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19 junio 2017

Reflexión. Solemnidad del Corpus Christi.


El pasado domingo celebrábamos la Solemnidad de la Santísima Trinidad.
Una fiesta que todos los que somos Bautizados en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, formamos parte y tenemos que celebrar. Todos somos Trinitarios desde el nacimiento e incorporación a la Iglesia. Dios se revela en Jesús y el Espíritu es la fuerza de amor de los tres. Por eso, no hay que esforzarnos por entender lo que nuestra a mente se le escapa. Podemos ver y experimentar que la Trinidad es fuente de AMOR, y no un amor como nosotros podemos entender, sino que es verdadero y debemos ser reflejo en nuestro mundo de esa unidad entrelazada en el amor.

Este domingo, celebramos otras de las Solemnidades más conocidas y queridas por los cristianos: El Cuerpo y Sangre del Señor (Corpus Christi), día de la Caridad.
En muchas de nuestras ciudades y pueblos tendremos ocasión de acompañar a Jesús Sacramentado por las calles adornadas y cantando. Esta manifestación pública de fe en Cristo Eucaristía, nos debe ayudar a que no nos quedemos en el simple hecho de salir a la calle para ver o participar de la procesión, que está bien, sino que debe movernos a algo más.
Procesionar, acompañar y rezar a Jesús Sacramentado es participar con Él de su vida.
La caridad debe ser nuestra vestimenta para con los más necesitados. Celebrar el Corpus, es comprometerse a ser Hostia viva en medio de mundo, ser custodia para elevar a tantos hermanos que son rechazado por nuestra sociedad y darle una dignidad.
Si el día del Corpus no nos lleva a examinar nuestra caridad, nuestro ser Hostia viva y a limpiar nuestra custodia para elevar a los más necesitados, desgraciadamente, acompañar a Jesús por las calles no tendrá sentido.

En la Primera Lectura del Libro del Deuteronomio, nos recuerda que no se puede vivir en plenitud si se da la espalda a Dios. Por eso, nos lleva al desierto, porque allí nos ayuda a vivir nuestro presente con intensidad. A veces nos pasa como a ese pueblo que nos distraen tantas cosas, que es imposible, o no queremos sacar un tiempo para acercarnos a Dios. Pero pasar por el desierto como lo hizo Israel, es pararse y recomenzar a discernir lo que verdaderamente alimenta y nos sacia, lo que es importante de verdad.
Y eso lo encontraremos cuando Dios sea nuestro centro.

En la Segunda Lectura de Pablo a los Corintios, el mensaje central es la Eucaristía. Pablo nos exhorta a que si bebemos del cáliz y participamos del pan que partimos, nos lleva a una unidad en la diversidad, unidad a pesar de la distancia y kilómetros que no separe.
Cristo es uno. Se parte y se reparte totalmente en la unidad de un mismo pan y de un mismo cáliz que es un solo cuerpo y una sola sangre de nuestro Señor Jesucristo.
Celebrar la Eucaristía, por tanto, es participar con Cristo en la única entrega y ser unidad y unión de vida. Todos somos invitados a participar de ella, todos formamos partes y todos somos dichosos por haber sido llamados al gran banquete de unidad.

En el Evangelio de Juan, Jesús nos dice tajantemente que es Pan Vivo bajado del cielo, y al comerlo, nos hace partícipe de la vida eterna. En las primeras comunidades cristianas,  cuando ya empiezan a vivir la experiencia del Resucitado, sus vidas son transformadas y comienzan a vivir el estilo de Jesús. Amar a todos como quieres que te amen a ti, es la primera norma para ser discípulo de  Cristo Resucitado. Todo eso se podrá vivir gracias a que somos llamados a ser comunidad para mantener la llama viva de Jesús; Jesús entrega su cuerpo y su sangre para que seamos alimentado en este camino de la vida nueva.
Hoy, deberíamos  preguntarnos, ¿quién es Jesús para nosotros?
Que la Virgen María nos ayude a vivir esta solemnidad del Corpus con devoción a Jesús Sacramentado y desde ahí, podamos ser alimento para los más necesitados de nuestra sociedad.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/solemnidad-del-corpus-christi-2/

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