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29 marzo 2018

Reflexión. Jueves Santo.


¡Feliz Jueves Santo!

Con la Eucaristía, entramos de lleno en el tiempo llamado “Triduo Pascual”.
Estos tres días, donde acompañaremos a Jesús en la última cena, en su camino al calvario y su triunfante Resurrección. Tres pilares fundamental para el creyente.

Hoy, nos vuelve a regalar la Eucaristía: se parte, se dona, y se entrega por cada  uno de nosotros. Nos deja un alimento, que es su mismo cuerpo y su misma sangre para la salvación.

Durante la celebración, veremos varios signos que Jesús nos pide que lo repitamos, pero sobre todo, se realza uno: el lavatorio de los pies.
Jesús, les lava los pies a sus discípulos como signo de servicio, de humildad, de fraternidad.
En muchas ocasiones seremos como Pedro, que nos negaremos a que nos lave los pies, pero Jesús le responde contundente y se actualiza sus palabras: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”.

Lavar los pies y besarlo, es signo de “abajamiento” hacia el otro.
Y esto es lo que Jesús nos enseña hoy. No podemos tratar a los demás, como si fuéramos nosotros mismos superiores a ellos. Porque si al que llamamos “Señor y Maestro” lo hace con cada uno de ellos, ¿acaso nosotros somos más que el Maestro?

Si hacemos una mirada global a las lecturas de hoy, vemos como nos cuentan el recordatorio de la Pascua de los Judíos y la liberación del pueblo; Pablo nos enseña que el pan y el vino son el alimento que nos ayudarán para salvarnos. L e explica a la comunidad de Corintios lo que hizo Jesús en la última cena y cuáles fueron sus  palabras.

Y el Evangelio de Juan, nos recuerda, que no hay AMOR verdadero sin una entrega total y extrema. Dios amó al mundo, y por eso mando a su Hijo único, para la salvación de todo.
Y esta entrega, se actualiza cada vez que nosotros (como dije al principio) nos entregamos sin medida, si miedo, sin escrúpulos a los demás. En especial, a los necesitados.

Amar a todos por igual. Sentirnos hermanos unos de otros. Sin discriminación, sin soberbia… Jesús con el gesto del lavatorio, y el darnos su cuerpo y su sangre como alimento, nos deja un ejemplo que no necesita interpretaciones teológicas ni dogmáticas. Solamente hace falta ser humilde y amar como Jesús nos amó.

Pidamos hoy también por todos y cada uno de los sacerdotes, para que como Jesús, sepan ser humildes, sencillos, y acoger a todos por igual.

Que el amor fraterno sea nuestro hábito para cada día de nuestras vidas.

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