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22 mayo 2017

Reflexión. Domingo VI de Pascua.


¡Feliz Pascua de Resurrección!

El domingo pasado, veíamos como las lecturas nos exhortaban a que cuando nos surjan las tentaciones tenemos que ser fuertes y saber superarlas. Jesús está con nosotros, aunque parezca se haya ido a prepararnos sitios, nos deja su Espíritu. Un Espíritu que nos alienta, nos conforta, nos fortalece y nos empuja. En la primera lectura de los Hechos veíamos como se instituye en ella el orden de los diáconos. Una misión de anunciar el Evangelio y servir; Pedro, en la segunda nos hablaba de que Jesús es la piedra angular, que la Iglesia está formada por piedras vivas, y éstas somos nosotros; Juan, en su Evangelio, nos hablaba que Jesús es el camino, la verdad y la vida. Una orientación para los que nos llamamos cristianos. Él es puente entre nosotros y Dios. Por eso, lo importante no son nuestras palabras, sino las obras. Por sus obras nos conocerán.

En este VI Domingo del Tiempo de Pascua, el centro de las lecturas que la liturgia nos propone para nuestra reflexión es el Espíritu Santo. Veremos como en la Primera Lectura, se les comunica a los habitantes de Samaria a través de la oración y la imposición de manos de Pedro y Juan. En la Segunda Lectura, Pedro, nos habla que a pesar de que Cristo muriera por nuestros pecados, nos devolvió el Espíritu; Juan, en el Evangelio nos hablará de que un verdadero cristiano que ama a Cristo, no hace falta hacer grandes obras, sino, lo esencial es que cumpla el mandamiento de Jesús.
Acordémonos este domingo, mes de mayo, mes de la Virgen María.
Ella, mujer de su tiempo, que supo saborear en cada acontecimiento de su vida el mandato de su Hijo Jesús, que supo amarlo y fue testimonio de seguidora fiel e incondicional de Jesús.

En la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta a Felipe como diácono que ha ido nombrado y comienza su apostolado en Samaria. Los textos nos hablan que es una ciudad difícil para la Evangelización. El pueblo, al oír y ver lo que hacía y decía Felipe, se acercaban y se les anunciaba el Evangelio de Cristo, que es para todos. No excluye a nadie. Pero en la lectura, vemos como no solamente basta con anunciar y predicar, sino que hace falta la imposición de manos para recibir al Espíritu Santo. Y esto se hace por la tradición de los Apóstoles. Esto mismo es lo que quiere y a lo que está llamada la Iglesia: a ser anunciadora del mensaje del Evangelio, no solamente con la palabras, sino con actos concretos, y a trasmitir el Espíritu Santo.

En la Segunda Lectura de la Carta de Pedro, nos narra la esperanza que viene después de la muerte: la resurrección. Una resurrección que la produce el Espíritu Santo y se extiende universalmente a todas las personas. Pedro nos pide en esta lectura que demos razón de nuestra propia esperanza. Una esperanza que es dejarse entrar en el AMOR misericordioso y redentor de Cristo que ha muerto por salvarnos de nuestros pecados.
Una razón de fe que ha sido escándalo para muchos intelectuales y sabios, y que aún hoy, sigue siéndolo. Por eso, a pesar de las dificultades que podamos encontrar en nuestro camino, nuestro único objetivo debe ser que cuando al atardecer de la vida nos examinen del amor, sepamos dar testimonio de los rosarios de amor que hemos construido con los más necesitados.

En el Evangelio de Juan, Jesús nos habla hoy del AMOR, entorno al Cenáculo en la noche del Jueves Santo. Jesús se dirige en un largo discurso de despedida a sus discípulos y Judas ya no está entre ellos. Él no nos quiere dejar ni sólo ni huérfanos. Jesús está con el Padre, pero nos ha dejado su Espíritu.
Cuando hablamos de mandamientos, se nos puede venir a la cabeza pensamientos como por ejemplo: obligación, coacción, no ser libres…. Pero el Señor quiere darnos otro significado. Él quiere sus mandamientos nos sirvan para que seamos felices. Ahí encierran todos los valores que una persona cristiana debe responsabilizarse para llegar a la “meta”. Nadie nos obliga a cumplirlos, pero, por amor a Jesús debemos tenerlo en consideración. Cumplir con el mandamiento de Jesús es amarlo, y el AMOR libera, no oprime ni obliga. Por eso, este domingo debemos reflexionar y preguntarnos que lugar ocupa Jesús en mi vida. Porque Él no nos ha abandonado. Su Espíritu está entre nosotros, Él está vivo junto a nosotros.

Que la Virgen María nos ayude y fortalezca a que demos verdadero testimonio del Evangelio y lo transmitamos con generosidad en nuestro día a día. Y si nos llega el momento en que nos podamos dejar llevar de la soberbia o pretendamos “escalar” para ser mejores que los otros, la Virgen nos otorgue la humildad y la sencillez con que ella guardaba, meditaba y seguía a Jesús.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/mandamiento-del-amor-fray-jose-borja/

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