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26 febrero 2017

Reflexión del VIII Domingo del Tiempo Ordinario.


El domingo pasado, las lecturas nos hablaban de una cosa muy importante y esencial que tenemos todos, la vida. Jesús nos daba la lección acompañada de su ejemplo: se entrega al máximo por amor. Para esta entrega total y sin condiciones, veíamos como, aunque no lo queramos comprender, debemos empezar por amar a nuestros enemigos, rezar por ellos, tenerlos en cuenta, perdonarles. Si fallamos en esto, no estamos en el camino del Evangelio.

En este Domingo VIII del Tiempo Ordinario, Jesús nos va a aconsejar que estemos preocupados por el día a día. Que no nos entretengamos en el ayer (algo que ya pasó, y lo realizado realizado queda) ni en el mañana. Tenemos que vivir el hoy, el ahora. Cada día trae su propio afán, sus preocupaciones, alegría. Pero sobre todo, nos regala su amor y nos vuelve a dar una oportunidad para ser mejores. En el ritmo de cada día, no podemos estar sirviendo a Dios y al dinero. Que este domingo descubramos que el único que nos puede dar la felicidad, nos ayuda y se preocupa es Dios. El dinero nos hace enemigos unos de otros.

En la Primera Lectura del Profeta Isaías, se nos muestra como Dios no se olvida de su pueblo. Dios aparece como una madre porque consuela a ese pueblo que sufre en el momento del destierro de Babilonia. Por eso, Isaías aplica términos que hacen referencias al cuerpo femenino, y lo compara con la madre. Dios a pesar de las contrariedades, nunca nunca nunca abandona.

En la Segunda Lectura de la Primera Carta de Pablo a los Corintios, nos dice que nosotros hemos conocido la salvación única y exclusiva que viene de Jesús. Nos exhorta, a que debemos transmitir esta enseñanza para que todos tengan esa oportunidad de participar de la salvación de Cristo; Pablo, enseña a la comunidad de Corinto que se preocupen en lo verdadero importante. Les insiste en la labor que cada uno debe desempeñar, porque ese es el proyecto de Dios. Les llama administradores y servidores. Porque tienen entre todos, una tarea común y deben estar al servicio uno del otro. Aquí no cabe lugar para la buscar la recompensa de los demás ni juzgar. En el juego entra la fidelidad y la fraternidad.

En el Evangelio de Mateo, nos exhorta a que pongamos toda nuestra confianza en el Señor. Para ello, nos pone ejemplos del campo, de animales… Dios no desampara a nadie, todos contamos. En esa época, la Galilea y Judea no pasaba un buen momento económico, y las personas vivían en estrecheces y penumbras. Por eso, pensaban más en el “mañana” en qué comerían, cómo se vestirían… Jesús, una vez más, descentra la preocupación del “yo” al “nosotros”. Es decir, ya no preocupa el futuro, sino, hora toca poner en práctica la justicia en el hoy, en el ahora, del Reino de Dios. Podremos pensar que con todo lo que caía, esto no interesa porque no da seguridad… Pero, Jesús viene a decir que debemos transformarnos, abrir las puertas a la justicia, e ir pesando en cada día. Porque si Dios cuida de los lirios y de los pájaros, ¿cómo no va a cuidarnos a nosotros que somos sus hijos?.
Cuando dejemos de penar en nuestro mañana, en las miles de distracciones que tenemos, y empecemos a escuchar tranquilamente a Dios, entonces empezaremos a vivir cada día cómo si fuera nuestro último día.

Pidamos a la Virgen Santísima, que interceda por nosotros ante Dios para que seamos buenos administradores del Evangelio, para que el servicio a Él y a nuestro prójimo sea verdadero.
Que no busquemos el reconocimiento de las personas, en ser más que nadie… Sino, que cada día vayamos descubriendo en cada acontecimiento la voluntad de Dios.

Que el Señor a través de su madre la Virgen del Buen Remedio en este Año Vocacional Trinitario nos conceda jóvenes dispuestos a dar gloria a la Trinidad y sean libertad para los cautivos de nuestra sociedad.

Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-del-viii-domingo-del-tiempo-ordinario-fray-jose-borja/

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