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09 octubre 2016

Reflexión del domingo XXVIII del Tiempo Ordinario.


El domingo pasado veíamos como los Apóstoles le pedían al Señor que aumentara su fe. La fe que parte de una experiencia de Dios, de un encuentro con el que Ama y el amado. El resultado de esta experiencia, es la forma de vida, la coherencia, la radicalidad por el Evangelio.
Habacuc nos decía que “el justo vivirá por su fe”. Y tiene una gran preocupación porque nos dejemos invadir por el mal, el orgullo, la injustica. Dios está con nosotros. Sólo tenemos que querer ponernos a su escucha y confiar. En la carta de Pablo a Timoteo, nos recordaba que tenemos que reavivar el don recibido de Dios. Los dones no podemos esconderlo ni dejar que se “pudran”. El Evangelio necesita de personas valientes, sin miedo a ser enviados. No nos acomodemos, empecemos aquí y ahora. El Evangelio nos recordaba que cuanto más cerca de Él y de su Evangelio estemos, más sincera y valiente va a ser nuestra fe. Alomejor debemos hacernos una pregunta cada uno: ¿Cuál es mi forma de evangelizar? No dejemos que se pierda el fruto que llevamos dentro.

En este domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, las lecturas nos hablan de la sanación del leproso de Naamán ( en el Antiguo Testamento), y de diez leprosos (en el Nuevo Testamento). Hoy, podíamos pararnos y reflexionar sobre la enfermedad que tiene nuestro mundo, nuestra casa. Si le ponemos nombre, podía ser, el egoísmo, la soberbia, la envidia… Y el resultado de este examen puede ser que sea el que le digamos al Señor: cúranos de nuestra enfermedad. No sólo hay que pedir que nos fortalezca de las dolencias corporales, sino también de las espirituales. Éstas posiblemente sean más costosas de notar y de curar. Pero, con nuestro esfuerzo sincero, y la ayuda del Señor, lo conseguiremos.

En la Primera Lectura del Segundo Libro de los Reyes, nos narra la curación de lepra del magante Naamán a través de un “instrumento de Dios” como era el Profeta Eliseo. El profeta manda al magnate que se bañara siete veces en las aguas del río Jordán, y al salir, como dice la escritura “su carne quedó limpia como la de un niño”. Desde ese momento Naamán empezó a reconocer a Dios y alabarlo.

En la Segunda carta del Apóstol Pablo a Timoteo, enseña a su discípulo que aunque haya momentos de duros trabajos y de sufrimientos, persevere hasta el fin. Que la recompensa es reinar con Cristo. Este mensaje, Pablo lo escribe en estando aún en la cárcel, previo a su martirio. Llevar la Palabra de Dios a todas las personas, pero sin tener miedo a lo que pueda pasar, es no poner condiciones a los dones que de Dios hemos recibido, y más, si lo somos personas de fe que queremos vivir coherente al Evangelio.
Como le pasó a Pablo, es como viene pasando a tantos cristianos desde los comienzos de la Iglesia. Una vida eclesial que está marcada por el riego de sangre de los mártires y que eso hace que de frutos de semillas. Valentía, coherencia, y perseverancia a pesar de las dificultades.

En el Evangelio de Lucas, nos narra la situación de los diez leprosos que vivían en tiempo de Jesús. Los judíos de aquella época tenían una clara y firme dureza de corazón. Los leprosos vivían fuera de las poblaciones. Algunos vivían dentro de la ciudad, pero nadie podía tener contacto con ellos, no podían asistir a ceremonias religiosas. Si morían, no lo enterraban tampoco con el resto, sino que en un “campamento” fuera, lo hacían.
Cuando Jesús ve a los diez leprosos, les manda a que se presenten a los sacerdotes, que una de las funciones de ellos, eran de “médicos” ya que diagnosticaban enfermedades, y cuando volvían curados, se les pedía que fueran de nuevo a los sacerdotes y darles un certificado de curación. Pero, en el Evangelio, vemos como los diez leprosos eran curados cuando iban de camino a presentarse a los sacerdotes. Hablamos de una sanación colectiva hecha por Dios. Pero en este pasaje, no sólo se habla de lo corporal, sino también de lo espiritual… De los diez que se han curado, nueve no dan gracia a Dios, sino, que van a por el certificado. Ese uno, no va a ellos, si no, da gloria a Dios en forma de acción de gracias.
¿Qué nos enseña hoy? Que Él sigue sanando. Lo hace directamente: Dios y la personas, o indirectamente: Dios se vale de un “intermediario” para curar. Lo importante para una curación, no es querer quedar sano, sino, tener fe, confianza y saber que Dios y nuestra voluntad, hacemos un buen equipo para poder curar cualquier cosa.
Lo importante es que nosotros queramos.

Pidamos a la Madre de la Misericordia, que este domingo nos ayude a ser humildes. Que seamos valientes en pedirle al Señor fuerza para seguir adelante con la coherencia y testimonio de fe. Y que nos ayude a perseverar a pesar de muchas contrariedades que nos vayan surgiendo.
A cuanta mayor dificultad, mayor es la perseverancia. A mayor coherencia, mayor fuerza para Evangelizar, inclusive si peligra nuestra vida.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-del-domingo-xxviii-del-tiempo-ordinario-fray-jose-borja/

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