“No se puede seguir a Jesús sin seguir a la Iglesia. Quien cede a la tentación de ir por su cuenta corre el riesgo de no encontrar nunca a Cristo". (Papa Benedicto XVI).
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08 abril 2017
Meditación de la Semana Santa.
Hermanos y hermanas,
Un año más nos preparamos para vivir la Semana Santa.
Comenzamos con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, puerta que nos llevará hasta los misterios más profundos (Pasión, Muerte y Resurrección) y que son cimientos de nuestra fe.
Veremos a Jesús que entra acompañado de las personas y niños. No como un emperador, sino con la humildad que le va a caracterizar en los días venideros. Subido a un pollino, el pueblo agitando palmas y cantando himnos de victoria proclaman ¡Hosanna! ¡Hosanna!.
En este domingo se bendecirán ramos y palmas en nuestras Parroquias, y cada lugar será un nueva puerta de Jerusalén. Que esta humildad con la que Jesús abre “su semana” sepamos vivirla en cada una de nuestras comunidades y dejemos que Cristo entre victorioso en nuestras vidas.
El Jueves Santo, día importante, porque Jesús instituye la Eucaristía. Hace un gesto, que resume toda su vida: lava los pies de sus discípulos y los besa.
La viga que soporta este día es el mandamiento del Amor. De ahí que nazca el sacramento del Orden Sacerdotal. Un sacramento, que debe ser espejo de ese Cristo que se parte, se reparte y se entrega por toda la humanidad en servicio a los más necesitados. Cristo no vino a ser servido, sino a servir. Su traje es la humildad.
Después de la Misa de la Cena del Señor, se lleva en procesión el Copón con el Santísimo, y se reserva en el monumento (Sagrario) adornado con más velas y flores de lo habitual.
Cuando nos postremos ante el Monumento, que nos ayudará a adorar a Cristo Eucaristía, y con el clima de oración que caracteriza este día, recemos por todos los sacerdotes para que en sus vidas y ministerios sean otro Cristo en medio de este mundo. Que el dogma y la norma de sus celebraciones sea la caridad y la acogida hacia lo más pobres.
El Viernes Santo, después de visitar por la mañana los diversos monumentos, y ver que nuestros altares están desnudos, sin flores y a oscuras (excepto el lugar donde está el monumento) llega la hora por la tarde de celebrar el Santo Oficio. No hay Misa.
El sacerdote, junto con los ministros se postran en el suelo como señal de humildad antes Dios.
Celebramos la Pasión y la Muerte de Jesús. Un día de luto, donde el silencio y los signos litúrgicos nos muestran que Cristo está muerto, pero que pronto será Resucitado.
Antes de venerar la Santa Cruz, con ella tapada, se irá cantando por tres veces “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo” y todos responden “Venid a Adorarlo” y todos los fieles la veneran.
Se viste el altar con un mantel sencillo, y se pasa al rito de la comunión, se comulga y se termina con una oración. No se da la bendición.
Este día de luto, después de haber pedido por todas las necesidades de la Iglesia y de tierra santa, reflexionemos sobre el misterio de la muerte, que todos hemos experimentado en alguna ocasión. No hay resurrección sin muerte, sin sufrimiento. Contemplemos a Cristo en la Cruz junto con María, su madre y los discípulos, que por ser fiel y coherente, y por la salvación de todos, padeció en la cruz.
Después de un día, donde las Iglesias permanecen cerradas y de luto por la muerte del Señor, llega la noche del Sábado Santo.
Una noche, donde se pasa de la oscuridad de la muerte a la Luz resplandeciente de Cristo que no se queda en el sepulcro, sino, que ha sido Resucitado. Una noche donde todas las cadenas de la muerte se rompen, la noche es más clara que el día, y es una noche donde todos los pecados se lavan, porque vuelven a levantarse los caídos, la alegría a los tristes, la concordia se impone al odio y la Iglesia entera se inunda de alegría, porque, una columna de fuego ilumina todo.
Una noche, donde la en la puerta de la Iglesia se hace una pequeña hoguera y al bendecirla, se enciende el Cirio Pascual, y se reparte la Luz de Cristo mientras se canta por tres veces: “Luz de Cristo” y todos responden “Demos gracias a Dios” y todos entran al templo a oscuras, iluminados solamente con las velas y el cirio primero. Al llegar al Altar se proclama con júbilo el Pregón Pascual, y comienza la liturgia de la Palabra desde la creación del mundo.
Antes de las lecturas del Nuevo Testamento, se canta con alegría el gloria, se encienden las velas del Altar, y suenan las campanas. Terminada la homilía, se bendice el agua y se asperja a los files, y continúa la plegaria eucarística.
He aquí, que comienza el Tiempo Pascual, que dura cincuenta días hasta Pentencostés.
Día importante para todos los cristianos, ya que nuestra fe, no es de muerto, sino de vivos.
Cristo resucita y quiere renovarnos, quiere entrar en nuestra vida para que dejemos los pecado a un lado. La Alegría Pascual nos inunda, ya no hay llantos ni pecado, Cristo está vivo, nos ha redimido. Dejemos que Cristo resucite en cada uno de nosotros, y no seamos sepulcros muertos, sino, Luz Pascual en medio de este mundo.
Que estas fiestas de semana santa, aparte de ver las catequesis de los tronos y pasos en nuestras calles, sepamos vivirla en nuestras Parroquias, y nos ayuden a ser más conscientes de que aunque en nuestras vidas, a veces parezca que el sufrimiento tiene más peso, sepamos ver la Luz de Pascua en cada acontecimiento.
Que María la Virgen interceda por nosotros para que tengamos un buen comienzo de Semana Santa.
Más en:
http://www.revistaecclesia.com/meditacion-la-semana-santa-fray-jose-borja/
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