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23 octubre 2016

Reflexión de XXX domingo del Tiempo Ordinario.


El domingo pasado las lecturas nos hablaban de que tenemos que rezar con constancia y con insistencia. Todo lo que pidamos en la oración, se nos concede, pero tenemos que confiar. A veces nos parecerá que Dios no nos oye, que hablamos solos… pero, nuestro mundo nos ha acostumbrado a que el “aquí y el ahora” es lo importante, todo instantáneo, rápido. Pero las cosas de Dios no es así. Tenemos que aprender a perseverar, a rezar con calma.
En la Lectura del Éxodo, nos hablaba de que Moisés no rezaba solo. Necesitaba de los otros, hacía comunidad y era constante a pesar del cansancio; La lectura de Pablo nos volvía a recordar que pasaremos momentos de dificultad, de “no sentir nada en la oración”, pero que a pesar de la desgana, insistamos en la oración, que Él nos escucha; Lucas, en el evangelio nos ponía el ejemplo de la viuda para demostrarnos que Dios no es como el juez injusto, sino, que Dios es misericordioso. Que nosotros tenemos que ser como la viuda, ser insistentes en pedir, en rezar.

En este domingo XXX del Tiempo Ordinario, las lecturas nos vuelven a recordar que la oración es muy importante para ponernos en relación con Dios y que nos da lo que pedimos, si lo hacemos con constancia, confianza y fe. Vamos a ver la diferencia entre la oración del fariseo que es orgulloso y soberbio, frente a la del publicano arrepentido que es una oración de súplica humilde, sencillo y con un corazón humillado.

También celebramos hoy la Jornada del Domund. Rezamos por las misiones, lugares que son conocidos como te territorios llamados de “Misión” para la Evangelización. Los responsables de esa misión son tantos misioneros y misioneras que dedican toda su vida a llevar el Evangelio en forma de oración humilde, sencilla y cercana a tantos pobres. Darles una dignidad y hacerlos sentir personas.
Este año, el lema escogido es: “Sal de tu tierra”.
Es la invitación que el Papa Francisco nos hace siempre, a salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades, al ponernos al servicio del otro, poner en prácticas nuestros dones, nuestras experiencias. Para un Cristiano, la misión es universal, no hay fronteras… El radio de Evangelización debe de ser ilimitado, debe ser el mundo entero. A veces, salir de nosotros y de nuestra tierra no será fácil, a veces nos rechazarán al llegar a un sitio, pero tenemos lo mejor que poseemos, a Cristo.

En la Primera Lectura del libro del Eclesiástico, nos habla de cómo Dios escucha las súplicas del oprimido y del pobre. Él oye cuando alguien lo necesita. Aplica la justicia divina a la oración y nos enseña que Dios es un juez justo y misericordioso, que no mira a las personas, no hace discriminación ni acepción, el escucha cuando se hace una oración sencilla, humilde, que hasta “atraviesa las nubes” y es aceptada.

En la Segunda Lectura, que es de la carta del Apóstol Pablo a Timoteo, nos presenta una “despedida”. Se despide de Timoteo porque pronto va a ser martirizado. Pablo se pone como ejemplo de haber “luchado bien el combate, correr hasta la meta y haber perseverado en la fe” y así es como el dice, que se recibe la “corona merecida”. Para poder luchar y combatir sólo hay un arma: la oración y la perseverancia. Y no se trata de orar con muchas palabras o grandes dogmas, sino con palabras sencillas y humildes, como por ejemplo, el Padrenuestro. Orando despacio, saboreando cada palabra, siendo consciente de lo que se dice, y confiando en que nos escucha.

En el Evangelio de Lucas, narra la parábola del fariseo y el publicano que van a rezar al templo. Uno de ellos hace una oración de soberbia, de egoísmo; el otro hace una oración de abandono, de humildad, de perdón, de arrepentimiento. Podíamos decir, que hace una oración de “vergüenza” por sus pecados. Nosotros podemos correr el riesgo de que creernos que ante Dios somos gran cosa, que somos los mejores, que cumplimos con los ritos, que rezamos, que vamos a Misa, que relativamente solemos perdonar, llevarnos más o menos bien con los demás… En definitiva, que nos merecemos la corona de gloria, que somos “obedientes y cumplidores”. Pero no nos paramos a pensar que corremos un grave riesgo de que Dios sabe y conoce nuestras intenciones. Pecamos de ese pecado que Dios aborrece: la soberbia y el orgullo.
Ser humildes, significa actuar con corazón limpio y sensato. Ser coherentes con lo que creemos, queremos y hacemos. El mundo vive de espalda a Dios. En nuestros alrededores seguramente se fomente la rivalidad, el orgullo, el olvidarnos de que somos creados por Dios, y esto es lo que hoy el Evangelio nos pide: HUMILDAD.
No mirar por encima del hombre, no creernos salvados por ser cumplidores. Porque… si nos examinan del amor, ¿aprobaríamos?.

Que la Virgen, madre de la Misericordia nos ayude e interceda por nosotros a ser conductos de paz y humildad en nuestros amientes. Que si en algún momento nos creemos los mejores, en vez de ponernos medallas, tengamos la humildad de servir al prójimo, perdonar, y orar con corazón coherente.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-de-xxx-domingo-del-tiempo-ordinario-por-fray-jose-borja/

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