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13 noviembre 2016

Reflexión de XXXIII domingo del Tiempo Ordinario.


En las lecturas del domingo pasado, Dios tenía un deseo para nosotros: que fuéramos felices. La lectura de los hermanos Macabeos como en la de Pablo, nos hablaban de que a pesar del sufrimiento y de la persecución hay que tener confianza y fe. En aquel tiempo se pensaba que por ser mártir y justo, se salvaban. Pero Jesús nos viene a enseñar que todos seremos salvados, y que todos participaremos en la resurrección; una comunidad que sufre, que tiene miedo al futuro no puede perder de vista que Dios le regala su consuelo. Él es fiel; Lucas nos mostraba el pasaje tan conocido de la mujer que se había casado con los sietes hermanos, y todos habían muerto, y como los saduceos le ponían aprueba a Jesús.
Estamos llamados a una nueva Vida, una que no perece. Dios nos regala su amor y somos libres de dejarnos moldear por su amor o desviarnos por otro camino.

En este Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, Jesús nos ofrece y nos regala su Reino. A pesar de los tiempos difíciles en que vivimos, de los sufrimientos que hay a nuestros alrededor, Él tiene una palabra de esperanza, de reconciliación. Él tiene la última palabra. Ésta es nuestra tranquilidad, que a pesar de este valle de lágrimas en que vivimos, Jesús tiene otra “historia” dentro de nuestra propia historia. Que el sufrimiento, ni la muerte, ni las guerras, tienen la palabra última.
Tenemos un recuerdo especial por este año de la Misericordia que hoy se clausura. Ojalá que nos hayamos encontrado con el Dios de la Vida, de la Misericordia. Con un Dios, que no condena, ni juzga, sino que PERDONA, se compadece y AMA hasta el extremo que se entrega por cada uno de nosotros.
Pidamos por las Iglesias Diocesanas, para que sean ejemplos de caridad y amor de un Dios que es Padre.

En la Primera Lectura de la profecía de Malaquías, nos enseña cómo será el día del Señor, y tiene connotaciones con el apocalipsis. Estos breves versículos resultan duros porque hablan del terrible castigo que sufrirán los malvados en el último día, y como los buenos, en cambio, serán salvados. Nosotros, no estamos tan de acuerdo con este tipo de “literatura Judía Apocalíptica, ya que Dios es misericordioso y salva a todos por igual, si nosotros nos dejamos salvar por el.

En la Segunda Lectura de la carta de Pablo a los Tesalonicenses, nos da matices que tenemos que trabajar a consta de nosotros mismos, y no de los demás. Que el Evangelio se anuncia con nuestra vida, con nuestra coherencia, con nuestro empeño. No esperamos a que nadie lo haga por nosotros, ni lo hagan primeros los otros. Seamos nosotros mismos los que pongamos en acción el ser “Evangelios Vivos”. Pablo aconseja y con razón, que no estemos pensando en cómo será el día de mañana, de cómo será el final, y pierdes los días en pensar, en especular…
Agarremos fuerte el Evangelio, y empecemos a hacer vida lo que creemos, y así podremos construir poca a poco las comunidades a imagen de las primeras.

En el Evangelio de Lucas, nos presenta hoy a un Jesús que insiste en que no hay que creer en las afirmaciones que dicen algunos “el momento está cerca”. La comunidad que nos describe hoy, es una comunidad que tiene que adaptarse a la situación de que el momento final tardará, que no es ya; Las imágenes de la luz y la oscuridad nos remiten al Apocalipsis, pero por este motivo, no podemos quedarnos una vez más con que Dios castiga a los malos y premia a los buenos… No es así. Dios, no hace distinción. Dios es Padre de misericordia, que quiere que todos sus hijos se salven. Él no va a obligar a nadie a que le siga, ni que se salve. Nosotros somos libres de aceptar su Palabra y seguirla, o dejar que se marchite.
El Evangelio nos dice que algunos judíos ponderaban la belleza del templo y se quedaban en el exterior: en las piedras, adornos… Y esto nos puede pasar a nosotros en muchas ocasiones, perder lo esencial porque nos quedemos en lo exterior. Dejemos que Dios actúe en nosotros, no nos adornemos, presentémosno tal y como somos ante Dios, que nos conoce mejor que nosotros mismos.

Que María, Madre de la Misericordia, nos ayude e interceda por nosotros a que nos dejemos interpelar por el Dios del Amor. Que este año jubilar que se acaba, sea una continuación en nuestros pequeños detalles del día a día de ese Dios que se hace Vida en nuestra vida, que nos da infinitas oportunidades de perdón, de amor, de compasión.
Ojalá que nos haya calado, y en nuestra vida se note que al menos, hemos aprendido algo en este año de la misericordia de Dios y con los hermanos.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-de-xxxiii-domingo-del-tiempo-ordinario-por-fray-jose-borja/

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