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30 octubre 2016

Reflexión del Papa Francisco para el Evangelio del domingo XXXI del T.O.



A veces tratamos de corregir o de convertir a un pecador regañándolo, o sancionando sus errores y su comportamiento injusto. La actitud de Jesús con Zaqueo marca un camino diferente: muestra al pecador su valor, el valor que Dios nos da a pesar de todos nuestros errores y de nuestros pecados. Este comportamiento puede provocar una sorpresa positiva, ya que ablanda el corazón e impulsa a la persona a sacar el bien que tiene en su interior.

De esa manera se otorga a las personas la confianza necesaria para crecer y cambiar. Así se comporta Dios con todos nosotros, no permanece bloqueado por nuestro pecado, sino que lo supera con amor y nos hace sentir nostalgia del bien.

Todos hemos sentido esa nostalgia del bien tras haber cometido un error. Eso es lo que hace nuestro Padre Dios, lo que hace Jesús. No hay ninguna persona que no tenga algo bueno en su interior. Y eso es lo que mira Dios para tratar de sacarlo del mal.

Os recuerdo cómo Zaqueo, marginado por su comunidad por ser colaborador de los invasores romanos y por haberse enriquecido con los impuestos del pueblo, se subió a un árbol para ver pasar a Jesús. Cuando llega junto a aquel árbol, Jesús alza su mirada y le dice: Zaqueo, desciende rápido, porque hoy debo alojarme en tu casa. ¡Podemos imaginarnos el estupor de Zaqueo!”. Y ahora me pregunto yo: Pero, ¿por qué Jesús dice debo alojarme en tu casa? ¿De qué clase de deber se trata?.

Sabemos que su deber supremo es poner en práctica el plan diseñado por el Padre para toda la humanidad, que se cumple en Jerusalén con su condena a muerte, con la crucifixión y, al tercer día, la resurrección. En ese plan también entra la salvación de Zaqueo, un hombre deshonesto y despreciado por todos y, por lo tanto, necesitado de conversión.

Tras este gesto de Jesús, el Evangelio explica que todos murmuraban: ¡ha entrado en casa de un pecador!. Si Jesús le hubiera dicho: ¡Desciende, estafador, traidor del pueblo! ¡Ven a hablar conmigo, que vamos a ajustar cuentas!, seguro que el pueblo habría aplaudido. En su lugar murmuraban: Jesús ha entrado en casa de un pecador, de un explotador.

Jesús, guiado por la misericordia, lo trató como a sí mismo. Cuando entra en casa de Zaqueo, dice: Hoy a esta casa ha llegado la salvación, porque este también es hijo de Abraham. El hijo del hombre vino a buscar y a salvar al que estaba perdido. La mirada de Jesús va más allá de nuestros pecados y prejuicios. ¡Esto es lo importante! Deberíamos aprenderlo.

La mirada de Jesús va más allá de pecados y prejuicios, ve a la persona con los ojos de Dios, que no se detiene en los errores del pasado, sino que pone la mirada en el futuro. Jesús no se resigna ante las puertas cerradas, sino que las abre siempre, siempre abre nuevos espacios para la vida. No presta atención a las apariencias, sino que mira dentro del corazón.
En este caso, el corazón de este hombre permanecía herido, herido por el pecado de la codicia, por las muchas cosas malas que había hecho Zaqueo. Contempla aquel corazón herido y acude a él.

(30-10-2016)

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