“No se puede seguir a Jesús sin seguir a la Iglesia. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta corre el riesgo de no encontrar nunca a Cristo". (Papa Benedicto XVI).
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23 junio 2017
Catequesis del miércoles pasado del Papa Francisco: La Esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!En el día de nuestro bautismo resonó para nosotros la invocación de los santos. Muchos de nosotros en aquel momento eran niños, llevados en brazos por sus padres. Poco antes de la unción con el óleo de los catecúmenos, símbolo de la fuerza de Dios en la lucha contra el mal, el sacerdote invitó a toda la asamblea a rezar por los que estaban a punto de recibir el bautismo, invocando la intercesión de los santos.
Esa fue la primera vez que, en el curso de nuestras vidas, nos regalaban esta compañía de hermanos y hermanas "mayores", -lo santos- que habían pasado por nuestro mismo camino, conocieron nuestros mismos esfuerzos y viven para siempre en el abrazo de Dios. La carta a los Hebreos define a esta compañía con la expresión “una nube ingente de testigos” (12.1). Eso son los santos: una nube ingente de testigos.
Los cristianos, en la lucha contra el mal, no desesperan. El cristianismo cultiva una confianza incurable: no cree que las fuerzas negativas y disgregadoras puedan prevalecer. La última palabra sobre la historia del hombre no es el odio, no es la muerte, no es la guerra.
En cada momento de la vida nos ayuda la mano de Dios, e incluso la presencia discreta de todos los creyentes que "nos han precedido con el signo de la fe" (Canon Romano). Su existencia nos dice, en primer lugar, que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable.
Y al mismo tiempo nos conforta: no estamos solos, la Iglesia se compone de innumerables hermanos, a menudo anónimos, que nos han precedido y que por la acción del Espíritu Santo están involucrados en las vicisitudes de los que todavía viven aquí.
La del bautismo no es la única invocación de los santos que jalona el camino de la vida cristiana. Cuando dos novios consagran su amor en el sacramento del matrimonio, se invoca para ellos de nuevo - esta vez como pareja - la intercesión de los santos. Y esta invocación es fuente de confianza para los jóvenes que parten para el "viaje" de la vida conyugal.
El que ama realmente tiene el deseo y el valor de decir "para siempre", para siempre; pero sabe que necesita la gracia de Cristo y la ayuda de los santos para poder vivir la vida matrimonial para siempre. No como algunos dicen: “Hasta que dure el amor”. No. ¡Para siempre! Sino, es mejor que no te cases. O para siempre o nada.
Por esto en la liturgia nupcial se invoca la presencia de los santos. Y en los momentos difíciles hay que tener el valor de levantar los ojos al cielo, pensando en tantos cristianos que han pasado por la tribulación, y han mantenido blancas las vestiduras de su bautismo, lavándolas en la sangre del Cordero (Ap 7:14): así dice el Libro del Apocalipsis.
Dios nunca nos abandona: cada vez que lo necesitamos vendrá uno de sus ángeles a levantarnos e infundir consuelo. "Ángeles" a veces con un rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí, escondidos entre nosotros. Es difícil de entender y también de imaginar, pero los santos están presentes en nuestra vida. Y cuando alguno invoca a un santo o a una santa es precisamente porque está cerca de nosotros.
También los sacerdotes conservan el recuerdo de una invocación de los santos pronunciada sobre ellos. Es uno de los momentos más emotivos de la liturgia de la ordenación. Los candidatos se tienden en el suelo, rostro a tierra. Y toda la asamblea, guiada por el obispo, invoca la intercesión de los santos.
Un hombre quedaría aplastado bajo el peso de la misión que se le confía, pero cuando escucha que todo el paraíso está detrás de él, que la gracia de Dios no fallará porque Jesús permanece siempre fiel, entonces puede partir sereno y aliviado. No estamos solos.
Y ¿qué somos nosotros? Somos polvo que aspira al cielo. Débiles nuestras fuerzas, pero fuerte el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos. Somos fieles a esta tierra que Jesús amó en cada momento de su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en su cumplimiento definitivo donde finalmente no habrá lágrimas, maldad y sufrimiento.
¡Que el Señor nos dé la esperanza de ser santos! Pero alguno de vosotros podría preguntarme: “Padre, ¿se puede ser santo en la vida diaria? Sí, se puede. “¿Pero esto significa que tenemos que rezar todo el día?”.
No; significa que tienes que hacer lo que debes todo el día: rezar, ir al trabajo, cuidar de tus hijos. Pero es necesario hacerlo todo con el corazón abierto hacia Dios, de forma que tu tarea, también en la enfermedad, en los sufrimientos, en las dificultades, esté abierta a Dios. Y así podemos ser santos.
¡Que el Señor nos dé la esperanza de ser santos! No pensemos que es algo difícil, que es más fácil ser delincuentes que ser santos. ¡No!. Se puede ser santo porque nos ayuda el Señor; es El quien nos ayuda.
Es el gran regalo que cada uno de nosotros puede hacer al mundo. Que el Señor nos conceda la gracia de creer en él tan profundamente como para convertirnos en imagen de Cristo para este mundo.
Nuestra historia necesita "místicos": personas que rechazan cualquier dominio, que aspiran a la caridad y a la fraternidad. Hombres y mujeres que viven aceptando incluso una porción de sufrimiento, porque se hacen cargo del esfuerzo de los demás. Pero sin estos hombres y mujeres, el mundo no tendría ninguna esperanza.
Por eso os deseo, y también lo deseo para mí, que el Señor nos de la esperanza de ser santos. Gracias.
(Roma. Papa Francisco, 21-6-2017)
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