“No se puede seguir a Jesús sin seguir a la Iglesia. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta corre el riesgo de no encontrar nunca a Cristo". (Papa Benedicto XVI).
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07 octubre 2016
Dejen entrar al Espíritu Santo en la propia vida.
Os pregunto:
¿Ignoro al Espíritu Santo? ¿Mi vida es una vida a medias, tibia, que entristece al Espíritu Santo sin dejarle actuar en mí para que me dé fuerzas, para que me permita ir adelante?.
Si, por el contrario, “mi vida es una vida de oración continua para abrirme al Espíritu Santo, para que él me lleve adelante con la alegría del Evangelio, para entender la doctrina de Jesús, que es la verdadera”.
Os recuerdo que “el Espíritu es el gran don del Padre”. El Espíritu Santo es la fuerza que tiene la Iglesia para llegar con valentía hasta el fin del mundo. En este sentido es el que impulsa a la Iglesia a seguir caminando hacia adelante.
Hay tres actitudes que se puede tener con el Espíritu Santo.
La primera consiste en creerse justificados por la Ley y no por Jesús, que da sentido a la Ley, como reprocha San Pablo en su carta a los Gálatas: ¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado?.
Este acatamiento de la Ley les hace ignorar al Espíritu Santo. No deja que la fuerza de la redención de Cristo siga adelante con el Espíritu Santo. Es cierto que tenemos los Mandamientos, y que debemos seguir los Mandamientos, pero siempre por la gracia de ese gran don que nos ha dado el Padre, su Hijo: el don del Espíritu Santo.
Es entonces cuando entendemos la Ley. Pero sin reducir el Espíritu y el Hijo a la Ley. Ese era el problema de aquella gente: ignoraban al Espíritu Santo y no sabían cómo andar adelante. Estaban cerrados en la regla: se debe hacer esto, se debe hacer lo otro. También nosotros podemos caer a veces en esa tentación.
La segunda actitud consiste en entristecer al Espíritu Santo: cuando no dejamos que Él nos inspire ni que nos impulse en la vida cristiana, cuando no dejamos que Él nos diga, no con la teología de la Ley, sino con la libertad del Espíritu, lo que debemos hacer.
El resultado de esta segunda actitud es que “nos hacemos tibios” y, como consecuencia, se cae en la “mediocridad cristiana” debido a que el Espíritu Santo “no pudo hacer su gran obra en nosotros”.
Y la tercera actitud consiste en abrirse al Espíritu Santo y dejar que nos lleve hacia adelante. Eso es lo que hicieron los Apóstoles: es el espíritu del día de Pentecostés. Ese día perdieron el miedo y se abrieron al Espíritu Santo”.
Para comprender y acoger la palabra de Jesús es necesario abrirse a la fuerza del Espíritu Santo. Y cuando un hombre, o una mujer, se abre al Espíritu Santo, es como una barca de vela que se deja arrastrar por el viento hacia adelante y no se para nunca.
(Papa Francisco en Santa Marta, 6-10-2016)
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