y la santificación más perfecta del mayor número de almas debe ser el ideal más sublime de nuestra vida apostólica. Cuál sea el mejor camino para rendir a Dios la mayor gloria posible y llevar a la santidad más perfecta el mayor número de almas, Dios mismo lo conoce mejor que nosotros, porque él es omnisciente e infinitamente sabio. Él, y sólo él, Dios omnisciente, sabe lo que debemos hacer en cada momento para rendirle la mayor gloria posible. ¿Y cómo nos manifiesta Dios su propia voluntad? Por medio de sus representantes en la tierra. La obediencia, y sólo la santa obediencia, nos manifiesta con certeza la voluntad de Dios. Los superiores pueden equivocarse, pero nosotros obedeciendo no nos equivocamos nunca. Se da una excepción: cuando el superior manda algo que con toda claridad y sin ninguna duda es pecado, aunque éste sea insignificante; porque en este caso el superior no sería el representante de Dios.

Dios, y solamente Dios infinito, infalible, santísimo y clemente, es nuestro Señor, nuestro creador y Padre, principio y fin, sabiduría, poder y amor: todo. Todo lo que no sea él vale en tanto en cuanto se refiere a él, creador de todo, redentor de todos los hombres y fin último de toda la creación. Es él quien, por medio de sus representantes aquí en la tierra, nos revela su admirable voluntad, nos atrae hacia sí, y quiere por medio nuestro atraer al mayor número posible de almas y unirlas a sí del modo más intimo y personal.

Querido hermano, piensa qué grande es la dignidad de nuestra condición por la misericordia de Dios. Por medio de la obediencia nosotros nos alzamos por encima de nuestra pequeñez y podemos obrar conforme a la voluntad de Dios. Más aún: adhiriéndonos así a la divina voluntad, a la que no puede resistir ninguna criatura, nos hacemos más fuertes que todas ellas. Ésta es nuestra grandeza; y no es todo: por medio de la obediencia nos convertimos en infinitamente poderosos.

Éste y sólo éste es el camino de la sabiduría y de la prudencia, y el modo de rendir a Dios la mayor gloria posible. Si existiese un camino distinto y mejor, Jesús nos lo hubiera indicado con sus palabras y su ejemplo. Los treinta años de su vida escondida son descritos así por la sagrada Escritura: Y les estaba sujeto. Igualmente, por lo que se refiere al resto de la vida toda de Jesús, leemos con frecuencia en la misma sagrada Escritura que él había venido a la tierra para cumplir la voluntad del Padre.

Amemos sin límites a nuestro buen Padre: amor que se demuestra a través de la obediencia y se ejercita sobre todo cuando nos pide el sacrificio de la propia voluntad. El libro más bello y auténtico donde se puede aprender y profundizar este amor es el Crucifijo. Y esto lo obtendremos mucho más fácilmente de Dios por medio de la Inmaculada, porque a ella ha confiado Dios toda la economía de la misericordia.

La voluntad de María, no hay duda alguna, es la voluntad del mismo Dios. Nosotros, por tanto, consagrándonos a ella, somos también como ella, en las manos de Dios, instrumentos de su divina misericordia. Dejémonos guiar por María; dejémonos llevar por ella, y estaremos bajo su dirección tranquilos y seguros: ella se ocupará de todo y proveerá a todas nuestras necesidades, tanto del alma como del cuerpo; ella misma removerá las dificultades y angustias nuestras.

Hoy la Iglesia celebra al sacerdote y mártir San Maximiliano María Kolbe.



Maximiliano María Kolbe nació cerca de Lodz (Polonia) el 8 de enero de 1894. Ingresó en el seminario de los Hermanos Menores Conventuales en 1907, y el año 1918 fue ordenado sacerdote en Roma. Encendido en el amor a la Madre de Dios fundó la asociación piadosa de la «Milicia de María Inmaculada», que propagó con entusiasmo. Misionero en el Japón, se esforzó por extender la fe cristiana bajo el auspicio y patrocinio de la misma Virgen Inmaculada. Vuelto a Polonia, habiendo sufrido grandes calamidades, en el mayor conflicto de los pueblos, entregó su vida como holocausto de caridad por la libertad de un desconocido condenado a muerte, el 14 de agosto de 1941, en el campo de concentración de Auchwitz.

13 agosto 2017

Evangelio. Domingo XIX del Tiempo Ordinario.


Según San Mateo 14, 22 - 33.

Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. 

De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?». En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».


Reflexión.

Pedro había asegurado a Jesús que estaba dispuesto a seguirlo hasta morir, pero su debilidad lo acobardó y negó al Maestro en los hechos de la Pasión. ¿Por qué Pedro se hunde justo cuando empieza a andar sobre el agua? Porque, en vez de mirar a Jesucristo, miró al mar y eso le hizo perder fuerza y, a partir de ese instante, su confianza en el Señor se debilitó y los pies no le respondieron.

Reflexión. Domingo XIX del Tiempo Ordinario.


En este Domingo XIX del Tiempo Ordinario, vamos a ver como Dios sigue llamando a todos y cada uno de nosotros. Un Dios que sigue estando en medio de nosotros, nos espera y nos sorprende. Un Dios que sale a nuestro encuentro de una forma singular. No es como nosotros nos esperamos, o como estamos acostumbrados… Muchas veces somos Pedro y desconfiamos del Señor. Pero Jesús nos pide hoy a través de las lecturas que tengamos confianza, creamos en el valor de su Palabra y sepamos transmitir esa confianza de hijos con nuestro Padre Dios.
Un Padre que quiere a todos sus hijos por igual, y que espera a que vuelvan a su regazo como el hijo pródigo.

En la Primera Lectura del Libro de los Reyes, vemos como Elías espera a Dos, y se le presenta no con gran poder y “parafernalia” sino en lo sencillo. En medio del silencio, a través de un susurro. Elías llega al monte Horeb después de haber estado cuarenta días y cuarenta noches porque tuvo que huir, ya que era perseguido.
Elías había desobedecido  a la invitación de Dios para ser “profeta entre los suyos”. Dios vuelve a invitar a Elías, y éste acepta a cambiar y seguir su voluntad. Se le revela a través de un susurro de la brisa. Esto lo pude hacer, porque estuvo atento y en silencio a la escucha.

En la Segunda Lectura de la carta de Pablo a los Romanos, se describe como Israel se cierra a la novedad de Jesucristo, es decir, la infidelidad de los judíos a Jesús. Pablo, como seguidor de Jesús, se ha encontrado con el Crucificado, y por consiguiente, ha experimentado y descubierto la muerte y resurrección del mismo Cristo. Su vida ha cambiado y quiere transmitir ese cambio, pero muchos de los judíos se niegan a ello. Esta revelación de ese Dios que es misericordia, es una realidad para todo Israel que lleva un mensaje de esperanza a ese pueblo pero que no se impone con fuerza, no se exige nada, solo se usa el arma del amor.

En el Evangelio de Mateo, yo le llamo el de la confianza en la Palabra de Jesús.
Se comprende este pasaje Evangélico después de la muerte y resurrección de Jesús. Mateo da un papel importante a Pedro, como el “responsable” en ese momento, la comunidad cristiana simbolizada a través de una barca, expresa como empiezan a experimentar los grandes sufrimientos (olas y tempestades) y empiezan a sentir la ausencia de Jesús por la desconfianza en los momentos de dificultad.

Pedro, que es el que está al frente de la Iglesia, es quién duda más de la presencia del Señor Resucitado, y si se hace presente, ni el ni la comunidad lo reconocen.
Jesús le da ánimo a Pedro a que no tenga miedo, a que confíe, pero éste sigue encerrado en sus miedos y preocupaciones. ¿Cuántas veces miramos para otro lado cuando Jesús nos habla? ¿Cuántas veces desconfiamos porque no salen las cosas como nosotros queremos que salgan?

Todos tenemos un Pedro dentro, que no nos deja escuchar ni ver a Dios. El cristiano, asume el miedo poniéndose en oración delante del Señor, oyendo el susurro de Jesús en medio del silencio y de los sacramentos.
Dios quiere entrar en nuestras vidas para convertir el miedo en confianza, pero, tenemos que dejarnos transformar por Aquél que sus manos nos agarran a pesar de que estemos a punto de ahogarnos.

Que María, nuestra madre, interceda por cada uno de nosotros, para que sepamos ser fieles al Evangelio y confiados a la Palabra de Dios. Que a pesar del miedo, la desconfianza y las dificultades, notemos su mano protectora que nos lleve a su hijo Jesús.
Que así sea.


11 agosto 2017

Pobreza, humildad y caridad. Por Santa Clara.


Dichoso, en verdad, aquel a quien le es dado alimentarse en el sagrado banquete y unirse en lo íntimo de su corazón a aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya benignidad sacia, cuya suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente, cuya fragancia retornará los muertos a la vida y cuya visión gloriosa hará felices a los ciudadanos de la Jerusalén celestial: él es el brillo de la gloria eterna, un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha, el espejo que debes mirar cada día, oh reina, esposa de Jesucristo, y observar en él reflejada tu faz, para que así te vistas y adornes por dentro y por fuera con toda la variedad de flores de las diversas virtudes, que son las que han de constituir tu vestido y tu adorno, como conviene a una hija y esposa castísima del Rey supremo. En este espejo brilla la dichosa pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como puedes observar si, con la gracia de Dios, vas recorriendo sus diversas partes.

Atiende al principio de este espejo, quiero decir a la pobreza de aquel que fue puesto en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh pasmosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es reclinado en un pesebre. En el medio del espejo considera la humildad, al menos la dichosa pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que sufrió por la redención del género humano. Al final de este mismo espejo contempla la inefable caridad por la que quiso sufrir en la cruz y morir en ella con la clase de muerte más infamante. Este mismo espejo, clavado en la cruz, invitaba a los que pasaban a estas consideraciones, diciendo: ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor! Respondamos nosotros, a sus clamores y gemidos, con una sola voz y un solo espíritu: Mi alma lo recuerda y se derrite de tristeza dentro de mi. De este modo, tu caridad arderá con una fuerza siempre renovada, oh reina del Rey celestial.

Contemplando además sus inefables delicias, sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando por el intenso deseo de tu corazón, proclamarás: «Arrástrame tras de ti, y correremos atraídos por el aroma de tus perfumes, esposo celestial. Correré sin desfallecer, hasta que me introduzcas en la sala del festín, hasta que tu mano izquierda esté bajo mi cabeza y tu diestra me abrace felizmente y me beses con los besos deliciosos de tu boca.»
Contemplando estas cosas, dígnate acordarte de ésta tu insignificante madre, y sabe que yo tengo tu agradable recuerdo grabado de modo imborrable en mi corazón, ya que te amo más que nadie.


(De Santa Clara a Santa Inés de Praga)

La Iglesia celebra hoy la Onomástica de Santa Clara.



Nació en Asís el año 1193; imitó a su conciudadano Francisco, siguiéndolo por el camino de la pobreza, y fundó la Orden de las monjas llamadas Clarisas. Su vida fue de gran austeridad, pero rica en obras de caridad y de piedad. Murió el año 1253.

Hoy celebramos (la noche del 11 al 12 de agosto) la Aparición de la Virgen de la Cabeza.


Un pastor de Colomera (Granada), llamado Juan Alonso Rivas, apacentaba su ganado, cabras y ovejas, en las alturas de Sierra Morena junto a la cumbre del Cabezo. Era cristiano sencillo y fervoroso, quizá algo entrado en años y estaba aquejado de una anquilosis o paralización total en el brazo izquierdo.

Empezaron a llamar su atención las luminarias que divisaba por las noches sobre el monte cercano a donde tenía su hato y a las que se sumaba el tañido de una campana. Finalmente quiso salir de duda y en la noche del 11 al 12 de agosto del año 1.227 resolvió llegar a la cumbre.

A su natural temor sucedió una expresión de asombro y gozo, porque en el hueco formado por dos enormes bloques de granito, encontró una imagen pequeña de la Virgen, ante cuya presencia se arrodilló el pastor y oro en voz alta entablando un diálogo con la Señora.

La Santísima Imagen le expresó su deseo de que allí se levantara un templo, enviándolo a la ciudad, para que anunciara el acontecimiento y mostrara a todos la recuperación del movimiento en su brazo y de esta forma, dieran crédito a sus palabras. Bajó a la ciudad y anunció el suceso que no tuvieron más remedio que creer ante le testimonio de su brazo curado.


(Página del Santuario)

10 agosto 2017

Carta del P. Arnáiz dirigida a sus catequistas de las Doctrinas Rurales.


(Málaga),29  enero, 1922.
Srtas. Julia, Carmen y Mª Isabel
Mis buenas Hnas. en Cto. Jesús:

Hoy, día de S. Francisco de Sales, todo dulzura y suavidad, no he de reñirles, y menos trayéndome la  noticia de que son tan buenísimas todas y que hacen tanto bien a esas gentes.

Esto no quita que les dé alguna lección acerca del modo de enseñar. Y es que lo hagan como si cada niño fuera un príncipe encomendado por el rey al cuidado de Vds. y entregado para que le instruyeran y educaran sin que su padre le perdiera de vista. Hijos son del Señor por el que Vds. están ahí. Hijos, quizá, más queridos que nosotros, y este Señor, su padre, no nos quita los ojos de encima. Que es igual enseñar religión que lectura o cuentas, no necesitaran que se lo diga. La medicina la compone el jarabe, el agua y la sal o alcaloide medicinal; entre todos hacen la labor y la paga será mayor para quien con más recta intención trabajó y más se esforzó porque se consiguiera el fin.

El tiempo se ha de emplear todo en cada sección y de manera que todos participen de la enseñanza; para eso mirarán el reloj y, si les toca a tres minutos cada uno, no se han de entretener más, y, si se descuidan, porque no es cosa de estar con el reloj en la mano, a los últimos se les abrevia un poco para que a todos se les dé lección, y, al día siguiente, se puede empezar por los que tuvieron menos tiempo el día anterior. No sé si Vds. verán otra cosa mejor, pero yo les quise decir que se estén en la sección, leyendo o escribiendo, etc., hasta que, hecha señal, se pasen todos de una sección a otra. 

También les dije (y no me debí explicar), que cada sección ha de pasar por todas Vds., de manera que todos son de todas, pues que todos leen, escriben, etc.
No quiero escribir más, pero les ruego pidan mucho al Señor espíritu de caridad que destierre todo egoísmo; y tengan cuidado de anotar cada una cuántas veces suena el yo; y si alguna se encuentra haberse puesto de modelo o dicho: yo no hago lo que esa hace, o cosa semejante, faltando con eso notablemente a la humildad y caridad, debería hacer una penitencia, como besar los pies a las demás o comer estando de rodillas en vez de sentada a la mesa, sin reírse; mejor sería llorando de confusión, al verse tan vacía de lo que va a repartir a otros.

Saben no les olvida ante el Señor su Hno en Cto. Jesús,
T. Arnaiz, S.J.


09 agosto 2017

Catequesis de hoy miércoles del Papa Francisco: El perdón como motor de la esperanza.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos escuchado la reacción de los comensales de Simón el fariseo: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?» (Lc 7,49). Jesús ha apenas realizado un gesto escandaloso. Una mujer de la ciudad, conocida por todos como una pecadora, ha entrado en la casa de Simón, se ha inclinado a los pies de Jesús y ha derramado sobre sus pies óleo perfumado. Todos los que estaban ahí en la mesa murmuraban: si Jesús es un profeta, no debería aceptar gestos de este género de una mujer como esta. Desprecio. Aquellas mujeres, pobrecitas, que sólo servían para ser visitadas a escondidas, incluso por los jefes, o para ser lapidadas. Según la mentalidad de ese tiempo, entre el santo y el pecador, entre lo puro y lo impuro, la separación tenía que ser neta.

Pero la actitud de Jesús es diversa. Desde el inicio de su ministerio en Galilea, Él se acerca a los leprosos, a los endemoniados, a todos los enfermos y los marginados. Un comportamiento de este tipo no era para nada habitual, tanto es así que esta simpatía de Jesús por los excluidos, los “intocables”, será una de las cosas que más desconcertaran a sus contemporáneos. Ahí donde hay una persona que sufre, Jesús se hace cargo, y ese sufrimiento se hace suyo. Jesús no predica que la condición de pena debe ser soportada con heroísmo, a la manera de los filósofos estoicos. Jesús comparte el dolor humano, y cuando lo encuentra, de su interior emerge esa actitud que caracteriza el cristianismo: la misericordia. Jesús, ante el dolor humano siente misericordia; el corazón de Jesús es misericordioso. Jesús siente compasión. Literalmente: Jesús siente estremecer sus vísceras. Cuantas veces en los evangelios encontramos reacciones de este tipo. El corazón de Cristo encarna y revela el corazón de Dios, y ahí donde existe un hombre o una mujer que sufre, quiere su sanación, su liberación, su vida plena.

Es por esto que Jesús abre los brazos a los pecadores. Cuanta gente perdura también hoy en una vida equivocada porque no encuentra a nadie disponible a mirarlo o verlo de modo diverso, con los ojos, mejor dicho, con el corazón de Dios, es decir, mirarlos con esperanza. Jesús en cambio, ve una posibilidad de resurrección incluso en quien ha acumulado tantas elecciones equivocadas. Jesús siempre está ahí, con el corazón abierto; donando esa misericordia que tiene en el corazón; perdona, abraza, entiende, se acerca… ¡Eh, así es Jesús!

A veces olvidamos que para Jesús no se ha tratado de un amor fácil, de poco precio. Los evangelios registran las primeras reacciones negativas en relación a Jesús justamente cuando Él perdonó los pecados de un hombre (Cfr. Mc 2,1-12). Era un hombre que sufría doblemente: porque no podía caminar y porque se sentía “equivocado”. Y Jesús entiende que el segundo dolor es más grande que el primero, tanto que lo acoge enseguida con un anuncio de liberación: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Libera de aquel sentimiento de opresión de sentirse equivocado. Es entonces que algunos escribas – aquellos que se creen perfectos: yo pienso en tantos católicos que se creen perfectos y desprecian a los demás… es triste esto – algunos escribas allí presentes se escandalizan por las palabras de Jesús, que suenan como una blasfemia, porque sólo Dios puede perdonar los pecados.

Nosotros que estamos acostumbrados a experimentar el perdón de los pecados, quizás demasiado a “buen precio”, deberíamos algunas veces recordarnos cuanto le hemos costado al amor de Dios. Cada uno de nosotros ha costado bastante: ¡la vida de Jesús! Él lo habría dado por cada uno de nosotros. Jesús no va a la cruz porque cura a los enfermos, porque predica la caridad, porque proclama las bienaventuranzas. El Hijo de Dios va a la cruz sobre todo porque perdona: perdona los pecados, porque quiere la liberación total, definitiva del corazón del hombre. Porque no acepta que el ser humano consuma toda su existencia con este “tatuaje” imborrable, con el pensamiento de no poder ser acogido por el corazón misericordioso de Dios. Y con estos sentimientos Jesús va al encuentro: de los pecadores, de los cuales todos nosotros somos los primeros.


Así los pecadores son perdonados. No solamente son consolados a nivel psicológico: el perdón nos consuela mucho, porque son liberados del sentimiento de culpa. Jesús hace mucho más: ofrece a las personas que se han equivocado la esperanza de una vida nueva. “Pero, Señor, yo soy un trapo” – “Pero, mira adelante y te hago un corazón nuevo”. Esta es la esperanza que nos da Jesús. Una vida marcada por el amor. Mateo el publicano se convierte en apóstol de Cristo: Mateo, que era un traidor de la patria, un explotador de la gente. Zaqueo, rico corrupto: este seguramente tenía un título en coimas, ¿eh?, Zaqueo, rico corrupto de Jericó, se transforma en un benefactor de los pobres. La mujer de Samaria, que tenía cinco maridos y ahora convive con otro, recibe la promesa del “agua viva” que podrá brotar por siempre dentro de ella. (Cfr. Jn 4,14). Y así, cambia el corazón, Jesús; hace así con todos.

Nos hace bien pensar que Dios no ha elegido como primera amalgama para formar su Iglesia a las personas que no se equivocan jamás. La Iglesia es un pueblo de pecadores que experimentan la misericordia y el perdón de Dios. Pedro ha entendido más la verdad de sí mismo al canto del gallo, en vez que de sus impulsos de generosidad, que le henchían el pecho, haciéndolo sentir superior a los demás.

Hermanos y hermanas, somos todos pobres pecadores, necesitados de la misericordia de Dios que tiene la fuerza de transformarnos y devolvernos la esperanza, y esto cada día. ¡Y lo hace! Y a la gente que ha entendido esta verdad fundamental, Dios regala la misión más bella del mundo, es decir, el amor por los hermanos y las hermanas, y el anuncio de una misericordia que Él no niega a ninguno. Y esta es nuestra esperanza. Vayamos adelante con esta confianza en el perdón, en el amor misericordioso de Jesús. Gracias.


(Roma. 09-08-2017)

Mensaje del Papa Francisco para este mes: Los Artistas.



06 agosto 2017

Evangelio. Transfiguración del Señor.


Según San Marcos 17, 1 - 9.

En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».


Reflexión.

El prefacio de la misa de hoy nos ofrece un bello resumen de la Transfiguración de Jesús. Dice así: «Porque Cristo, Señor, habiendo anunciado su muerte a los discípulos, reveló su gloria en la montaña sagrada y, teniendo también la Ley y los profetas como testigos, les hizo comprender que la pasión es necesaria para llegar a la gloria de la resurrección». Una lección que los cristianos no debemos olvidar nunca.

Reflexión. Solemnidad de la Transfiguración del Señor.


Hoy celebramos la Solemnidad de la Transfiguración del Señor.
Es un acontecimiento que se enmarca dentro entre el anuncio de la pasión y la subida a Jerusalén.
Las personas necesitamos que de vez en cuando se nos recuerden las cosas, y en otros muchos casos, necesitamos ver para poder creer. Esto es lo que les pasó a los tres discípulos que acompañaron a Jesús. Tuvo que transfigurarse para que se dieran cuenta (Pedro, Santiago y Juan) que él era el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios.
Dios a lo largo de la historia (en la Biblia) y en muchas personas, Dios se ha ido manifestado en momentos concretos y circunstancias. Sólo hace falta pararnos para poder escucharlo a través de los sacramentos. No hay bulla, no necesitamos grandes palabras y grandes normas para estar cerca de Dios.

La Primera Lectura del Profeta Daniel, nos muestra como Dios se hace visible en toda su gloria. Dios se manifiesta a través de la cercanía.
El texto pertenece al género apocalíptico y se escribe en un contexto de dificultad y persecución. Vemos como Dios está de parte del que sufre, su poder es mayor que el que parecen tener los perseguidores y Dios tiene siempre la última palabra. Dios es rico en misericordia. Su reinado promete una vida que no caduca,  ni hace ni tiene víctimas.

La Segunda Lectura del Apóstol Pedro, se escribe cuando Pedro era muy mayor. El deja escrito el testimonio de gran hecho extraordinario de la Transfiguración del Señor.
Nos refleja claramente lo que el Evangelio nos va a decir. Jesús es el Hijo de Dios. No hay dudas.  A pesar de los momentos de cruz, la Transfiguración es un acontecimiento de gran relevancia para los momentos de dudas en el propio seguidor de Cristo el Señor. Jesús indica el camino de la vida, aunque a veces veamos por nuestras dudas las cosas oscuras.

En el Evangelio de Marcos, nos relata lo que acontece en el monte Tabor con Jesús y los tres discípulos. Pedro se quiere quedar allí, están muy bien porque han visto la grandeza de Dios y su misericordia en todo su esplendor. Pero, no todo es alegría, también, a pesar de estar bien, se preparan para los momentos difíciles que se les presentará. Ellos han confirmado en el monte, que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios. Ahora, lo importante será, que a pesar de los momentos de dificultad, de piedras en el camino, de tristezas, sigan queriendo estar cerca de Jesús, como en el monte Tabor.
Jesús está cerca de sus discípulos. Está antes del monte Tabor, durante el gran acontecimiento y después. Está siempre al lado de sus seguidores. Por eso, el Evangelio nos invita a no quedarnos en la montaña esperando grandes acontecimientos, sino, que bajemos a la realidad, al día a día de tantos hermanos y hermanas nuestros que sufren y necesitan una mano para levantarse. El monte Tabor necesariamente nos impulsa a bajar para no quedarnos en una religión ajena a la realidad y al sufrimiento.
De nada sirve quedarnos extasiados si después no hacemos en el prójimo una tabor en sus vidas, que muchas veces está marcada por sufrimiento.

Que la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos ayude a que cada vez que nos acerquemos a Jesús, seamos capaces de experimentar esa paz y esa tranquilidad que tuvieron los discípulos y que ella supo ser sagrario en medio de las personas.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/author/fray-jose-borja/

04 agosto 2017

Catequesis del Cura de Ars: Orar y Amar.


Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro.

El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo.

La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre creatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión.

Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada.

Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol.

Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y, creedme, que el tiempo se me hacía corto.

Hay personas que se sumergen totalmente en la oración, como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con él, del mismo modo que hablamos entre nosotros.

Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: «Sólo dos palabras, para deshacerme de ti ... » Muchas veces pienso que, cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.

Hoy celebramos la festividad de San Juan María Vianney.



Nació cerca de Lyon el año 1786. Tuvo que superar muchas dificultades, porque le costaba estudiar y no llegaba para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se le confió la parroquia de Ars, en la diócesis de Belley, y el santo, con una activa predicación, con la mortificación, la oración y la caridad, la gobernó, y promovió de un modo admirable su adelanto espiritual. Estaba dotado de unas cualidades extraordinarias como confesor, lo cual hacía que los fieles acudiesen a él de todas partes, para escuchar sus santos consejos. Murió el año 1859.

03 agosto 2017

El Padre Arnáiz, más cerca de la Beatificación.


El pasado 18 de julio se cumplió el 91 aniversario de la muerte en olor de santidad, en Málaga, del Venerable P. Tiburcio Arnaiz de la Compañía de Jesús. Su proceso de beatificación está muy avanzado, a punto de terminar el estudio del presunto milagro, que subiría al P. Arnaiz a los altares.

Desde que el Santo Padre Francisco firmo el Decreto de Virtudes Heroicas, el 10 de octubre de 2016, la Iglesia nos lo propone como ejemplo a imitar.l P. Arnaiz, primero como sacerdote diocesano y después como religioso, evangelizó personalmente con gran fruto; pero, además, supo inflamar a otros en ese celo por la salvación de las almas y se rodeó de muchos colaboradores que multiplicaron su acción evangelizadora y de beneficencia. El P. Arnaiz los alentaba en la dirección espiritual que muchas veces tenía que ser por carta debido a sus continuos viajes. Gracias a ello, conservamos un abundante epistolario donde se retrata su reciedumbre espiritual, y el gracejo y la firmeza con que anima a los demás a una entrega generosa al Señor.

Presentamos hoy una carta escrita a sus catequistas al principio de iniciarse “las Doctrinas Rurales”, esta aventuras apostólicas de instalarse temporalmente en pueblos y cortijadas que carecían de asistencia religiosa y cultural casi por completo, sobre todo de las provincias de Málaga y Cádiz, y ayudar en la formación humana y cristiana de sus gentes, viviendo con ellos.

El Padre les da consejos prácticos tanto para el orden en las clases como para la convivencia misionera.

Málaga, 23 enero, 1922
Srtas. Julia, Carmen, Ángeles y Mª Isabel, en Gibralgalia.

Mis buenas hijas en Cto. Jesús:

Mucho me consuela el saber las buenas disposiciones de esas gentes para recibir la doctrina cristiana y recordar los bríos y santos deseos con que me instaban para que dispusiera su ida a recoger esa mies de la que siente nuestro buen Jesús que no haya quien la recoja. Veo las dificultades que se les ofrecen, y no las veía menos antes de que fueran y, por esto, recelaba de mandarlas. Vds. decían estar dispuestas a todo, y temo que, al ver las necesidades y privaciones de cerca, se quiebren esos bríos y los deseos se amortigüen. La doctrina tan sencilla del padecer, cuando se viene a la práctica, no hay quien la entienda, y menos la de la humildad. Anímense, por amor a Jesús, siquiera sea un poco de tiempo, a padecer algo ofreciéndolo por la salvación de esas almas, que yo les prometo que pronto se vendrán. Paréceme que no son Vds. del temple de las almas que se necesitan para esas empresas; pero, ya metidas en ellas, procuren Vds. que se salga con algún bien hecho ahí y de manera lo menos desairada posible.

No hay legas, y todas lo deberán ser esforzándose por servirse unas a otras de corazón, y no de cortesía, como quien sirve a Dios. Si carecen de algo necesario, eso es lo que tienen que ofrecer a Dios, pues, si lo tuvieran todo como en casa, eso sería un recreo y no un trabajo hecho por las almas. Les digo de veras, que no sé qué arreglo darlas, porque cuando se quiere, todo se ve arreglado y, cuando no, ni órdenes ni reglas, ni nada sirve para estar ordenadas las cosas. No creo es factible el que cada semana se encargara una de hacer de comer a las demás, porque, aunque se crean que lo saben hacer, es engaño, porque, si ella no, las otras padecerían. Si cada una se arreglara la comida, necesitarían cuatro cocinas, so pena de que alternaran en las horas de comer. Y de todos los medios, creo que, si Vds. no ven otro mejor, éste va a tener que seguirse. Así no tendrán quejas, pues lo que se hace cada uno siempre le parece bien, y, sí no, se lo aguanta.

Para terminar les diré que no olviden a lo que van ahí. No van a hacer ejercicios de mortificación ni de pobreza, y menos de maestras de espíritus de las otras, ni siquiera a recordarles lo que ha dicho el padre. La que lo recuerde, si lo ve oportuno, que lo cumpla, pues lo primero, segundo y tercero que les ha dicho es que no se fastidien ni molesten lo más mínimo a la otra, y paréceme que se les olvida, sobre todo, cuando se dan lecciones de virtudes. Estas se han de dar haciendo y no hablando. No me parece que debe haber Directora, ni lega, ni profesora de tal clase, sino que enseñe cada cual lo que sabe y puede; y, si se necesita que alguien decida en alguna cosa en que tuviera diverso parecer, lo podrá hacer Julia, que creo es la mayor en edad.

Mucha caridad entre sí, y mayor, si cabe, con esas buenas gentes. No les tengan maneras ásperas, ni palabra que les moleste. Si en algo les faltan, pídanles dispensa, como si fuera con la persona más fina o más autorizada; aunque parezca que ellos no lo entienden, les edifica, y a Vds. les aprovecha. Si alguna cosa no conviene, como si compran, etc., díganles: no me viene bien, Vd. dispense que les haya hecho venir, etc. Si algún niño o mayor, en las clases, después de advertirle una o dos veces, amorosamente, no se corrige de la faltas, lo despiden por un día, o por una semana, o para siempre, según fuera la falta; y si les parece, creo esto sería lo mejor, van después a la casa a dar razón a los padres, no sea que el niño no diga verdad y no queden Vds. como deben.

No sé para qué escribo tanto: caridad, caridad. Ténganla también conmigo que ya poco les molestaré.

Saben para Cto. sólo las quiere su inf. hº en Cristo Jesús,

T. Arnaiz, S.J.



02 agosto 2017

Catequesis de hoy miércoles del Papa Francisco: El Bautismo.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Existió un tiempo en el cual las iglesias estaban orientadas hacia el este. Se entraba en el edificio sagrado por una puerta abierta hacia occidente y, caminando en la nave, se dirigía hacia oriente. Era un símbolo importante para el hombre antiguo, una alegoría que en el curso de la historia ha progresivamente decaído. Nosotros hombres de la época moderna, mucho menos acostumbrados a coger los grandes signos del cosmos, casi nunca nos damos cuenta de un detalle particular de este tipo. El occidente es el punto cardinal del ocaso, donde muere la luz. El oriente, en cambio, es el lugar donde las tinieblas son vencidas por la primera luz de la aurora y nos recuerda al Cristo, Sol surgido de lo alto al horizonte del mundo (Cfr. Lc 1,78).

Los antiguos ritos del Bautismo proveían que los catecúmenos emitieran la primera parte de su profesión de fe teniendo la mirada dirigida hacia occidente. Y en esa posición eran interrogados: “¿Renuncian a Satanás, a su servicio y a sus obras?” – Y los futuros cristianos repetían en coro: “¡Renuncio!”. Luego se giraban hacia el ábside, en dirección de oriente, donde nace la luz, y los candidatos al Bautismo eran nuevamente interrogados: “¿Creen en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?”. Y esta vez respondían: “¡Creo!”.

En los tiempos modernos se ha parcialmente perdido el encanto de este rito: hemos perdido la sensibilidad del lenguaje del cosmos. Nos ha quedado naturalmente la profesión de fe, hecha según la interrogación bautismal, que es propio de la celebración de algunos sacramentos. Esta permanece de todos modos intacta en su significado. ¿Qué cosa quiere decir ser cristianos? Quiere decir mirar a la luz, continuar a hacer la profesión de fe en la luz, incluso cuando el mundo está envuelto por la noche y las tinieblas.

Los cristianos no están eximidos de las tinieblas, externas y también internas. No viven fuera del mundo, pero, por la gracia de Cristo recibido en el Bautismo, son hombres y mujeres “orientados”: no creen en la oscuridad, sino en el resplandecer del día; no sucumben en la noche, sino esperan la aurora; no son derrotados por la muerte, sino anhelan el resucitar; no son doblegados por el mal, porque confían siempre en las infinitas posibilidades del bien. Y esta es nuestra esperanza cristiana. La luz de Jesús, la salvación que nos trae Jesús con su luz y nos salva de las tinieblas.

¡Nosotros somos aquellos que creen que Dios es Padre: esta es la luz! No somos huérfanos, tenemos un Padre y nuestro Padre es Dios. ¡Creemos que Jesús ha venido en medio de nosotros, ha caminado en nuestra misma vida, haciéndose compañero sobre todo de los más pobres y frágiles: esta es la luz! ¡Creemos que el Espíritu Santo obra sin descanso por el bien de la humanidad y del mundo, e incluso los dolores más grandes de la historia serán superados: esta es la esperanza que nos vuelve a despertar cada mañana! ¡Creemos que todo afecto, toda amistad, todo buen deseo, todo amor, incluso aquellos más pequeños y descuidados, un día encontraran su cumplimiento en Dios: esta es la fuerza que nos impulsa a abrazar con entusiasmo nuestra vida todos los días! Y esta es nuestra esperanza: vivir en la esperanza y vivir en la luz, en la luz de Dios Padre, en la luz de Jesús Salvador, en la luz del Espíritu Santo que nos impulsa a ir adelante en la vida.

Luego hay otro signo muy bello de la liturgia bautismal que nos recuerda la importancia de la luz. Al final del rito, a los padres – si es un niño – o al mismo bautizado – si es un adulto – se le entrega una vela, cuya llama es encendida del cirio pascual. Se trata del gran cirio que en la noche de Pascua entra en la iglesia completamente oscura, para manifestar el misterio de la Resurrección de Jesús; de este cirio todos encienden la propia vela y transmiten la llama a los vecinos: en este signo esta la lenta propagación de la Resurrección de Jesús en la vida de todos los cristianos. La vida de la Iglesia – diré una palabra un poco fuerte – la vida de la Iglesia es contaminación de luz. Cuanta luz de Jesús tenemos nosotros los cristianos, cuanta más luz existe en la vida de la Iglesia más es viva la Iglesia. La vida de la Iglesia es contaminación de luz.

La exhortación más bella que podemos dirigirnos recíprocamente es aquella de recordarnos siempre de nuestro Bautismo. Yo quisiera preguntarles: ¿Cuántos de ustedes se recuerdan la fecha de su Bautismo? No respondan porque alguien se avergonzará. Piensen. Yo no lo recuerdo. Bien, hoy tienen una tarea para la casa, ir donde la mamá, al papá, a la tía, al tío, a la abuela, al abuelo y preguntarle: ¿Cuál es la fecha de mi bautismo? Y no olvidarlo nunca. ¿Está claro? ¿Lo harán? Hoy aprenderán a recordar la fecha del Bautismo, que es la fecha del renacer, es la fecha de la luz, es la fecha en la cual – me permito una palabra – en la cual hemos sido contaminados por la luz de Cristo. Una tarea para la casa, recordar cual es la fecha del Bautismo. ¿Claro? Bien. Nosotros hemos nacido dos veces: la primera a la vida natural, la segunda, gracias al encuentro con Cristo, en la fuente bautismal. Ahí hemos muerto a la muerte, para vivir como hijos de Dios en este mundo. Ahí nos hemos convertido en humanos como jamás lo habríamos imaginado. Es por esto que todos debemos difundir el perfume del Crisma, con el cual hemos sido marcados en el día de nuestro Bautismo. En nosotros vive y opera el Espíritu de Jesús, primogénito de muchos hermanos, de todos aquellos que se oponen a la inevitabilidad de las tinieblas y de la muerte.

¡Qué gracia cuando un cristiano se hace verdaderamente un “cristóforo”, ¿qué quiere decir cristóforo? Quiere decir, “portador de Jesús” al mundo! Sobre todo para aquellos que están atravesando situaciones de luto, de desesperación, de oscuridad y de odio. Y esto se comprende de tantos pequeños detalles: de la luz que un cristiano custodia en los ojos, de la serenidad que no es quebrada ni siquiera en los días más complicados, del deseo de recomenzar a querer bien y caminar incluso cuando se han experimentado muchas desilusiones. En el futuro, cuando se escribirá la historia de nuestros días, ¿Qué se dirá de nosotros? ¿Qué hemos sido capaces de la esperanza, o quizás qué hemos puesto nuestra luz debajo del celemín? Si seremos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza, el Bautismo es el inicio de la esperanza, esa esperanza de Dios y podremos transmitir a la generaciones futuras razones de vida. Y para no olvidarme yo cual es la tarea para la casa, díganlo ustedes. ¡No escucho, recordar la fecha del propio Bautismo!.


(Roma.02-08-2017)

¿Quién es Santa Ángela de la Cruz?


Ángela de la Cruz Guerrero nace en Sevilla el 30 de enero de 1846, hija de padres honrados y pobres. Su padre, José Guerrero, había venido a Sevilla, de Grazalema, pueblo de la serranía de Ronda, entre aquellas oleadas de emigrantes a las grandes ciudades en busca de mejor colocación, que suelen acompañar al desarrollo de la civilización industrial.

Casado en Sevilla con la joven Josefa González, cuyos padres eran también procedentes de Arahal y Zafra. Los dos esposos, Francisco Guerrero y Josefa González, piadosos cristianos, llegaron a tener hasta catorce hijos, de los cuales sólo seis, tres hijos y tres hijas, sobrevivieron hasta edad adulta. Ambos trabajaban para el convento de Padres Trinitarios, poco distante de la calle Santa Lucía, 13, donde ellos tenían su casa cuando nació Angelita. El padre hacía de cocinero y la madre lavaba, cosía y planchaba la ropa de los frailes. La niña fue bautizada en la parroquia de Santa Lucía, el 2 de febrero, con el nombre de María de los Ángeles, pero para los que la conocen será siempre Angelita.

El padre, hombre aficionado a la lectura de libros piadosos, se hizo querer y respetar de sus hijos. En el barrio tenía buena estimación. Llevará consigo a la niña aún pequeña a los rosarios de la aurora. La madre, bondadosa, vivaracha, imaginativa como buena sevillana, trabajadora y limpia, tenía a su cuidado un altar de la parroquia, lo cual facilitará a la niña Angelita entrar con frecuencia en la iglesia y postrarse a los pies de la Virgen de la Salud, donde la encontraban de niña rezando de rodillas.

En su casa aprendió los buenos ejemplos de piedad, pero también el celo de su madre, que cuidaba con sus pocos recursos que fueran bautizados cuanto antes los niños pobres del barrio, haciendo de madrina de muchos. En una habitación de la casa ponía un altar a la Virgen en el mes de mayo, y allí se rezaba el rosario y se obsequiaba particularmente a la Virgen.

Angelita fue siempre bajita, vivaz y expresiva. A los ocho años hizo su primera comunión. A los nueve fue confirmada. Asistiendo pocos años a la escuela, aprendió los elementos de gramática, cuentas, leer y escribir lo suficiente para comunicarse, pues aun en su mayor edad lo hará con faltas de ortografía. Llegada a la edad de poder trabajar, sus padres la colocaron como aprendiz en un taller de zapatería, con todas las garantías para que en el mundo del trabajo no perdiera su inocencia y virtud cristiana. La maestra de taller, doña Antonia Maldonado, era dirigida espiritual del canónigo don José Torres Padilla, que tenía en Sevilla fama de preparar santos, le llamaban «el santero» por el tipo de personas que con él se confesaban y dirigían. Con él pondrá en contacto doña Antonia a la ferviente discípula Angelita Guerrero. Allí se organizaba diariamente el rezo del rosario entre las empleadas y se leían las vidas de santos.

Cuando Angelita conoció al p. Torres Padilla, tenía 16 años. Tres años después pedirá su entrada como lega en el convento de las carmelitas descalzas del barrio de Santa Cruz. No la consideraron con la salud y energías físicas suficientes para los trabajos de lega y no la admitieron en el convento. Por aquel tiempo se declaró la epidemia de cólera en Sevilla y Angelita tuvo ocasión, bajo la dirección del p. Torres, de emplearse con generosa entrega al servicio de los pobres enfermos hacinados en los corrales de vecindad, las víctimas más propicias de esa enfermedad.

Sus deseos de vivir sólo para Dios y para el servicio en una consagración total de su persona en la vida religiosa aumentaban. Bajo el consejo del p. Torres intentó hacer el postulantado en el hospital de las Hijas de la Caridad de Sevilla. Lo comenzó en el año 1868. Y, aunque su salud era precaria, las religiosas hicieron esfuerzos por conservarla, procurando enviarla a Cuenca y a Valencia para ver si se fortalecía. Tuvieron que devolverla a Sevilla para probar de nuevo con sus aires natales, siendo novicia; pero todo fue inútil, sus vómitos frecuentes no le permitían retener la comida. Tuvo que salir del noviciado. Y lo más doloroso para ella es que todo esto sucedía cuando su director, el p. Torres, se encontraba en Roma, como consultor teólogo del concilio Vaticano I. En su casa la acogieron de nuevo con gran cariño, y en poco tiempo el Señor permitió que recobrara su salud. También volvió al taller de zapatería.

Regresó pronto el p. Torres, al tener que suspenderse el Concilio en 1870. También él la acogió con todo cariño y siguió guiándola por los caminos difíciles por los que Dios quería conducirla. Ambos preveían que Dios la quería para algo que no adivinaban aún. El 1 de noviembre de 1871 Angelita prometió en un acto privado, a los pies de Cristo en la cruz, vivir conforme a los consejos evangélicos.

En 1873 tendrá la visión fundamental que le definirá su carisma en la Iglesia: subir a la cruz, frente a Jesús, del modo más semejante posible a una criatura, para ofrecerse como víctima por la salvación de sus hermanos los pobres. Bajo la guía y mano firme de su director espiritual, irá recibiendo de Dios los caracteres específicos del instituto que Dios deseaba inaugurar por su medio en la Iglesia, la Compañía de las Hermanas de la Cruz. Ella siguió trabajando en el taller como «zapaterita», a la vez que, por encargo de su padre espiritual, dedicaba su tiempo libre a recoger las luces que Dios le daba sobre su vocación y futuro instituto, hasta que recibió la orden de dejar el taller y dedicar todo su tiempo a la fundación.

En junio de 1875 tenía ya otras tres que deseaban seguir la aventura de esa vida que el Señor
inspiraba a Angelita. El 2 de agosto de ese mismo año se inauguraba la vida de comunidad en un cuartito con derecho a cocina, alquilado con el dinero que dejaba la mayor de las tres primeras compañeras, en la casa número 13 de la calle San Luis. Desde aquel día comenzaron sus visitas y asistencias a los pobres, con tal fervor que aquel día se olvidaron de preparar la propia comida. De aquella pobre habitación, en sucesivas etapas, irán pasando primero a una casa del barrio de San Lorenzo, donde encontrarán la protección del párroco (después cardenal, actualmente beato) don Marcelo Spínola. Luego, a la calle Lerena. Más tarde, en 1881, a la calle Cervantes y finalmente, en 1887, a la calle Alcázares (hoy denominada Sor Ángela de la Cruz), donde morirá sor Ángela.

En 1877 se había fundado la primera casa filial en Utrera, de la provincia de Sevilla. En 1878 falleció el p. Torres Padilla, que había conducido hasta entonces, como primer director, la Compañía. Ese mismo año es nombrado segundo director el p. don José María Álvarez y se inaugurará otra casa en Ayamonte (Huelva). En 1879 el señor arzobispo de Sevilla aprueba las Constituciones de la Compañía, redactadas por el p. Álvarez, en conformidad con los papeles e ideas recibidas por el p. Torres de las inspiraciones y conversaciones con sor Ángela. En 1880 se fundará la casa de Carmona (Sevilla). Y aún seguirán 23 fundaciones más en vida de sor Ángela de la Cruz. Entre otras, la de Málaga, propiciada particularmente por su obispo, don Manuel González, hoy también ya beato, y la de Madrid.

A la vez que las fundaciones, se multiplicaban las vocaciones de almas generosas. Los ejemplos de sacrificio, caridad y humildad de las Hermanas de la Cruz llegaron a ser un elemento connatural con el paisaje ciudadano de Sevilla. Tan querido que, aun en época de persecución, los sevillanos decidieron que a las Hermanas de la Cruz no se las tocaba, mientras se llegaron a quemar otros conventos e iglesias. Su ejemplo de caridad, pobreza y humildad se extendió por Andalucía, Extremadura y, poco a poco, a otras regiones de España. También a Argentina e Italia.

La Madre acudía a las fundaciones, trataba con los fundadores bienhechores, procuraba que las casas fueran de acuerdo con el espíritu de la Compañía: pobres y austeras, con lo necesario para su ministerio propio. Lo mejor, para la capilla. El resto, desprovisto de todo adorno y lo más propio de pobres y penitentes. Una vez establecida la superiora y las hermanas, exhortándolas a vivir según el Instituto, las dejaba en las manos de Dios y se comunicaba maternalmente con ellas por cartas, para fomentar ante todo su espíritu y responder a las cuestiones que se presentaban.

Así se inició una correspondencia epistolar de tal calidad espiritual, que la pobre «zapaterita, negrita, y tontita», como se consideraba ella ante Dios, ha dejado un verdadero tesoro de enseñanza espiritual. Pocos autores espirituales se le podrán comparar en la capacidad de penetración en las almas, la sintonía y luz que ofrece para encarnar la sabiduría de la cruz en la vida concreta.

En 1898 León XIII dio el «decretum laudis» del Instituto y san Pío X en 1904 su aprobación pontificia. La madre Angelita, como la llamaban con cariño en Sevilla, se convirtió también con su palabra hablada, de conversación sencilla y profunda, en una institución. La consultaban grandes y pequeños, y le pedían su consejo y bendición. Cuanto más se ocultaba y se humillaba, tanto más la buscaban.

En todos los capítulos celebrados durante su vida la reeligieron. Las hermanas no concebían otra cosa posible. Pero en el de 1928, cuando ya tenía 82 años de edad, la Santa Sede remitió el asunto de la confirmación de su elección a la discreción del cardenal, para que se eligiera otra religiosa distinta de la fundadora. Cuando se leyó, ante todas, que habría que elegir esta vez otra religiosa, quedaron consternadas las demás. La Madre se arrodilló ante los pies del visitador, se los besó y añadió una expresión originalísima suya: «Dios se lo pague a Dios», para indicar que agradecía a Dios la manifestación de su voluntad y que era lo que ella deseaba. Salió elegida la hermana Gloria. La Madre quedó oficialmente como superiora general honoraria y consejera espiritual de todas.

A los 85 años de edad, en junio de 1931, se presentaron los primeros síntomas de su última enfermedad: tuvo una embolia cerebral gravísima. En julio perdió el habla y, después de nueve meses clavada en la cruz, desde su tarima alzó el busto, levantó los brazos al cielo, abrió los ojos y sonrió dulcemente, suspiró tres veces y se apagó su respiro en este mundo, cayendo recostada sobre su tarima. Su espíritu estaba desde hacía tiempo en las manos del Señor.


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