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25 abril 2016

Reflexión del Domingo V de Pascua.


El domingo pasado, nos hablaba el texto del Evangelio que Jesús es el Buen Pastor y conoce a las ovejas, y ellas le siguen.
Hoy domingo V de Pascua, domingo del amor, el Señor nos da una señal para que nos reconozcan no por nuestros méritos ni para que busquemos puestos de honores… un ingrediente que como diría Santa Teresa, se nos examinará en un día cuando pasemos de este mundo al Padre: el AMOR.
No hay mejor señal que esa para ser reconocidos como discípulos de Jesús: no hace falta tener carrera, ni cumplir una doctrina, ni una teología concreta. Solo basta con SER.
Mirar a Cristo, y veremos que el amor todo lo puede.
Hoy sería un buen momento delante del Señor, examinarnos cuantos rosarios de amor vamos haciendo con las personas que están a nuestro lado.

En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, se nos va mostrando, que al llegar las primeras pruebas a los discípulos, van empezando a tener crisis de Fe, a dudar. Pero los apóstoles avisan que si no perseveran, sino rezan, caerán. ¿Cómo va nuestra perseverancia? ¿Y nuestros miedos?
En esos momentos donde veamos que tenemos duda, que nuestra fe se tambalea, que no tenemos ganas de rezar… ahí, es cuando más oración, mas fidelidad debemos mostrar.
No nos ahoguemos a la primera, ni a la segunda tempestad que nos venga. Tomemos como ejemplo a tantos mártires que por ser fieles al verdadero amor, han entregado y derramado su sangre por el Evangelio.

En la segunda lectura del apocalipsis, nos habla hoy de la esperanza. Una invitación que se va renovando cada día y tendrá su culmen en un futuro. La tierra será una sola; donde desaparecerá todo tipo de sufrimiento y todo será alegría y jubilo porque contemplaremos cara a cara Dios. Estamos acostumbrados a ver el apocalipsis como algo terrorífico… entre males, guerras, muertos vivientes. Y para el cine, la verdad es que viene muy bien, porque se gana espectadores.
Pero dejemos que el director de nuestra película de la vida, nos hable. Confiemos y tengamos esperanza en que cuando pase este mundo, lo que nos espera es el consuelo de encontrarnos con Cristo que es amor y con él, el sufrimiento y la muerte ya no tendrán cavidad en nosotros.

En el Evangelio de Juan, hoy hay que resaltar el Amor. Como dice una canción, “amar es darse a todos los hermanos, sin distinción de razas ni color”. Y en los diez mandamientos, se nos resumen en dos: “Amar a Dios y amar al prójimo”.
Al mirar a Cristo todo hombre y mujer entienden que dar gloria a Dios consiste ante todo en realizar en sí el proyecto divino que el Padre, en su infinito amor y sabiduría nos tiene preparado a cada uno. El amor es el fundamento del Reino nuevo que Cristo ha venido a inaugurar. Un amor el que todo lo hace nuevo e inaugura ya en esta tierra un pueblo nuevo, una comunidad de personas que ha de distinguirse ante todos por el amor entre unos y otros.

Que María, en su advocación de la Virgen de la Cabeza, nos ayude a que este domingo, al celebrar la Eucaristía, banquete de amor, le pidamos a Dios que no nos deje, o mejor dicho, que nosotros sepamos verlos en esos momentos de crisis de fe. En esos momentos de desganas, y que nos haga sentir necesidad en medio de este mundo tan ruidoso, a pararnos delante de su presencia en el Sagrario; que el final no lo veamos como una catástrofe, sino con esperanza en que Dios saldrá a nuestro encuentro y llenará la tierra con la claridad de Pascua eterna.
Que nuestra vida sea un amor continuo a todos y cada una de las personas que se vayan encontrando en nuestro camino, para que puedan ver en nuestros humildes actos del día, que somos enviados y discípulos de Dios.
Que el amor, reine en todas nuestras vidas.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-del-domingo-v-pascua-fray-jose-borja/

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