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26 junio 2017

El pasado 21 de junio, celebramos el Aniversario del nacimiento del Padre Francisco Méndez.


Su nacimiento


EL día veintiuno de junio de mil ochocientos cincuenta, fiesta de San Luís Gonzaga, modelo suavísimo de castidad y pureza y patrono universal de la juventud cristiana, nacía en la Villa y Corte de Madrid un niño, que recibió en el bautismo el nombre del Patriarca de Umbría.

Aquel niño había de ser, andando el tiempo, flor bellísima de pureza virginal, modelo de sacerdotes, prodigio de caridad, padre de todos los desamparados, fundador de la Congregación de Religiosas Trinitarias y admiración de su siglo; Don Francisco de Asís Méndez Casariego.

Algo extraordinario debió mostrar en su rostro aquel venturoso niño, al amanecer al mundo, cuando el médico, que asistía a la madre, Don Alfonso Pellico, Decano de la Facultad de Medicina de Madrid, exclamaba al contemplarle, rememorando, tan vez de una manera inconsciente, el antiguo vaticinio: “et tu puer propheta altissimi vocaveris”, este niño será sacerdote del Señor; vaticinio que no poco maravilló a los que estaban presentes.

Fueron sus padres Don José Méndez Andrés y Doña Antonia Casariego Fernández.

(Buscador de Perlas)


  • Su vida cotidiana


Como San Pablo en el Areópago de Atenas, el P. Méndez pudo manifestar: “En Dios vivimos y nos movemos y somos”. “De hoy en adelante –propone en los Ejercicios de noviembre de 1885- procuraré conservar la presencia de Dios y no alejarme de su campo ni meterme solo en la batalla”.

A poco que se le tratara se advertía que vivía en presencia de Dios 51, una presencia “continua e intensísima”, “grandísima” . Aparecía siempre envuelto en la presencia de Dios. Nunca la perdía.

“Cuando hablábamos con el Siervo de Dios –aseguran- parecía un hombre abstraído, como si estuviera en la presencia de Dios”.
Como si viviera en otra dimensión. Era éste uno de los rasgos que más claramente constataban los sacerdotes y que comentaban con alguna frecuencia.

No acertaba a ocultar ni a disimular su estado de alma, su unión con Dios. Sin imaginar que se retrataba cuando escribía los efectos, exhortaba a sus Hijas:

“Su rostro siempre alegre, sus labios en los que debe estar depositada la sonrisa y sus movimientos y voz serena, sean indicio claro de la dulzura de que su alma está llena y que proviene de la presencia de su dulce dueño y amadísimo Redentor”.

Siempre –nótese- esa característica amorosa, propia de la oración sobrenatural. Seguramente trasvasaba ese mismo espíritu, su modo de practicar esa divina presencia cuando la enseñaba así a sus Trinitarias:

“Nos predicaba mucho sobre la presencia de Dios, instruyéndonos cómo habíamos de hacer esta práctica. Él nos decía que habíamos de considerar a Dios como nuestro Padre, nuestro Amigo, nuestro Esposo. Yo tengo la seguridad –añade el testigo-, por el recogimiento con que caminaba, de que practicaba cuanto nos decía” .

Ciertamente, pero adviértase en ese tríptico de Dios, plasmada cada una de las Personas de la Santísima Trinidad: como Padre, como amigo (el Hijo), como Esposo (el Espíritu Santo).

Muy recogido caminaba por la casa y por las calles 60. Extrañado don Antonio Pelegrín de esta rara actitud por las vías públicas de una gran capital, sacó la siguiente impresión:

“Caminaba siempre –declaró- muy recogido de modo que cuando iba por la calle no miraba a nadie y cuando se acercaba a saludarlo se detenía sólo lo preciso para no molestar a la gente con saludos largos, según él me decía cuando yo le preguntaba sobre esta actitud suya”.

Nadie indica que guardara menos recogimiento en un sito que en otro. Dios moraba en él y él en Dios siempre y en todo lugar, y el Padre Méndez lo atestigua con su conducta. Un canónigo asegura: “Para mí, vivía constantemente en la presencia de Dios en cualquier sitio que se hallase”.

Para hacérselo más sencillo habla de vida interior compatible con la exterior. Esta es una de las páginas autobiográficas más serenas y cristalinas, reflejo también de su sabiduría como Director:

“Para hacer cualquier obra necesitamos el corazón y el brazo. El corazón da la vida y fuerza al brazo de la sangre que le envía y el brazo se mueve y hace la obra. El corazón significa la vida interior, contemplativa; el brazo la vida exterior, activa, y así como el brazo y el corazón están unidos en la misma persona y uno sin el otro no pueden hacer obra alguna, así la vida contemplativa y activa pueden y deben armonizarse en la misma persona.
El corazón late de día y de noche y un instante que se pare trae enseguida la muerte. El brazo no se mueve más que a intervalos.

(Quien es mi prójimo)


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/aniversario-del-nacimiento-del-padre-francisco-mendez-por-fray-jose-borja/

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