“No se puede seguir a Jesús sin seguir a la Iglesia. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta corre el riesgo de no encontrar nunca a Cristo". (Papa Benedicto XVI).
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02 febrero 2017
Demos gracia a Dios por la vida consagrada y nuestra vocación.
Hoy, dos de febrero celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el templo.
Cuarenta días después del Nacimiento de Jesús, la Virgen María y San José lo llevan para presentarlo y ofrecerlo a Dios. Jesús al presentarse en el templo, se presenta a todos nosotros como Luz para alumbrar a todas las naciones y para dar la gloria.
Por eso en muchas Parroquias hoy, haremos una candela en la puerta y repartiremos la luz, como símbolo.
También celebramos la Jornada de la Vida Consagrada con el lema: “Testigos de la esperanza y de la Alegría”. Esta frase nos debe recordar a todos los consagrados que debemos ser testimonio auténtico del Evangelio. Debemos con nuestras palabras, obras y acciones infundir esperanza, misericordia ante tantas personas que necesitan que se le hable del Buen Pastor, el Señor.
Como dijo el Papa Francisco el pasado día 28 de enero, la vida religiosa y consagrada debe combatir en este tiempo el momento de “prueba” que sufre. Sufre una “hemorragia” que debilita seriamente a la Iglesia.
Una de las “hemorragia” que hablaba el Papa era del “contexto social”. Vivimos tan inmersos y esclavos de las modas, del consumismo, de las cosas temporales, que nos alejan del Evangelio y nos dejan vacíos.
También pedía tener atención especial a la vida fraterna en comunidad.
Una comunidad tiene vida si se alimenta de la oración comunitaria, la lectura de la Palabra, la participación en los sacramentos y en el centro y culmen de la Eucaristía, y así como el dialogo fraterno y la comunicación sincera entre sus miembros.
Por eso, sería bueno, que hoy rezáramos por todos y cada uno de los religiosos y religiosas. Para que sean luz en medio de este mundo, sepan luchar ante tantos vientos que intentan apagar esa vela vocacional; sean sal ante tantos momentos agrios que debilitan y entristecen y sepan curar esas “hemorragias” con la unión y ayuda de los hermanos y hermanas de comunidad.
Agradezcamos a Dios el don de la vocación religiosa y consagrada y que cada día nos vayamos identificando con Cristo en cada acontecimiento de nuestra vida.
Tengamos manos que sepan acoger al que esté caído, palabra de aliento y esperanza y actos de perdón y de misericordia.
Oración por todos los Consagrados y Consagradas.
¡Ven, Espíritu Creador, con tu multiforme gracia ilumina, vivifica y santifica a tu Iglesia!
Unida en alabanza te da gracias por el don de la Vida Consagrada, otorgado y confirmado en la novedad de los carismas a lo largo de los siglos.
Guiados por tu luz y arraigados en el bautismo, hombres y mujeres, atentos a tus signos en la historia, han enriquecido la Iglesia, viviendo el Evangelio mediante el seguimiento de Cristocasto y pobre, obediente, orante y misionero.
¡Ven Espíritu Santo, amor eterno del Padre y del Hijo!
Te pedimos que renueves la fidelidad de los consagrados.
Vivan la primacía de Dios en las vicisitudes humanas,
la comunión y el servicio entre las gentes,
la santidad en el espíritu de las bienaventuranzas.
¡Ven, Espíritu Paráclito, fortaleza y consolación de tu pueblo!
Infunde en ellos la bienaventuranza de los pobres
para que caminen por la vía del Reino.
Dales un corazón capaz de consolar para secar las lágrimas de los últimos.
Enséñales la fuerza de la mansedumbre para que resplandezca en ellos el Señorío de Cristo.
Enciende en ellos la profecía evangélica para abrir sendas de solidaridad
y saciar la sed de justicia.
Derrama en sus corazones tu misericordia para que sean ministros de perdón y de ternura.
Revístelos de tu paz para que puedan narrar, en las encrucijadas del mundo,
la bienaventuranza de los hijos de Dios.
Fortalece sus corazones en las adversidades y en las tribulaciones, se alegren en la esperanza del Reino futuro.
Asocia a la victoria del Cordero a los que por Cristo
y por el Evangelio están marcados con el sello del martirio.
Que la Iglesia, en estos hijos e hijas suyos, pueda reconocer la pureza del Evangelio
y el gozo del anuncio que salva.
Que María, Virgen hecha Iglesia, la primera discípula y misionera
nos acompañe en este camino.
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