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06 noviembre 2016

Reflexión de XXXII domingo del Tiempo Ordinario.


El domingo pasado, las lecturas nos mostraban que Dios se compadece de nosotros. Que Dios tiene misericordia, nos perdona y nos ama, aunque nosotros a veces le rechacemos.
Veíamos como Jesús se compadece de una persona pública que roba y estaba, hablábamos de Zaqueo. Aunque fuera rico y tuviera dinero, en el fondo, era infeliz. Su vida no estaba llena, estaba solo, nadie le quería… Pero al enterarse de que Jesús estaba, y al ser bajo de estatura, se sube a una higuera y su vida cambia desde que Jesús lo mira con amor; Jesús se auto invita y desde ese momento, llega la salvación, la felicidad a la casa de Zaqueo, a pesar de las críticas y las murmuraciones de los vecinos.

En este domingo XXXII del Tiempo Ordinario, Dios tiene un deseo para cada uno de nosotros: que seamos plenamente felices. Hace unos días celebrábamos dos fiestas bastante conocidas popularmente: la de los santos y la de los difuntos. Nos rondan por la cabeza el tema de la muerte, del sufrimiento, pero, hoy Jesús viene a decirnos que vivamos en la Luz, que tengamos vida y vida en abundancia. Vivamos este domingo con alegría y esperanza y caminemos con Jesús. A veces será más fácil y otras menos fáciles, pero no perdamos la mirada en quien lleva nuestro timón (si nosotros dejamos que lleve Él nuestra vida) que es la Vida.

En la Primera Lectura que es del libro de los Macabeos, se nos narra el martirio que sufrieron los sietes hermanos por confesar su fe en Dios y no negarle. La fe en la resurrección corporal tras la muerte está ligada al tema del sufrimiento injusto por parte del justo. Es decir, ellos creían que sólo se salvaban, iban al sheol los justos y los que habían sido mártires. Pero Jesús nos enseñará, nos dirá y nos recalcará que todos seremos salvados, que todos participaremos de su resurrección.

En la Segunda Lectura de la Carta de Pablo a los Tesalonicenses, nos aconseja que no tengamos miedo a los tiempos futuros, porque Dios no ha amado y nos regala su consuelo. A la comunidad que se dirige Pablo, es una comunidad que está sufriendo, por eso les exhorta a no tener miedo, a que recen. Les recuerda que Dios es fiel, y que sean constantes en pedir.

En el Evangelio de Lucas, nos recuerda, que la Vida es continuación de la muerte.
Le presentan el caso de una mujer que se había casado con los sietes hermanos, ya que se habían muertos respectivamente. Le ponen a prueba y le preguntan a Jesús que cuando muera, ¿de quién será esposa? Le responde que cuando muera no será de nadie, porque serán como ángeles.
El Evangelio nos viene a decir que esta vida, es una preparación a la VIDA con mayúsculas. Todos estamos llamados a esa VIDA que se nos regala gratuitamente. Nosotros somos libres de acogerla o no; Pasaremos a la mansión terrena del cielo, donde seremos inmortales. Todas las necesidades que tenemos aquí, no lo tendremos en el cielo; Si nos dejamos interpelar por el Dios de la Vida, nos resucitará con el, en el último día.
Esta esperanza en la resurrección es un regalo de Dios, un regalo gratuito. Que con la ayuda de Dios, nuestra constancia y la oración constante, podremos alcanzar.

Que María, madre de la misericordia nos ayude a endulzarnos con el Dios de la Vida, con el Dios del amor, con el Dios de la Misericordia.
Pidamos en este domingo por todos los cristianos que están siendo perseguidos a causa de su fe, para que su sangre derramada por Cristo, sea para nosotros ejemplo de coherencia y de fidelidad Cristiana.

Tengamos un recuerdo especial por todos nuestros familiares y amigos difuntos, para que ya el Dios de la Misericordia, les hayan perdonado todas las faltas que por la naturaleza humana hayan cometido, y disfruten por toda la eternidad de la verdadera VIDA.
Que así sea.


Más en:
http://www.revistaecclesia.com/reflexion-de-xxxii-domingo-del-tiempo-ordinario-por-fray-jose-borja/

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