“No se puede seguir a Jesús sin seguir a la Iglesia. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta corre el riesgo de no encontrar nunca a Cristo". (Papa Benedicto XVI).
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04 junio 2017
Reflexión. Solemnidad de Pentecostés.
¡Ven Espíritu Santo!
Cerramos el Tiempo de Pascua con la Solemnidad de Pentecostés.
El domingo pasado, veíamos como el Señor ascendía al cielo, pero no nos deja solos.
Hoy, el Señor nos dona a cada uno de nosotros su Espíritu Santo.
Un Espíritu que da forma al cuerpo de la Iglesia y la hace universal, nos alienta a ser fuerte y ser anunciadores de mensaje del Evangelio.
Un Espíritu que da paz, alegría y confianza de que Cristo Resucitado está con nosotros, camina con nosotros y nos ayuda a levantarnos cada vez que nos caemos.
El mismo Espíritu que recibió Jesús en el Bautismo, le acompañó durante toda su vida. El nos acompaña a todos nosotros.
A pesar de que los discípulos estuvieran encerrados por medio, el Espíritu baja sobre cada uno de ellos, y los empuja a ser valientes, a salir a la calle y predicar el Evangelio.
Igual que en la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu Santo ayuda a la comunidad y empiezan a testimoniar en diferentes lenguas, la Iglesia en su dimensión universal, está unida por Cristo y se constituye una sola comunidad de creyentes con el fin de enviar a transmitir la Buena Noticia.
Esto mismo dice nuestra Segunda Lectura de Pablo a los Corintios, que a pesar de que seamos muchos miembros, somos un solo cuerpo. Cristo es la cabeza y todos nosotros somos el cuerpo. Todos somos importantes, todos pertenecemos a Cristo. En Cristo y en su Iglesia, nadie es más que nadie. Podremos creernos los mejores, pero ante los ojos de Dios y de la Iglesia, desde el recién nacido hasta el Papa, todos son iguales porque hemos sido Bautizados para formar un solo cuerpo: el de Cristo.
Juan, en su Evangelio, nos cuenta como Jesús dona su Espíritu, y como éste renueva todas las cosas. Por eso, al recibir el Espíritu Santo, debemos renovar nuestra mirada ante el mundo. Una mirada donde el olor que dejemos a los demás sea la verdadera paz, la alegría y una fuerza que recree la unidad entre todos.
Si dejamos que el Espíritu nos lleve a cada uno como cristianos y como Iglesia, podremos dejar marca viva del amor más puro que se pueda experimentar.
Ya no nos hará falta ser como Tomás que necesitemos meter el dedo en la herida o la mano en el costado, sino, que seremos verdaderos testigos del RESUCITADO y nuestra carta de presentación será nuestros actos y la forma de vivir con los demás.
Que la Virgen María nos ayude a recibir al Espíritu Santo y sea un impulso renovador en la Iglesia y para cada uno de nosotros.
Que así sea.
http://www.revistaecclesia.com/solemnidad-de-pentecostes/
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