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01 diciembre 2013

Evangelio. Domingo I de Adviento.


Segunda lectura del apóstol San Pablo a los Romanos.


Hermanos:

Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz.
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo.



+ Según San Lucas 21, 5-19.


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada.
Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre




Reflexión.
(Tomada de la página web de la Diócesis de Cartagena. De su Obispo: José Manuel Lorca Planes)

Comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento y durante cuatro semanas se nos expondrán las razones de por qué debemos convertirnos. Esto sólo depende de ti, porque nadie recibe el Misterio de Dios, si no lo desea de corazón. El caso es que jugamos con ventaja, porque Dios no se cansa de esperar para darnos el abrazo de la paz e invitarnos al banquete de la fiesta, pero también es cierto que insiste en advertirnos que estemos en vela, porque no sabemos ni el día, ni la hora. Las lecturas de este domingo nos preparan para la vigilia, para que andemos como hijos de la luz, como en pleno día, por el camino de la salvación y tengamos el coraje de dejar atrás las obras de las tinieblas. Nadie se extrañará de las advertencias que nos hace la Iglesia en Adviento, para librarnos de la monotonía y para que reaccionemos a tiempo. El Adviento es un grito que nos espabila: “¡Estás vivo!, ¡despierta!, ¡vigila!, ¡toma conciencia!…”. Oiremos también hablar de esperanza, de vigilancia, de preparación interior y de humildad.

La liturgia nos hace una llamada a los ‘viatores’, a todos los que peregrinamos en la vida, para que vaciemos nuestras mochilas y eliminemos los pesos muertos, para que dejemos atrás lo inútil, lo que nos impide caminar con soltura. Este ejercicio es siempre conveniente, porque nos centra en lo esencial y nos libra de la pereza, para sacudirnos la negligencia, olvidarnos de las presiones de los señores de este mundo que nos fuerzan al egoísmo, al poco respeto a los otros, a la injusticia y falsedad, a vender humo. Poco a poco irás descubriendo como Dios quiere tu libertad, para que puedas disfrutar de la salvación, que está más cerca que cuando empezaste a creer. Si podemos resumirlo todo, diremos: ¡Revestíos de Cristo!

Se trata de preparar bien la Navidad, las velas de Adviento nos lo recuerdan pedagógicamente, así que, cada vez que entremos a la Iglesia este signo nos está catequizando. Vosotros a lo esencial, a la verdadera conversión, sin caer en las trampas de hacer desaparecer los signos cristianos de la Navidad, la gente felicita las fiestas y no menciona la palabra Navidad; se distrae en la marabunta de la publicidad y de los regalos, turrones, cavas, músicas, colonias, loterías y juguetes… con demasiado ruido exterior, cuando lo importante es serenar y poner paz en el interior, para fijar dentro lo esencial, para contemplar el Misterio.

Pero, sobre todo, compartid en familia, el gozo y la alegría, que este es también el tiempo de la familia unida en la fe.

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